Las tumbas excavadas en la roca constituyen uno de los vestigios arqueológicos más abundantes en la Península Ibérica, incluidas Las Merindades. Por supuesto no nos referimos a tumbas tipo la de La Resurrección sino tumbas tradicionales pero en lugar de excavarlas en la tierra (muy fácil) lo hacen en roca (nada fácil).
Cartel Peña Horrero |
Por su propia naturaleza constructiva, casi ninguna ha conservado restos humanos, ni ajuares y todas se hallan arqueológicamente descontextualizadas. El resultado es que no suelen usarse en los estudios sobre la Alta Edad Media. Si a esto le sumamos la despreocupación por la arqueología del medievalismo y la mayor consideración de los periodos post-romano y alto medieval con respecto a las épocas romana y feudal, lo tenemos todo dicho.
A. del Castillo estableció una primera fase, aproximadamente del siglo VII, caracterizada por la presencia de las tumbas de bañera. A ella le seguiría las denominadas tumbas antropomorfas, que tendrían su periodo de vigencia durante la repoblación por parte de los mozárabes procedentes de al-Andalus en torno a los siglos IX y X. Esta cronología difusa sigue aplicándose en la actualidad a pesar de basarse en una serie de hipótesis e interpretaciones que hoy en día resultan insostenibles.
Otros investigadores han planteado propuestas distintas. J. López Quiroga y M. Rodríguez Lovelle consideran que los inicios de las necrópolis de tumbas excavadas en la roca, incluyendo las antropomorfas, deben situarse a finales del siglo VII, aunque serían entre los siglos VIII al X cuando se produjo su momento de máximo uso. Su presencia se vincularía a ciertos cambios sociales, generándose un poblamiento en áreas hasta entonces marginales.
Las necrópolis son reflejo de una sociedad. Reflejan las estructuras de poder de los vivos. Un elemento destacado es la deposición de ajuares, en especial de objetos que simbolizaban la riqueza o el poder. Tales materiales servían para subrayar el prestigio y estatus social de determinadas familias. El rito de inhumación exigía la presencia de una audiencia, la deposición representaba públicamente el dominio social (Tenemos tanto que nos podemos permitir tirar cosas).
En los siglos VII y VIII se produjo una disminución en la riqueza de los ajuares, acelerándose la tendencia hacia la consolidación del enterramiento sin ajuar. ¿La causa? Consolidación de los cauces de dominio y la influencia de la Iglesia, cuya proyección social permitió que buena parte de la inversión aristocrática destinada a fortalecer su estatus se dirigiera precisamente hacia ciertos centros de culto locales o hacia nuevas prácticas distributivas.
Bueno, la pregunta que nos ronda es ¿Por qué en roca? La evidencia parece inclinarse hacia la opción de un emplazamiento en zonas baldías. Y en Las Merindades debían abundar éstas porque hallamos muchas tumbas utilizadas a lo largo del periodo comprendido entre los siglos VIII a XI: Cigüenza, Bocos, Quintanamaría, Montejo de Cebas, Villabáscones, Quejo, Corro, San Juan de Hoz en Cillaperlata, San Pantaleón, y Peña Horrero, cerca del pueblo de Fresnedo. Nuestros cementerios, alto medievales en su mayoría, están en rocas de arenisca, la más fácil de trabajar. Cumplen los cánones formales, es decir, forma de bañera o forma del cuerpo humano con hueco para la cabeza, parte para el cuerpo con contorno de hombros, y pies.
Peña Horrero, en la pedanía de Fresnedo y pegada Gayangos, se caracteriza por tener muy definidas su acrópolis, o zona de vivienda, y su necrópolis, o cementerio. Ha sido estudiado por numerosos investigadores, desde el presbítero Antolín Sáinz de Baranda, a finales del siglo XIX, hasta las observaciones de Jesús María Méndez en su trabajo publicado por el C.I.T. de Medina de Pomar.
Necrópolis y acrópolis se corresponden con dos series de crestas separadas por una falla. Junto a la elevación rocosa más meridional hallaremos una pequeña fuente con abrevadero y, frente a ella, el único acceso a la necrópolis facilitado un tanto por la existencia de varias oquedades en las que apenas se pueden apoyar los pies.
