Volvemos
sobre las guerras carlistas -que tantos momentos sorprendentes nos han dado-
para bailarlas unidos a la vejez de un faccioso y a una favorable entrevista
que, dentro de su costumbrismo, rehuyó cualquier crítica o reprobación al
personaje. Si se lo comparan con lo que vivimos en la actual España post
terrorista, nada nuevo.
Es
un artículo de “tópicos hispanos” que firma nuestro viejo conocido Eduardo de
Ontañón y que puntualizaremos (en la medida de lo posible) durante su lectura:
Villasante (1930) |
“Lo mismo que la arquitectura,
o la ingeniería, o cualquier otro elemento restaurado del panorama, las guerras
han creado un paisaje en torno suyo. Y no un paisaje bélico, con el
arrasamiento y exceso de rojos que suelen presentarle los pintores, sino algo
más esencial y escueto, más sincero; un paisaje de ambiente y recuerdo.
Basta, para comprobarlo, con
entrar en este pueblo del final de Castilla –Villasante-, casi rayando con Vizcaya,
donde cada torre, cada casa, cada calleja guarda -preciso y estampado- el color
de la guerra Carlista, el más pintoresco de nuestros colores.
Más que un pueblo de verdad parece
un grabado en madera. O una lámina de la “Historia de las Guerras Civiles”, por
Pirala. Así es de estático, de tradicional, de lento. Así tiene pegada a sus
muros la calcomanía del siglo pasado.
Con poco esfuerzo sitúa uno por
medio de sus calles a carlistas y liberales en plena lucha, disparándose tiros
pirotécnicos desde ventanas y campanarios, envueltos en humo y llamas, en todo su
elemento de escenografía.
Por eso es grande y alentadora
la sorpresa cuando nos enteramos de que todo es verdad, de que las cosas
sucedieron con arreglo a nuestra sugestión plástica, de que el pueblo fue en
algunas ocasiones “teatro" de la guerra carlista, y tiene su batalla memorable,
y su cabecilla, que todavía vive, y sus viejos que recuerdan y su cementerio,
con los muertos en la acción de guerra.
Entrada a Villasante desde el Crucero (1930) |
Todo pueblo tiene en sus viejos
a los más sinceros, a los más minuciosos cronistas. Pero si el pueblo es de
Castilla, donde hay siempre tanta efeméride y tan sabrosa de recordar, las
versiones se agudizan y se hacen detalladas y precisas en boca de los viejos.
Así en Villasante, donde hay seis, siete, ocho hombres que presenciaron la
refriega. Y otros tantos que no la vieron, pero estaban en filas y “conocen
otras muchas peripecias'', según uno de ellos me comunica. Ahora quien mejor
recuerda en pueblo es el médico, D. Ramón Rueda. A pesar de que por entonces
era un chiquillo -“quince años tenía''-,
y guarda las evocaciones rotas, deshilachadas, como en un rompecabezas.
Antes de la batalla, pasó un
oficial a caballo por la carretera, y viéndonos en el balcón, nos dijo: “Retírense
que va a haber tiros; Anglada se llamaba… sobre las once de la mañana empezó la
acción…se oía subir y bajar tropas a galope… En Villasante y los pueblos de
alrededor –Bercedo, Quintanilla Sopeña, Noceco estaban los carlistas. Al sur, de
El Crucero a El Ribero, los liberales... Los carlistas subieron a la peña,
perseguidos por un escuadrón de Albuera. Pero se presentó Navarrete en la peña
de Bercedo y se hicieron fuertes. Luego, bajaron a las huertas y formaron el
cuadro”. Murieron cinco, que yo vi los cadáveres en la ermita de San Roque, donde
tenían los víveres. Uno de los muertos fue el Conde de Agüera; los otros eran también
gente de galones.
Uniforme hacia 1874 |
-¡Qué tiempos de inquietud y
revuelta!—digo inconscientemente, haciendo caso al comentario de paz y placidez
dictado por el trozo de pueblo manso, solitario, quieto, que se mete por el balcón.
-¡Buenos tiempos, amigo! rectifica en seguida el médico -. ¡Más divertido era
que ahora! Teníamos música a la tarde! A la mañana salían las tropas por los
alrededores, alegrándolo todo con sus uniformes... ¡Ahora no hay nada! (Si
vivió seis años más disfrutó nuevamente de los soldados por el pueblo).
