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sábado, 8 de junio de 2013

Castilla la Vieja en armas (Siglos IX-X): Moros y Cristianos.

La edad media es la edad oscura, no solo por la perdida de las luces del conocimiento, sino por la falta de fuentes para conocerla. Trataremos de describir, en sus aspectos físicos, los contendientes que luchaban en la tierra de Castilla la Vieja durante los siglos IX y X.

Vamos a conjeturas, justo es decirlo, pero partiendo de la cierta permanencia de la organización visigoda en el reino astur-leonés. La traducción y conversión del Fuero Juzgo a términos propios de mediados del siglo XIII, nos lo demuestra.

Las crónicas cristianas no hablan del funcionamiento del ejército pero era frecuente que la monarquía reclutase un ejército para hacer frente a la presión musulmana. El reclutamiento, idea ya presente en el reino Visigodo es una necesidad imperiosa. Pues bien, La convocatoria de gentes de armas implicaba la celebración de un consejo con los próximos al monarca, un consejo de guerra.

En Castilla, por su situación y los acontecimientos que se suceden en la zona, nada tiene que ver con el resto del reino de Asturias. Para crear una imagen, aproximada, de la estructura militar en Castilla suponemos una reutilización de los esquemas visigodos (dicho) y la implementación de los restos documentales y físicos supervivientes: composiciones literarias, decoraciones artísticas y aprovechamiento de los restos arqueológicos.
Estructura militar
El Ejército Visigodo estuvo compuesto, en origen, por dos tipos de Tropas: las permanentes y las levas movilizadas para una campaña específica. El Comandante en Jefe del Ejército era el Rey, seguido en jerarquía por los Dux, uno en cada provincia. Por debajo de los Dux estarían los Comes exercitus y siguiéndoles en jerarquía los Thiufados. Estos últimos mandaban sobre unos 1.000 hombres; a continuación se situaba el Quingentenarius, mando sobre 500 hombres, el Centenarius, que ejercía su mandato sobre 100 hombres, y el Decanus, sobre 10. El Rey tenía una Guardia personal, los Regis Fidelis, también conocidos como Gardingos. Esta Guardia personal estaba formada por hombres a los que se les entregaban tierras por su servicio, el beneficium, que comportaba una especial sujeción al Monarca por un compromiso personal de fidelidad. ¿Nos hemos perdido? ¿No? Pues, seguimos.
Además, existían los Ejércitos de los grandes nobles, formados por hombres libres los Bucelarios armados a costa de sus señores. Wamba organizo una guardia personal formada por nobles, los spathari. Otro tipo de fuerzas eran los Leudes, hombres unidos al Rey por un compromiso de fidelidad para defender la frontera. A la manera de los colones del Limes Romano se le entregaban tierras reales en las fronteras para que las defendieran.
Hombres de Armas época Visigótica.
¿Y el reino Asturiano? Pues, puede que siguiese esta línea, o no. Pero con matices: El territorio es menor que el del reino perdido y Asturias es un territorio acosado; Permanecen elementos militares de raíz visigoda. Comites, duces o gardingos serán suplidos por viros, bellatores, milites, caballeros, pedones con funciones aproximadas. (Veremos, para redondear la broma, que los nombres con que se describen a todos estos cargos y funciones, no son fijos).
Así por ejemplo, continúa en los primeros años de la monarquía astur la obligación de acudir al ejército del rey para los hombres libres y se mantiene la tendencia hacia los vínculos privados que señalan la protofeudalización que caracteriza al reino en sus últimos compases históricos.
Tenemos que en el reino de Asturias, luego astur-leonés, se continúa con la práctica de compensar con la entrega de tierras a una colaboración militar ecuestre por parte de los infanzones (Lo que en el mundo visigodo recibe el nombre de donaciones “pro exerdenda publica expeditione”).
Hombres de Armas Siglos V-VII
En cuanto a la tropa, todo hombre libre estaba obligado a acudir a la llamada real, y aquellos campesinos libres que no poseen los medios y los recursos necesarios para cumplir esta obligación, participan con el desembolso del equipo de aquellos que prestan personalmente su servicio. El fonsado (Asimilado en el Fuero de León de 1017) y su consiguiente impuesto que permite la no participación en el ejército del rey (fonsadera) constan documentalmente a principios del siglo IX.
