Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 24 de septiembre de 2023

“¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”. (I)

 
 
Esta es la primera jornada en la que disfrutaremos de la prosa y los Recuerdos de Villarcayo de Ricardo San Martín Vadillo sobre el Villarcayo de su infancia y juventud. Recuerdos que todos atesoramos y que se difuminan, junto a cada uno, en la bruma del tiempo pasado. Desde esta bitácora aprovechamos la cordial relación que tenemos con Ricardo para que nos pinte su acuarela de sentimientos más privados que le han acompañado en su recorrido vital y que, afortunadamente, ha decidido compartirlos fuera del círculo familiar más íntimo.
 
"El tiempo no es, sino el espacio entre nuestros recuerdos". 
Henry F. Amiel
 
Siempre es un placer hablar con el mantenedor de esta página. Cuando hace unos días tomábamos un café en el bar “Miguillas” de Villarcayo charlamos de una variedad de temas y a mí se me ocurrió ofrecerle la publicación de este artículo (o artículos por lo extenso que puede resultar el tema) sobre el poso y el peso de lo vivido. Todo lo no olvidado. Lo que dejó una huella profunda en mi vida, lo esencial y lo banal, todo lo que quedó en los pliegues de la memoria como el polvo se almacena en los bajos de los pantalones...

 
Estamos hechos de vivencias, de momentos, de etapas. Somos un discontinuo de horas, de granitos de arena en el reloj del tiempo. Y van cayendo esos granos de arena, haciendo un montoncito que es nuestra vida. Dentro de esa acumulación, escondidos, imperceptibles, hay granos ínfimos que han colaborado para dar la altura actual al montoncito. Y sigue cayendo la arena, grano a grano, casi sin darnos cuenta, atraídos por la gravedad de la tierra. La vida, es la vida. Más arena abajo que arriba, corpúsculo a corpúsculo... hasta que se agote la existencia del receptáculo superior; porque, indefectiblemente, todo llega.
 
 
Villarcayo durante mi infancia, años 1949 a 1959.

Nací en Villarcayo el año 1949. Mis recuerdos de Villarcayo de aquellos años entre 1949 y 1959 son muy vagos. Recuerdo con cariño la casa, el huerto, el taller de mi tío Pedro y el almacén de materiales de construcción de mi tío Félix; todo ello situado en la Plaza de Santa Marina, número 5, frente a esa fuente que aún se conserva. Aquella casa (originalmente con su planta baja y un piso se transformó en una casa de dos plantas). Allí vivían mis abuelos maternos: Silvestre y Anselma, mi tía Margarita, mi tío Félix, mi tío Pedro (luego casado con Paquita) y mis primos que fueron naciendo allí: Elvira, Pedro, Begoña y Francisco Javier. Mi familia paterna: mi padre Gumer, practicante, mis abuelos Víctor y Carmen, labradores, y mi tío Antonio vivían en la calle Doctor Albiñana, también conocida como Carrigüela o Carreruela (aún se conserva la casa, aunque bastante deteriorada). Aquella casa de la Plaza Santa Marina, su huerta, el taller y el almacén fueron mi microcosmos: allí crecí, jugué y aprendí. Mi infancia fue plena de felicidad gracias a mi padre, tíos y abuelos: me sentí querido y protegido.