De Villasante a Las Machorras,
o Las Nieves como ahora quieren llamar al pueblo donde pasa temporadas el
general Solana, quien, dirigió la acción carlista de Villasante. De la versión
popular a la voz oficial. El viejo general se rodea también de un paisaje empapado
de sensación carlista: un campo verde, frondoso, lírico, como el de cualquier
valle vascongado. Con prados y caseríos, con un buen color sombrío y campesino
que coincide con las estampas de la época.
Ontañón y Solana |
La entrevista adquiere sabor
oficial.
-¿El general Solana?
-Servidor…
-Deseo saber cómo fue, cómo
dirigió usted la batalla de Villasante.
-¡Ah sí! (se atusa el largo
bigote blanco de viejo militar) Aquello tuvo poca importancia... Pero, bien:
siéntese y escriba.
Y me dicta un verdadero parte
oficial (vuelve la palabra “oficial” con sus valores de
respetabilidad y seriedad), que, copiado
a la letra, es así:
Fue el 15 o el 17 de enero de
1874. (El 16 de enero) Acababa
de ser nombrado comandante general de Castilla el general Lirio, que, después de
hacerse cargo de las fuerzas de Castilla, emprendió el viaje a la provincia de
Santander, pernoctando en Bercedo. El comandante Solana, que mandaba el cuarto batallón
de Castilla, pernoctaba en Agüera. En El Haya de Mena, el coronel Navarrete,
con las fuerzas de Cantabria. Ese día, el comandante Solana fue a Bercedo a
recibir órdenes del general Lirio, cuando en aquel momento se recibieron
confidencias de que la columna enemiga que estaba en Medina de Pomar se
dirigía, y estaba ya muy próxima, a Villasante.
Soldados carlistas 1873 (Ferrer Dalmau) |
Desconociendo el general Lirio
las fuerzas que la columna pudiera tener, preguntó al comandante Solana de qué
número se componía, respondiéndole éste que aproximadamente serían unos seiscientos
de infantería, con un escuadrón de caballería, y que, desde luego, creía que
podría atacársela. El general Lirio, desde este momento, mandó a su ayudante a que
las fuerzas de Cantabria subieran inmediatamente, dando órdenes al comandante Solana
para que tomara posiciones a la izquierda de nuestro flanco, porque la columna
enemiga había rebasado el pueblo de Villasante e inmediatamente roto el fuego.
Aunque
el periodista Ontañón da a entender que el jefe era este Solana, el propio
aludido declara lo evidente: que el mando era Santiago Lirio y Burgos que,
aparte de sus tendencias bélicas, fue uno de los fundadores de la Sociedad
Anónima de Crédito y Fomento, Banco de Madrid. En el anexo contaremos algo más
sobre él.
La Correspondencia de España (07/04/1873) |
El comandante Solana, a toda
prisa, ocupó el flanco izquierdo contestando al enemigo. Cuando las fuerzas de Cantabria
dieron vista a Villasante, el comandante Solana inició el ataque a la bayoneta
a las guerrillas enemigas que querían ocupar la peña de Losa. Al repliegue del
enemigo, un escuadrón de las fuerzas de Cantabria cae contra el enemigo
haciéndole rebasar del pueblo de Villasante por la carretera.
El
periódico LAS CIRCUNSTANCIAS (19/01/1874), de sesgo carlista y que sustituyó al
clausurado LA ESPERANZA, cifraba las partidas de Zariátegui y Navarrete en una
horquilla de 2.500 a 3.000 y las presentaba como contundentemente derrotadas. Les
adelanto que el gobierno solo le dejaba republicar noticias de otros
periódicos. Otros como EL IMPARCIAL mostraban su enfado porque las fuerzas
republicanas no habían perseguido a los carlistas.
Un escuadrón enemigo copaba las
afueras y carga sobre el escuadrón de Cantabria hiriendo al capitán gravemente
con catorce heridas y a varios voluntarios. En la carga, el comandante Solana
hizo catorce prisioneros, retirándose el enemigo a la desbandada; unos en
dirección a Villalázara y otros hacia El Rivero, quedando la columna liberal
totalmente destrozada y refugiándose en los otros pueblos del partido de Villarcayo. (Parece
que no fue exactamente así, como veremos más abajo).