El mecanismo de liberación de las obligaciones militares, por tanto, hubo de estar presente desde los comienzos del reino astur en clara remembranza de la práctica visigoda. Las especiales circunstancias defensivas del reino astur-leonés, no obstante, llevaron a la población a participar más activamente en su organización militar, y tanto más cuanto más cerca de la frágil línea fronteriza que los separa del estado islámico. Lo cual es evidente.
Se entiende así los primeros Castellanos deban ocuparse, personalmente, de la vigilancia de las torres y fortalezas (anubda), documentado desde principios del siglo IX. Junto a las labores de vigilancia como prestación netamente militar, los habitantes del reino astur-leonés, por tanto también los castellanos, están obligados a costear su conservación material canalizada por medio del pago de impuestos como la “castellaria”, “labore ad castellum” o “structione castellarum”.
Pero la inercia histórica es muy fuerte. Dada la constante conflictividad de las tribus cántabras y vasconas, asentadas en lo que luego será la primitiva Castilla, les llevó a mantener e incluso incrementar la práctica romana del levantamiento de innumerables fortalezas en la zona con las que mantener controlada, dentro de unos límites aceptables, la tradicional actitud sediciosa y el rechazo a la integración de estos pueblos.
Además tenemos que la infantería va dejando paso en el protagonismo de las acciones armadas a la caballería, y que se hace necesaria la estabilidad de los hombres encargados de la repoblación fronteriza en los cuidados de la tierra ocupada. Por ello, en el siglo X, aparecen fórmulas alternativas para la prestación militar de los peones, destinadas a cubrir necesidades más elementales para los fonsados organizados desde la corona. Por ejemplo, las leyes de Castrojeriz de 974 permiten que uno de cada tres peones que han de acudir al ejército, supla su presencia con la aportación de una mula destinada a operaciones de intendencia; exenciones y privilegios que abundan en Castilla a partir del conde Sancho García.
Mirémosles, no hay profesionalidad, abundan los lazos de fidelidad personal para el reclutamiento… nada bueno para enfrentarse a los moros. Poco a poco, fruto de la necesidad, las cosas cambian. El “armiger” o “alférez” se encuentra en la documentación leonesa y castellana de la primera mitad del siglo X, y presumiblemente ostentaría la dirección real de los ejércitos, reales o condales. Posteriormente, el Alférez será el portaestandarte. En otras ocasiones los diplomas citan al “merino”, al que probablemente correspondan, además de sus funciones estrictamente militares, otras de tipo judicial, gubernativas e incluso fiscales.
Otras figuras que aparecen dentro de esta peculiar organización defensiva-ofensiva son:
  • Mesnadero: comandante de la Mesnada, compuesta de peones y jinetes.
  • Decenario: Posiblemente su segundo.
  • Anubdator: Para algunos autores sería el encargado del alistamiento.
  • “sayones”, “añafiles” y “atalayeros” destinados a transmitir las ordenes y dar la alarma haciendo sonar sus cuernos de guerra, y "Servidores de Abnudas y de Almenas”, encargados de la alimentación y la fortificación, “Escoltas” para la seguridad y “Escuderos”.
  • Atabalero, cetratos, lanceros, arqueros…
Será a principios del siglo XI cuando veamos un cuerpo de élite profesional, sin que ello suponga la ausencia de lazos de vasallaje con respecto al rey o a alguno de sus más inmediatos colaboradores: los “milites palatii”. Así pues, únicamente podemos hablar de la existencia de una “militia regis” compuesta por guerreros vinculados por lazos vasalláticos, directos o indirectos, al monarca, pero en absoluto de un ejército debidamente coordinado y profesionalizado.
El caso concreto de Castilla, como ya hemos mencionado en alguna ocasión, queda relativamente al margen del funcionamiento habitual del ejército astur-leonés. El hecho de que en los últimos años del reinado de Alfonso II y durante todo el de Ramiro I los ejércitos asturianos no pisaran suelo castellano, puede muy bien ser la clave que explique la aparición del sistema de Jueces.
Guerra y armamento.
