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domingo, 3 de marzo de 2024

Frontera natural y castillos de frontera en Las Merindades.

 
 
Recuperamos a nuestro amigo Ricardo San Martín Vadillo para que nos deleite con un poco más de su conocimiento histórico a través de un artículo que en su día presentó como ponencia en las “X Jornadas de Frontera”. Un rápido repaso, acompañado de las -a veces contradictorias- opiniones de otros autores, de los orígenes de Castilla Vieja. Además, nos adjunta una soberbia bibliografía para que cualquiera pueda profundizar en el estudio de Las Merindades. Creo que no necesito deciros más:
 
“Vn puerto vyen çerrado
de un solo forado,
ese puerto vyen guardado
ese ovo fincado”.
 
Este fragmento del anónimo Poema de Fernán González nos sirve de introducción a la tesis de nuestro trabajo: la importancia de la frontera natural en Las Merindades, el norte de Burgos, apoyada por una diversidad de castillos y torres que dieron el nombre a la primigenia Castilla.
 
La invasión musulmana (711 d.C.) supuso el final del reino visigodo y el comienzo de una nueva era. Fue en las actuales Merindades donde apareció el condado como unidad administrativa. Aparecieron, además, unas subdivisiones administrativas inferiores (s. X), los alfoces (del árabe “alhauz”, comarca o distrito), esas unidades de organización en torno a un valle donde podemos encontrar un castillo o torre torres fortificadas. Todo ello se saltará al sistema organizativo de las tenencias.

Recostrucción Castillo de Toba (Cortesía de ZaLeZ)
 
Pero para todo lo dicho ocurriese Las Merindades tuvieron que oponerse a los musulmanes. En tal sentido, mi trabajo defiende la capital importancia que jugó la orografía: montes, puertos, desfiladeros, hoces y ríos; así como una línea bien organizada de castillos, fortalezas, torres, casas fuertes, etc. Existió, por lo tanto, una doble línea fronteriza: una frontera natural y una frontera levantada por manos cristianas. Esa doble frontera se mantenía frente a los árabes desde los años posteriores a la invasión y de ella dice la Crónica de Alfonso III: “castris cum villis et visulis suis…”
 
La frontera natural estaba constituida por una serie de montes: la sierra de la Tesla (al sur de Las Merindades); sierra de Tudanca (en el suroeste); los montes de Ordunte y Somo (en el norte), los montes de La Peña (en el noreste); Sierra Salvada y monte de Santiago (en el este), sierra Arcena (en el oeste) y los montes Obarenes (en el suroeste). Sánchez Domingo (2007) habla de “cuatro bóvedas anticlinales: Leva, la Tesla, Frías y Humión”.

Desfiladero de La Horadada
 
Además, disponían de una diversidad de desfiladeros y portillos fácilmente controlables y donde el paso estaba vigilado por los lugareños. Tal es el caso del desfiladero de la Horadada que controlaba el tránsito desde la Bureba a Las Merindades; desfiladero de los Hocinos, controlaba el paso desde Burgos y Logroño; los Cañones del Ebro, desfiladero de la Eme, paso de Valdelateja a Pesquera; desfiladero del Oca, entre Medina de Pomar y Oña; desfiladero de Sobrón, camino hacia Miranda de Ebro; desfiladero de Herrán, paso hacia Álava; desfiladero de los Tornos, paso entre Tudanca y Cidad; desfiladero del Jerea, acceso al valle de Tobalina; desfiladero de Palancas, entre Lándraves y Munilla; desfiladero de Pancorbo, paso de Burgos a Vizcaya y Álava; portillo de Lunada; portillo de la Sía; puerto de los Tornos; puerto de la Magdalena (paso entre el Valle de Mena y el valle de Losa); puerto del Escudo (paso entre Burgos y Santander); puerto de la Mazorra (entre Burgos y Las Merindades); puerto de la Eme; y puerto de Angulo. Si esto no fuese suficiente la protección se complementaba con los ríos Ebro, Nela, Trueba, Trema, Rudrón, Jerea, Purón, Oca y otros.
 
