Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 9 de junio de 2024

Medina en el catastro de la Ensenada.

  
Empleamos la anterior entrada de esta bitácora para describir los entresijos de la redacción del catastro del marqués de Ensenada de Medina de Pomar, en Castilla Vieja, Arzobispado de Burgos. Ahora les mostraremos la fotografía que nos han legado.

 
Los representantes de Medina de Pomar concretaron que su término medía una legua castellana (4.175 metros) de este a oeste y lo mismo de norte a sur, y que el perímetro era de unas tres leguas. Se anotan ríos y pueblos circundantes y, también, los enclaves no pertenecientes a la jurisdicción de Medina: la Granja de San Miguel correspondiente a la encomienda de San Juan de Vallejo, que tenía su iglesia y una casa en la que vivía el granjero; y la Granja de Quintanazarza, donde había algunas casas perteneciente a la merindad de Cuesta Urria. ¿Frutales? Perales, manzanos, nogales, ciruelos, cerezos, guindos, membrillos, parras, avellanos, almendros, melocotoneros… Y como no frutales: olmos, fresnos, chopos y sauces.
 
Antes de continuar debemos comprender que en la Castilla de esos años los granos no se negocian según volumen sino por superficie, por el espacio necesario para sembrar una determinada cantidad de grano. Así una tierra medirá una fanega si es una fanega lo que se puede sembrar en ella. Y como a menor calidad la simiente debe ser menos densa, una tierra de menos calidad necesita más superficie para admitir la fanega de simiente. Por ello, una fanega de tierra de regadío mide 41 x 41 varas y una de secano unas 54 x 54 varas (2.033 metros cuadrados). Los investigadores fiscales anotaban las simientes que se sembraban pero los medineses se escapan diciendo que los agricultores son libres de sembrar lo que quieran. Aun así, indican que lo habitual es poner lino en los regadíos con la medida de dos fanegas y media de linuezo por cada fanega de tierra. En las tierras de primera calidad pondrán, el primer año, una fanega de trigo y el segundo dos de habas, por poner un ejemplo más. En otros tipos de tierra sembraban cebada, centeno, veros, titos, lentejas, mate, avena o mijo. El Catastro advertía a los declarantes que hablasen de valores medios, considerando que cada quinquenio había dos años de malas cosechas, dos de regulares y uno de buenas.

 
Para los frutales se estima un rendimiento medio por especie y pie de árbol: los más productivos, los manzanos (dos reales), seguidos de perales y nogales (un real y medio), ciruelos, avellanos, nísperos y parras (un real), cerezos y guindos (medio real), y los restantes un cuarto de real (membrillo, melocotón, gerbal y olmo) o inútiles (almendro, fresno, chopo y sauce), olvidando su aprovechamiento, aunque solo fuese para aperos, madera o leña. Estos árboles estaban en las huertas, heredades, campos, riveras de los ríos, caminos, veredas…
 
El catastro debía recoger los valores de los productos recogidos. Con relación a los principales -trigo, lentejas, habas, titos y arvejas- los tenemos a 18 reales la fanega; cebada a cuatro y avena a cuatro y medio. La arroba de nabos a dos reales y las nueces a seis reales. Las frutas, en general, a un real. La libra de cera, seis; la azumbre de miel, cuatro reales; la cría de oveja, seis reales; la de cabra, cuatro; una gallina, dos reales; y un pollo la mitad. Con todos estos datos se confeccionó la “nota de valor de las clases de tierras”. La tabla presenta cinco columnas (Especie / Calidad / Rendimiento y precios / Reales / Clases) y tantas filas como tipos de tierras se han descrito en el pueblo.

 
La Corona, con los siglos, fue vendiendo o regalando villas, lugares, cotos y rentas a particulares, iglesias, monasterios, conventos y casas nobiliarias. Como Medina de Pomar: era señorío del duque de la ciudad de Frías con lo cual, los Velasco, tenían derechos especialmente de gobierno y justicia. Elegía los dos alcaldes-justicias, uno de cada estado, que entendían de las causas en primera instancia. Las apelaciones ya se presentaban a los intendentes, a las Reales Chancillerías para ciertos asuntos, al Consejo de Castilla o a los más Consejos. El poder de los Velasco se reflejaba en el Alcázar. Pero, nos lo describe como dos torres de considerable elevación, con su casa-torre en medio de ellas, más baja, enlazadas unas con otras y sitas en el “barrio de la Puerta que se dice de la Villa”, con su foso y contrafoso, circunvalado de pared, con dos puertas fuertes que miran al oriente y ocaso y dos cañones pedreros, de bronce uno y de hierro colado el otro. La fortaleza tenía sus “quartos altos y vajos, pozo de bastante caudal de agua y caballeriza”. Bonito, pero ya en ese tiempo el abandono había hecho mella en el Alcázar, aunque seguía teniendo alcaide, Marcos Bonifaz, que era el interlocutor entre la villa y su señor. El edificio era una carga en el que se gastaba lo justo.
 
