Viajemos a nuestra querida, y cercana, Cuba para
fijar el objetivo, nuevamente, en la familia menesa de los Gómez, rama de los
Gómez-Mena. Es el 11 de enero de 1917 y debemos situarnos en la Manzana de
Gómez, justo en los portales frente al Parque Central, donde Andrés Gómez
Mena está enseñando las obras de reforma a un padre escolapio o jesuita y a un
joven. Este grupo cruza la calle hasta el Parque Central para observar mejor
los trabajos del exterior. Tras ello, regresan por los soportales frente al bar
“Salón H” y, cuando se disponían a subir la escalera hacia los dos teatros
(Polyteama Grande y Chico), un señor surgió tras de una columna de los portales
y disparó a boca jarro sobre el Sr. Gómez Mena. Fueron cinco tiros de revólver.
Sólo dos balas acertaron al menés. Eran las 17:40 horas.
El agresor se entregó después de disparar. El detenido
es Fernando Neugart, de 46 años y natural de Santander (España). Casado con
Flora Alonso Herrant (definida como bella y joven y de posible origen
valenciano) y ambos son padres de tres hijos: dos niños y una niña. Fernando,
en la prensa, aparecía definido como un buen tipo, alto, fornido, de tez
tostada, de pelo canoso y modales distinguidos. Hablaba con voz reposada, segura,
con un lenguaje culto y un carácter bondadoso y serio en el trato. Fue dueño de
una relojería en un local de la Manzana de Gómez, que logró traspasar en
noviembre de 1916 (recuerden este dato). Pero, ¿por qué mata Fernando a Andrés?
Principalmente por un asunto de cuernos, aunque no descartaría otra hipótesis
como el odio puro y duro causado por la frustración del fracaso.
Retrocedamos hasta 1912, unos cuatro años, para
completar el camino de la sangre. La relojería hasta ese año daba beneficios
pero desde entonces su clientela fue decayendo. El asesino achacó su declive
comercial a disgustos y enfermedades que le agriaron el carácter y le generaron una apatía que
afectaron a su voluntad y gusto por el trabajo. Él denominó neurastenia a lo
que le afectaba (un cansancio inexplicable que si perdura puede derivar en
depresión).
Llegó el momento en que la única solución frente
a la bancarrota era vender el negocio y con el dinero emprender otro que reclamara menos atención y esfuerzo. Pero el problema era que no tenía el
local en propiedad (recuerden que es un centro comercial donde se alquila el
espacio y se ofrecen servicios comunes) y quedaban solo 18 meses de
arrendamiento. Poco tiempo para coger el traspaso de un negocio que, recuerden,
era ruinoso y debían levantarlo.
Fernando, ante tal limitación, buscó la prórroga
del contrato para conseguir comprador. Era octubre de 1916. Compartió la idea con
su esposa. Según declaración del cántabro, por aquellos días tuvo un
encontronazo con Andrés Gómez Mena tras unas frases que consideró poco corteses.
Incido en la puntualización de Neugart: “Frases
que eran muy frecuentes en ese señor”.
Tras esa disputa no parecía estar en la mejor
posición para solicitar favores y, por ello, su esposa intercedió ante el Sr.
Gómez Mena (Pero Pedro, el hermano de Andrés) que poseía un carácter más
bondadoso y con el que se tendrían más posibilidades de éxito. Entró Flora Alonso
en el despacho del millonario y contó las miserias que se cernían sobre su familia
si no vendían (traspasar). “Pero hace
falta una prórroga en el contrato que tenemos hecho del local a su hermano D.
Andrés para que los compradores se determinen a hacer negocio. Yo le suplico,
D. Pedro, que influya usted sobre su hermano para que acceda a lo que solicita
mi esposo” pidió.
Pero Pedro le comentó que sus relaciones con
Andrés eran algo tirantes y que su intercesión podía ser contraproducente. Eso
sí, le dijo que le ayudaría a llegar a él. Que contase la situación en que
quedarían sus hijos si llegaran a la miseria, y animó a Flora diciendo que
seguro que su hermano se apiada y negociaba. La Sra. Alonso se presentó ante
Andrés y narró los aprietos económicos que estaban pasando. Y la posibilidad de
traspasar el negocio (lo lograría ese Noviembre).