Del valor defensivo de montañas, desfiladeros, hoces y ríos nos habla el anónimo monje de Arlanza que, hacia 1255, escribió el Poema de Fernán González. Lo dice de este modo:
 
“Era Castyella Vyeja un puerto bien cerrado
non avya más entrada que un solo forado
tovyeron castellanos puerto vyen guardado”.
 
 
Otro autor que enfatiza la importancia de la orografía del terreno como elemento coadyuvante a su defensa es Luciano Serrano: “Las embestidas moras contra esta región, llamada siempre de Álava y Castilla por los historiadores musulmanes, fueron tan frecuentes y tan asoladoras, que sólo lo abrupto de su terreno y las defensas de Pancorbo, Cellórigo, Ibrillos, Grañón y Pazuengos lograron conservar la independencia que estas tierras siempre habían gozado. Encontramos en historias árabes que el año 792 los enemigos entraron en el país, arrasando sus cultivos y dando muerte a más de nueve mil cristianos; e idénticas irrupciones se repiten, casi periódicamente, durante el siglo IX; las señalan con complacencia las crónicas árabes en 823, 838, 849, 855, 860, 861, 863, 865, 866, 881 y 903”.

 
Nuestro añorado Julián García Sáinz de Baranda nos ilustra sobre cuáles eran los puntos de penetración agarena, así como cuál sería entonces la línea de frontera: “La frontera cristiana en el siglo IX, tenía por el sur, la margen derecha del Ebro, los montes de la Demanda, Sierra de San Lorenzo, los montes Obarenes y Sierra de Cantabria, la sierra de Testa, que defendían las tierras de Navarra, Provincias Vascongadas y Merindades de Castilla la Vieja. Los pasos del Ebro señalaban los caminos de penetración; la hoz de Foncea, el desfiladero de Pancorbo, la Horadada y sobre ellos, alertas y vigilantes, defendiéndolos, los castillos de Buradón, Cellórigo, Pancorbo, Lantarón y Tedeja”. En otro texto nos comenta que: “La Bardulia. Este territorio constituyó, como se verá, el más fuerte valladar contra las huestes del Islam al que durante dos siglos estuvieron acometiendo sus defensas y aunque en ocasiones fueron los cristianos derrotados, por la fuerza del número de los musulmanes, no se atrevieron éstos a penetrar a fondo en el recinto de sus valles por temor a salir malparados de la resistencia y ataques cristianos, lanzados desde sus estrechos desfiladeros, angostas hoces y profundos valles, ya que podían ser fácilmente batidos desde los riscos y defensas naturales”.
 
Respecto a la importancia de la orografía de la zona insiste también Villalba Ruiz de Toledo: “Se configura así una primera zona de ocupación cierta y convenientemente documentada, en la que la propia orografía jugaría un papel defensivo de primer orden. Los montes de La Peña actúan de formidable barrera natural que abraza sin fisuras al núcleo colonizador, al que únicamente se podría acceder -no sin dificultades- por la pendiente que corona Bercedo. Castrobarto se erige pues en el punto idóneo para vigilar los posibles intentos militares destinados a poner en peligro a las comunidades dependientes de Taranco”.

(Cuadernos de historia medieval)
 
Jesús Brun, en su libro, enfatiza la importancia de las defensas naturales: “Los árabes prefirieron casi siempre la calzada romana del Ebro que desde Medinacelli llegaba hasta el desfiladero de Pancorbo; luego, siguiendo siempre el curso del río, atravesaban el valle de Tobalina presentándose en Medina de Pomar, Espinosa de los Monteros y los valles de Mena y Losa. Todo el camino estaba jalonado de castillos y fortalezas, aprovechando las defensas naturales que ofrecían una sucesión de sierras que en dirección sudeste noroeste comienzan en los montes Obarenes, continuando con la Sierra La Llana, Sierra de Oña y la Tesla”.
 
