El cine, bélico y negro, nos ha contado que los
presos anhelan fugarse en la primera ocasión propicia. En la realidad también.
Cada recluso suele elaborar su plan de fuga, quizá inverosímil o imposible,
pero el proyecto lo mantiene vivo.
Incluso puede ser tema de conversación y de
búsqueda de fallos al plan de forma comunitaria. Esto también ocurría en el
penal de Valdenoceda (Las Merindades, Burgos) donde se sopesaban planes de fuga:
largarse a través de las cuadrillas que salían a cortar leña porque la vigilancia
era escasa y relajada; otros pensaban en robar la camioneta que traía los
víveres al penal; algunos nadando en las peligrosas aguas del Ebro; tal vez escondiéndose
en el carro de la basura; o comprando uno de los muertos del penal para sumarse
a él y salir vivo dentro del ataúd. El problema no solo era escapar, sino ¿a
dónde llegar? Se necesitaba ayuda del exterior para ocultarse hasta que se
“enfriase” la búsqueda.
Por su parte, los carceleros aplicaban sistemas
de “desincentivación”, las armas y los tradicionales muros y alambradas. Pero el
mejor sistema para desalentar a los presos era el ejemplo, el que escarmentasen
en cabeza de otro.
Como el caso de los dos brigadistas alemanes,
que procedentes del campo de trabajado de Miranda de Ebro y con apenas un mes
en Valdenoceda, se pensaron que todo el monte era orégano. Y, aunque la
estancia en Las Merindades era más llevadera… tiraba la libertad.
La disposición del presidio, o mejor dicho, sus
carencias como cárcel les alentaba. Eso sí, toda fuga necesita dinero para
engrasar puertas y colaboradores externos e internos.
Y en eso se produjo un primer golpe de suerte para
uno de estos alemanes: José o Joseph Scheumgrab. Cuenta la historia, el relato,
que este muchacho tenía un pariente en el cuerpo expedicionario alemán que le
buscaba y que un soldado -antiguo ordenanza en el cuartel de la legión ubicado
en el colegio de maestros de Burgos- le comunicó la existencia de dos presos
alemanes en Valdenoceda. El oficial alemán confirmó que Joseph era su familiar
y que mediante el soldado, hizo llegar una nota a Scheumgrab.
Y, como si de un segundo mágico deseo se
tratase, la niebla se alió con el plan de fuga del 24 de mayo de 1939. Valdenoceda
disfrutó de una densa niebla que no se disiparía al mediodía. En tales casos la
dirección del presidio mantenía a los reclusos en las brigadas, en el interior.
Para evitar tentaciones.
El cambio de guardia se efectuaba durante la
comida, hacia la una y media de la tarde. Unos minutos antes los dos se
levantaron y pidieron permiso para dirigirse a las letrinas. El funcionario
nada sospechó y atravesaron el patio en dirección a la garita donde suponían
que se encontraba de guardia su contacto interno. Pero todo salió mal. El guardia
comenzó a disparar. O bien se equivocaron de garita, o el soldado comprado se
arrepintió o no se hallaba en la garita acordada.
Portada del sumario 19/39 |
Scheumgrab corrió y, en dos saltos, salvó la
tapia. Huyó mientras Willy Renz Kubel se despistó en la espesa niebla y fue a
parar al pabellón de los soldados, que lo detuvieron.
Scheumgrab era rubio, de fuerte complexión, metro
y setenta y cinco centímetros, treinta y un años y natural de Munich pero
residente en Estrasburgo (Francia). Era uno de los cinco mil alemanes enrolados
en las Brigadas Internacionales. Había combatido en la Brigada 128 a las
órdenes del general Líster y cayó prisionero en la batalla del Ebro en 1938.
Junto con otros brigadistas fue conducido al campo de concentración de San
Pedro de Cardeña (Burgos) y tras varios meses allí, pasó al campo de Miranda de
Ebro para trabajar en la construcción de la doble vía del ferrocarril
Miranda-Alsasua.
Sin saber los motivos, lo trasladan al penal de
Valdenoceda, donde esperaba que el Juzgado Militar número 14 de Burgos lo
enjuiciara en consejo de guerra.
El teniente Félix Izquierdo, militar al mando de
la tropa destinada a custodiar el penal organizó un piquete y destacó un
soldado para informar de la fuga del preso. Mientras, Willy era interrogado. Cantó
todo lo que sabía: que la fuga estaba prevista para entonces (Mayo) porque en esos días
marchaba de España la Legión Cóndor y Joseph Scheumgrab, parece ser que tenía
un familiar en el cuerpo expedicionario Nazi y que le estaba buscando; que un
automóvil los esperaría a mediodía del miércoles 24 en el Alto de la Mazorra
para conducidos a la frontera; que el militar español compinchado debía estar
de guardia esa mañana en una de las garitas…
Notificación al forense de Villarcayo |
El teniente Izquierdo se lo tomó con calma. Sabía
que con ese tiempo sería difícil rastrear al fugado. Además, no disponía de
suficientes tropas y, por ello, esperaba la llegada de los guardias civiles.