Unas cincuenta sepulturas antropomorfas y de bañera, de distintos tamaños, en desigual estado de conservación, excavadas en la piedra y orientadas este-oeste, ocupan toda la plataforma, algunas de ellas casi tapadas por arbustos. En un plano más elevado, al que se llega merced a unos escalones toscamente labrados, encontramos una plazoleta de unos 25 o 30 metros cuadrados, abierta a Occidente, desde la que se domina la zona de tumbas. Está marcada por lo que parece un pretil.
En la otra elevación rocosa, la situada al norte, de mayores dimensiones, se asienta la que fuera acrópolis o lugar de reuniones y vivienda, Para llegar a ella habremos de rodear la roca por la parte contraria a la que llegamos y pasar bajo una especie de visera rocosa en la que se ven las oquedades que sirvieron de alojamiento al entramado de madera que, seguramente, habilitaba el espacio para redil o refugio. Al final de las campas, una pequeña senda nos permitirá subir a la parte alta de la roca en la que enseguida advertiremos signos de habitación humana, como hoyos para recoger el agua, hornacinas, puestos de vigía, repisas y numerosos huecos tallados para encajar vigas, soportes y entramados que facilitarían los desplazamientos por la zona.
En la parte central, en un resalte rocoso de su arista oeste hay media docena de escalones perfectamente labrados que, aparentemente, no conducen a sitio alguno, constituyendo un misterioso y críptico mensaje.
En esa misma zona se yergue, solitario, un vertical espolón rocoso en cuya cara este se ve una figura labrada que parece representar una gran ave con las alas abiertas.
Pero, tras la descripción actual les invito a conocer como se veía este yacimiento arqueológico en 1884 y en 1930. Como en otras ocasiones les advierto sobre las formas de escribir entonces y sobre las inexactitudes que puedan encontrar.
Empezaremos con un artículo en formato carta publicado en el periódico republicano y anticlerical, fundado por un medinense, Ramón Chíes, LAS DOMINICALES DEL LIBRE PENSAMIENTO:
“Mis queridos amigos: La lluvia y el frío me impiden hoy hacer las acostumbradas correrías científicas y dedico el día a comunicarles mis impresiones respecto al país que piso y á la estación prehistórica descubierta por nuestro ilustrísimo amigo el Sr. Sainz de Rueda.
En no muy ligera diligencia hice mi viaje desde Briviesca á Medina de Pomar, pueblo que á alguno de Vds. le despertará los felices recuerdos do la infancia trascurrida bajo loa viejos techos de solariega casa, que tuve el gusto de visitar.
El viaje es largo, pero lo amenizaron bastante las destempladas imprecaciones de dos clérigos que en el interior del coche venían condenando á las ideas modernas y recordando los tiempos en que dominaba el fanatismo religioso por las merindades de la Vieja Castilla. No quise asustarles y mudo, por un lado contemplaba los cerros que á los lados de la carretera se elevan cubiertos de frondosa vegetación, y con el oído bien despierto no perdía ni una de las chabacanas frases que mis tonsurados compañeros de viaje lanzaban.
Más acostumbrado á los esqueléticos peñascos meridionales que á las vestidas montañas del N. no puedo menos de agradarme la preciosa perspectiva que ofrecen las escarpadas colinas cubiertas de tupido bosque, agitándose, al parecer, con el soplo agudo del viento que casi continuadamente se desliza en estas altitudes: los estrechos desfiladeros de Horadada, entre Trespaderne y Oña, por los que el Ebro atraviesa, que dan paso á la carretera, forman encantador panorama que se ensancha al penetrar en los valles, donde multitud de aldeas, casi pegadas unas á otras, dicen muy alto cuál es la laboriosidad de los honrados habitantes de esta comarca.
En Medina esperábame el Sr. Sainz de Rueda con su coche, que nos condujo á la residencia veraniega de Baranda, preciosa quinta colocada en el centro de la extensa Merindad de Montija y desde donde se descubren numerosas aldeas cuyas blancas casas resaltan sobre el verde fondo del valle surcado en todas direcciones por anchas y bien conservadas carreteras.