De modo similar García González escribe: “El carácter laberíntico del escenario mostraba todo su esplendor en la vertiente meridional donde se sucedían de poniente a levante los sinclinales colgados de las loras, los sinclinales genuinos de Valdivielso, Villarcayo, Tobalina y Miranda de Ebro […] Entre Peña Amaya, a occidente, y la Sierra de Toloño, a oriente, la vertiente de aguas al Ebro formaba un peculiar escalón interior al que sólo podía accederse por los forados o desfiladeros que tajaban los ríos comarcanos […] La caracterización del territorium Castellae como una comarca enclavada, circunscrita, protegida por crestas y forados, es de una operatividad extrema para entender su configuración y trayectoria originaria. Se perfilaba, en efecto, como una especie de reducto interior, excepcionalmente bien resguardado, inevitablemente abocado a una temprana cohesión social e institucional, mucho menos expuesto que las llanadas circunvecinas a las agresiones foráneas”.

Calzada romana en El Crucero
 
Aquella “Castella” recogida en las crónicas musulmanas del año 768 como “kashtellah”, para el 791 como “al-Quilé” o “al-Quilá” y el 15 de septiembre del año 800 como “Castilla”, cuando el abad Vítulo, junto con su hermano, el presbítero Ervigio, fundó el Monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco, en el Valle de Mena, en el “territorio de Castilla”. Allí habían llegado los foramontanos para hacer presuras -apropiarse de tierras sin amo- y “escalidarlas”, -limpiarlas, roturarlas y cultivarlas-, haciendo productivo el terreno.
 
Fueron Las Merindades frontera natural y fortificada. Entendamos que desde tiempos del rey Sancho Garcés III éstas fueron tierras de frontera: “Su frontera occidental estaba señalada por una línea que arrancando en el mar, junto a Santander, seguía por la divisoria occidental del río Miera (dejando la Trasmiera, Laredo y Vizcaya para Navarra) y pasaba luego entre Bricia y Arreba, al oeste de Villarcayo (dejando la Vieja Castilla, Bureba y Álava para Navarra); después lograba los antiguos límites tarraconenses, llegando al oeste de los monasterios de Rodilla y Atapuerca, hasta tocar en el Arlanzón, casi a las puertas de Burgos”.
 
Pero no debemos olvidar que muchos de los castillos que vemos son construcciones nobiliarias de los siglos XIII, XIV y XV. Los que debieron hacer frente a la invasión musulmana durante finales del siglo VIII y el IX fueron, entre otros, los de Tedeja, Arreba, Cellórigo, Buradón o Término. De muchos de ellos no queda nada y de otros tan sólo exiguos restos.

Fortaleza de Tedeja
 
Junto con la mencionada frontera natural, incluido los ríos, esos primeros castillos se mostraron eficaces en la defensa de Las Merindades. Así lo recoge Villalba Ruiz de Toledo: “Las crónicas cristianas y musulmanas nos informan de diferentes operaciones militares andalusíes desde el 816, que se sucederán de forma más o menos constante durante cerca de veinte años. Pero será el año 822 cuando verdaderamente podamos iniciar realmente la observación de la efectividad de la red defensiva desplegada por los primeros pobladores del sector oriental castellano”.
 
La relación más conocida de aquellos primeros castillos sería:
 