Andrés, galante y amable, se ofreció a contestarle
al día siguiente y le dio esperanzas de resolver el asunto de manera favorable
al relojero. “Vaya usted con la seguridad
de que he de complacerla. Una mujer tan requetebonita como usted merece eso y
muchísimo más. Mañana le contestaré”. Al día siguiente Andrés Gómez Mena aprovechó
el horario de atención al público de la relojería para presentarse en la calle
Bernaza número 31 donde estaba la casa de Fernando Neugart.
-¿Usted
por aquí, don Andrés?
-Sí,
señora, a contestarle que lo que pidió su esposo está resuelto como usted
desea.
-Pues
muchas gracias. No sabe usted el bien que nos hace y lo agradecidos que
estamos.
-¿De
veras? ¿A que no es capaz de demostrarme que lo agradece?- Flora
se alejó del millonario. -¿Sabe cómo demostraría
usted ser agradecida? Pues dejando que la amara con todo el fuego que usted,
Flora, encendió en mi pecho.
-Don
Andrés, no hable usted tonterías... Es usted muy bromista...
El viejo millonario se abalanzó sobre Flora,
sobándola. Gritó ella y Andrés huyó.
Este extracto periodístico podría ser una
idealización de lo que se dijo que, probablemente, empezó con una conversación
sobre distintos asuntos, hasta que Gómez Mena, quizá –primeramente- algo
temeroso y más tarde con gran soltura dirigió distintas frases celebrando la
hermosura de la señora. Flora, como hemos visto, tomó a broma las palabras del
anciano pero al poco asumió que él hablaba en serio. El millonario llegó a
decirle que si se guiaba por sus consejos, y era condescendiente con él, podría
lograr una buena posición, toda vez que era joven y hermosa y tenía derecho a
ello. Partimos, es este caso, de las declaraciones del marido de Flora mientras
se encontraba en los pasillos del Juzgado de guardia. De hecho, continuó que su
esposa se indignó ante las proposiciones del señor Gómez Mena, llegando
a amenazarlo con pedir auxilio si no se marchaba. El empresario envió distintos
emisarios a Flora para convencerla. Indicaremos que en el proceso salió que
Flora ya había comentado a sus familiares la angustia que le producía este
acoso.
Andrés Gómez Mena |
Fernando, finalmente, llegó a enterarse del
asunto. Cosa nada difícil porque fue Flora quién se lo contó. Lo que no sé es
si lo hizo antes o después de lograr traspasar la joyería. Neugart visitó a
Andrés Gómez Mena en su casa a pedirle una detenida explicación de la conducta con
su esposa. La entrevista fue cordial -según manifestó Fernando- pues Andrés dio
todo género de explicaciones e inclusive se dispuso a ir ante Flora para
mostrar que no tenía idea amorosa alguna con respecto a ella. Pero Fernando insistió
que sus sospechas eran fundadas y que, por tanto, deseaba ventilar el asunto
efectuando un duelo a muerte como reparación de su honor. Gómez Mena le dijo
que aplazara el asunto y que él iría a su casa para celebrar una nueva
entrevista y dejarlo convencido de que su honor se mantenía incólume.
Fernando tuvo que esperar sentado porque Andrés
no apareció. El presunto cornudo lo llamó por teléfono a fin de saber qué había
acordado sobre el asunto y obtuvo esta respuesta:
-Oiga,
oiga si usted sigue molestándome le voy a echar la Policía…
-Eso no
lo hace un caballero...- Replicó Fernando.
Gómez Mena colgó el teléfono.
Fernando, tras escuchar a Flora y lleno de ira,
ideó asesinar al millonario donde quiera que lo encontrase. Se proveyó de dos revólveres
y salió a cazarlo. Varias veces tuvo oportunidad para dispararlo, pero no quiso
hacerlo por temor a herir a terceros.
Tumba de Andrés Gómez Mena en el cementerio de Cristóbal Colón |
Hasta que Fernando disparó y… se entregó. Y
nosotros volvemos al momento tras el tiroteo.