Las fuerzas carlistas, con el
Comandante general Lirio, vinieron a pernoctar a Espinosa de los Monteros,
prescindiendo de perseguir al enemigo, porque el objetivo principal era ir a
Reinosa, Las Caldas y Torrelavega, como se verificó al día siguiente.
De cinco muertos da cuenta el
libro parroquial de defunciones que hay en la iglesia de Villasante: don Julián
Cañedo y Sierra, capitán y Conde de Agüera; Benito Alonso, cadete; el cabo
Abad, que se llamaba Venancio, según manifestación del jefe de las fuerzas; D. Francisco
Somobilla, de quien no hay otras noticias que la de que «era natural de Polientes,
en el partido de Reinosa», y Melitón Diez, «casado». Los cinco cadáveres que
vieron los viejos en la antigua ermita, a la tarde del día memorable.
El
conde de agüera aludido debió ser Francisco Julián Cañedo y Sierra, V conde de
Agüera, que nació en 1850 y, si la memoria de Gómez Solana es correcta, murió
ese enero de 1874. En plena república. El título se rehabilitó en su hermano
Cesar en 1875. Aunque en la edición de la “Guía Oficial de España” de 1875
sigue figurando Julián. ¿Errata?
La Esperanza (06/05/1873) |
—Gente de galones todos ellos—repite
un hombre. Sobre la muerte del primero, Conde de Agüera, seguramente el que más
galones portaba, hay su correspondiente misterio, como conviene a la formalidad
del hecho histórico que Villasante recuerda. Mientras el general Solana afirma
que no llegó a morir en el combate, sino que quedó tendido con catorce heridas,
y al irle a enterrar se dieron cuenta de que todavía tenía vida, los viejos, y
con ellos las actas parroquiales, aseguran «que murió en el encuentro.
Lo cierto es que este combate,
de alguna importancia puesto que duró toda una mañana y está citado en las historias,
da idea de las escaramuzas de entonces. Toda la mañana guerreando, a pecho descubierto,
para cinco bajas... Algo que haría sonreír al más inocente soldado de hoy.
—El cabecilla Solana iba en un
caballo blanco, ¡bien lo recuerdo!—me dice otro viejo—. Toda la mañana le estuvo
haciendo fuego un paisano desde el pueblo, pero no llegó a darle...(si los carlistas estaban fuera del pueblo, en la peña por el lado de Bercedo, y con las armas que podía llegar a tener un vecino -si es que no se la habían requisado- muy difícil hubiera sido acertar a algo que estuviese a más de veinte metros)
Carta de Solana en "El Cabecilla" 30/09/1882 |
El general se pasea arriba y
abajo del corredor. Luz umbrosa y campesina. Parece que todo cuanto nos rodea
tiene prendida una remota inquietud guerrera. Desde mi silla, me atrevo a
preguntarle:
¿Hizo usted toda la campaña, mi
general?
¡Ya lo creo! Desde el principio.
Aquí, en este país levanté la primera partida: eran gentes de Espinosa, del Rebollar,
y hasta de Losa.
El general tiene ahora setenta
y siete años, conservados con extraordinario vigor. «Setenta y siete años y las
piernas rotas tres veces», dice él. En la entrevista me da cuenta de alguno de
sus hechos de armas.
—Cerré a Martínez Campos en las
casas de Garcíbar... Estaba con cuatro compañías, con orden de no atacar, pero
no bien llegué a la posición cuando tuve que romper el fuego. Pedí refuerzos y
no llegaron. Con todo, empezó el ataque a las tres de la tarde y no tomaron el
alto hasta las once de la noche.
Otro recuerdo curioso:
—A Polavieja y a mí nos nombraron
tenientes coroneles en la misma acción, cuando Concha levantó el sitio de
Bilbao, que allí debió haber perecido con toda la gente que llevaba... (Como
se ve, todo un “hombre de paz” como dejan caer actualmente)
Todavía apoya las palabras con
un gesto enérgico. Todavía se le disparan al recordar, como si estuviese en plena
contienda. O relatando sus hechos de ayer mismo, en el descansillo, inesperado y
gozoso, de la posada de un pueblo acabado de conquistar. Parece como si de
pronto fuese a aparecer abajo, en la puerta del jardín, el oficial que viene a
recibir órdenes.
—A la orden, mi general.
Después de todo, a nadie nos
extrañaría demasiado: ni a él, ni a mí, ni siquiera a la casa, acostumbrada a
sus idas y venidas de hombre que vela, que espera, que atisba desde el alto
corredor. Y menos al paisaje, disciplinado y manso por las lluvias del Norte”.