  • Tedeja: fortaleza conocida en las crónicas como Tetela, Tetelia, Teteja, Tutel; controlaba el paso del Ebro y del Oca por el desfiladero de la Horadada; tenía un carácter defensivo, no de morada. Hay una dilatada serie de documentos sobre ella, desde el 790 al 1366. Está ligada a los nombres de Galindo Velázquez (1035); Fortún López (1037-1050); Galindo Ovecoz (1055); Sancho Fortunionis (1059); Laín Ovecoz (1067); Gonzalo Salvadores (1082); Gundisalvo Salvadores (1083); Didaco Sangaiz (1083); Eneco López (1103) y Bermudo Gutier (1121). Situada sobre una elevación cónica, tiene una posición privilegiada sobre el desfiladero de la Horadada y contrala el acceso a Las Merindades desde Burgos y la Bureba, por Briviesca y Oña. Su origen, según algunos autores, pudo ser una turris romana. Sus murallas alcanzaban una altura máxima de tres metros, con torres semicirculares no equidistantes, una antemuralla aterrazada y un foso de unos doce metros de ancho al noroeste (hoy acolmatado). Estaba hecha de mampostería recogida con argamasa de cal y arena. Tedeja era una pieza clave en la línea fortificada Amaya-Victoriaco. De su relevancia escribe Cadiñanos López-Quintana: “Es evidente que Tedeja a mediados del siglo XI constituía un punto militar y administrativo de primer orden en las Merindades”. Se han llevado a cabo campañas de excavación arqueológica durante varios años desde 1992.
  • Arreba: hubo un recio castillo antes del año 1000 que jugó un importante papel estratégico contra los árabes. En un documento de 1139 se dice: “Ego Alfonsus Hyspanie Imperator una cum uxore mea Berangaria …/… Et pretera do vobis monasterium de Hoz, quod est situm in alfoz de Arrebis”. Este castillo de Arreba era el centro sobre el que se dirimían las acciones de guerra en la zona noroeste de Burgos, cerca ya de Cantabria.
  • Cellorigo: sobre dos riscos en los montes Obarenes defendía el desfiladero de Foncea que da acceso a la Rioja desde Las Merindades. Bajo mando y control del conde Vela Ximénez fue baluarte defensivo eficaz contra el islam (882).
  • Buradón: controlaba el desfiladero de las Conchas de Haro vigilando el tránsito entre Álava, Castilla y la Rioja.
  • Término: cerca de Santa Gadea, entre Pancorbo y Petralata. Hoy sólo quedan restos del castillo y de la cerca exterior.
  • Pancorbo: tuvo dos castillos (el Santa Engracia y el de Santa Marta), ambos controlaban el paso del desfiladero (paso de Castilla Vieja a la Bureba). Aquí hubo sangrientos enfrentamientos entre moros y cristianos con suertes alternas para cada bando.
  • Lantarón: defendía los desfiladeros de Besante y Sobrón; controlaba el paso entre sierra Arcena y los Montes Obarenes. Estuvo construido por encima del actual balneario de Sobrón. Consta como señor del castillo en 881, Gonzalo Téllez.
  • Frías: Una situación privilegiada en un espolón peñascoso, asomado al vacío, sobre el pueblo, controlando el valle y el puente sobre el Ebro.
  • Mijangos, Misanicos o Montealegre: de muy difícil acceso, en las faldas de la Tesla; tuvo un importante papel de control en el paso de mercancías: sal y lana; en la actualidad sólo se mantienen las paredes con cubos en tres de sus esquinas. Debió formar parte de una línea defensiva: Frías, Tedeja, Medina de Pomar…
  • Pontecerci: antiguamente conocido como Focecerci, estuvo cerca del actual Herrán, a la entrada del desfiladero del Purón o de Herrán, en la sierra de Arcena y controlaba el paso de Burgos a Álava por el término de Los Puentes.
  • Toba: de muy difícil acceso en el Valle de Valdivielso, a los pies de la Tesla; no pudo ser otro que el conocido como castillo de Malvecino. En la actualidad totalmente en ruinas, sólo conserva restos de una torre.
  • Cuevarana: sobre el Ebro y el Oca, en un risco. Aparece citado por el historiador Ibn Hiyyan, quien dice que Abderraman III “atacó la fortaleza de Oña, su llano y el monasterio del mismo nombre”. De la ubicación de este lugar dice Gregorio Argaiz en el s. XVII: “Cuevarana…/… junto a la puente de la Peña Horadada, sobre una cueva y peña que está en la junta del río Vesga con el Hebro”. No se conserva nada del mismo en la actualidad.
  • Petralata o Petralara: cerca del portillo del Busto; se cita en un documento de Oña de 1209. Estaba en la línea montañosa que va desde Oña a Pancorbo, controlaba, junto con el castillo de Frías, el tránsito entre Las Merindades y la Bureba.
  • Castrobarto: fue “castra diminuta” levantado por los colonizadores foramontanos. Tenía una situación excelente, cerca del río Salón y en la ruta de Losa a Berberana. Controlaba los pasos de la Magdalena y del Risco. Fue solar de un linaje belicoso: los García de Salazar, después pasó a los Velasco.
  • Poza de la Sal: el actual castillo de los Rojas es del siglo XIV; se erigió sobre otro anterior del siglo IX levantado por el conde Diego Rodríguez Porcelos.
  • Virtus: en el noroeste de la provincia, era una enorme mole pétrea; perteneció a los Porres.
  • Castro Castellae Veteris, que Julián García Sáinz de Baranda identificaba con Medina de Pomar. La romana Vellica cambió el nombre por el árabe “medina” (ciudad fuerte).
  • Hocinos u Ocinos: nada se conserva de él, pero debió estar situado cerca de la actual granja con ese nombre, sobre el Ebro. Controlaba el acceso al desfiladero y el paso entre Burgos, Logroño y Las Merindades.
  • Amaya: prerromana, romanas y visigodas. Primeramente, fue tomada por Tariq, luego fue conquistada por el conde Rodrigo en 860. De su importancia cantaba el juglar en el Poema de Fernán González: “Harto era Castilla un pequeño rincón / cuando Amaya era cabeza e Itero mojón…”
 