Gayangos es un pueblecillo muy próximo á Baranda y notable por el establecimiento balneario cerca de él construido aprovechando riquísimas fuentes sulfídricas que, unidas á los pintorescos alrededores y á la agradable temperatura estival, le hacen incomparable para quien desee aprovechar las virtudes de sus aguas medicinales y mitigar la acción del sol en los meses de su mayor esplendor.
La estación prehistórica está situada muy cerca del balneario, pero pertenece ya al término de Fresnedo en la Merindad de Castilla la Vieja, Mi primera visita fue al día siguiente de la llegada, y por cierto que de Villarcayo habían acudido algunas personas sabedoras de la misión que allí me llevaba. El Sr. Sainz de Rueda me fue poco á poco mostrando las señales que el peñasco ofrecía y que describió en su primera carta á LAS DOMINICALES, señales que me llamaron profundamente la atención, subiendo está a su mayor grado cuando llegamos al cementerio situado en un extremo do !a población peñasco ó saxopolis, como acertadamente le llama dicho señor.
Para mí aquel era el punto más importante; las numerosas sepulturas, cuyos contornos aparecen á primera vista, contienen restes humanos de cuyo estudio ha de deducirse la historia de los hombres que habitaron el peñasco. Pudiera en cortos párrafos describir ahora los numerosos detalles encontrados en la roca que indican claramente la obra del hombre primitivo y las deducciones que el estudio de las sepulturas y los restos encontrados me han sugerido, pero juzgo mucho más conveniente esperar algún tiempo y dar un completo conocimiento de todo á los ilustrados lectores de LAS DOMINICALES cuando el detenido examen de los cráneos que existen en mi poder y serio estudio da todos los detalles, me permita hacer las afirmaciones fundadas en el sólido cimiento de los hechos. No obstante, desde luego afirmo que el Peñasco de Gayangos es una estación del hombre primitivo, que ofrece una grandísima importancia para el conocimiento de los orígenes de nuestro pueblo, puesto que no existe en España estudio serio que nos permita afirmar cuáles han sido los primitivos pobladores de la Península Ibérica, que en él se han de encontrar numerosos restos tan necesarios para constituir la colección antropológica de nuestro Museo nacional de Historia natural, y que no existe en España monumento ninguno perteneciente á tan remotas épocas, como el que ha sido objeto de mi viaje por estas regiones.
Es necesario, si el Gobierno aprecia en algo lo que el sentido común coloca como base del bienestar social, la ciencia, si le mueve el necesario deseo de que nuestra patria no figure á la cola del mundo civilizado en cuestiones científicas, que inmediatamente vigile la estación prehistórica de Gayangos para evitar profanaciones que pueden ser obstáculo al estudio, y que se preceda, cuando la bondad del tiempo lo permita, á verificar excavaciones en derredor del peñasco, pues la continua denudación da las rocas próximas y los arrastres han acumulado al pié gran cantidad do tierra y cantos, entre los que es fácil se encuentren enterrados restos de las viviendas y armas usadas por los habitantes.
Las sepulturas debieron estar recubierta por grandes losas, según se deduce de su simple inspección, y sin embargo, hoy están todas descubiertas, sin duda han sido utilizadas para construcciones; por este motivo la acción de la intemperie es muy enérgica y poco a poco se irán desmoronando y se perderán numerosos huesos, quedando los esqueletos incompletos y dificultando el estudio.
La ignorancia en que se encuentra sumida, desgraciadamente, la mayoría del pueblo español, ha propagado egoístas versiones, y esta es la causa do que muchas sepulturas hayan sido descubiertas, desenterrados los restos que encerraban y perdidos les mil detalles que pudieran haberse observado respecto á la colocación de los cadáveres, utensilios que les acompañaran, etc.
Un detalle digno de tenerse en cuenta: hace más de treinta años una adivina que recorría este país favorecida por el fanatismo que el catolicismo fomentaba sin tropiezo de ningún género, dijo que cerca de Gayangos, en un peñón separado de la montaña, existía escondido un tesoro. La estación de que me ocupo pagó la mentira de la adivina, el pueblo acudió allí y numerosas sepultaras fueron destrozadas; son la mayoría de las que á simple vista se divisan sobre la roca. ¡Cuántos restos preciosos para la ciencia se perderían! ¡Siempre el catolicismo como valla opuesta al progreso! ¡Y aun hay quien lo cree compatible con la libertad humana!