Además del alcaide del Alcázar, el señor de Medina nombraba las cuatro escribanías y el juez de residencia que auditaba las actuaciones y cuentas de alcaldes y demás empleados públicos cuando cesaban en sus encargos. ¡Como hoy en día en la política española! (es una ironía). El señor de medina poseía el derecho de alcabalas –diez por ciento sobre compraventas y trueques-. Los señores solían llegar a acuerdos con las villas para encabezar las alcabalas, fijando un pago anual al señor a cambio de la cesión del derecho a la percepción al por menor. En Medina, el "cabezo" había sido pactado en 11.300 reales al año, que incluía el derecho de puertas o portazgo, valorado en 400 reales de renta anual. El señor de Medina era titular de la alcabala, pero no de otros tributos como las sisas ni de los cientos, que por no haber sido vendidos por la Corona, que debían ser pagados anualmente en las arcas reales de Burgos. Pagaban por un valor de anual de 17.082 reales de vellón. El catastro nos da una relación de bienes porque se buscaba cambiar el sistema impositivo desde las compraventas (alcabala y cientos) y los consumos (sisas), hacia los bienes inmuebles (tierras, casas, edificios de todo tipo) y rentas estables, ya procediesen de actividades artesanales, comerciales, financieras o profesionales.

 
Con relación a los diezmos eclesiales de Medina de Pomar vemos que las berzas no diezman y que hay algunas tierras libres de diezmo, como eran las propias del cabildo de curas y beneficiados de la villa pertenecientes a la mesa capitular y cuadrillas beneficiales si las administraban por si o en renta sus individuos; los de la Encomienda de San Juan de Vallejo; y algunas del duque de Nájera. Otra excepción era que si alguien que no era vecino labraba tierras en Medina, pagaba la mitad del diezmo a esta villa y la otra mitad a donde estaba avecindado. Y lo mismo hacían los vecinos de Medina que labraban en otros pueblos. Salvo Miñón: si uno de este lugar labraba en Medina pagaba todo el diezmo en Medina, y si los de Medina en Miñón, todo en Miñón.
 
En general, todos los diezmos de una población forjaban un montón único. Pero si la había varias parroquias cada una tenía su montón. En Medina había, al menos, seis montones: los de las parroquias de Santa Cruz y San Andrés, los llamados diezmos de San Juan, los de Villacomparada, los de Pomar y los de la Granja de Zarzosa. Esto complicaba los repartos entre los beneficiarios, pues no todos tenían derecho sobre todos los montones, como tampoco sobre todos los frutos de un determinado montón.

 
Así la mesa arzobispal de Burgos tenía, en general, derecho a: un tercio de todos los frutos, pero no a los de hortalizas, nabos y fruta de Villacomparada. El cabildo de curas de Pomar tenía derecho a un tercio de todo lo de sus dos parroquias, pero de los de San Juan le correspondían los dos tercio, y de Villacomparada todos los de nabos, hortalizas y frutas. De los de Pomar el cabildo percibía un fijo (10 fanegas de trigo y cebada por mitad), como ayuda para luminaria y reparos. Lo mismo sucedía con las tercias reales, cuyos dos novenos del total de los diezmos pertenecían al duque de Frías, al que, sin embargo, de Villacomparada solamente le pertenecían del trigo, cebada y centeno, pero no de los demás frutos. Una locura que generaba rendijas donde podía perderse dinero. Para complicar más las cosas, tras el acopio de todos los diezmos en las trojes destinadas a ellos, y antes de proceder al reparto entre los beneficiarios, se realizaban quitas, como sucedía con el cabildo eclesiástico, que retiraba 14 fanegas de trigo, 10 de centeno, otras 10 de cebada y 5 de maíz por razón de clavería (custodia) y partición (cuentas para el reparto).
 