EDUARDO DE ONTAÑON
La Discusión (04/04/1874) |
Ya
está. Si nos fijamos, Eduardo Ontañón se refiere a este carlista como Solana.
De hecho parece dar por sentado que con ello vale y no nos dice su nombre
completo. Cierto es que durante la tercera carlistada se le conocía bajo ese
único sobrenombre. Y que los periódicos “de Madrid” lo definían como
secuestrador de alcaldes y secretarios municipales, asaltante y ladrón de
ganado, especialmente caballos para las unidades del ejército de Carlos VII. Así
lo sufrieron Soba o San Miguel de Luena entre febrero y marzo de 1873.
Su
nombre completo era José Manuel Gómez Solana. Y aparece durante el primer año
de guerra, aquel 1873, realizando cabalgadas por la Montaña de Burgos y
Cantabria. La situación era tal que esta –y otras partidas carlistas- cobraban
contribuciones de guerra a las poblaciones. Su cuartel general parecía estar en
Espinosa de los Monteros aunque se le vio en marzo de 1874 en la villa de
Valmaseda.
Otra
de las obsesiones de los carlistas eran los registros civiles y así deja
constancia LA NACIÓN el 13 de agosto de 1873: “La Gaceta de hoy publica la siguiente noticia relativa a la
insurrección carlista: «La partida carlista Solana, compuesta de 24 hombres,
entró en Arredondo (Santander), quemando el registro civil y exigiendo
contribuciones.»”.
Incluso
tenían aduanas en Soncillo y Pozazal que, si actuaban como las de La Puebla,
cobraban a los carros por pasar. En aquel caso eran unas 15 pesetas.
Antes
de proseguir con nuestra historia de “capa y espada” lo mejor es ponerles en
situación. Describirles el entorno en esos momentos de guerra.
Por
las Encartaciones y el oriente de Cantabria los carlistas se movían con
soltura. Liberales eran Santoña y Castro-Urdiales. El Coronel carlista Navarrete,
llegó a entrar en Laredo con cuatrocientos hombres de Infantería y cuarenta
caballos, cobrando tranquilamente un trimestre de contribución y duplicando el
número de sus jinetes con la requisa de ganado.
La
División castellana operaba por la provincia de Santander, más sencilla
orográficamente para sus fines. Serán estos los que participen en la batalla de
Somorrostro. No profundizaremos en una batalla alejada de nuestro campo de
acción pero, ya que el propio Gómez Solana lo comenta, dejaremos constancia
somera de los hechos: Los Castellanos del cuarto batallón de Solana estaban
colocados en la sierra de Galdames. Hacia allá se dirigió la División liberal de
Martínez Campos que fue frenado permitiendo la retirada de otras unidades
carlistas.
La
pregunta del millón es ¿Los recuerdos de un viejo carlista son la verdad
verdadera? Contrastémoslo con otras fuentes, tanto de constitucionalistas como
de carlistas.
Según
“La campaña carlista” de Francisco
Hernando, en Santander se custodiaban 80 millones de pesetas que iban para
Madrid. Y habían oído que lo guardaban 50 guardias civiles y 200 soldados. Una
operación de esas de entrar y salir con la pasta.
El
general carlista Elio pasó la operación al general Torcuato Mendiry y este se
la asignó al comandante general de Castilla Santiago Lirio. Tendrá siete
batallones, 300 caballos y dos piezas de montaña que se dividieron en dos
grupos. Lirio dirigió el tercero y el cuarto de Castilla, el batallón de
Cantabria y las compañías de Guías, más dos escuadrones montados de Castilla y
uno de Cantabria.
Lirio
saldrá a zona republicana por el tradicional camino del Valle de Mena para atravesar
Las Merindades hacia Reinosa y, allí, cortar la vía férrea a Santander. Con
ello evitaba el posible socorro y la fuga desde la población. Tras ello, se
uniría a Mendiry que avanzaría hacia esa capital por el camino de Ramales.
Sabemos
que a las ocho de la mañana del 16 de enero salió de Medina de Pomar una
columna compuesta por cuatro compañías de Guadalajara (unos 500 soldados), 60
voluntarios de Nouvilas y guardias de la República y 50 caballos de Albuera dirigidos
por el coronel Díez Ramos, en busca de la facción de Zariátegui, (1.500
infantes y 200 caballos) encuadrado en las unidades de Santiago Lirio.
