Dejábamos
la historia de Castilla con la ascensión al trono de Ordoño III. De derecho
porque de facto ya estaba ejerciendo el poder, entiéndanme. Quizá por eso los
primeros tiempos fueron calmos. Lo más probable es que, simplemente, los
enemigos del nuevo monarca estuviesen tomándole la medida. Nadie parecía
discutir los derechos de Ordoño, además su madre era una noble gallega y su
esposa era la hija del conde de Castilla, Fernán González, lo que garantizaba
la lealtad del poderoso magnate de Lara.
Ordoño
vinculaba así, en su persona, Galicia y Castilla, territorios levantiscos por
tradición. De hecho, durante los primeros años de Ordoño III no hay la huella
de resistencia interna. El propio Fernán González se apresura a firmar una
donación con su yerno, el rey, en febrero de 951, es decir, recién llegado al
trono. Tampoco se rastrea signo de oposición alguna en Galicia en este primer
tramo de reinado. Todo parece ir sobre ruedas. Ordoño conocía los entresijos
del reino y calmado ese frente opta por promover medidas estructurales: reorganización
del territorio, fortalecimiento de las instituciones regias...
Todo
“okey” en la corte de León. ¿Seguro? Fijémonos en Sancho, hermanastro del rey,
hijo del segundo matrimonio de Ramiro con una princesa navarra. Sancho se
siente marginado, desdeñado, es infeliz. Probablemente piensa que le han
quitado el trono, que su padre se ha equivocado –o que su hermano traicionó la
“verdadera” voluntad de Ramiro II-, que él tiene más derecho al trono porque su
sangre es mejor… Pero nadie escucha su lamento. Esta situación hace que Sancho alimente
un profundo rencor. Y no solo eso sino que se da más a la comida. Esta fondón,
pero que muy fondón. Es el famoso Sancho el Craso, el Gordo.
Como
hubiera dicho cierto político ya apartado de la primera línea: ¿qué hay de malo
en ello? ¿Qué hay de malo en estar gordo? Pues, si hubiera sido abad o mercader,
nada. Incluso si, rizando el rizo, viviesen en una corte más pacífica, más
norteña como la de Francia donde había reinado Carlos el Gordo, tampoco hubiera
habido problemas pero en el León del siglo X era imposible. ¡Pero si la vida se
hacía sobre los estribos encabezando los ataques! ¿Y cómo podría dirigir a sus
huestes en el campo de batalla un hombre que apenas lograba subir a su montura
y que no podía mover su espada con la menor agilidad?
Nadie
tomaría en consideración la opción de Sancho como rey estando como estaba. Pero
quería ser rey. ¿Qué tenía a su favor? Debió ser despierto e inteligente,
familiarizado con las cosas del gobierno (estuvo al frente del condado de
Castilla mientras duró el encierro de Fernán González); y era nieto de la
poderosa reina viuda de Pamplona, doña Toda Aznárez –al parecer su nieto
favorito-. Más que nada por lo que Toda hizo por el chaval.
Pisar
el trono su hermanastro y, Sancho, correr bajo las faldas de su abuela en la
corte de Pamplona. Eso explicaría por qué, desde la llegada de Ordoño III al
trono, no hay ni una sola referencia a Sancho en toda la documentación oficial:
sencillamente, se había quitado de en medio... por si le quitaban de en medio o
hasta que llegara su oportunidad. Si no se le veía no era un problema y si no
era un problema ambas partes podían dedicarse a otras cosas. Sancho a maquinar
el futuro y Ordoño a los moros.
Abderramán
III no dio tanta tregua y rápidamente tanteó al nuevo rey. Incordiará a Ordoño III
con campañas breves dirigidas contra escenarios muy localizados. Esto deriva en
una sensación de inseguridad en las fronteras leonesas. Y las ejecutan los
gobernadores árabes de las zonas de frontera. Así el califa mata varios pájaros
de un tiro: desestabiliza al nuevo rey cristiano; pone a prueba el coraje de
los gobernadores del califato; y proporciona a sus ejércitos un buen trabajo en
que mantenerlos ocupados.