El Catastro extremó su atención a los diezmos, pues se trataba de una partida fundamental: la décima parte de toda la renta agraria de la Corona. Además, los diezmos permitían confirmar si se había declarado correctamente la producción. Y es que si cuando se terminaba el Catastro de un pueblo se sumaban todos los productos declarados, fruto a fruto, la décima parte de cada agregación tenía que aproximarse mucho a la media de los diezmos, pues de algo estaban todos seguros: la iglesia detraía el diezmo con rigor y exactitud. Hubo pueblos que, hecha tal prueba, arrojaron valores tan lejanos a los del diezmo que las autoridades catastrales no dudaron en mandar repetir íntegros sus catastros. No fue el caso de Medina que, a tenor de sus diezmos, tenía una producción anual media de 3.575 fanegas de trigo, 3.240 de cebada, 1.680 de centeno, 730 de habas y 520 de maíz, por citar los frutos principales. La parroquia más rica era la de Santa Cruz, seguida de la de San Andrés. De tamaño medio eran las de San Juan y la de Santos Justo y Pastor, que así se llamaba la de Pomar. Y las más modestas, San Julián y la de la Zarzosa.

 
Medina de Pomar tenía doce molinos activos repartidos en dos de sus ríos: el Trueba y el Salón. Los propietarios de los molinos eran nobles o eclesiásticos, probablemente porque eran quienes en su día pudieron hacer las inversiones precisas en edificio, piedras, presas, caces, etc. El número de piedras solía guardar relación con el caudal. Casi todos los molinos medineses disponen de dos piedras. El régimen del río resultaba también esencial, pero en Medina, el estiaje no se deja notar en demasía, pues a lo sumo provoca que durante el verano los molinos de dos piedras trabajen sólo con una. Atención, si esperaban ver a un cura con la sotana blanca de harina ¡olvídenlo! Porque los molinos estaban arrendados a un vecino o a un forastero que cobraba un porcentaje preestablecido sobre la cantidad de grano molido. Y, a menudo, “cobraban” de lo que sustraían. Uno de estos molinos estaba en el río Trueba, a cien pasos del casco de la villa, en el pago de San Francisco. Tenía dos ruedas, moliendo una de ellas todo el año y la otra siete meses. A 300 pasos del convento de Santa Clara, en el Trueba, había otro molino de dos ruedas que molía solo siete meses alquilado a López Borricón. Quizá por ello cobraban 135 reales. Entre ambos molinos había otro perteneciente al mayorazgo de Ramón Quintano, vecino de Salas de Bureba con una rentan al propietario 270 reales. En el barrio de Pomar estaba el molino del mayorazgo de Lorenzo de Toba, con dos ruedas y regido por María Trinidad del Gordon. El quinto molino sobre el Trueba pertenecía al Hospital “de Cartujos de la Vera Cruz”. Una de sus ruedas trabajaba todo el año y la otra seis meses. Estaba a 50 pasos de la Puerta de la Villa y la maquila se la repartían casi a medias Hospital y molinero. Por su parte, en el Salón estaban los molinos del conde de Lenzes, Santa Clara, el convento de San Pedro, el mayorazgo de Toba, el de los hidalgos Francisco Ontañón Enríquez y Pedro Morquecho y el del hidalgo Sebastián de Bustamante, vecino de la Campa. Se hallaban en Villamar, Campo del Palomar, el Campillo, el Sirgo y en el Puente del Canto. La pena es que en Medina no citan batanes a pesar de haber ganado y curtidores de pieles. ¡Había trece tenerías!
 
En el tema de ganado nos dicen que tenían bueyes, asnos, mulas, caballos, novillos, cerdos, cabras y ovejas. Para todo ese ganado había seis pastores, uno de ellos solo para Santa Clara, que el mejor retribuido, pues gozaba de casa, ración diaria, trigo y dinero. Los demás recibían granos en especie. Por suerte las abejas no necesitaban pastores. Recoge el catastro el número de colmenas: sesenta y cinco. Eran propiedad de Gabriel Gómez (20 colmenas), Bernabé González (11 colmenas), María Santos Ruiz (5), Juan Martínez (2), Pedro Martínez, Ángela González o Rodrigo Santiago Álvarez entre otros.

 
Medina de Pomar, según el documento de “Vecindario”, tenía 244 vecinos legos y 24 eclesiásticos seculares. Pero no es tan sencillo porque las clasificaciones que nos ofrecen tanto las “Respuestas” como el “Vecindario” son distintas. Así, las Respuestas (del catastro) hablan de 197 vecinos, 45 viudas y 26 habitantes que no poseen la vecindad, y de éstos, 7 varones y 19 mujeres. Por su parte, el "Vecindario" establece seis categorías: vecinos útiles, vecinos jornaleros, vecinos pobres de solemnidad, habitantes y viudas pobres entre los legos, y eclesiásticos seculares. El hecho de que en este documento aparezcan únicamente 6 viudas pobres, nos indica claramente que las no pobres han sido repartidas en las demás categorías, pues ya se ha visto que en Medina eran 45 las mujeres viudas. Cada una de esas categorías, a excepción de la de viudas pobres, se subdivide en el “Vecindario” en nobles y del estado general. Destacar tan sólo que nobles aparecen en todos los grupos: 3 en jornaleros, 15 en habitantes y 4 en pobres de solemnidad.
 