El vigilante 960 condujo al herido al Hospital
de Emergencias, donde el facultativo de guardia Dr. Ponce le practicó las
primeras curas certificando las siguientes heridas: Una herida producida por
proyectil de arma de fuego de pequeño calibre, orificio de entrada, en la cara
exterior, tercio inferior, brazo derecho, y orificio de salida en la cara
externa de dicho brazo. Otra herida sin orificio de salida en la cara externa
de dicho brazo, con la fractura del húmero derecho por su tercio superior. No
entiendo mucho, pero, no parecen heridas mortales. Añadiendo así que Fernando
tenía una pésima puntería. Gómez Mena -pocas horas antes de fallecer- declaró
ante el juez de guardia que: “Hace tres
meses, la señora del relojero me invitó a ir a su casa, en la calle de Bernaza,
para allí hablarme de un asunto que se reservó hasta el momento de la
entrevista. Como se trataba de una dama, accedí a su petición y la visité,
escuchando de sus labios una súplica: que prorrogara a su esposo el contrato de
arrendamiento del local que en mi manzana ocupa su relojería; pero hube de
contestarle que no me era posible acceder a su pretensión, toda vez que su
marido no era inquilino mío, sino otro señor nombrado Hilario Llano. Desde el
día en que tuvo efecto esa entrevista, agregó el señor Gómez Mena, hasta hace
poco, no volví a recordar más a éste hombre, pero hace varios días tuvimos una
entrevista en casa de mi hija María Luisa, en Concordia 44, altos, donde me
dijo que yo había querido abusar de su señora. Desde luego, le negué tal cosa,
de todo punto incierta y él insistió, empeñándose en que yo debía darle una
reparación...” (recuerden que en noviembre de 1916 se consiguió en
traspaso)
Querían chantajear al millonario. Gómez Mena
dijo que “esa entrevista no fue por nadie
presenciada” pero informó al señor Agapito Cagigas (yerno del finado) cuanto
en ella se trató, sin creer que al asunto se diera mayor importancia. “Ayer -agregó- fui llamado al teléfono de mi oficina por ese individuo, a quien me
negué a oír, porque me había llegado a figurar, y todavía lo creo, que él lo que
pretendía de mí era cogerme dinero". Para Miguel Barnet, según lo
cuenta en su novela “Gallego”, Andrés Gómez Mena murió de insuficiencia
cardiaca y no directamente de los balazos. Bueno y también dice que era un viejo verde.
Esa misma noche de Enero estaba prevista la
boda, en la Iglesia de la Merced, entre la señorita Guillermina García Montes,
y Manuel Gómez, sobrino del fallecido.
El señor Andrés Gómez Mena era viudo, de 68 años
de edad y vecino de la calle de Concordia número 44 en esta ciudad. Al agresor
Fernando le fueron ocupados dos revólveres: uno Smith, calibre 32, con cinco
cámaras descargadas y otro vizcaíno.
Si viajan a la querida La Habana y buscan el
lugar donde estaba la relojería de Fernando Neugart tienen que colocarse en la
escalera monumental que dará acceso al teatro Polyteama Grande.
¿Y qué le ocurrió al asesino? La Audiencia de la
Habana lo condenó, como autor de un delito de homicidio sin circunstancias
modificativas, a la pena de 15 años de reclusión. El Tribunal Supremo declaró
en su día que no había lugar a los recursos de casación establecidos por las partes
contra la sentencia. Que determinaba que el móvil había sido “razones de
negocios”.
Si nos fijamos Fernando salió bien parado
porque, suponiendo vigencia al código penal de 1870 (el de la época de la
provincia española) y hubiera sido catalogado como asesinato el reo podría
haber sido condenado a muerte y, como mínimo, a la pena de reclusión mayor. Fue
homicidio porque, por lo visto, no hubo alevosía ni premeditación. Salió a la
calle en el verano de 1930.
Como notas curiosas en los años treinta hubo un
famoso abogado cubano que se llamaba igual que nuestro homicida. Y, rizando el
rizo, hubo un teniente coronel Fernando Neugart del ejército cubano que se
entrevistó varias veces con Fidel Castro durante la guerra civil.
Bibliografía:
Periódico “El Progreso”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La Prensa”.
Periódico “Diario de la marina”.
Código Penal español de 1870.
Novela “Gallego” de Miguel Barnet.
Findgrave.com
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