Aproximarse a los mecanismos, tácticas e incluso armamento utilizado en los conflictos armados del reino astur-leonés durante la primera ocupación territorial del área castellana resulta casi utópica, porque las fuentes escritas apenas proporcionan información. Ni siquiera es posible garantizar el significado de los términos que sirven para designar a las distintas operaciones militares: bellum, guerra, apellido, fossato, huestes, cabalgadas, son distintas terminologías que, obviamente, hacen referencia a situaciones diferentes.
Ninguna de estas prácticas militares tiene cabida en el escenario castellano de la primera mitad del siglo IX. En todo caso, el apellido como llamada general para la defensa de una población específica, y en forma más improbable el bellum como guerra frente al Islam, serían las convocatorias ejercidas en el tiempo y espacio que son objeto de estudio.
Muy poco más es lo que podemos decir acerca de la estrategia militar, especialmente aquella que hace referencia a la más vieja Castilla. Lógicamente el diseño de las operaciones conocidas y de aquellas otras que pudieran haber tenido lugar en este territorio, son siempre de carácter defensivo y acordes con un equipamiento básicamente de infantería, y por lo tanto buscando el combate en zonas particularmente abruptas y propicias para semejante cuerpo militar.
Pero sobre todo la anubda o vigilancia desde las fortalezas es el gran resorte con que cuenta la monarquía asturiana en la vieja Castilla para conocer con antelación cualquier presencia musulmana en la zona.
Pero supongamos que no queremos escapar, que queremos hacer una “machada” y nos lanzamos al combate. Pues, la estrategia sería coincidente con la mayoría de los reinos germánicos: lanzarse contra el enemigo en formación en cuña para romper de esa manera su dispositivo. Se inicia entonces un combate cuerpo a cuerpo en el que las más desarrolladas y ágiles armas musulmanas ofrecen cierta ventaja a sus ejércitos.
Pero tenemos alguna sorpresa frente a lo que las películas y novelas históricas nos cuentan: Igual que los soldados de la primera guerra mundial, los guerreros medievales excavaban trincheras y practicaban emboscadas. Todo muy útil en la zona Castellana.
Problema importante y decisivo para el buen funcionamiento de un ejército es, y ha sido siempre, la intendencia. Para el avituallamiento general necesitaban de un medio de transporte proporcionado a raíz de la práctica de sustituir el servicio militar por la aportación de una mula al ejército correspondiente. También del mundo visigodo heredarían los reinos cristianos del norte peninsular las prácticas y organización del avituallamiento. En alguna medida se mantendrían por tanto personajes como los “erogatores”, “annonae”, “dispensatores annonae” o incluso los “saiones”, cuyas funciones sobrepasarían las propias del transporte y avituallamiento del ejército.
El rudimentario armamento astur-leonés, el que probablemente utilizaran los defensores de la primitiva Castilla, podemos conocerlo, en alguna medida, a partir de las ilustraciones contenidas en los beatos. Habría armas ofensivas y defensivas, que variarían sustancialmente dependiendo de quien las utilizase, peones o caballeros.
Las ofensivas, y en orden a su efectividad, están representadas básicamente por el arco, la lanza y la espada, entre las que es fácil advertir diferencias importantes de diseño. La aparición de caballeros provistos de arco hace pensar inmediatamente en la incorporación a los ejércitos asturleoneses del cuerpo que ocupara un lugar destacado en la distribución militar visigoda. La crónica de Abderramán III (Córdoba, 891–961) se hace eco de la importancia y efectividad de este grupo en los primeros años del siglo X.
Con respecto a la lanza, suele aparecer en manos de los guerreros de infantería, con la única excepción de los portaestandartes que, eventualmente, pudieron servirse de él para acometer al enemigo. La espada admite más diseños que las armas antes citadas. Largas y cortas, en manos de la infantería y la caballería, denotan la constante y necesaria utilización de un elemento que era el símbolo de la guerra.
La defensa de jinetes y peones quedaba reducida a la utilización de un escudo, habitualmente circular y de pequeñas dimensiones, aunque en ocasiones presentan formas alargadas (Marcando lo que será norma en los siguientes siglos) y tienen mayor envergadura. Es difícil apreciar el material con que los mismos estaban construidos. ¿Cuero?