Había 245 casas para 268 vecinos entre legos y eclesiásticos seculares. Figuran dos casas arruinadas que habían sido mesones lo que hace pensar en la falta de viajeros de paso. Claro que aparecen dos posadas, una de ellas de la que llaman Abadía seglar de Rueda y la otra de dos vecinas: María Manuela de Cárcamo y Magdalena de Varanda. Sabemos que hubo seis panaderías de cocer pan y los distintos panaderos eran Gabriel Tristán, Esteban Ruiz de las Cuevas, Nicolás Fernández, Juan Ruiz, Juan Gutiérrez del Cerezo y Ángel Gordon. Una carnicería municipal regentada por Mateo de Cárcamo. Y, por supuesto, cuatro hospitales: el de la Vera Cruz o "de cartujos", el de la Media Quarta, el de San Matheo y el que llaman del Corral Mayor.

 
Los ingresos medios anuales para la villa en el último quinquenio habían ascendido a 41.392 reales, cifra importante que representaba más de 150 reales por vecino, un tercio de un salario bajo. La fuente por antonomasia estaba en las tabernas, que reportaban 26.502 reales, y ello sólo por las alcabalas y sisas establecidas. La segunda partida en importancia era también fiscal: 9.873 reales que dejaban las alcabalas y cientos por las ventas, sobre todo, de bueyes y mulas, en las ferias. La agregación de ambas partidas (36.375 reales) se aplicaba al pago de la alcabala al duque y de los cientos y millones a las arcas reales. El resto de los ingresos procedía de una variopinta relación de partidas, casi todas también de carácter fiscal, o por la adjudicación de servicios al Común. Así, el abastecedor de carne contribuía con 1.300 reales; el arrendador del peso del haberío, 550; el del peso de la fruta, 500; por el derecho del peso real (propiedad de Santa Clara), 200; por las alcabalas o venta de leña y por el portazgo, 500, etc. Todos los que comerciaban con algo debían depositar sus correspondientes alcabalas.
 
Si los ingresos representaban 41.392 reales y los pagos al duque y al rey 28.382, el excedente medinés eran 13.010 reales. Este dinero se destinaba, entre otras cosas, a fiestas como la Pascua de Pentecostés, la fiesta del Rosario y la conmemoración de una batalla, a la que agregaban la de Corpus. Estos festejos incluían toros, toreros, tortas, fuegos, danzas y comedia. Se añadía a lo dicho otro gasto anual de 1.200 reales para las que llaman fiestas y funciones de entreaño, especialmente relacionadas con la celebración de los nuevos nombramientos y la toma de cuentas. También eran significativos los 2.500 reales destinada a componer puentes, pasos de servidumbre, calzadas, presas en el que llaman río mayor y molinar, nuevos plantíos, y derechos de verederos. Partida también significativa era la destinada al médico (2.500 reales), al maestro de primeras letras (550), al escribano (400), al administrador de bienes del Común (740), al pregonero (500), al mayordomo de propios (200) o al vendedor de papel sellado (320).

 
Las tiendas existentes en Medina no presentan ninguna particularidad. Se reducen a la abacería (aceite, pescado, vinagre...), la carnicería y las seis panaderías, a las que se añadían Valentín García que era chocolatero, cerero y tendero de paños, y dos chocolateros a tiempo completo llamados Domingo y Lesmes, o Ronaldo de Roldan (Tendero). Todo eso mostraban el carácter ya urbano de Medina. No se hace alusión alguna a la actividad de orfebres y plateros que en el pasado había tenido fama gracias a su extinta judería. En las tabernas se servía y vendía tanto vino blanco como tinto, ya fuese de Aranda, de Rioja o de la Tobalina, que son las denominaciones que citan. Los taberneros -Domingo Revuelta, Ambrosio de Verganeo y el chocolatero Lesmes Sáinz- gozaban de utilidades de 1.500 reales el primero y de 1.000 los otros dos, que los vecinos detraían de lo recaudado por impuestos.
 