Estas
campañas las contó el cronista Ibn Idhari. Empiezan en la primavera de 951. El
caíd de Badajoz, Ahmad ibn Yala, penetra con sus huestes sobre Galicia y
derrota a las guarniciones cristianas: “Un
gran número de sus más bravos guerreros quedaron sobre el terreno y más de 300
mujeres y niños, que cayeron en manos de los vencedores, fueron enviados como
esclavos a Córdoba”. En las mismas fechas, un caíd de Toledo llamado Rechik
derrota a los cristianos en Talavera, al lado de Toledo cuando aquellos debían
estar haciendo una cabalgada por tierras de Al-Andalus. Y, al mismo tiempo, otro
ataque contra el Reino de Navarra dirigida por el caíd de Huesca, Yahya ibn
Hashim.
Y en 952.
Y en 953…Ese año el caíd de Badajoz, el mentado Ahmad ibnYala, vuelve sobre Galicia
mientras el caíd de Medinaceli, un tal Galib, golpea en Castilla. Poco después
llegaba a Córdoba un convoy de cruces y campanas cuya entrada en la ciudad fue
motivo de regocijo para los musulmanes. Demasiados ataques, demasiados frentes
-Galicia, Castilla, Navarra-, demasiada fragilidad. Para el califato, con su
potencia demográfica y económica, una derrota militar era algo que podía
superarse al año siguiente. Por el contrario, para los reinos cristianos, menos
poblados, con menos recursos, cada una de esas campañas moras de saqueo era un
picotazo feroz del que costaba grandes esfuerzos recuperarse.
Vamos,
que cundió el desaliento entre los magnates del reino que tenían mucho más que
perder que los campesinos. Al fin y al cabo, estos solo perdían la vida pero
los grandes perdían negocios y haciendas. Hubo algunos que elucubraron que
podrían vivir más cómodos con un acercamiento (sumisión) a Córdoba. Ahora bien,
este cambio de política necesitaba un cambio de rey.
La
cobardía y el cálculo cortoplacista fragua una amplia conspiración. Los
golpistas tienen su proyecto de rey: Sancho, el gordo. Y a su lado se coloca el
conde de Castilla. Pero ellos no son el “Elefante blanco” que dirige el complot
de 954.
Todo
sucedió en unos pocos meses. Rey va, rey viene. A mediados del año tenemos columnas
armadas de Pamplona y de Castilla marchando sobre Sahagún. Pretenden derrocar
al rey Ordoño III y coronar al infante Sancho, el gordo. Con Sancho cabalga nuestro
idolatrado Fernán González, conde de Castilla, ¡suegro del rey Ordoño! ¿Por
qué? ¿Quién les incitó al golpe? Parece bastante claro que el motor de la
operación fue el rey de Pamplona, García, y tras él doña Toda, la reina madre,
abuela de Sancho. El infante Sancho, en aquel momento, no tenía ni edad (unos
veinte años) ni prestigio para encabezar por sí solo una operación de este
calado. Y la presencia de tropas navarras entre los sublevados confirma que la
trama venía dirigida desde la corte pamplonesa. ¿Con qué objetivo?
Aparentemente, desbancar al hijo de una gallega para poner en el trono al hijo
de una navarra.
¿Y ya
está? ¿Quítate tú para ponerme yo que valgo más? No solo es la sangre sino que con
el nieto de Toda en León, la política del reino cristiano con Córdoba
forzosamente tendría que cambiar. Es muy verosímil que el fin último del
levantamiento fuera modificar el escenario y buscar algún tipo de entendimiento
con el califa. Doña Toda ya lo había intentado alguna vez; al fin y al cabo,
Abderramán era su sobrino.
¿Y
Fernán? ¿Qué sacaba él de toda esta trama? Nada indica que el conde pretendiera
formar un reino independiente, tal y como ha defendido en el pasado cierta
historiografía nacionalista y romántica. ¿Entonces? Conjeturemos: que Fernán buscaba
obtener de Ordoño lo que no pudo obtener de Ramiro, esto es, ampliar hacia el
suroeste sus dominios, taponados por el condado de Monzón; que golpeado por los
moros, buscara en la conspiración contra el rey una vía para acabar con la
presión musulmana; que, simplemente, quisiera someter al nuevo rey a una prueba
de fuerza; O que el conde de Castilla hubiera obtenido de Pamplona –de su
suegra Toda- determinadas garantías sobre tierras y poder.