En algunos casos los peones se protegían la cabeza con cascos semiesféricos y cota de malla, lo que solventaba en alguna medida la fragilidad de su posición en el campo de batalla. Estos mismos soldados aparecen representados con armas más toscas, como mazas, hachas, guadañas, e incluso tan rudimentarias como simples piedras. Vemos que no existía un proveedor uniformizados de la implementa militar. O sea, que no hay uniformidad y son las posibilidades económicas de cada uno las que crean el equipo bélico.
Pero, para más INRI, estos elementos eran muy caros, pura artesanía, Como índice orientativo diremos que una cabalgadura ordinaria estaría en torno a los 50 sueldos, una loriga, 60 sueldos, un yelmo 30 y una espada alrededor de 100. ¿Y eso es mucho? Miren, un sueldo de plata permitiría la compra de una oveja o un modio de trigo. No había para uniformes vistosos no armas de “diseño”.
¿Y los Moros?
Los invasores disponían de varias alternativas (y mucho más dinero):
El ejército profesional: A partir de al-Hakam I (770-822) está documentada la organización, incremento y condición asalariada del ejército. Asalariados dotados de excelente material y de mandos competentes. Su reclutamiento sólo tenía en cuenta las cualidades militares, empezando por la lealtad; de aquí su múltiple procedencia: gallegos (todos los del noroeste de la Península), franco-(del noreste de la Península y de las Galias), eslavos (germanos y eslavos) y norteafricanos (beréberes y negros); este último grupo fue aumentando a partir del siglo IX hasta el final de la monarquía omeya.
La recluta: La leva temporal también fue aplicado en al-Andalus; en el debemos distinguir dos periodos: uno comprende los siglos VIII y IX, y el segundo a partir del siglo X. En el primero la leva estaba dividida en dos grupos: el de los ŷundíes sirios y el del resto de los musulmanes. Gracias a los ŷundíes sirios, que proporcionaban tropas semi-profesionales, fuertes y eficaces, se compensaba la peor calidad del resto.
El voluntariado: Inicialmente y como principio jurídico todo musulmán varón y capaz de llevar armas es un voluntario combatiente por la Fe. Pero, para ello debe tratarse de la ŷihād. La ventaja era que, en la península, toda lucha contra los reinos cristianos fue así considerada. Por tanto, el ejército andalusí contó siempre con contingentes de voluntarios, que durante el siglo X se incorporaron junto con los reclutas al ejército, y cuyo rendimiento era irregular.
Efectivos militares
Se exageraban, punto. Bueno, y se minimizaban en las victorias para magnificarlas. Pero tanto cristianos como moros lo hacían. El sistema menos malo es recurrir a la extensión del campo de batalla y a establecer una proporción fija de bajas por el número de combatientes.
Se acepta que hasta el siglo XI ningún ejército Hispano musulmán superó los 30.000 hombres. En el paso del estrecho de Gibraltar, los baladíes y beréberes de primera hora lucharon con 18.000 hombres; unidos a los aportados por Musa, no superaron los 32.000. Abderrahman I contó con los contingentes de los ŷunds sirios, por lo que sus ejércitos podían contar entre 15.000 y 18.000 hombres. Los ejércitos andalusíes más nutridos corresponden al período del califato, pudiendo rebasar los 50.000 hombres en tiempos de ‘Abderrahman III y rondar los 90.000 en los días de Almanzor.
Organización militar
El ejército, bajo el mando supremo del soberano, constaba de varios cuerpos de 5.000 hombres cada uno, mandado por un amīr (general), y dividida en cinco regimientos de 1.000 hombres mandados por un qā’id (coronel). La división y los regimientos llevaba insignias: una bandera la primera y estandartes los segundos. Cada regimiento constaba de cinco compañías de 200 hombres, cada una al mando de un naqīb (capitán) que llevaba un pendón distintivo. La compañía se dividía en escuadras de ocho soldados al mando de un nāzir (sargento) que llevaba un banderín atado a su lanza.