Siguiendo la costumbre que hago ley de mis excursiones, he tenido especial cuidado en examinar cuál es la situación religiosa de este país. Por mil detalles y por conversaciones que sobre-mesa han surgido entre los comensales, que siempre tiene el Sr. Sainz de Rueda, conocedores del país, me he convencido de que el fanatismo ha cedido el paso al indiferentismo, que es la base de la separación de todo dogma y de toda religión positiva. Débese esto al clero, que ha perdido mucho de su antiguo prestigio, según ola decir lamentándose á mis compañeros de viaje. En toda esta región el clero abunda, pero no se impone: en cada pueblo, por pequeño que sea, no falta un cura y siempre las cuatro ó cinco casas que constituyen algunas aldeas se agrupan en derredor do la ni esbelta ni elegante torre de una vieja iglesia; pero el cura es un vecino como otro cualquiera, que, generalmente, se ve precisado á trabajar para comer porque el divino oficio no da lo necesario para las necesidades de la vida y el pueblo es tan malo que no manda decir nada extraordinario y apenas sostiene la diaria celebración de la santa misa.
Una de las impresiones más cómicas que he tenido en mi vida fue en la feria de Medina. Llamábanme extraordinariamente la atención raros personajes de curtida cara y toscos modales, cubiertos por largo y casi-prehistórico gabán, con no menos vieja y respetable chistera de indefinido color, montados en pacífica jaca y guiando unos cuantos bueyes, y unas cuantas vacas; entraban en trato y con todo el arte clásico de refinados chalanes ajustaban la venta de sus cornudos acompañantes.
Yo creí serian albéitares, grado inferior al de veterinario, que aun parece se conserva en ciertas regiones de España, pero me sorprendí cuando mis amables guías me dijeron que…¡¡eran curas!! ¡Verdaderos curas rurales! Menos mal, —dije para mis adentros—no es muy propio el oficio, pero eso no deja de exigir trabajo durante el año.
He visto el caso, y por cierto que no lo repruebo, do estar un cura rural, remangada la sotana, haciendo, con piedra y arcilla amasada, pared en una heredad ayudado del ama. Todas estas cosas y otras que no relato porque nuestro amigo El Motín las ha insertado, prueban que hay aquí más indiferentismo que otra cosa. Ha de hacer mucha mella el libre pensamiento.
Las ideas republicanas cunden y se arraigan por aquí. Débese esto al magnífico ejemplo que dan los veteranos liberales de estos contornos. ¡Siempre el ejemplo fue el mejor medio de extender las ideas de moralidad y de justicia que entraña el credo republicano! Y por cierto que he conocido y he saludado con cariño, y hoy están comprendidos entre mis buenos amigos, valientes campeones del libre-examen y la república, algunos de los cuales conocen ustedes ya.
La carta va tomando grandes proporciones y, aunque mucho podría decirles, hago aquí punto final, no sin felicitarles cordialmente por su valiente campaña, en nombre de los republicanos de esta merindad, de Medina y de Espinosa, y sin poner de manifiesto la cariñosa acogida que me han dispensado todos, en especial nuestro querido correligionario el Sr. Sainz de Rueda, que, no contento con haberme albergado en su preciosa estación veraniega de Baranda, sigue ofreciéndola patrióticamente si continúo los trabajos científicos por esta región castellana. '
Un cordial abrazo á Miralta, mi saludo cariñoso al resto de los colaboradores y Vds. Saben está á la disposición de los santos ideales que defienden su afectísimo amigo y entusiasta correligionario,
ODÓN DE BUEN Y DEL COS.
