Hoy Seguiremos el camino que realizará el
viajero Karl Friedrich Von Jariges desde Bilbao hasta Burgos para que él nos
comente cómo vio su paso por la más vieja Castilla y nosotros hablemos del
camino de herradura que enlazaba Orduña y Berberana. Karl nació en Berlín el 3
de setiembre de 1773, era hijo de un consejero de Magdeburgo y miembro de una familia
aristocrática. Siendo niño murió su padre y la madre se volvió a casar con un
rico comerciante -Plönies de Magdeburgo- que cuidó mucho la educación de Von
Jariges.
Estudió en la Escuela de Comercio de su ciudad y
luego en el monasterio de Bergen donde se hizo amigo íntimo de St. Schütze,
quien escribiría su necrológica. Completó su formación en otras universidades y
fue nombrado auditor de cámara de Berlín. Pero dimitió para dedicarse a la
crítica literaria y a los idiomas.
Viajó por Suiza. Y, quizá animado por esta
experiencia y por los contactos comerciales que poseía acometió en 1802 el
viaje a España. Penetró por la frontera de Irún para reunirse en Bilbao con sus
amigos von Vincke y Hecht quienes sacaban sus ovejas merinas de Castilla para
Hamburgo por ese puerto. Conocedor del francés, inglés, castellano e italiano Karl
aprovechó para publicar sus comentarios en las Revistas de Literatura de Jena y
Leipzig. Tradujo, e imitó, novelas de esas lenguas y efectuó traducciones que
publicó en Almanaques y Revistas. Así hizo con “Romances españoles” y la
shakesperiana “Troilo y Cresida” impresas en Berlín en 1823; “El rey Lear” y
“La Comedia de las equivocaciones” del mismo autor inglés en 1824 en Berlín y
en la Biblioteca de bolsillo de Zwiekau de Sajonia.
Al final de su vida trabajó en la “Revista de
literatura” de Weimar, dirigida por su amigo Schutze. Fue desterrado por sus
críticas al teatro de Weimar. Amaba la soledad y era muy independiente y según
su citado amigo, había nacido para la crítica. Murió el 22 de junio de 1826.
Como hemos dicho, Karl entró en España por Irún
junto a otros viajeros cuyo destino era Madrid. En una balsa cruzó el río
Bidasoa. Desde el primer momento notamos el perfil crítico de su carácter.
Aunque podría pensarse que más que eso fuese racismo y supremacismo frente a lo
hispano cuando deja caer perlas, ciertas por otra parte, como que “Entonces estábamos ya sobre suelo español,
lo que todavía fue confirmado, cuando un grupo de media docena de Capuchinos,
se cruzaron con nosotros”.
Pero no solo despelleja al nativo sino que guarda
inquina para sus compañeros de viaje como cuando describe la inteligencia de
dos damas francesas -culpables de su mismo delito- de la siguiente forma: “Pernoctamos nosotros en Orean (¿Orendain?) en una pequeña posada buena y muy limpia;
la posadera y su hija comprendían muy bien la lengua Francesa y fueron tan
amables que, durante la comida, nos dieron una pequeña lección de Castellano,
de la cual mis dos compañeras de viaje, muy a la Francesa no comprendieron ni
una sola palabrita; y sin embargo, una de ellas, quería instalar en Cádiz una
sombrerería. Como ambas jóvenes señoras francesas encontraban todo lo Español
malo e insoportable y, en su boca, París era siempre la tercera palabra, se
puede deducir ya su total indiferencia respecto al idioma Castellano, del que
sin embargo, no podían prescindir. Especialmente fueron objeto de sus burlas
los frailes y los curas, y no se les ocurrió pensar que, hasta hace pocos años,
su propia patria estaba completamente colmada de los mismos. Muchos clérigos
que, durante la Revolución, se expulsaron, volvían ahora desde España a Francia”.
Von Jariges compartió el adusto carruaje hasta Vitoria.
Desde allí hasta Bilbao fue en mula, porque el camino no era para coches. El
escritor se cruzó con reatas de mulas que portaban mercancías por esos caminos
de montaña. Eran los llamados caminos mulateros.
Pinta una imagen de los vizcaínos como pueblo
alegre y despierto. Pero puntualiza que es fruto de un bienestar asociado a una
serie de privilegios frente al resto de españoles. Tras explayarse en las virtudes
de Bilbao, sus gentes y su comarca continuó solo, sin sus amigos, su viaje
hacia el interior de España. Partió “a caballo” hacia el valle de Orduña. Pero
esta montura resulta extraña en un viajero que, lógicamente, la habrá
alquilado. Más normal hubiera sido alquilar una mula –como en su viaje desde
Vitoria- que resulta más resistente. Tardó unas seis horas en llegar a Orduña.
Las alternativas a las que se enfrentaba para
llegar a la meseta castellana eran varias porque los caminos de Bilbao a Burgos
se presentaban en tres grupos o ramales:
- Por Valmaseda (con aduana), Villasana de Mena y el desfiladero de los Hocinos.
- Por la peña Angulo, Valle de Losa y el desfiladero de la Horadada.
- Los caminos que atraviesan la Sierra Salvada: el del portillo del Aro, por Orduña y el que discurre entre San Pedro de Beraza y Dardoza. Estos son los caminos candidatos a ser el elegido por Von Jariges en especial, lógicamente, los que pasan por Orduña (con aduana).
Ascendió la peña que limita Vizcaya con Castilla
Vieja –Las Merindades-. Cuenta en sus textos que el ascenso duraba una hora y era
muy trabajoso. Y, ayer como hoy, compensaba el esfuerzo la magnífica vista: la
llanura bien cultivada del valle, la pequeña ciudad de Orduña y las ásperas
sierras de Vizcaya que se extienden hasta el mar.
