El
diccionario de la Real Academia de la lengua española dice que la letanía es
una oración cristiana que se hace invocando a Jesucristo, a la Virgen o a los
Santos como mediadores, en una enumeración ordenada. Procede de la palabra
griega “litanéia” que significa súplica. Es correcto, pero también es un acto
de insistencia larga y reiterada. De forma coloquial, claro. Y, seguro, que
piensan que esta serie sobre la monja villarcayesa es algo parecido a una
letanía, ¿verdad?
Las
letanías tienen una prolija tradición que permitía dar voz al pueblo en
procesiones y rogativas. En su forma más antigua, las invocaciones son de
carácter concreto y utilitario: “¡San Fulano, ruega por nosotros!; De peste,
hambre y guerra, líbranos, Señor”; etc.
Por
ejemplo, ¿a que les suena esta?:
“Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial,
(Respuesta) ten piedad de nosotros”.
Las
letanías proceden de los primeros siglos de la cristiandad. Como han recordado
al leer la arriba escrita, eran súplicas dialogadas entre sacerdote y fieles, y
también se rezaban en las procesiones. Al principio eran súplicas dirigidas a
Dios y con el tiempo se añadieron invocaciones a santos y a la Virgen María.
Durante
la Edad Media el género evoluciona y aparecen letanías laudatorias, al estilo
de las aclamaciones militares imperiales, donde cobra relieve la definición, la
calidad y el elogio del invocado. Las más antiguas letanías a María propiamente
dichas se encuentran en un códice de Maguncia del siglo XII titulado “Letania
de Domina Nostra Dei genenetrice Virgine Maria. Ora valde bona, cotidie pro
quacumque tribulatione dicenda est”, con alabanzas largas y en cada verso
repitiendo el “Sancta María”. El ejemplo mariano más popular es la letanía
llamada Lauretana -del santuario mariano de Loreto (Italia)-. En ella tenemos una
serie de metáforas sacadas algunas de la Biblia y otras fruto del entusiasmo
poético. Esta letanía mariana, en versión depurada, tuvo la aprobación del Papa
Sixto V (1587), relacionándola con la devoción del Rosario. No debe olvidarse
la función pedagógica de dicha letanía, o la del Nombre de Jesús, a modo de
reparación y correctivo al difundirse la fea costumbre de la blasfemia. Esa
Letanía Lauretana puede verse como un compendio del conocimiento hagiográfico
popular de la Virgen María. La proliferación de letanías incontroladas, incluso
extravagantes, llevó a la Santa Inquisición, en 1601, a refrenar la espontaneidad
de los autores y cerrar el número de letanías aceptadas, aunque pronto hubo
presiones para que la Congregación de Ritos aprobase algunas más.
Con
los años las letanías avanzaron a ser casi parte del corpus teológico. Seguían
buscando la contemplación emotiva de altos misterios: la eucaristía, la pasión
de Jesucristo, los atributos divinos... pero de forma locuaz y fulgurante. Así Micaela
Jerónima Varona dejó escrita una letanía teológica titulada “Heloxios”
(elogios) a la Santísima Trinidad. Escribió: “Trátase de sus divinos
atributos en general, y peticiones afectuosas; y en particular, de los
misterios de la Pasión de Cristo, y del misterio del Santísimo Sacramento, y
del Espíritu Santo. En forma de letanía. Se ha de responder a cada
verso: “Todos te conozcan y te amen”.
Padre piadoso, Autor de la gracia,
Divino Amor mío, dulzura de las almas,
Señor Enamorado, que de amor eres todo,
Todo lo puedes y nada dificultas,
Medicina que curas toda llaga,
Imán que atrae a Ti los corazones,
Señor, que a los más pobres enriqueces,
Pastor divino, que entre los breñosos
riscos buscas tus ovejas
………………………………….”
Esta
letanía debía desarrollar el misterio trinitario discurriendo por cada una de
las tres Personas: Padre, Hijo, Espíritu Santo. Y aunque la parte de la súplica
cede importancia a la enunciativa, nos encontramos que, a partir de cierta
invocación, la respuesta “todos te conozcan y te amen” se vuelve cansina
y se cambia por “abrásanos, Señor, en ese amor”. Se produce un nuevo
cambio en la tercera sección, dedicada a la devoción eucarística, teniéndose
que responder “en tu gracia todos te recibamos”.
En
tiempo de Micaela la herejía de moda todavía era el jansenismo. Su nombre
procede de Cornelio Jansenio (1585-1638), un obispo de Yprés (Bélgica) autor
del libro teológico “Augustinus” que era un estudio de la doctrina de san
Agustín acerca de la influencia de la gracia divina para obrar el bien, con
mengua de la libertad humana. La gracia de Dios es concedida o rechazada de
antemano, sin que las obras del creyente, puedan cambiar la suerte de su alma.