En orden de aproximación, las unidades iban guiadas por los adalides que eran veteranos afincados en los territorios fronterizos, buenos conocedores del terreno y experimentados en los avatares bélicos. Los informes sobre la retaguardia enemiga se obtenían por medio de espías que eran reclutados de entre los cristianos y judíos, procurando que no se conociesen entre sí para evitar el desmantelamiento del servicio cuando era capturado uno por el enemigo; sus datos eran cotejados por los funcionarios cortesanos. Los servicios auxiliares contaban con médicos, maestros armeros y trabajadores especializados que actuaban como zapadores; finalmente no faltaban poetas y predicadores que acompañaban a la tropa y que narraban las hazañas y encendían la fe de los combatientes.
Mientras tanto, los gobernadores de las provincias debían procurar mantener el estado de revista de las fuerzas de sus coras, revistándolas cuando menos una vez al mes y premiando o castigando a los soldados según la buena o mala conservación de su equipo y montura. Al mismo tiempo, los intendentes militares realizaban el abono de los haberes correspondientes.
Equipamiento
Las tropas montadas eran dominantes. El caballo era el arma fundamental del combatiente que debía disponer de dos, el que montaba y el caballo o mula del escudero. Los caballos eran de raza andaluza o norteafricana y las sillas andaluzas o de estilo norteafricano.
El jinete iba armado de lanza y hacha de arzón; el escudero, y por extensión las fuerzas de infantería cuando las hubo, llevaba pica y maza; posiblemente unos y otros llevaban espadas y dagas. La infantería propiamente dicha empezó utilizando jabalinas, luego el arco árabe y a partir del siglo XI el arco de a pie o ballesta que se tensaba con ambos pies. Como protección se usaban lorigas y cotas de mallas y rara vez corseletes; la cabeza se protegía con el almófar o con casquete metálico, y también solían protegerse los brazos y las piernas. Los escudos de los jinetes eran broqueles o adargas de cuero; los infantes utilizaban escudos de madera chapados de metal y con salientes también metálicos. Este armamento con sus naturales modificaciones se mantuvo hasta el siglo XIII, siendo en gran parte similar al cristiano y advirtiéndose la influencia de éste a partir del siglo XII. Aunque a estas alturas la línea del frente ya quedaba lejos de Las Merindades, siendo difícil que nuestros ancestros hubiesen conocido al enemigo con esta panoplia.
Táctica militares
Podemos dividirlas en tres tipos genéricos de acciones bélicas: expediciones ofensivas, batallas en campo abierto y asedio, y defensa de fortalezas. Las primeras están formadas por las aceifas y las algaras; las aceifas son operaciones ofensivas de amplio objetivo que buscaban la retirada del enemigo a sus bases, su destrucción o debilitamiento, la ruina de las fortificaciones, haciendas y cosechas o la captura de grano, ganado y prisioneros. Las algaras tenían objetivos concretos y limitados a los puntos últimos arriba citados, es decir, los económicos. Vamos, robar.
Arquero a caballo del ejército de 'Abd al-Rahmán III, siglo X. Aparece practicando el "tiro parto". Se trata de una práctica dentro de la táctica del torna-fuye (constantes acometidas y retiradas en las que se bombardeaba al enemigo). Para ello era imprescindible un equipo ligero que no desgastase a la montura, como el que lleva este jinete, cuyo armamento se reduce a un arco compuesto y a una larga espada de doble filo con un pomo esférico y un arriaz de bronce de brazos curvados hacía la hoja. Las fuentes hablan de espadas "árabes" y espadas "indias", sin que podamos detallar sus características formales, aunque parece que las segundas harían referencia a un procedimiento especial de templado de su acero, más que a su procedencia geográfica. La vaina de la espada sería de cuero y/o madera, con la contera metálica. El bocado del caballo se inspira en el encontrado en liétor y la silla de montar, de la que cuelgan cascabeles, sería de tipo bereber, con arzones bajos, lo que le daba mayor ligereza y manejabilidad. Los estribos se llevan cortos, lo que obliga al jinete a doblar las piernas, en lo que se conoce como monta "a la jineta", especialmente indicada para la caballería ligera, con mayor movilidad y velocidad que la monta a la brida con estribos largos. El jinete lleva también acicates para espolear a su montura. Los pinjantes que en forma de media luna cuelgan del peto y del ataharre indicarían que estamos antes un oficial, un naquib -un rango entre capitán y comandante-o El caballo lleva crótalos sobre sus rodillas, y su cola está anudada, dando en una forma trífida que se ha asociado con la principal unidad de caballería del Califato. Cascabeles y crótalos servirían como identificación visual y auditiva y también como factor psicológico, por su sonoridad.