Al
llegar a Gayangos el coronel Díaz Ramos dispuso franqueasen el camino
guerrillas de Nouvilas apoyadas por una sección de Albuera y una de las cuatro compañías
de Guadalajara. Detrás marcharían los demás. Roto el fuego contra los tiradores
enemigos, se replegaron estos sobre el grueso de sus fuerzas, situadas en
fuertes posiciones. La caballería carlista se retiró a un monte a su izquierda
donde fue detenida por una compañía de Guadalajara, mientras se generalizaba el
combate en el centro y la derecha.
Después
de una hora de fuego fueron tomadas las posiciones, continuando la lucha tres
horas más. Debilitado el fuego carlista, su caballería se retiró y el jefe de
la columna liberal ordenó replegarse sobre Villasante, que tenía a su espalda.
Los
cazadores de Albuera y los regimientos de Guadalajara cargaron sobre la
retaguardia carlista –incluso a la bayoneta-, dispersándola. La prensa
progubernamental indicaba que “los
carlistas, en completa dispersión, eran perseguidos por nuestros valientes
soldados por las alturas de la Peña de Villasante, Bercedo, Agüera, San Pelayo
y camino de Espinosa”.
La Correspondencia de España (01/02/1897) |
Por
ahora ganan los liberales que dominan el pueblo. Lo que pasa es que todavía falta
la segunda parte del combate. Los republicanos estaban dentro de Villasante
cuando desde Bercedo apareció el cabecilla Navarrete con 1.000 infantes y 300
caballos. Indico que otras fuentes cifran las unidades de Navarrete en 2.000
infantes y 200 caballos. Con este refuerzo los dispersados soldados de Zariátegui
se reorganizaron.
Faltaba
una hora para la oscuridad (media tarde) y había que replegarse a Medina de
Pomar. Se procedió a evacuar el pueblo ordenadamente. Esperaban el ataque de Navarrete
que se produjo en cuanto abandonaron la protección de Villasante. El coronel
Díaz Ramos, previsoramente, situó una compañía de Guadalajara, apoyada por la
caballería de Albuera –al mando del coronel Fernando Díez- , para rechazarlo.
Por
su parte, el carlista Lirio distribuye las fuerzas cántabras y manda avanzar a
un grupo de caballería, a las órdenes del capitán Manzano, sobre el pueblo.
Encuentra Villasante desierto, y asumiendo que se escapaban los republicanos, Manzano
sale tras ellos. A la salida les recibe la andanada del coronel Díaz.
La
prensa republicana aireó:
“(…) Terminado con este hecho
el combate a las cuatro de la tarde regresó la columna a Medina de Pomar. Las
pérdidas del enemigo ascienden a 29 muertos, vistos en el campo, entre ellos un
coronel y cuatro oficiales, un oficial y dos soldados prisioneros, cinco
caballos y armas, pudiendo calcularse el total en 280 heridos. Las nuestras
consisten en un soldado y en un caballo muerto, siete soldados heridos, un
capitán y siete contusos y seis extraviados (…).”
¿Quién
ganó? ¿Quién perdió? Depende. Los republicanos lograron replegarse ante fuerzas
superiores pero dejaron a los carlistas sin neutralizar y permitieron que estos prosiguiesen
hacia las montañas cántabras, hicieran noche en Espinosa y terminaran reuniéndose
con Mendiry.
Tras
intentar tomar Santander y fracasar los carlistas se conformaron con desmontar la vía férrea
y cortar el tendido telegráfico. Ante la proximidad de las fuerzas del Capitán
General de Burgos, Lirio, Navarrete y Solana se retiraron en dirección a Puente
Viesgo y al valle de Toranzo.
Bibliografía:
Periódico
“El Boletín del Comercio”.
Periódico
“El Imparcial”.
Periódico
“El Cabecilla”.
Revista
“Estampa”.
Periódico
“La correspondencia de España”.
Periódico
“La discusión”.
Periódico
“La esperanza”.
Periódico
“La Iberia”.
Periódico
“La discusión”.
Periódico
“La Nación”.
Periódico
“La regeneración”.
Periódico
“Las circunstancias”.
“Recuerdos
de la guerra civil. La campaña carlista de 1872 a 1876” por Francisco Hernando.
“Campaña
del Norte de 1873 a 1876” por Antonio Brea.