Esta visión de la salvación se opone a la de los jesuitas, que defienden una
gracia divina suficiente, que da al hombre todo lo que le es necesario para
hacer el bien, pero que no puede tener efecto sino por la sola decisión del
libre arbitrio.
¿Tanto
duró la moda jansenista cómo para afectar en tiempos de Micaela? Pues sí; la
razón de tanta vitalidad fue que, como en la polémica arriana, se enredaron
cuestiones ajenas al problema inicial. En tiempos de fray Melchor y de la madre
Varona, el jansenismo era más bien un movimiento intelectual ilustrado y
reformista eclesiástico con ribetes políticos. Y bajo este aspecto, en la
crisis social de la Compañía de Jesús, que terminó con la expulsión de los
jesuitas de muchos países y, finalmente, con su supresión por el papa
franciscano Clemente XIV (1773), el mote de “jansenista” se usó como sinónimo
de antijesuita.
Lo
que quedó fruto de esa polémica en muchos conventos de monjas fue un poso de
desazón. Tanta práctica religiosa, tanto rezo larguísimo en el coro, las
devociones, penitencias y privaciones de regla, ¿para qué servían? ¿aseguraban
de algún modo la salvación? ¿se podía comulgar sin cometer sacrilegio? El
reducto más típico del jansenismo teológico fue el monasterio de Port-Royal des
Champs, cerrado y demolido finalmente por orden de Luis XIV (1709-1710), para
contentar a los jesuitas. Estos por su parte promocionaron una devoción
especial, el sagrado Corazón de Jesús, como supuesto antídoto frente al virus
jansenista.
La
nueva devoción se divulga en Francia, sobre todo a partir de santa Margarita
María de Alacoque, antigua alumna de las clarisas y luego monja salesa, que en
1673-1674 tuvo una serie de revelaciones. La dinastía francesa, la del nuevo
rey de España Felipe V, trae también su devoción al Corazón de Jesús a España. Entre
las preocupaciones de Micaela, en su correspondencia, ocupan lugar importante
las nuevas devociones. Por ejemplo, la carta de 15 de febrero de 1732, donde se
hace referencia al papa sin citarle (Clemente XII), nombrando en cambio al rey
don Felipe V, la ocasión es cierta devoción a San José, los viernes de 4 a 5 de
la tarde, pidiendo por las intenciones del pontífice y del soberano.
Gracias
al Altísimo el jansenismo no tocó Santa Clara de Medina. Las cartas de la madre
Micaela sugieren una práctica eucarística normal, con las monjas comulgando a
menudo. Nuestra protagonista en sus invocaciones revela su tendencia a un
misticismo abstracto, trascendental, donde se aprecia cierto matiz
determinista, atemperado en expresiones cálidas de confianza. Sólo en la
oración final de rigor hay una mención explícita de la “gracia eficaz” sin
mayor énfasis; gracia que en todo caso se da y no se niega a quien la quiere,
como reza una de las invocaciones. Por lo demás, mantras en verso, desgranando
un poema místico:
“Señor que das la gracia a quien la
quiere:
nadie quitarte puede lo que es tuyo,
nadie te puede dar ni quitar nada,
pues Tú a Ti mismo debes lo que tienes.
Eres un solo Dios en tres Personas,
una esencia divina en ti contienes;
distintos son los nombres y personas,
y una sustancia encierras.
Tres las Personas, todas tres iguales...
Haz que todos te gocen, vida mía
y
no permitas que nadie se pierda.
Luego,
según el programa, la referencia a Dios muta a una devoción más centrada en
Cristo, más efusiva:
“Señor que estás rogando con tu amor;
convidándonos tú con el remedio.
Tú que nada de nadie necesitas,
sólo para favorecernos nos pretendes.
¡Sazónanos a todos con tu amor!
¡Oh qué dicha, Señor, que Tú nos comas!
Señor, siempre celoso de las almas,
Galán que andas rondando nuestras
puertas:
Por tu amor, el morir no será mucho...
No puedes darnos Tú más que a ti mismo.
¡Quién supiese comerte cada día! ¡
Quién antes de ofenderte, aun en lo leve,
escogiera el morir una y mil veces!
Pan que estás amasado
con la más pura y más virginal leche...”
Toda
letanía empieza por el Kyrie Eleison (una petición a Dios para que se
compadezca de los hombres) y termina por una Oración deprecatoria. Esta de la
madre Micaela Jerónima Varona pide “que a todos nos des los auxilios
eficaces de la divina gracia”.
Bibliografía:
“El
compás de Santa Clara. Viaje entretenido por un archivo de monjas castellanas”.
Jesús Moya.
www.vatican.va
Blog
“miel y langostas”.
Real
Academia Europea de Doctores.
La
Croix en español.
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