Infante y Arquero del ejército de 'Abd al·Rahmán III, siglo X. Para hacer frente a las acometidas de la caballería cristiana una de las tácticas era disponer a los infantes en vanguardia, en varias líneas, seguidos por los arqueros y con la caballería cerrando la formación. Éste infante, vestido con al-shaya, túnica corta, y con sarawil, calzones, sujeta una lanza, con punta romboidal y un tope esférico. La espada, que cuelga de un tahalí, de doble filo y corta, con unos 50 cm de longitud total. Su escudo es una daraqua, adarga, de cuero endurecido, con remaches metálicos que sujetan el cuero y que, en su interior, habrían servido para asentar el brazal. Los infantes solían contar con dos lanzas, una arrojadiza que se lanzaba primero para luego empuñar la otra, que se blandía contra el enemigo tal y como aquí se muestra, clavada con el regatón en el suelo. Los lanceros protegerían a los arqueros de la embestida enemiga, mientras estos hacían llover sus dardos sobre el contrario. La indumentaria de este arquero se inspira en los que aparecen en la arqueta de Leyre, que parecen contar con una túnica acolchada que les proporcionaría protección. Su arco es compuesto, de los denominados "arcos turcos" elaborado en dos piezas, con su característico perfil convexo doble y la carena de sus extremos. Su carcaj, de cuero, está inspirado en modelos árabes, aunque a tenor de la citada arqueta de Leyre hay autores que interpretan que las flechas se llevarían en un haz sujetas bajo el fajín. Las puntas de las mismas serian de tipo piramidal, con enmangues macizos de sección circular para ser clavados en los astiles. En un momento determinado, ante la presión enemiga, lanceros y arqueros abrían sus filas, rompiendo ordenadamente a sus flancos, para dejar paso a la carga de su caballería.
Ilustración cortesía de don Justo Jimeno
Jinete Noble Cristiano, siglo X. Los guerreros cristianos compartirían muchos rasgos de su equipo con los andalusíes. Sabemos por los diplomas alto-medievales que el atando del guerrero se componía, al menos, de montura y sus arreos, espada y espuelas. Este jinete, noble como muestra su rica túnica, sería un paladín, que a menudo entablaba combate singular contra un campeón adversario, en una ordalía previa al combate cuyo resultado podía ayudar a reforzar la moral del banco victorioso. El caballero de la ilustración no cuenta con cota de malla, protección costosísima y poco frecuente todavía en la época, ni con casco, y su equipo ligero está adaptado a la ágil guerra de movimientos propia de incursiones y algaras. Cuenta con una lanza con cruceta, que servía de tope para que no se introdujera demasiado en el cuerpo del enemigo y facilitar su extracción, así como con una espada importada de tipo carolingio (spata franka). Su escudo es una adarga de cuero endurecido, a imagen de los escudos andalusíes. La silla de montar es de arzones altos, rematados en volutas, de inspiración oriental, y aunque proporcionase una buena estabilidad al jinete aún no se cargaba sujetando la lanza bajo la axila y así los estribos se llevan cortos, para la monta a la jineta. Los pinjantes que cuelgan del peto y del ataharre son decorativos, reflejo de su uso por los caballeros andalusíes, donde habrían sido símbolo de rango en función de su número y ubicación.
Bibliografía:
Organización Militar Visigoda. Departamento de ciencias Histórico-Jurídicas de la Universidad de Alicante.
Sistemas defensivos de la Castilla Primitiva (F. Javier Villalba Ruiz de Toledo. Universidad Autónoma de Madrid)
Ediciones Osprey.
Colección de uniformes del Ejército Español (1910)

2 comentarios:

  1. Señor D. Lebato de Mena, la ilustración de jinete noble cristiano, siglo XI, publicada en DESPERTA FERRO no corresponde al ilustrador Angel Pinto, si al ilustrador y pintor Justo Jimeno, le ruego que cambie el nombre para que se ajuste a la realidad.

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    1. Disculpándome por la incorrección (ciertamente la autoría de la ilustración aparece demasiado pequeña) lo corrijo y enlazo a su blog.

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