La
expedición será un sonoro fracaso. Ordoño III era un rey de altura: político
avisado y guerrero diestro. Enterado del complot, Ordoño dispone a sus tropas
en el curso del Cea. Cuenta con un aliado de primera magnitud. ¿Cuál? El conde
de Monzón, Fernando Ansúrez, que acaba de heredar el título tras la muerte de
su padre, Assur Fernández, el eterno rival de Fernán González. El dispositivo
de defensa es inexpugnable. Sin apenas trabar combate, las columnas de Sancho y
Fernán se retiran. El rey ha parado el golpe.
Aún no
estaba del todo apagado el incendio navarro-castellano cuando el paisaje vuelve
a encenderse por Galicia. En Lugo donde los magnates gallegos se han sublevado
a su vez. ¿Lo habían acordado con Fernán y Sancho? ¿O los gallegos aprovecharon
la iniciativa del castellano y el gordo para levantarse? Ni idea.
Ordoño no
perdió el tiempo: se puso al frente de sus tropas, marchó hacia Lugo, redujo al
gobernador Jimeno Díaz y a sus hijos Gonzalo y Vermudo y desmanteló la rebelión
gallega. Para dejar claro quién mandaba, encomendó el gobierno de la región a
un hombre de su confianza: el obispo Rosendo. Fue posiblemente allí, en Lugo,
donde Ordoño se vio obligado a tomar decisiones de largo alcance. Los ataques
musulmanes de los años anteriores, más las rebeliones de Sancho y Fernán y de
los gallegos, venían a apuntar en una sola dirección: demasiada gente ponía en
solfa la autoridad del rey.
Para
remediarlo se debía mostrar fuerza y determinación. Desde Lugo se podía atacar Lisboa.
La campaña vertiginosa como todos los sucesos anteriores. Así lo cuenta
Sampiro: “El rey Ordoño, habiendo congregado
un gran ejército, sometió a Galicia y saqueó Lisboa, trayéndose consigo un gran
botín junto con cautivos y regresando a la sede regia en paz y triunfador”.
Mientras
el rey vuelve de Lisboa, una muchedumbre musulmana invade Castilla por San
Esteban de Gormaz. Conocemos los nombres de sus jefes: Galib, Mutarrif,
Muhammad ibnYala, ObeidAllah ibn Ahmad ibnYala, Hudayl ibn Hashim al-Tuyibi,
Marwan ibn Razin... La flor y nata de los caudillos guerreros de Córdoba.
Fernán González se ve desbordado. El golpe debió de ser duro. La crónica mora
lo cuenta así: “Penetraron en país
enemigo y dirigiéndose contra una fortaleza de Castilla se apoderaron de los
arrabales dando muerte a muchos de sus habitantes. Al retirarse, bandas de
cristianos cayeron sobre ellos, pero, gracias a Alá, fueron rechazados,
perseguidos durante unas diez millas y masacrados a discreción por los
vencedores, de suerte que el número de víctimas se había evaluado en una decena
de millares (...).Alrededor de 5.000 cabezas de las víctimas llegaron a
continuación, que por orden del califa fueron expuestas en los patíbulos que
rodeaban las murallas”. Vaya derrota, ¿Verdad? Pero la crónica mora oculta
una nimio detalle, que el rey Ordoño III trasladó sus tropas hacia San Esteban
de Gormaz para apuntalar el frente del Duero; salvó la situación; evitó la
caída de la plaza; y forzó a los musulmanes a retirarse. Ordoño había ganado.
La crónica cristiana cuenta que el rey Ordoño “dio gran ayuda al conde Fernán González, con quien venció a los moros
en San Esteban”.
Córdoba
empezará conversaciones de paz. ¿Y Fernán González? ¿De rositas nuevamente?
Fijémonos en los detalles: la aceifa hizo mucho daño en sus tierras que se
salvaron porque Ordoño III actuó sobre Castilla en apoyo de Fernán. Eso se
llama “derrota política” que mostraba el nuevo sometimiento del Conde de
Castilla al rey de León y la obligación de jurarle fidelidad (hasta la siguiente).