 
Indudablemente la iglesia de Santa Marina era un lugar esencial: por su proximidad a mi casa materna, también las escuelas (hoy convertidas en Biblioteca municipal), la Plaza Mayor con su Ayuntamiento, la fuente de la Plaza Mayor, el templete de la música, el Soto y las Acacias, el río Nela, el matadero, el frontón y los diferentes comercios en el pueblo: las pastelerías de “las Remigias”, el estanco de Caya, la cafetería pastelería de Engracia, el bar y pastelería del Toledo, el bar Arizona y su dueño Manolo, donde mi padre solía ir; el bar Nela, el bar Miguillas, la fontanería de Valentín y Laura junto a mi casa, el bar del Francés, la peluquería donde iba a cortarme el pelo, los ultramarinos de Elifio, la Vajilla, la tienda de Abundio donde vi una televisión -en blanco y negro- por primera vez (¡la serie “Rin Tin Tin”, de 1954 a 1959!), la frutería de Otero Merino, correos y telégrafos en lo alto del Ayuntamiento, el cuartel de la Guardia Civil en la calle San Roque, las dos gasolineras (la de Rivera, en la calle San Roque y la del “Gaso” en la curva de la Plaza Mayor); y las casas de mis amigos donde iba a jugar: el piso de Dieguito, con su alta galería (su padre Diego Manrique, era maestro y abogado, y su madre Carmen), la casa de Adolfito -"Fito"-, hijo de Villalta; la casa de José Luis Aguirre (hijo de María y Porfirio), la casa de Miguel Ángel (“Fonta”), la imprenta de García, de mi amigo Carlos... ¡Ah!, y muy cerca de mi casa, la taberna del Francés, donde se vendía vino a granel, la central telefónica con las telefonistas (solteras y cotillas, hermanas de don José, el cura), la tienda de Bautista, que firmaba sus escritos con el pseudonimo “Juan Bravo de Castilla”, en la Hoja Dominical; el bar de Pita, la casa del cura a donde mi abuela me mandaba a comprar las Bulas; la frutería de Otero Merino, “Sotero”, y su mujer, la casa del ajero, la panadería de Pajaritos y el Callejón donde resonaban nuestras voces infantiles en los juegos: “¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”.

Bar Arizona
 
Los amigos eran también parte importante de mi microcosmos: José Miguel, “Miguillas”, Carlos (el de la imprenta García); su hermano Miguel Ángel; Diego –“Fito” o Adolfito- que hacía de amigo protector frente a otros niños más fuertes; José Luis Aguirre, al que admiraba por su inteligencia; Benito o “Benitín” Iturriaga; “Colás” o Nicolás; Miguel Ángel, “Fonta”; José Ignacio, hijo de Sotero; César Gutiérrez; Manuel Uriarte; Eduardo, el del obrador de Íñigo; José Martín Uriarte; “Nisio”, etc. Aunque amigos de juego, de ir a su casa, tan sólo Diego, José Miguel, José Luis, Adolfito o Carlos. Nos unía la escuela a diario y los juegos tras las clases… Y, también, el cambio de cromos, el intercambio de TBOs, la bici, el fútbol... De aquel Villarcayo casi todas las personas de mi infancia han muerto, sobre todo de mis dos familias, así como desapareció la casa donde nací, crecí y jugué, y donde fui feliz. También la casa de Jarabo (Guinea), la de Isla, el frontón, el cine Capitol, el matadero...

 
Este verano de 2023, durante mi estancia en Villarcayo, que es como mi Ítaca a la cual regreso todos los veranos desde 1969, he hecho un ejercicio de recuperar recuerdos, nombres, lugares y vivencias. Los he plasmado aquí pensando que les gustará conocerlos a aquellos amigos de mi infancia y juventud (los que quedan) y tal vez también a otros villarcayeses que no conocieron ese pasado y sus gentes.
 
Estos son los nombres de mis vecinos, los he recuperado de los rincones de mi memoria y, en aquellos otros casos he recurrido al Padrón Municipal que he consultado en el Archivo Municipal, referido al 31 de diciembre de 1949. Era alcalde en aquel entonces don Sigifredo Albajara y secretario del Ayuntamiento don Felipe de la Peña (enero de 1950). Tenía entonces Villarcayo una población total de 1.714 habitantes (785 hombres y 925 mujeres). Estos son los nombres de aquellos vecinos que conocí y aún recuerdo con cariño. Y sirva como pequeño homenaje a todos ellos. Los acompañaré con sus profesiones, pues daré así una visión de cómo era Villarcayo en aquellos años cincuenta:

 
Trinidad Martínez; José Peña Monterrubio; Joaquín Gil (farmacéuticos); Antonio Serna Cuvillas (cantero); Paulino Angulo; Lucio Crespo; Dionisio, “Nisio”, S. Peña; Rafael Peña (chóferes y/o taxistas); Ubaldo Arribas; Victoriano Gálvez (sastres); Segundo Presa; Agustín López; Juan Baranda Bustamante; Julio Andino Pérez; Manuel Villanueva; Silvestre Vadillo; Íñigo Ruiz Cuesta; Antoliano Sainz García;  Felipe Peña Báscones; Abundio Ruiz; Jesús Uriarte Rubio; Avelino A. de Porres; Víctor Peña Báscones (industriales); Eliseo Sainz Martínez; Caya Martínez Ruiz; Elifio Martínez; Benito Iturriaga (comercio); Moisés, “Ches”, García Ruiz (impresor); Marcos Sainz; Severiano Villanueva; Emilio Villanueva; (veterinarios); Victoriano Ruiz Pascual; Isidoro Ortiz Fernández; José Luis Martínez Rivera; José Pastor Bragado (médicos); Evangelina Pastor; Gumersindo San Martín (practicantes); Hilaria Pereda; José García Hermosilla; Serafín Sáinz; Isaac Santamaría; Alfonso López (peluqueros/as); Remedios Sainz; Mari Carmen González; Felisa Miguel Villa; Hilario Araguzo; Manuela Cuesta; Juan Villodas Alonso; Consuelo Uriarte (maestros/as); Pedro Silleras; Felisa Alberdi (profesor/a); Fernando Rojo (torero); Teodoro Pereda; Agustín Olaortúa; (odontólogos); Facundo Ruiz; Epifanio Sobrado (cartero); Antonio Cuevas (procurador); Félix Ruiz Cámara (notario); Marcos González (herrero); Eugenio Galaz; Florencio Rojo; Basilio Rojo; Pedro Rubio Serna (panaderos); Jesús Peña Lázaro; Manuel Martínez Vaquero; Evaristo Pérez Marcos; Eugenio Tobar; Celedonio Brizuela; Timoteo Alonso (guardias civiles); Valentín Fernández; Santiago Pereda; Luis Pérez Fernández; Braulio Rodiño (zapateros); Jacinto Calvo Casado (párroco); Pedro Vadillo; Porfirio Aguirre; Manuel Uriarte Rubio (mecánicos); José Araujo (director de música); Liborio González (carpintero); Mario Dean Guelbenzu (juez de primera instancia); y Bautista López de Castro (matarife).
 
He de señalar que, aunque no he recogido nombres de labradores, como lo eran mis abuelos paternos, el número de personas dedicados a esta actividad era muy alto; también lo era el número de ferroviarios empleados en la estación y talleres de Horna. Los presentes están siendo una mínima muestra de algunos de los nombres de vecinos que recuerdo, y que conocí en mi infancia, que vivieron en Villarcayo en aquellos años cincuenta y sesenta.

 
Debo hacer mención a otros que formaron parte de mi infancia por vivir cerca de la plaza Santa Marina o en la calle Carrigüela. En la plaza de Santa Marina recuerdo a la familia del bar el Francés, a Fico Varona y su mujer Sina; Sotero Merino (frutero); Valentín (fontanero), a su mujer Laura y a Miguel Ángel, de mi edad; a la laboriosa María, costurera, madre de mi amigo José Luis Aguirre; al cura don José y sus hermanas las telefonistas; a mi amigo Adolfo, “Fito”, Villalta y sus hermanas que “cogían los puntos de las medias”; a Bautista, con su tienda de telas e hilos, que firmaba sus artículos con el seudónimo de “Juan Bravo de Castilla” y colaboraba en el coro parroquial, en Cáritas y en la Hoja Dominical y que durante muchos años fue fuente de información local (matrimonios, nacimientos y defunciones en Villarcayo); don Jacinto (cura), los vecinos el ajero y Nisio, así como al guarnicionero (cuyo nombre he olvidado, pero recuerdo su habilidad trabajando el cuero); a Braulio, el zapatero, a Pita y su bar, a la cafetería de la señora Engracia y sus ricos pasteles; a Caya y su tienda, a las Remigias, con su confitería (allí compraba yo las chocolatinas de Nestlé, con sus cromos para el álbum “Las Maravillas del Universo”, que aún conservo, y el regaliz, que era casi una droga para mí; la panadería de Pajaritos con unas roscas que eran deliciosas; la casa de mi vecino José Andino, que envasaba gaseosas, algunas de las cuales explotaban y ya estaba acostumbrado a esa pequeña explosión… ¡a sus hijos Margarita, Remi y Felisín!..

 
En la calle doctor Albiñana, Carreruela o Carrigüela, las familias de Ches y Merche; Luis María García, seis años mayor que yo, y su hermana Mari Paz, de mi edad; Marcos, el herrero; Íñigo Cuesta, su esposa Paulina, y sus hijas Olga y Camila, atendiendo el bar Toledo -los mejores pasteles que jamás he probado-; las familias Santamaría, Castell, Baranda, Ureta, Gutiérrez Fernández, López Galán y López Sainz.

Anacleto Varona (El francés) 
y su esposa.
 