Gayangos 10 de Octubre de 1884”
Damos un salto hasta el año 1930 gracias al periódico EL SOL del 4 de Diciembre de 1930 que en su sección “Turismo-Viajes” nos habla del lugar:
“Gayangos, pueblo de balneario. Es decir, pueblo que tiene perdido su sabor rural, que se entrega al fácil halago de indianos y veraneantes. Pueblo acostumbrado a la visita, que en seguida enseña su motivo turístico. "Aquí tenemos unos sepulcros prehistóricos", os puede decir cualquier labrador que encontréis en el camino. O, si no, "Unos sepulcros del tiempo de los moros."
Porque el campesino de Castilla atribuye todo lo que está más allá del siglo XVII o XV a esa lejanía difusa. "Tiempo de los moros." Como si dijéramos, época anterior a todo recuerdo vivo. Gayangos tiene también unas charcas perpetuas, alrededor de las que ha urdido una historia medieval para solaz de sus bañistas y visitantes: en el sitio que ellas ocupan ahora se asentaba un pueblo primitivo, que quedó sumergido por la maldición de un peregrino a quien no quisieron dar posada. Casi el tema nipón que Debussy aprovechó de tan graciosa manera en su "Cathédrale engloutie".
Pero ni una piedra histórica, ni un buen retablo, ni las ruinas de un castillo. Sólo, a dos o tres kilómetros del pueblo, estos sepulcros, que bien merecen la visita. Hay que tomar un camino muerto, hay que entrar por un vallejo de tierra dura y solitaria, subir y bajar ribazos, escalar una peña... Y después de todo se halla uno sobre un promontorio de roca viva en la que están tallados los sepulcros, guardando la forma del cuerpo que descansó en cada uno: un semicírculo para la cabeza, dos ángulos para los hombros y las líneas casi perpendiculares que bajan a los pies. Esquema del ser humano, espontáneamente concebido en épocas de primitivismo y sinterización.
Las sepulturas tienen una perfecta variedad de tamaños: desde la del niño de meses a la del hombre fornido, que hubiera sido gigante en nuestros días. Más arriba de esta explanada de enterramientos hay una pequeña plataforma, en la que parece descubrirse el lugar de los sacrificios.
Agujeros en la peña, como para atar a los seres sacrificados; bajo ellos, pequeños lechos de roca viva bordeados de canalillos que van a un depósito común, en el que acaso se reunía la sangre mártir. Y presidiéndolo, una especie de pulpito para el oficiante. Acaba en una alta torrecilla, que le da aire guerrero. Todavía se sube a ella por una tosca escalinata labrada en la piedra y se sale a la pequeña plazoleta del final, defendida por grueso pretil.
Magnifica atalaya, dominadora de todo el pequeño valle, que le lame los pies: un valle de tiernas perspectivas virgilianas: pradera, río, fronda. Y hendiduras en las peñas que lo rodean, huecos y resguardos que bien pudieron albergar a un pueblo primitivo. Todas son huellas de su indudable existencia.
Y aquí entran los historiadores. Estos sepulcros se han atribuido a cántabros, godos, celtas y demás razas perdidas. "En 552 parece que godos y suevos pelearon contra los cántabros en la Montaña Alta. Como a legua y media de Espinosa de los Monteros, sitio en que se hallan vestigios de sepulcros cubiertos con lápida", dice la "Historia sobre el origen y soberanía del condado de Castilla", de Gutiérrez Coronel.
Según costumbre, nada llegan a asegurarnos. Uno advierte que la colocación de los sepulcros cara al Oriente, según gentílicas costumbres del Asia, les hace mostrar su origen celta. Otro, que la dominación de los cántabros por estas tierras del Norte bien pudo dejar huellas tan naturales. Alguno no se atreve a decir más que, por presentar los dientes de los esqueletos los extremos planos, pertenecieron a seres que .se alimentaban de hierbas.
Eterna pugna de historiadores. Mientras, el pueblo, más decidido y jovial, queriendo poseer también su correspondiente erudición, afirma rotundamente: "Del tiempo de los moros." Y muestra a cada veraneante, a cada nuevo bañista, su tesoro arqueológico, como cualquiera población medianamente impuesta en sus deberes turísticos.