(Y viene
el lío de las esposas de Ordoño III). Pero Ordoño III no las tuvo todas
consigo porque en algunos libros se cuenta que el rey repudió a Urraca
Fernández y contrajo matrimonio con Elvira Peláez que era hija del conde Pelayo
González. Claro que hay textos que tampoco tienen claro si Urraca era hija o hermana
de Fernán González. De hecho, este repudio y posterior matrimonio ha sido
puesto en duda porque quien habla de ello es el obispo don Pelayo conocido por
ser bastante fantasioso y manipulador. Pensemos que retocó los documentos que
escribió el cronista Sampiro. El relato de este último es el siguiente: "Fallecido Ramiro, su hijo Ordoño, varón
prudente y en preparar y en dirigir ejércitos muy sabio, recibió el cetro
paterno. Mas su hermano, de nombre Sancho, tomado consejo de acuerdo con su
abuelo García, rey de Pamplona, y con Fernán González, conde de los burgaleses,
cada uno con su ejército, se acercaron a León para arrojar del reino a Ordoño y
consolidar en él a su hermano Sancho. Pero el rey estuvo bastante activo para
defender sus ciudades y vindicar el cetro del reino, teniendo que volverse los
agresores a sus propias tierras, y el susodicho conde Fernando, queriendo o no
queriendo, se acercó a su servicio". Cuenta luego el cronista oficial
la campaña de Lisboa, y añade que Ordoño, disgustado con su suegro, repudió a
su esposa y se casó con otra mujer. Pero Úrbel nos señala que el nombre de la
reina Urraca Fernández aparece en los documentos hasta que muere el rey.
Ordoño
III, a mediados de 955, lo tendría todo bajo control. Incluso una tregua con
Abderramán III. Pero, ¿tregua pedida por quién? Según los moros: el cristiano.
Claro que parece lo contrario pues fue el califa el primero en mandar
embajadores. Y en esto entra la religión (más si cabe en ese mundo andalusí): El
califa es jefe religioso y político por lo que no puede pedir la paz a los
infieles y a los idólatras –si escuchan los telediarios sabrán que se refieren
a los no musulmanes- porque eso sería humillar a Alá y, por tanto, pecar
gravemente. Pero puede aceptar las peticiones de paz ajenas. Vamos que lo que
no podía hacer era tomar la iniciativa. El truco estaba en enviar embajadores
que formularan verbalmente la propuesta y requerir de la otra parte una carta
en la que se pidiera la paz.
Ordoño había
hecho mucho daño y, presuponemos, que el califa no quería una guerra a gran
escala. ¿No tenía Abderramán recursos para pelear con León? Sí, los tenía, y
sobrados. Pero a costa de desguarnecer el frente africano, que también absorbía
las preocupaciones del califa.
No solo
eso, rizando el rizo podemos pensar que Abderramán era un tipo maquiavélico y
que, junto a su pariente navarra Toda, había intentado desbordar a Ordoño III
quien había sobrevivido y obligado a cambiar la política cordobesa. Así que entre
el verano y el otoño de 955 Muhammad ibn Husayn marchó a León a parlamentar. Semanas
después vuelve a Córdoba con la carta de paz. Suponemos que Abderramán aceptó
la petición... que él había promovido. Fernán González se opuso al acuerdo quizá
porque se sacrificasen algunas plazas castellanas o no se le tratase como a un
“soberano” -debiendo tratar con él los embajadores cordobeses-. Solo tras
recibir garantías de los andalusíes negoció.
Pero… ¿Ordoño
quería la paz? Ni idea. Ordoño pudo pensar que si mi peor enemigo, que es el
califa de Córdoba, me pide la paz, es porque no está en condiciones de hacerme
la guerra; mis rivales interiores, en Castilla y Galicia, están sojuzgados; mis
competidores en el campo cristiano, que son los navarros, están más débiles;
tengo a mi ejército alineado, en forma y con moral de victoria después de una
cadena sostenida de éxitos. ¿Acaso no es el momento de asestar un golpe
decisivo? El objetivo del reino cristiano del norte no había cambiado: bajar la
frontera más hacia el sur, siempre más hacia el sur.
