El mundo animal fue durante la Edad Media una
herramienta muy útil en la transmisión de mensajes políticos. No se sorprendan
porque también los había aunque no exactamente iguales a los nuestros. Se
ejecutaban a través ciertos instrumentos con los que ofrecían sugestivas
imágenes de la realidad política, apoyados, además, en la alegoría, la metáfora
y la comparación.
Un lobo con piel de cordero |
La imagen del animal servía como un vehículo para
atribuir -con sentido positivo o negativo- sus rasgos a un personaje concreto
y, simultaneamente, para expresar profecías políticas y religiosas o instruir
al gobernante en la contemplación de la virtud.
La sociedad medieval acentuó a partir del siglo
XIII el empleo de animales para la representación política. Los actuantes se
aprovechaban de la simbología y la moralización atribuida al animal empleado. Andar
con un lobo ayudaba a que al líder se le asociase a las características de ese
animal. O gracias a la sátira y la burda comparación física, atacarlo. Vamos,
no era lo mismo ser motejado de lobo, zorro o león, en masculino o femenino ni
a favor o en contra.
Dicha tradición, para fines políticos, se
valoraba –o quizá se valora hoy- según ciertos indicadores:
- Riqueza y versatilidad, en tanto que los animales no sólo eran capaces de encarnar valores morales o físicos concretos, de una forma clara y precisa a pesar, todo sea dicho, del significado diverso y ocasionalmente ambivalente que tenían ciertos animales, transmitiendo mensajes claros de carácter positivo o negativo; desde la vertiente eclesiástica la figura animal podía ser objeto de interpretaciones alegóricas, aportando nuevas perspectivas en la aproximación a ésta.
- Atribución de rasgos negativos a ciertos animales, los cuales acabarían por adquirir un sentido grotesco y burlesco que es útilmente aprovechado como arma política.
- Presentación de los animales en un sistema de corte jerárquico hábilmente adaptado por las monarquías. Así el león, el águila, el pavo real o el basilisco surgieron como encarnación del ideal regio. Dichos animales se caracterizarían por el pretendido temor despertado entre el resto de los animales, trasunto de la idea de autoridad real y de la noción de ira regia, al que se añadieron algunos matices basados en la simbología de la realeza - por ejemplo, la pelambre del león, a modo de corona - y en la interpretación simbólica de sus costumbres.
- Capacidad de los animales para el establecimiento de paralelismos entre el universo político y religioso.
- Amplia difusión de la tradición animalística, al margen de ambientes cultos, a través de la tradición folclórica, el arte o la enseñanza catequética.
La cuestión es saber cómo se producía esta
identificación cuando no se disponían de los medios de promoción existentes
hoy. Bien, debemos acudir a los recursos de la representación. ¿Qué es eso? Los
instrumentos arriba apuntados: ceremoniales, literarios, iconográficos y
simbólicos.
Asurbanipal cazando un león |
Los
recursos ceremoniales tenían diversos aspectos pero se trabajaría mucho
con la asociación indirecta (pasearse con un lobo de la correa, pintarse con
uno, etc.), la connotación, la alegorización y el uso directo de la imagen de
la bestia, a través de la adopción de rasgos animales por el rey o por el noble
(o villano) de turno. Los Reyes Católicos o Juan II disponían de animales cerca
de ellos. ¿Recuerdan el episodio del león recogido en el Cantar de Mío Cid?
Todo eran mostrar el dominio que tenían los
monarcas o los señores sobre la naturaleza, sobre las bestias y, por tanto,
sobre las personas. Muestra de divinidad.
Por su parte, el desprestigio del rival político
recurrió a algunos animales para difamar y humillar. Señalemos, como ejemplo, el
asno como montura de condenados por la justicia. La crítica al poder encontró
en la imagen animal un poderoso instrumento en el que confluían nociones como
el desprestigio. En dicha crítica al poder fue fundamental la existencia de un
conjunto de animales a los que para la tradición medieval eran negativos, en
algunos casos con un matiz sardónico añadido. Dentro del elenco animal, los
lobos pasaron a convertirse en la bestia por excelencia, debido a su asociación
con la excesiva codicia y ésta con la nobleza.
No podemos olvidar el empleo de la sátira como
arma política. La imagen animal tuvo una presencia importante en la invectiva
más gruesa proferida hacia ciertos personajes de Castilla, con un fin de
escarnio y ridiculización, a través de la equiparación de éstos con animales
concretos en base a una pretendida relación de similitud entre ambos.
Solían centrarse en los rasgos físicos más específicos
–fealdad, altura y peso- o rasgos morales de fuerte impacto dentro del código
caballeresco, como el miedo –generalmente haciendo referencia a aves o al
zorro, que se esconde en la madriguera- o la saña -fundamentalmente a través de
referencias al león, al lobo o al perro-. Ruy Díaz de Mendoza era descrito como
una “osa colmenera”, a causa de su
abundante vello.