“Batallas
en Las Merindades” por Felipe González López y Aitor Lizarazu Pérez.
Revista "La Flaca"
Anexos:
EL GENERAL SANTIAGO LIRIO Y
BURGOS: Nació el 1 de Mayo do 1814 en Fuentecilla de Abajo (Valladolid).
En la primera guerra carlista se unió al cura Merino y salió de Peñafiel con el
batallón realista del mismo pueblo, yendo con él su padre, uno de los jefes del
batallón, el día 22 de Octubre, incorporándose a las fuerzas de Merino en La Rioja
veinte días después.
Esos
voluntarios fueron batidos y el Cura Merino, con veinte jefes y oficiales,
incluido Santiago Lirio, pasaron a Portugal el 24 de Diciembre. En Marzo de
1834, organizados dos escuadrones en Portugal, gracias a la protección de D.
Miguel, volvieron a España. Durante un año largo operaron en las provincias de
Burgos y Soria.
El
26 de Setiembre de 1835 pasaron a luchar en las Provincias Vascongadas y
Navarra. Santiago Lirio partió con Gómez, como ayudante del brigadier
Villalobos, y, muerto éste en Córdoba, pasó como ayudante del general en jefe
al cuartel general. Fue hecho prisionero
y canjeado en Santander. De nuevo en campaña adquirió el empleo de capitán y el
grado de teniente coronel.
El
convenio de Vergara le permitió pasar con ese grado al regimiento húsares de la
Princesa. Abandona el ejército y pasa a América con un destino civil.
Nunca
dejó su relación con Carlos VI y sus antiguos compañeros de armas. Y cuando estalló
la revolución de 17 de Setiembre de 1868, triunfó el 29, y el 14 de Octubre,
Santiago, está en París para servir a su causa. Será ayudante de campo y
consejero de Carlos VII hasta que empezó la campaña de 1871.
Abierta
ésta ocupó el cargo de subsecretario de la Guerra y, luego, comandante general
de la división de Castilla; con ella, emprendió su marcha para coadyuvar al
ataque de Mendiry sobre Santander.
Casado
con María Vallier tuvo dos hijos, Santiago y José.
LA DIVISIÓN DE CASTILLA: Esta
división tenía en 1873 de comandante general a D. Manuel Salvador Palacios, veterano
de la primera guerra carlista, en la que había ganado dos cruces de San
Fernando y llegado a brigadier, primer jefe de la célebre brigada de Tortosa.
Con la nueva carlistada los voluntarios castellanos se dirigieron hacia las
provincias vasco-navarras y formaron compañías sueltas, diferenciadas de las
unidades de las provincias forales. Llegó a haber en Vizcaya hasta dos
batallones castellanos, el del Cid y el de Arlanzón, mandados por Bruyel y por
D. Telesforo Sánchez Naranjo, antiguo capitán de carabineros.
Con
las compañías sueltas de las otras provincias, con algunas partidas que
escaparon de Castilla se refugiaban en el Norte, y con los muchos voluntarios
que acudían allá, organizó el general Palacios los batallones de Burgos, Palencia
y Cruzados de Castilla, los cuales se refundieron más tarde en dos que unidos a
los que había en Vizcaya formaron la División de Castilla, con hasta seis
batallones, de los que fueron jefes, en el transcurso de la campaña, además de
los ya citados Bruyel y Naranjo, D. Maximiano del Pino, el veterano D.
Alejandro Atienza, D. José Manuel Gómez Solana, los antiguos oficiales de
infantería del ejército D. Rodrigo Medina (hijo del Marqués de Esquivel) y D.
José Rovira y Ladrón de Guevara, Pérez Nájera y algún otro.
Esta
unidad participó en las batallas de Somorrostro, Abarzuza y Lacar.
Una entrada muy interesante, con datos novedosos. Al contario que sucede con otros oficiales carlistas, poco se sabe de la vida de este personaje que protagonizó muchos episodios de la última guerra carlista en la zona de Encartaciones, Merindades y Cantabria Oriental. Es muy curiosos saber que pasaba temporadas en Las Machorras... Hace poco se publicó un manuscrito adscrito a su persona conservado en por la familia San Cristobal en Sopuerta y sacado a la luz por el trabajo de Javier Colina.
ResponderEliminarUn saludo,
Mikelatz
Gracias por seguir esta bitácora y por la información complementaria.
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