El mercado se celebraba todos los jueves vendiendo sobre todo fruta, granos y género de buhonería. Las ferias de Medina de Pomar se celebraban tres veces al año: en la Ascensión del Señor, el 18 de julio (la de Santa Marina) y por San Miguel (29 de septiembre). Las ventas se centraban en vacuno, mulas y machos, paños y lienzos y zapatería, ramo éste que contaba con catorce maestros, muchos de ellos también curtidores. Y si el mercado semanal era franco, no sucedía lo mismo con las ferias, en las que se cobraba un cinco por ciento de alcabala. Este porcentaje nos dice que este tipo, mitad del oficial, era una “alcábala del viento” donde se pagaba la mitad en el lugar de origen de los géneros y la otra mitad en el lugar de venta.

 
Hablemos del mantenimiento de los puentes. Estos eran dos: el del Canto sobre el Trueba y el del Vado sobre el Nela. Los derechos de pontazgo se añadían a los ingresos de la villa, cobrando cuatro maravedíes por cada buey o cerdo y la mitad por cada cabeza lanar o cabría. Las caballerías no pagaban si viajaban de vacío, pero si llevaban carga contribuían con cuatro maravedíes las mayores (caballar y mular) y con dos las menores (asnal). Los derechos de pontazgo afectaban sobre todo a los arrieros de oficio, trece en Medina. El catastro optó por regularles unas cantidades fijas en función del número de caballerías con las que viajaban, variando la valoración en función de que fuesen mayores (300 reales) o menores (200), reduciendo tales cantidades si la dedicación no era de todo el año sino por temporadas. La actividad arriera en Medina la componían doce caballerías mayores y cuarenta menores.
 
En Medina de Pomar trabajaban dos boticarios –Pedro de España y Gregorio Ezquerra-, un cirujano llamado Miguel García, cuatro escribanos, otros tantos notarios, ocho administradores de patrimonios o servicios, cinco sacristanes y tres alguaciles, amén del médico y el maestro. La botica de Gregorio Ezquerra de Rozas era gestionada mediante un “oficial examinado”, Domingo Revuelta, vecino de Pancorbo. Miguel García era médico (3.524 reales) –quien, quizá, también era el cirujano por 1.927 reales. Sin olvidar a Ángel López que gestionaba el estanco de tabacos con 3.102 reales de salario anual. El mayordomo del duque de Frías y del convento de Santa Clara, Diego de Rozas Zorrilla, cobraba unos 5.000 reales por encima del estanquero.



 
Pero descartando cifras salariales diremos que Medina de Pomar tenía tejedores (19 maestros), curtidores-zapateros (14, con 4 oficiales y 6 aprendices) y sastres (10), que por su número parece poderse inferir que trabajaban para Medina y todo su entorno y feriantes. Ejercían también en la villa diversos canteros-carpinteros (12 más 2 oficiales y 2 aprendices), herreros (3) y zurradores (2), a los que se agregaban un albéitar, un alfarero y hasta un pintor-dorador, empleado probablemente en las iglesias, conventos y algunas casas nobiliarias.
 
Un detalle a destacar es la existencia de solo seis jornaleros -lo que nos habla de un reparto de la riqueza bastante igualitario- que contrastaba con los cincuenta y cuatro labradores, que empleaban a diecisiete de sus hijos mayores de 18 años y a siete criados que vivían con el labrador. No confundamos a los labradores con los hortelanos. De estos había nueve que producían, evidentemente, hortalizas y frutas. A pesar de hablar de una renta media aceptable había treinta pobres de solemnidad, veinte de ellas mujeres, además de los que había en los hospitales.




 
Los hospitales de Santa Clara y la Quarta son conocidos por nuestros lectores. El de San Matheo, con dos camas para sacerdotes y peregrinos, fue erigido por el gremio de zapateros de Medina de Pomar con una renta era reducida: cuatro fanegas y media de trigo para la ropa de las camas y reparos. A este hospital estaba adosada una casa cedida por el duque de Frías para dar cobijo a vecinos pobres. De parecida humildad era el cuarto de los hospitales, el de Corral Mayor, que disponía de tres camas para pobres en tránsito. Aunque no se les daba ración alguna, en las tres pascuas se les proporcionaba seis fanegas de pan cocido. Su fundación fue obra del mayorazgo de Margarita Saravia, del lugar de Villacomparada de Rueda.
 
 
Bibliografía:
 
 
“La villa de Medina de Pomar en sus respuestas al interrogatorio del Catastro de Ensenada”. Concepción Camarero Bullón y Concepción Fidalgo Hijano.
Respuestas al Catastro del Marqués de la Ensenada de la villa de Medina de Pomar.
 
 
 
 

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