Junto a la identificación directa de un
personaje concreto con un animal en virtud de algún rasgo físico o moral, cabe
señalar el interés por sugerir dicha condición animal a través de la referencia
a los espacios habitados por los diferentes personajes objeto de la sátira: una
osera, una buitrera, una madriguera, una lobera, una raposera, o una porquera.
Además de esta crítica individual y particular,
cabe señalar que a la sátira animal no escaparon algunos grupos de poder, como
los regidores, los privados, los vasallos del rey o ciertas facciones de la
nobleza. Todo en el marco de enfrentamientos personales o clasistas.
La animalización del contrincante político no
sólo tenía un mero fin de desprestigio. La propia etiqueta de “bestial”, que tenía
implicaciones de carácter religioso, buscaba, de una forma más o menos
explícita, negar la condición humana y cristiana al otro.
Los
Recursos Retórico-Literarios: mediante los bestiarios, los “exemplarios”
o las enciclopedias. La elección de los animales respondía a sus connotaciones negativas
o positivas, cuando no a otros matices específicos (nobleza, fortaleza, engaño,
realeza, codicia, etc.). Los “malos” estaban reflejados a través de animales carroñeros
o depredadores, como leopardos, lobos, mastines, osos, jabalíes, raposas,
perros, águilas rateras, halcones, azores, buitres o cuervos; y los “hombres buenos”
a través de animales herbívoros como carneros, ovejas, corderos, cabras,
liebres, conejos o palomas. ¿Han visto Zootropolis? ¿Quién es el protagonista?
Los animales antropomorfos poseen las características que asociamos a su
especie: El león es alcalde (remedo de rey) y los lobos son una manada fiel de
trabajadores nocturnos. ¿Y las ovejas? Como ven todavía aplicamos esos
esquemas.
La alegoría animalística de dimensión política se
difunde en Castilla a mediados del siglo XIV, para desarrollarse durante el
reinado de Juan II y alcanzar una difusión manifiesta en el reinado de los
Reyes Católicos.
El tercer grupo de recursos eran los iconográfico-Emblemáticos. Vamos la
heráldica de la que ya hemos hablado. Y el cuarto los Recursos Simbólicos donde la posesión de leones y otros
animales exóticos en las casas de fieras, fue uno de los símbolos por
excelencia del poder. Y objeto de regalo diplomático. O Cazados y exhibidos en
las estancias de representación, a manera de trofeos de caza, símbolo del ocio
de la nobleza y de su poder.
La dimensión simbólica incluiría además la
creación de genealogías míticas en las que tendrían participación ciertos
animales. Claro que eso es más de germanos y escandinavos que de castellanos.
De castellanos era cazar lobos, no descender de
ellos.
Y para cazar lobos es para lo que se construyó
la lobera de Villabasil que está en la ladera sur del monte Peñalba (Montes de
La Peña). Se sitúa o situaba porque se encuentra en muy mal estado. Permanece
el foso pero gran parte de las paredes y las dos cabañuelas que poseía se
encuentran derruidas.
Debemos fijarnos en ese foso porque es de gran
profundidad (3`25 m) y una forma prácticamente circular (5`18 m x 5`83 m). Está
rematado en su parte superior por piedras dispuestas en alero hacia el
interior. Todas estas características nos llevan a pensar en que podría haberse
empleado esta lobera para una doble función: la caza del lobo y la caza del…
oso. Este último animal estaría mucho más extendido de lo que está hoy. José A.
Valverde reconoce que las loberas se empleaban para esta caza doble al menos
hasta el siglo XVII. López de Guereñu entendía lo mismo. En Lagrán (1688) se
menciona la caza mediante el sistema de “corrida y ojeo” y en 1590 se comenta
que “después de caído se les había
salido” lo que confirma que cazaban al oso dirigiéndole a un hoyo. Entonces,
si se trataba de un oso, el hoyo permanecía descubierto durante la batida y, en
su interior, se colocaría un animal a modo de cebo.
El espesor medio de las paredes es de noventa
centímetros y su longitud es de 331 metros para la norte y de 221 metros para
la sur. Un total de 552 metros de muros. Se calcula que fue construida entre
los siglos XVI y XVII.
Si tienen interés por verla debe ir a Villabasil
y ascender por un camino hormigonado en dirección a la ermita de Nuestra Señora
de Establado. Tomen una pista que deja la ermita a la derecha y alcanzarán un
pozo de agua con forma de media luna. ¿Perdidos? Espero que no. Desde allí sigan
un caminito que, ascendiendo hacia la izquierda, se interna en el monte.
Deberán encontrarse –si todo va bien- con un sendero con marcas amarillas que
conducen hacia el Portillo del Lérdano. Será la señal de que todavía no se han
perdido. Ignórenlo y continúen hasta un pinar que, una vez atravesado, lleva a
un hayedo donde está la lobera.
Bibliografía:
“Anotaciones al libro de la montería del rey
Alfonso XI” José A. Valverde.
“Loberas en la comarca de Las Merindades
(Burgos)” Judith Trueba Longo.
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