Jesús Brun lo resume de forma clara: “Todas estas fortalezas […] fueron las primeras avanzadillas que el reino astur-leonés colocó en su extremo oriental. Siempre protegidos por los riscos de la montañosa orografía, se apoyaban en ella para aumentar sus capacidades defensivas, convirtiendo las cimas en almenas, los desfiladeros en murallas, los ríos en fosos, hasta transformar toda aquella región en una enorme fortaleza plagada de torreones, atalayas y alcázares que dificultaron en extremo el acceso de los moros”.

Frías.
 
Las algaras, razias, aceifas y algazúas fueron escalonadas, pero constantes a lo largo de los siglos. Según la Crónica Pacense, “Hacia 732 hizo Abderramán I una entrada asoladora en Vasconia, por las riberas del Ebro y en los confines de Cantabria, apoderándose el monarca de Miranda de Ebro, Revenga, Haro, Cenicero, Alesanco y de todo el valle del Oja y del Tirón”. Los Anales Complutenses ponen en 788 o 798 la incursión de un ejército árabe hasta el castillo de Sotoscueva. De igual modo, el Chronicon Sampiri indica que “en la era 876 arrasaron los cordobeses Sotoscueva”. En la narración de Aben Adhari se cuenta: “En el año doscientos cincuenta y nueve (de la Hégira) (863-864), salió Abderramán, hijo de Mohamed, contra los castillos de Álava y Al-Quile, y era alcaide Abdukaelik y los entró y dio muerte a los hombres y destruyó la fábrica y se extendió por las llanuras de lugar en lugar, asolando sembrados y cortando frutos. Con este motivo hizo salir Ordorño (I), a su hermano, a la estrechura de Al-Feg (debe ser Pancorbo) para que cortara el paso a los musulmanes acometiéndolos allí, más adelante, Adulmelik y le batió en la estrechura hasta que les hizo huir y los dispersó, después llegó el resto de las tropas y derramó su sangre impunemente la caballería por todos los lados y resistieron los enemigos de Dios con gran sufrimiento. En fin, fueron puestos en fuga y concedió Dios a los muslimes las espaldas de ellos e hicieron súbita matanza y fueron muertos diecinueve condes, de sus grandes alcaides”.
 
Del castillo de Oña hay varias referencias en documentos árabes, al describir la campaña de Abd-al Rahman III, en 934, contra Álava y al-Qila’, aparece una mención a la fortaleza de Oña como una de las principales de la zona: “mientras en una de sus jornadas se dirigía al-Nasir a la fortaleza de Oña.”