—Tenemos muchos visitantes—dice un hombre satisfecho— ¡Pero los pastores nos lo están echando a perder!... Levantan piedras, cavan, sacan huesos.Siempre los pastores. Acaso estos de Gayangos, o de Fresnedo, o de Torme, los pueblos que rodean a la peña de los sepulcros, esperan encontrar alguna cosa de valor inmediato, con afán menos puro que el de los hombres de ciencia, pero tan animoso e incansable. Ya, al menos, a una peña de las cercanías que tiene una regular abertura le han buscado su posible origen.
-Esta peña dicen que está hueca y que en ella guardaban "los moros" su tesoro — cuenta mi acompañante.
Y con la sencilla credulidad popular me explica que siendo él niño se entraba más adentro "hasta un arco tapado con piedras".
Dentro de esta misma Merindad de Castilla la Vieja, en el lugar de Arroyuelo, dicen que también han existido sepulcros, "descubiertos al hacer la cava de las viñas". Así los anuncia una "Historia de Medina" y los confirma el recuerdo de los viejos. Pero no hay resto de su existencia, y acaso ni de las viñas. Sólo a este simpático pueblo de Gayangos le pertenece la buena fama de los sepulcros, que muestra ni más ni menos complacido que otros su iglesia o su castillo.
Eduardo DE ONTAÑON”
Pero ni una piedra histórica, ni un buen retablo, ni las ruinas de un castillo. Sólo, a dos o tres kilómetros del pueblo, estos sepulcros, que bien merecen la visita. Hay que tomar un camino muerto, hay que entrar por un vallejo de tierra dura y solitaria, subir y bajar ribazos, escalar una peña... Y después de todo se halla uno sobre un promontorio de roca viva en la que están tallados los sepulcros, guardando la forma del cuerpo que descansó en cada uno: un semicírculo para la cabeza, dos ángulos para los hombros y las líneas casi perpendiculares que bajan a los pies. Esquema del ser humano, espontáneamente concebido en épocas de primitivismo y sinterización.
Las sepulturas tienen una perfecta variedad de tamaños: desde la del niño de meses a la del hombre fornido, que hubiera sido gigante en nuestros días. Más arriba de esta explanada de enterramientos hay una pequeña plataforma, en la que parece descubrirse el lugar de los sacrificios.
Agujeros en la peña, como para atar a los seres sacrificados; bajo ellos, pequeños lechos de roca viva bordeados de canalillos que van a un depósito común, en el que acaso se reunía la sangre mártir. Y presidiéndolo, una especie de pulpito para el oficiante. Acaba en una alta torrecilla, que le da aire guerrero. Todavía se sube a ella por una tosca escalinata labrada en la piedra y se sale a la pequeña plazoleta del final, defendida por grueso pretil.
Magnifica atalaya, dominadora de todo el pequeño valle, que le lame los pies: un valle de tiernas perspectivas virgilianas: pradera, río, fronda. Y hendiduras en las peñas que lo rodean, huecos y resguardos que bien pudieron albergar a un pueblo primitivo. Todas son huellas de su indudable existencia.
Y aquí entran los historiadores. Estos sepulcros se han atribuido a cántabros, godos, celtas y demás razas perdidas. "En 552 parece que godos y suevos pelearon contra los cántabros en la Montaña Alta. Como a legua y media de Espinosa de los Monteros, sitio en que se hallan vestigios de sepulcros cubiertos con lápida", dice la "Historia sobre el origen y soberanía del condado de Castilla", de Gutiérrez Coronel.
Según costumbre, nada llegan a asegurarnos. Uno advierte que la colocación de los sepulcros cara al Oriente, según gentílicas costumbres del Asia, les hace mostrar su origen celta. Otro, que la dominación de los cántabros por estas tierras del Norte bien pudo dejar huellas tan naturales. Alguno no se atreve a decir más que, por presentar los dientes de los esqueletos los extremos planos, pertenecieron a seres que .se alimentaban de hierbas.
Eterna pugna de historiadores. Mientras, el pueblo, más decidido y jovial, queriendo poseer también su correspondiente erudición, afirma rotundamente: "Del tiempo de los moros." Y muestra a cada veraneante, a cada nuevo bañista, su tesoro arqueológico, como cualquiera población medianamente impuesta en sus deberes turísticos.