En esta
situación, ¿esperaría usted a que su enemigo se recuperase? Demorarse podía
significar que Abderramán solucionara sus problemas y que se relanzasen las
intrigas en Castilla y Galicia. Evidente: ¡Atacar! El rey Ordoño III pasó el
invierno entre 955 y 956 en Zamora preparando a sus ejércitos y haciendo acopio
de recursos. Pero entonces, ¿y la tregua? ¿Y la carta? ¿No servía de nada? ¿Era
papel mojado? Quizá Ordoño pensó que la victoria pesaba más que la propia
palabra. O quizá no hubo tal palabra, porque tampoco sabemos qué estipulaba
aquella tregua, ni su duración ni sus términos, de manera que todo lo que
podamos decir aquí es pura conjetura. Lo único que sabemos a ciencia cierta es
esto: que Abderramán promovió una tregua; que Ordoño la aceptó; que, al mismo
tiempo, el rey de León preparó a sus ejércitos para una gran ofensiva.
¿Diríamos
que Ordoño era desleal? No. Se preocupaba por su reino y su futuro, el suyo y
el de León. Con esta ofensiva se conseguiría la repoblación hasta la sierra de
Guadarrama; las conspiraciones nobiliarias, neutralizadas por esta nueva
ganancia de tierras; el Reino de Pamplona, de nuevo forzado a la alianza con
León ante esta exhibición de potencia; el prestigio del monarca leonés,
agigantado por la nueva victoria.
Y todo
fue mal. Muy mal. Ya era primavera y las tropas estaban dispuestas pero Ordoño
III moría en Zamora en el 956. Por causas naturales, indican todas las fuentes.
Dejaba, probablemente, al menos, dos hijos de muy corta edad, Bermudo y Gonzalo.
El paisaje cambió de golpe y a peor.
Era el
momento de Toda Aznárez. Consigue el apoyo de Fernán González; gana para su
causa a los Ansúrez, que han emparentado poco antes con la familia real de
Pamplona; reparte obsequios y promesas, y Sancho se sienta pacíficamente en el
trono. El 13 de noviembre de 956 está Sancho en Compostela y a su lado se
hallan los principales magnates, ante todo, el conde de Castilla, y con él
Pelayo González, uno de los más altos personajes de León; el inquieto conde
gallego Rodrigo Velázquez, y un noble navarro, Sancho García, hijo acaso del
rey de Pamplona venido a León con motivo de la sucesión al trono.
¿Se han
fijado en un detalle? Arriba indicaba que Ordoño III tuvo hijos que eran nietos
de Fernán González. ¿Por qué el mayor no heredaba la corona? ¿Por qué el abuelo
no sostuvo a uno de ellos en el trono? ¿Por qué apoyaría a Sancho? Primero,
eran muy jóvenes y, segundo, Fernán González aparece, para algunos
historiadores, como tibio ante los movimientos de su suegra Toda. También
podría ser que Bermudo fuese un hijo ilegítimo de Ordoño III que situaron en el
trono. Si suponemos que repudió a Urraca, sus hijos saldrían de la línea
sucesoria y avanzaría el hermanastro bastardo. Claro que el bastardo no
reinaría y ganaría Sancho el Craso. O, derivada de esta última, Bermudo fuese
hijo de Elvira Peláez. Lioso y con teorías a gusto de todos.
Para
celebrar su coronación, Sancho dona al obispo de Santiago, Sisnando, el condado
de Bembejo (Donde decimos donar podemos decir “comprar al obispo con”). Sancho I
de León, el Craso, era algo gafe, o algo peor: inmaduro a sus veintitantos que
no son los de ahora. El nuevo rey fue un instrumento de la política pamplonesa.
Aben-Khal- dum lo describe como “vano,
orgulloso y belicoso”. En todo caso, Sancho era ambicioso y… gordo. Tanto
que no podía montar a caballo, manejar hábilmente la espada ni yacer con mujer,
lo cual causaba la rechifla general de sus súbditos.
Ante
este panorama debía reforzar su autoridad y, para ello, intentó controlar el
poder que los grandes linajes nobiliarios habían ido acumulando en la estela de
la reconquista de nuevos espacios al sur. También lo intentaron sus antecesores
pero con mejores cartas. Extendamos el mapa de alianzas del rey Sancho: con él
estaban la corte pamplonesa, los nobles gallegos y el conde de Castilla; contra
su gobierno tenía a los nobles leoneses y asturianos que lo veían como un
golpista.
