Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 1 de junio de 2025

Las letanías de Micaela Varona en su tiempo.

 
 
El diccionario de la Real Academia de la lengua española dice que la letanía es una oración cristiana que se hace invocando a Jesucristo, a la Virgen o a los Santos como mediadores, en una enumeración ordenada. Procede de la palabra griega “litanéia” que significa súplica. Es correcto, pero también es un acto de insistencia larga y reiterada. De forma coloquial, claro. Y, seguro, que piensan que esta serie sobre la monja villarcayesa es algo parecido a una letanía, ¿verdad?

 
Las letanías tienen una prolija tradición que permitía dar voz al pueblo en procesiones y rogativas. En su forma más antigua, las invocaciones son de carácter concreto y utilitario: “¡San Fulano, ruega por nosotros!; De peste, hambre y guerra, líbranos, Señor”; etc.
 
Por ejemplo, ¿a que les suena esta?:
 
“Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial,
(Respuesta) ten piedad de nosotros”.
 
Las letanías proceden de los primeros siglos de la cristiandad. Como han recordado al leer la arriba escrita, eran súplicas dialogadas entre sacerdote y fieles, y también se rezaban en las procesiones. Al principio eran súplicas dirigidas a Dios y con el tiempo se añadieron invocaciones a santos y a la Virgen María.
 
Durante la Edad Media el género evoluciona y aparecen letanías laudatorias, al estilo de las aclamaciones militares imperiales, donde cobra relieve la definición, la calidad y el elogio del invocado. Las más antiguas letanías a María propiamente dichas se encuentran en un códice de Maguncia del siglo XII titulado “Letania de Domina Nostra Dei genenetrice Virgine Maria. Ora valde bona, cotidie pro quacumque tribulatione dicenda est”, con alabanzas largas y en cada verso repitiendo el “Sancta María”. El ejemplo mariano más popular es la letanía llamada Lauretana -del santuario mariano de Loreto (Italia)-. En ella tenemos una serie de metáforas sacadas algunas de la Biblia y otras fruto del entusiasmo poético. Esta letanía mariana, en versión depurada, tuvo la aprobación del Papa Sixto V (1587), relacionándola con la devoción del Rosario. No debe olvidarse la función pedagógica de dicha letanía, o la del Nombre de Jesús, a modo de reparación y correctivo al difundirse la fea costumbre de la blasfemia. Esa Letanía Lauretana puede verse como un compendio del conocimiento hagiográfico popular de la Virgen María. La proliferación de letanías incontroladas, incluso extravagantes, llevó a la Santa Inquisición, en 1601, a refrenar la espontaneidad de los autores y cerrar el número de letanías aceptadas, aunque pronto hubo presiones para que la Congregación de Ritos aprobase algunas más.

 
Con los años las letanías avanzaron a ser casi parte del corpus teológico. Seguían buscando la contemplación emotiva de altos misterios: la eucaristía, la pasión de Jesucristo, los atributos divinos... pero de forma locuaz y fulgurante. Así Micaela Jerónima Varona dejó escrita una letanía teológica titulada “Heloxios” (elogios) a la Santísima Trinidad. Escribió: “Trátase de sus divinos atributos en general, y peticiones afectuosas; y en particular, de los misterios de la Pasión de Cristo, y del misterio del Santísimo Sacramento, y del Espíritu Santo. En forma de letanía. Se ha de responder a cada verso: “Todos te conozcan y te amen”.
 
Padre piadoso, Autor de la gracia,
Divino Amor mío, dulzura de las almas,
Señor Enamorado, que de amor eres todo,
Todo lo puedes y nada dificultas,
Medicina que curas toda llaga,
Imán que atrae a Ti los corazones,
Señor, que a los más pobres enriqueces,
Pastor divino, que entre los breñosos riscos buscas tus ovejas
………………………………….”
 
Esta letanía debía desarrollar el misterio trinitario discurriendo por cada una de las tres Personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo. Y aunque la parte de la súplica cede importancia a la enunciativa, nos encontramos que, a partir de cierta invocación, la respuesta “todos te conozcan y te amen” se vuelve cansina y se cambia por “abrásanos, Señor, en ese amor”. Se produce un nuevo cambio en la tercera sección, dedicada a la devoción eucarística, teniéndose que responder “en tu gracia todos te recibamos”.

 
En tiempo de Micaela la herejía de moda todavía era el jansenismo. Su nombre procede de Cornelio Jansenio (1585-1638), un obispo de Yprés (Bélgica) autor del libro teológico “Augustinus” que era un estudio de la doctrina de san Agustín acerca de la influencia de la gracia divina para obrar el bien, con mengua de la libertad humana. La gracia de Dios es concedida o rechazada de antemano, sin que las obras del creyente, puedan cambiar la suerte de su alma. Esta visión de la salvación se opone a la de los jesuitas, que defienden una gracia divina suficiente, que da al hombre todo lo que le es necesario para hacer el bien, pero que no puede tener efecto sino por la sola decisión del libre arbitrio.
 