Sin olvidar que estos eran los verdaderos conocedores del terreno. Y, sin
olvidar tampoco, que sabía en qué lugar y a qué hora estaría el alemán.
Scheumgrab había salido del penal en varias
ocasiones a cortar leña y seguramente tenía una idea aproximada del rumbo que
debía tomar para llegar al punto de encuentro.
Mientras, en el caserón carcelario, ya estaban cuatro
números y un cabo del cuartelillo de Valdenoceda que se pusieron a las órdenes del
teniente. Informaron que los de Villarcayo estaban sobre aviso por si el alemán
se dirigía hacia la cabeza del partido judicial.
Enrique Líster Forján |
El teniente, tres soldados y los cinco números
de la Guardia Civil constituyeron la partida de caza. Sabían dónde quería estar
el fugado. Calcularon tardaría unas tres horas en llegar a la última curva. La niebla
despista y ralentiza.
Para todos aquellos que desconozcan la zona les
diremos que a unos tres kilómetros del penal se inicia la subida del puerto. E
informaremos que estas nieblas suelen ocultar el clima existente más arriba. Toda
la gente que conoce Las Merindades ha disfrutado del espectáculo de un mar
blanco y espeso, que cubre, y oculta, el valle a sus pies.
Valle de Valdivielso desde La Mazorra un día de niebla |
Joseph ascendía la montaña camino de la
libertad, de la trampa. Empapado y con los cabellos chorreando por la humedad y el sudor, seguramente fue atento a todo, tranquilo por la
protección de la niebla.
Y la niebla se quedó atrás. El miliciano llegó
junto a la carretera. Debían ser entre las tres y las cuatro de la tarde.
Desde las tres de la tarde los cazadores, gracias
a un vehículo de la Guardia Civil, estaban en lo alto del puerto. Vigilaban la
zona cubierta por la niebla esperando ver al fugado. Se dividieron: el teniente
y los tres soldados se apostaron dominando la montaña y la carretera. Los
guardias civiles bajaron y siguieron el curso del Ebro.
Frío. Muerte. Fin. Tercer mágico deseo cumplido:
libertad.
La unidad de soldados del penal lo había cazado.
Dos hombres se quedaron custodiando el cadáver y vigilando la carretera para
controlar los coches que pasasen. El teniente y el otro soldado volvieron al
penal a informar y avisar al juez para levantar el cuerpo.
Por su parte, tras dos horas de búsqueda, el
cabo de la Guardia Civil había enviado a un agente al penal para informar al
director. Este, Eduardo Carazo Gómez, preparó un escrito para tener constancia
de la huida y la posterior partida para la búsqueda. Al poco apareció el cabo
segundo Luciano Domingo Andrés con el escrito, el director lo leyó y guardó en
una carpeta con un letrero donde decía: “Asunto: Fuga de dos reclusos”.
Cumbre puerto de La Mazorra |
Desde Valdenoceda se cursó aviso al médico
forense del partido judicial de Villarcayo para que se personase en el penal y llevarlo
al lugar del suceso. La declaración de Willy pudo hacer pensar a Carrazo que el
tema le traería problemas. Se decía que el preso muerto tenía amistades con
oficiales alemanes de la Legión Cóndor.
Carazo, en papel timbrado del penal y con papel
de calco, dictó una nota:
“¡Saludo
a Franco! ¡Arriba España! En el Año de la Victoria, el director de este penal
comunicó al Juez de Villarcayo que, según le ha manifestado el Jefe de la
Guardia Militar de esta Prisión, las fuerzas destacadas en persecución del
recluso fugado de la misma José Scheumgrab, después de darle el alto repetidas
veces en los Altos de la Mazorra y no ser contestadas por dicho individuo,
tuvieron necesidad de hacer uso de las armas a consecuencia de lo cual le
ocasionaron la muerte”.
Dos copias se llevaron a Villarcayo. Una para el
médico, Facundo Curiel y otra para el juez suplente, Patricio Ortega Pereda,
quien se hizo acompañar del secretario, Isaac Saiz. El juez titular, Isidoro
Ortiz, se encontraba en Burgos. Reunidos los tres en el juzgado, el médico
pidió a los soldados que fueran delante y él partiría de inmediato en su coche,
con el juez y el secretario. Los soldados no se mostraron muy conformes, tenían
órdenes de llevarlos al penal, pero aceptaron.
A las nueve y media de la tarde llegaban el
médico y sus acompañantes. Dos soldados y un funcionario los trasladaron al
despacho del director donde se acordó el levantamiento del cadáver, su
identificación y un lugar para la obligatoria autopsia.
Los médicos de Villarcayo y Valdenoceda, el
teniente, el juez, el secretario y dos soldados se desplazaron al lugar del
suceso para levantar el cadáver y redactar el informe preceptivo. Los dos
soldados que les esperaban indicaron que había identificado todo vehículo que
había pasado por el puerto. Nadie extraño.