—Tenemos muchos visitantes—dice un hombre satisfecho— ¡Pero los pastores nos lo están echando a perder!... Levantan piedras, cavan, sacan huesos.Siempre los pastores. Acaso estos de Gayangos, o de Fresnedo, o de Torme, los pueblos que rodean a la peña de los sepulcros, esperan encontrar alguna cosa de valor inmediato, con afán menos puro que el de los hombres de ciencia, pero tan animoso e incansable. Ya, al menos, a una peña de las cercanías que tiene una regular abertura le han buscado su posible origen.
-Esta peña dicen que está hueca y que en ella guardaban "los moros" su tesoro — cuenta mi acompañante.
Y con la sencilla credulidad popular me explica que siendo él niño se entraba más adentro "hasta un arco tapado con piedras".
Dentro de esta misma Merindad de Castilla la Vieja, en el lugar de Arroyuelo, dicen que también han existido sepulcros, "descubiertos al hacer la cava de las viñas". Así los anuncia una "Historia de Medina" y los confirma el recuerdo de los viejos. Pero no hay resto de su existencia, y acaso ni de las viñas. Sólo a este simpático pueblo de Gayangos le pertenece la buena fama de los sepulcros, que muestra ni más ni menos complacido que otros su iglesia o su castillo.
Eduardo DE ONTAÑON”
Finalmente les adjunto el enlace a uno de los mejores Blogs de Burgos para que vean cómo describe la situación en 2013. Sin ánimo de plagio trascribo el texto de Zalez:
Peña Horrero (Zalez) |
“Qué difícil resulta la datación de estos misteriosos y fantásticos lugares eremíticos, que por norma general se les fecha a partir del siglo VIII hasta el IX, aunque en muchos casos se prolonga esta ocupación durante un par de siglos más. Peña Horrero se asocia también a lo que llaman Castros de Fresnedo que nos retrotraen a tiempos más lejanos.
Para acceder a la Peña deberemos tener en cuenta su peligrosidad. Se hace a través de cazoletas que apenas dejan apoyar medio pie y de toscas escaleras talladas en roca, pero superado este inicial y corto tramo podremos contemplar unos espacios roqueros fascinantes. En la parte más alta nos encontramos con un recinto tallado en la roca de proporciones medias. En sus bordes se aprecian hoyos en la roca que servirían de apoyo y sujeción de vigas de madera, ya que dicho recinto estuvo cubierto. En la parte media de la peña, diversas hornacinas y talladuras en las paredes rocosas nos hablan de que formaron algún tipo de estancias.
En realidad toda la peña es un compendio mayúsculo de talladuras en el suelo y paredes. Desde esta parte media accedemos fácilmente a la necrópolis en una prolongación hacia poniente de la Peña Horrero. Tumbas rupestres a la vista, pero multitud de ellas medio ocultas entre arbustos y de distintas formas, antropomorfas, de bañera...
Para acceder a la Peña deberemos tener en cuenta su peligrosidad. Se hace a través de cazoletas que apenas dejan apoyar medio pie y de toscas escaleras talladas en roca, pero superado este inicial y corto tramo podremos contemplar unos espacios roqueros fascinantes. En la parte más alta nos encontramos con un recinto tallado en la roca de proporciones medias. En sus bordes se aprecian hoyos en la roca que servirían de apoyo y sujeción de vigas de madera, ya que dicho recinto estuvo cubierto. En la parte media de la peña, diversas hornacinas y talladuras en las paredes rocosas nos hablan de que formaron algún tipo de estancias.
En realidad toda la peña es un compendio mayúsculo de talladuras en el suelo y paredes. Desde esta parte media accedemos fácilmente a la necrópolis en una prolongación hacia poniente de la Peña Horrero. Tumbas rupestres a la vista, pero multitud de ellas medio ocultas entre arbustos y de distintas formas, antropomorfas, de bañera...
Es en el corto y peligroso descenso cuando más precauciones deberemos tomar si no queremos dejar los piños de recuerdo. Otro más de esos parajes que denomino mágicos”.
Gracias por tus apreciaciones y por el enlace a mi blog. Toda una satisfacción para mí.
ResponderEliminarSaludos,