Vistas desde Tedeja
 
En Encinillas, cerca de Trespaderne, sitúa Argaiz una batalla (conocida popularmente como de la paja): “Saliendo después a la vista de Trespaderne, se ve a la otra parte del Hebro, al Oriente el campo de Negrodía, con más de quinientas sepulturas amojonadas a los pies, y cabecera, cada vna con dos losas y en medio vna hermita de Nuestra Señora de Encinillas, que muestra todo el auer tenido aquí algún suceso funesto, y desgraciado la nación de los Godos, y españoles contra los árabes, de que no teníamos escritas noticias, como lo merecían demostraciones tan grandes aunque ya se sabe por diligencia de Hauberto que dize fue aquí vna gran batalla y victoria que huvo de los árabes el infante Don Pelayo, el año de setecientos y veinte y seis a nueue de agosto. Donde les mató nueue mil moros. Anno Domini 726 Pelagius rex, contra sarracenos fortisime pugnar prope quian vrbem et occcidir in pralio septem millia IX de augusto”.
 
Hay dos posibles posturas respecto al grado de penetración de la invasión árabe en estas tierras. La de aquellos que creen que los sarracenos no lograron la conquista de estas tierras y la de aquellos investigadores que opinan que la penetración y conquista fue total. De igual modo hay una doble interpretación de cómo pudo ser la conquista musulmana en la zona de Las Merindades: hay quienes creen que fue una conquista militar, con sometimiento forzado de la población y dirigentes; y otra línea de opinión que considera que fue una conquista pactada entre invasores e invadidos.

 
Entre los primeros, Sánchez Albornoz asegura que “el territorio que va desde la llanura del Duero hasta los montes Cantábricos fue ocupado por los berberiscos invasores”. Entre los segundos se cuenta Julián García Sainz de Baranda que entendía que “muchos historiadores, Mariana, Guevara, Fonseca están conformes en que los árabes no pasaron en esta tierra, de la Peña Horadada y así debió ser, porque todo este territorio, estuvo vigilándolo y defendiéndolo el Duque D. Pedro de Cantabria y sus hijos D. Alfonso, que fue Rey de Asturias y D. Fruela, tomando por base para la defensa y el ataque, los castillos que sobre las montañas dejaron los romanos”. Julián también recogía palabras del padre Mariana: “en ningún tiempo pasaron los moros de un lugar que en Vizcaya (sic) se llama Peña Horadada” y, él mismo opinaba que “es un hecho histórico que las tierras de Cantabria, Medina de Pomar, Valle de Losa, Valdegovía no llegaron a ser dominadas por los moros.”
 
El historiador Luciano Serrano escribía: “Hemos afirmado que la Cantabria y tierras de Villarcayo, Losa y Añana no fueron dominadas por los árabes; es un hecho histórico perfectamente establecido. Cuando en 739 es nombrado rey de Asturias Alfonso I, agrega a este reino toda la Cantabria y la mayor parte de Vasconia, es decir, la Berrueza, Álava, parte de Guipúzcoa y Vizcaya, que había heredado de su suegro, último gobernador de Cantabria, en tiempo de los visigodos. Según la Crónica del Pacense, autor contemporáneo de la invasión árabe, hacia 732 hizo Abderrahmán I una entrada asoladora en Vasconia y por riberas del Ebro, incluidas en el ducado de Cantabria: si entró allí como enemigo, debió ser porque dichas regiones no estaban sometidas a su poderío. Ningún autor árabe señala dominio musulmán alguno en Cantabria y riberas del Ebro desde Sobrón a Manzanedo, sino sólo incursiones pasajeras”.
 