¿Tanto duró la moda jansenista cómo para afectar en tiempos de Micaela? Pues sí; la razón de tanta vitalidad fue que, como en la polémica arriana, se enredaron cuestiones ajenas al problema inicial. En tiempos de fray Melchor y de la madre Varona, el jansenismo era más bien un movimiento intelectual ilustrado y reformista eclesiástico con ribetes políticos. Y bajo este aspecto, en la crisis social de la Compañía de Jesús, que terminó con la expulsión de los jesuitas de muchos países y, finalmente, con su supresión por el papa franciscano Clemente XIV (1773), el mote de “jansenista” se usó como sinónimo de antijesuita.
 
Lo que quedó fruto de esa polémica en muchos conventos de monjas fue un poso de desazón. Tanta práctica religiosa, tanto rezo larguísimo en el coro, las devociones, penitencias y privaciones de regla, ¿para qué servían? ¿aseguraban de algún modo la salvación? ¿se podía comulgar sin cometer sacrilegio? El reducto más típico del jansenismo teológico fue el monasterio de Port-Royal des Champs, cerrado y demolido finalmente por orden de Luis XIV (1709-1710), para contentar a los jesuitas. Estos por su parte promocionaron una devoción especial, el sagrado Corazón de Jesús, como supuesto antídoto frente al virus jansenista.

 
La nueva devoción se divulga en Francia, sobre todo a partir de santa Margarita María de Alacoque, antigua alumna de las clarisas y luego monja salesa, que en 1673-1674 tuvo una serie de revelaciones. La dinastía francesa, la del nuevo rey de España Felipe V, trae también su devoción al Corazón de Jesús a España. Entre las preocupaciones de Micaela, en su correspondencia, ocupan lugar importante las nuevas devociones. Por ejemplo, la carta de 15 de febrero de 1732, donde se hace referencia al papa sin citarle (Clemente XII), nombrando en cambio al rey don Felipe V, la ocasión es cierta devoción a San José, los viernes de 4 a 5 de la tarde, pidiendo por las intenciones del pontífice y del soberano.
 
Gracias al Altísimo el jansenismo no tocó Santa Clara de Medina. Las cartas de la madre Micaela sugieren una práctica eucarística normal, con las monjas comulgando a menudo. Nuestra protagonista en sus invocaciones revela su tendencia a un misticismo abstracto, trascendental, donde se aprecia cierto matiz determinista, atemperado en expresiones cálidas de confianza. Sólo en la oración final de rigor hay una mención explícita de la “gracia eficaz” sin mayor énfasis; gracia que en todo caso se da y no se niega a quien la quiere, como reza una de las invocaciones. Por lo demás, mantras en verso, desgranando un poema místico:
 
“Señor que das la gracia a quien la quiere:
nadie quitarte puede lo que es tuyo,
nadie te puede dar ni quitar nada,
pues Tú a Ti mismo debes lo que tienes.
 
Eres un solo Dios en tres Personas,
una esencia divina en ti contienes;
distintos son los nombres y personas,
y una sustancia encierras.
 
Tres las Personas, todas tres iguales...
 
Haz que todos te gocen, vida mía
 y no permitas que nadie se pierda.
 
Luego, según el programa, la referencia a Dios muta a una devoción más centrada en Cristo, más efusiva:
 
“Señor que estás rogando con tu amor;
convidándonos tú con el remedio.
Tú que nada de nadie necesitas,
sólo para favorecernos nos pretendes.
¡Sazónanos a todos con tu amor!
¡Oh qué dicha, Señor, que Tú nos comas!
Señor, siempre celoso de las almas,
Galán que andas rondando nuestras puertas:
Por tu amor, el morir no será mucho...
No puedes darnos Tú más que a ti mismo.
¡Quién supiese comerte cada día! ¡
Quién antes de ofenderte, aun en lo leve,
escogiera el morir una y mil veces!
Pan que estás amasado
con la más pura y más virginal leche...”
 
Toda letanía empieza por el Kyrie Eleison (una petición a Dios para que se compadezca de los hombres) y termina por una Oración deprecatoria. Esta de la madre Micaela Jerónima Varona pide “que a todos nos des los auxilios eficaces de la divina gracia”.
 
Bibliografía:
 
“El compás de Santa Clara. Viaje entretenido por un archivo de monjas castellanas”. Jesús Moya.
www.vatican.va
Blog “miel y langostas”.
Real Academia Europea de Doctores.
La Croix en español.
 

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