Recuerdo personas, para mí, míticas: Aurelio (guarda municipal) llamado “Cachabillas”; Santos, pregonero, y antes su padre Eloy, también enterrador (recuerdo el sonido de la trompeta y aquel soniquete del pregón: “De orden del señor alcalde se hace saber que...”); Macario, que con un caballo y un carro traía y llevaba bultos de la estación de Horna a los comercios; recuerdo aquel enigmático personaje del que los niños habíamos oído todo tipo de historias: la Petrona (le decíamos); Íñigo Cuesta, al que alguna vez vi bañarse en el Nela en pleno invierno; la Chatilla, excelente cocinera en el hotel la Rubia; Peche, que ganó un concurso de feos (así me lo contaron); el Gaso, que tenía la gasolinera de la plaza y un carrito con chucherías; el mítico matrimonio de Roque y Marina (los niños les llamábamos “Doque” y “Madina” imitando su habla gangosa) que se ponían en una esquina de la plaza, frente al Ayuntamiento, y recuerdo que Roque era muy hábil jugando a la tuta; y ahora que nombro el juego de la tuta, debo mencionar al Tuto y su boina (su mujer la Tuta, claro). Al Tuto le recuerdo las noches de verano, en una esquina, cerca de la iglesia, con “el bote”. Decía: “¿Alguna puesta más? Venga, que levanto”. Movía el dado dentro de un bote de hojalata y le daba la vuelta. La gente apostaba a cualquiera de los seis números sobre un tablero rudimentario. Cuando descubría el número del dado, si le tocaba pagar, a veces exclamaba: “¿Me cago en la leche, me habéis metido una cagarruta!”. Esto es, que dentro de un billete de cien pesetas podía ir otro de mil y tenía que quintuplicar el pago. A veces llegaba la Guardia Civil y detenían al Tuto, porque aquel juego era ilegal, y se llevaban al Tuto y “el templete”, pero en la próxima fiesta volvíamos a ver al Tuto y su inseparable boina negra. El bote era toda una sana emoción. Pasados los años llevó el bote mi amigo Javi, hijo de Serafín, junto con otro socio. Mientras la gente hacía sus apuestas y esperaba a que Javi levantara el bote, repartían almendras garrapiñadas entre los espectadores. ¡Cómo me gustaría volver a revivir aquella emoción de jugar al bote en una noche de verano!

 
Si se me olvidan nombres pido disculpas a sus familiares y a los amables lectores.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

4 comentarios:

  1. Maravillosos recuerdos de Villarcayo. Gracias.

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  2. Te recuerdo, hijo de Gumer. Si tuviera modo de comunicarme privadamente contigo compartiría un par de recuerdos.
    Villarcayés de 85 años, soy once años más mayor que tú. Pero no he vivido en Villarcayo desde 1954.

    He leído con gusto tus recuerdos de infancia, recuerdo a casi todas las personas que citas. Permíteme aportar algunas otras, más conocidas por el apodo que por el nombre, pero que me parecen "iconos" de aquel Villarcayo nuestro: cerca de tu casa vivían 'Riacho' (carpintero) y 'La Riacha', castañera de los domingos de invierno en la plaza y heladera en verano; en la Carrigüela de tus abuelos vivía 'La Zampada' con su marido e hijas, vendedores de pascado que traían casi a diario de Bilbao; 'Tútili', fontanero, que tocaba el tamboril en la banda de música. 'Charriel', albañil y "dulzainero" que con sus 2 hijos mayores tocando el bombo y el tamboril podía hacer pasacalles en fiestas y bailes en la plaza; 'Corrales', el carcelero, grandote y bonachón... Seguramente son nombres y tipos que no se repiten, y apodos que rezuman casticismo y hasta cariño.
    Podíamos seguir recordando y evocando, pero temo que esto sea demasiado largo.
    Estamos en vísperas de la Navidad 2023: Felices Fiestas, paz y amor a todo nuestro pueblo "sano y cordial"

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  3. Agradezco sus precisiones. No guardo recuerdo de esas personas que tan certeramente describe, aunque sí creo haber oído sus nombres o apelativos mencionados en ambas casas, materna y paterna. Hace usted una breve pero precisa descripción de sus personas y habilidades. Como dije en mis artículos pido disculpas por la omisión de aquellos no incluidos. Le felicito por su vívida memoria y por su aportación.

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