Cadiñanos Bardeci, a su vez, mantiene: “La invasión árabe tuvo su límite norte en el paso de la Horadada (Oña), cerca de Medina. Nunca pasaron de aquí para establecerse de forma fija como lo ha demostrado P.L. Serrano. En el Cartulario de San Millán se dice “nunca las crónicas cristianas ni musulmanas señalan fortaleza alguna que de modo permanente poseyeran los árabes más acá de Nájera, o sea Haro, Montes Obarenes, Bureba y Tobalina”.

 
También mantiene esta línea de opinión Maíllo Salgado: “La dominación musulmana en la meseta, la parte más expuesta del cuadrante noroeste peninsular, cuando existió, no pasó de ser una ocupación militar poco densa […] la cuenca del Duero se convertiría en una zona de correrías de los cristianos del norte y de los musulmanes del sur, en que ni unos ni otros ejercieron una hegemonía política ininterrumpida y firme”. Y prosigue un poco más adelante: “La única frontera que existió realmente fue el Sistema Central, y sólo algunos puntos marginales al norte de la cordillera estuvieron en manos andalusíes”. Martínez Ochoa mantiene una postura menos extrema: “Es cierto que en esta franja de la Península la invasión musulmana se reduce a una serie de ataques fronterizos, incursiones rápidas de los ejércitos árabes. Pero son campañas lo suficientemente frecuentes y destructoras como para impedir la estabilización de los cristianos en estos valles”.
 
Frente a esas fuerzas invasoras de Las Merindades se organizó una defensa con fuerzas locales como señala Martín Viso: “…una serie de sitios de altura, así como alia plurima castella quod longe est prenotare, por lo que debía existir un patrón generalizado de estructuras locales dotadas de castella. Tales lugares se alejaban del modelo feudal de castillo y debían ser básicamente refugios organizados y gestionados por las comunidades, construidos, por tanto, con técnicas relativamente sencillas”.
 
Sanz Pascal (2012) propone una clasificación de esos castillos que acabamos de comentar en tres grupos:
 
  • De primera generación: se trataría de fortificaciones de gran tamaño, ubicadas a gran altura, surgidas tras la caída del imperio romano y de sus civitates, respondiendo a un nuevo sistema de explotación y ocupación del territorio.
  • De segunda generación (750-1000): se trataría de castillos poco conocidos, surgidos en un periodo de inestabilidad profunda tras la invasión musulmana, la caída del reino visigodo y una profunda fragmentación territorial.
  • De tercera generación (a partir del 1000): serían el resultado material de la consolidación de las estructuras de poder a gran escala como los diferentes condados y reinos que se documentan ya a partir del siglo XI. Son castillos mejor conocidos y mejor conservados hasta el presente.
 
Respecto al valor de aquellas fortalezas podemos leer en Villalba Ruiz de Toledo: “Los territorios colonizados en la primitiva Castilla entre los últimos años del siglo VIII y el 842 aproximadamente, estaban defendidos por una serie de fortalezas que dan su nombre al territorio. Serían éstas las de Castrobarto, dominando las tierras de Losa y Villarcayo; Torre de Tudela, al norte de Losa, en tierras alavesas; castro de Villalba, en las alturas que separan los valles de Losa y Valdegovía; Torre de Alcedo en Álava; Casto Siero en la región alta del Ebro; Castillos de Cuevarana, junto a Peñahorada, sobre una peña que domina el Vesga en su conexión con el Ebro, para impedir la entrada en Traspaderne y que, por tanto, defienden el curso del Ebro desde Valdenoceda hasta Miranda; Castillo de Tetelia, en el término y peña de Tedeja, defendiendo el valle de Tobalina occidental; Castillo de Mijangos, que completa la defensa del valle de Tobalina; Castillo Monte Tesla, en el recinto interior de Valdivielso; y plazas fuertes de Frías y Lantarón, surgidas como desafío a las fortificaciones musulmanas de Pancorbo, vitales para cerrar la entrada a Castilla por La Rioja.”
 
Ciertamente Castilla es Al-Quilá, la tierra de los castillos: ellos fueron su defensa, así como sus montañas, ríos, desfiladeros y pobladores.
 
 
Ricardo San Martín Vadillo.
 
 
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