¿Qué
hacer en esta partida? Ganarse a los desafectos sin perder aliados. Sencillo. Seguro
que fue aconsejado en la forma de hacerlo por su abuela que le sugeriría atar en
corto a Fernán González, tío del rey y yerno admirado por Toda Aznárez. Si
éstos fueron los consejos de la navarra, Sancho los aplicó torpemente. Nadie
parecía olvidar la traición a Ordoño ni el sobrepeso de un rey incapacitado
para salir a la guerra.
Para
colmo de males estos gestos hacia occidente del reino levantaron ampollas en
Castilla y en su conde al constatar que Sancho hacía lo contrario de lo que a
él le convenía. Como la política de palacio iba mal buscó en el enemigo
exterior el aglutinante (lo mismo que los políticos autonómicos españoles
porque ya sabemos que todo está inventado). Después de todo, León seguía
teniendo un poderoso ejército, bien entrenado y dispuesto al combate. Una gran
victoria otorgaría a Sancho el crédito que los magnates del reino no le querían
conceder.
Y, si
no, ¿qué hacer? Vale, estaba el escollito de la tregua pactada por el difunto
rey con Córdoba pero Sancho I también la ignoró y atacó. Del lugar donde lo hizo lo
desconocemos todo pero conocemos donde respondieron los moros. Las fuentes
cordobesas señalan dos campañas en el verano de 957. Una la mandó el general
Galib contra algunas fortalezas fronterizas del Reino de Pamplona, pasando las
guarniciones a cuchillo, desmantelando las aldeas circundantes y arrasando los
campos. La otra la dirigió Ahmad ibn Yala contra la región leonesa, dado el
balance que las fuentes moras ofrecen sobre el combate: cuatrocientos
cristianos decapitados y un enorme botín en caballos y bestias de carga. Ni la
expedición de Galib ni la de Ibn Yala fueron particularmente gravosas, pero era
la gota que colmaba el vaso. El califa fue Maquiavélico porque atacó a Toda y a
su títere leonés. ¿Esperaría Abderramán un levantamiento en León y una guerra
civil que le dejase las manos libres?
Sancho que
se agarraba al cargo con la punta de los dedos tras este revés militar no podía
más. Y recibió lo que quiso dar en su día. A finales de enero del año 958 León
vive un golpe de Estado. Y nadie defenderá a Sancho. El rey huye a Pamplona (Según
Úrbel se le engaña con un tratamiento contra la obesidad). Ni siquiera Fernán
González, su antiguo aliado y familiar, con el que compartía intereses
políticos, lo ayudó. Tal vez porque Fernán participaba en la conspiración. Pensemos
que en 957 había casado a su hija Urraca, viuda de Ordoño III con el futuro Ordoño
IV, hijo de Alfonso IV, que inmediatamente reinará. Pero, por otro lado, Fernán
firma en mayo de 958 un diploma donde sigue reconociendo al ya derrocado Sancho
como rey. ¿Y esto? Ni idea. En marzo de 958 un nuevo rey de León aparece en
Santiago de Compostela. Le flanquean multitud de magnates gallegos y leoneses,
tanto laicos como eclesiásticos. El nuevo rey se llama Ordoño; Ordoño IV.
Pasará a la historia como Ordoño el Malo o el Jorobado.
Claro
que Pérez de Úrbel escribió que en el centro de la conspiración se encontraba
Fernán González quien convence a Ordoño Adefonsiz (hijo de Alfonso IV) diciéndole:
"El rey eres tú; lo fue tu padre,
que era el primogénito de Ordoño II, y es a ti a quien te corresponde la corona.
Yo te ayudaré, te daré en matrimonio a mi hija, la viuda de Ordoño III, y haré
triunfar tu causa." Aprovechando aquel desconcierto, Fernán González
pretendería extender su dominio por la frontera occidental y fijar como límites
el Deva, en la montaña, y el Cea, en la llanura de Campos.
Bibliografía:
“Historia
de España” de Salvat.
“Moros
y cristianos” de José Javier Esparza.
“Historia
del condado de Castilla” de Fray Justo Pérez de Úrbel.
"Atlas de historia de España" de Fernando García de Cortázar
"Atlas de historia de España" de Fernando García de Cortázar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.