Petición levantamiento del cadáver |
El juez, bajo la luz de dos linternas, concluyó
en un primer momento que se trataba del cadáver de un individuo de unos treinta
años, rubio, vestido con un mono azul de los usados por los reclusos, calzado
con zapatillas de trenza foruga. Manchas de sangre en la cara producto de un
presunto disparo efectuado por arma de fuego, debido con toda probabilidad a
una herida con orificio de entrada en la órbita derecha, con emucleación del
ojo derecho y orificio de salida por el pómulo izquierdo; esta última con casi
total seguridad es la causa de su muerte. En sus bolsillos se encontraron una
cartera vieja con dos fotografías, tres cajas de cerillas y un cartón con hilo.
El levantamiento fue a las diez y veinte de la
noche del día veinticuatro de mayo de 1939 y se llevaron el cadáver al penal
para hacerle la autopsia.
A las diez de la mañana llegó el juez suplente,
que había informado por teléfono al titular de lo sucedido, el secretario y los
dos médicos titulares para llevar a cabo el anómalo acto de una autopsia a un
preso fugado. ¿Por ser alemán?
Ante la mesa de piedra del sótano se colocaron
los llegados desde Villarcayo, el director del centro, una pareja de
funcionarios, el jefe de servicio, el teniente y los dos reclusos, escoltados
por sendos funcionarios, para la identificación.
Vista de La Mazorra desde cerca del antiguo penal de Valdenoceda |
El primer recluso era Pedro Beche Cros,
compañero de camastro de los dos fugados. Camarero de veinticinco años y
casado. El segundo fue Willy Renz Kubel, de veinticuatro años, natural de
Munich, soltero, de oficio tejedor y compañero de aventura del finado. Identificaron
el cadáver.
Al haber indicios de delito el juez suplente de
Villarcayo abrió diligencias informativas para determinar los hechos. Propuso
que la autopsia –realizable pasadas 24 horas- estuviese bajo la responsabilidad
del juez local de Valdivielso. Que los dos facultativos practicasen la dicha autopsia
y elaborasen el informe antes de enterrarlo en un punto claramente determinado.
Acto seguido, se debería inscribir la defunción en el registro civil
correspondiente.
El 26 de mayo de 1939 los facultativos titulares
de Villarcayo y Valdivielso, además del juez titular, que había llegado de
Burgos, se dispusieron a practicar la autopsia:
Se apreciaron, en la parte exterior, livideces
cadavéricas. También se observaron la existencia de coágulos de sangre en las
ventanas de la nariz. En la parte exterior de su muslo derecho se encontraron
heridas, posiblemente, como consecuencia de que el cuerpo pudo ser arrastrado. Todas
estas ideas, expresadas por el médico de Villarcayo Facundo Curiel eran
recogidas por el secretario.
A la altura del muslo de su pierna izquierda hallaron
una herida de bala que lleva una trayectoria hacia arriba, desviándose a la
parte izquierda. Otra herida de arma de fuego con un orificio de entrada por el
omóplato izquierdo, saliendo por axila del mismo lado. En su trayectoria produjo
la rotura de la cabeza del húmero. Una tercera herida de arma de fuego en la
órbita derecha con desaparición del ojo y parte del hueso de dicho lado.
Finalmente, una herida por arma de fuego de menor calibre, pistola, en la parte
posterior de la cabeza, en la nuca, con salida por el ángulo del maxilar
izquierdo.
Abierta la cavidad craneal, constaron que las
meninges estaban ligeramente inyectadas con masa encefálica, situación normal cuando
se ha producido la fractura de la base del cráneo.
Firmaron los dos médicos, junto al juez y al
secretario. El enterrador del pueblo de Valdenoceda, Julián González, recibió
la orden para dar sepultura al fallecido en el cementerio del pueblo, con la
exigencia de fijar el lugar exacto de la sepultura, lo que comunicó el
sepulturero al juez en una nota: “El
preso en cuestión ha sido enterrado a dieciocho metros de la puerta, en una
fosa de un metro de profundidad por dos de largo, con una distancia de medio
metro de la pared de la iglesia”.
Bandera de las Brigadas Internacionales |
Actualmente el único sitio donde consta este
suceso es en el Registro Civil de Quisicedo, donde figura inscrito que José
Scheumgrab falleció como consecuencia de un traumatismo. El magistrado de la Audiencia
Provincial y Secretario de Sala de la Territorial de Burgos, Antonio María Mena
y San Millán, certificó en un Auto “Que dada la naturaleza del hecho procede,
de conformidad con el dictamen del Ministerio Fiscal, a inhibirse a favor de la
Jurisdicción de Guerra”, que lo archivó sin más trámites, ni averiguaciones.
Este suceso marcó la vida del penal y, en lo sucesivo,
no se produjo ningún intento de fuga.
Bibliografía:
“El penal de Valdenoceda” de Fernando Cardeño
Azofra y Fernando Cardeño Elso.
Yo fui presa de Franco (Blog)
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