Pero con esta descripción teníamos dos caminos
que vamos a estudiar antes de seguir al ácido Karl monte arriba. Debemos
adelantar que tanto el camino de Valmaseda como la vía de Orduña eran objeto de
mayor atención e inversión en el mantenimiento de sus infraestructuras porque eran
aduana para todos los productos que entrasen o saliesen del viejo Señorío y,
por ello, canalizó una cuota importante del flujo comercial y humano entre
Castilla y los puertos de Vizcaya.
Claro que, desde Orduña, tenían “La Peña”: un
escarpado roquedal de caliza que corre de Este a Oeste dentro de la Sierra
Salvada. La elevación de este corte escarpado destaca desde largas distancias
si se mira desde el Norte, aunque desde el Sur por la parte del valle de Losa
se llegaba a la Peña suavemente, descubriendo allí una pronunciada y repentina
caída de 600 m en un muy corto espacio de terreno, algo que actuó
históricamente como una barrera difícilmente practicable para el comercio y el
transporte de mercancías, y que obligó a adoptar, en todas las épocas, medidas
extraordinarias para atravesarla en las mejores condiciones. Incluso fue límite
natural de los ejércitos contendientes en las primera, tercera y cuarta guerras
civiles recientes de España.
Los dos caminos escogidos eran:
- La vía del paso de Goldecho que desde Pancorbo, Grisaleña, Briviesca, Monasterio de la Rodilla y Villafría hacia Burgos. Era un enlace con la ruta de Orduña a Bilbao. Se intentó convertirlo en camino carretero en los siglos XVI y XVII pero nunca se logró y siguió siendo utilizado solo por bestias y peatones.
- El segundo camino serpenteaba desde Pancorbo a Berberana y Orduña por el paso de (la ermita de) San Bartolomé. Por cierto, Von Jariges no la llegaría a ver porque en 1764 –fecha de la mejora del camino- ya no existía. De hecho, se descubrieron sus cimientos. Esta era la vía principal de acceso a Vizcaya desde Castilla. Atravesaba Pancorbo, Santa Gadea, Puentelarrá, Bergüenda, Osma, Berberana, Puerto de San Bartolomé y Orduña camino de la capital vizcaína. También se le conocía como el de “la venta de Arbín”
Sobre el paso de Goldecho, o de Charlazo, diremos
que constaba de una serie interminable de vueltas y revueltas que salvaban el
fuerte desnivel de unos 600 m, que existía entre la ciudad de Orduña y el alto
situado a algo más de 900 m. Era el paso que utilizaban los que llegaban por
Bóveda y Valpuesta.
Tributariamente estos caminos eran una fuente de
ingresos jugosa pero la contrapartida era el caro mantenimiento. Así, en 1553,
por Carta Real de Carlos I se autoriza la construcción de un camino de
Portugalete a Losa, pidiendo la ciudad que la nueva vía transcurra por la peña
de Goldecho, pero “la escasez de recursos
y la oposición de Álava, Guipúzcoa y Burgos”, lo hicieron imposible. Y,
aunque las ventajas para la ciudad eran indudables, los daños provocados según
algunos vecinos serían importantes, ya que si por ir en carros las lanas no se
alojaban en la ciudad –de hecho ni pasarían por ella porque atajarían por
Mendeica y Echegoyen-, esta no recibirá beneficio, pero se quedará con la
molestia causada por las carretas castellanas, con los caminos deshechos y
consumidos sus pastos, montes, sembrados y viñas. Sus dueños querrán además
conducirlas en los mismos carros hasta Bilbao, sin descargar más que dos o
cuatro sacas para pesarlas en la aduana, como suele hacerse para el pago de los
derechos reales, lo cual “es muy factible
por la facilidad de disponer el camino para carros desde esta ciudad a la villa
de Bilbao, pues en el estado presente se llevaran lanas en carros hasta el
convento de la Encarnación bordeando el rio”. Añaden que los comerciantes
conseguirán con el tiempo, como alguna vez han intentado, que los derechos de
las lanas que se pagan en las aduanas de Orduña, Vitoria y Valmaseda, lo hagan
en la legua del agua y en tal caso no se dejarán las lanas en Orduña. Además
siempre se dependerá de la voluntad de los mercaderes, de no alojar las lanas
en la ciudad cuando tuvieren el navío próximo para embarcarlas.
Las partes más interesadas en el arreglo del
camino viejo de Goldecho y en colaborar en su coste, son el Concejo de la
Mesta, la Cabaña Real de Carreteros, la casa de Contratación y la villa de
Bilbao, y los mercaderes de Segovia, Madrid, Cuenca y otras partes de Castilla.
Orduña había traído los mejores maestros de las cercanías para que reconociesen
la planta y condiciones de la obra y se rematase en el mejor postor. Enviaron repetidas
veces sus comisarios a Bilbao y su casa de Contratación a solicitar su
aportación. Respecto a la dificultad de la Peña de Goldecho, tan exagerada por
Alava y Valmaseda, opinaban los de Orduña que no es comparable a la de Villalta
y Ntra. Sra. de la Hoz, donde los temporales de nieve eran muy penosos.
Junto al de Goldecho estaba el paso de
San Bartolomé. Este es el que empleamos hoy como camino de coches tras ligeros
cambios en su trazado. Un sendero de mulas debía salvar desde Orduña el
desnivel de unos 550 m hasta lo alto de la cresta a unos 850 m de altura, tras
una continua sucesión de vueltas y revueltas que agotaban a bestias y hombres,
una legua larga de permanente subida. En un pleito de 1494 entre la ciudad de
Orduña y la villa de Villalba de Losa sobre términos y dehesas en la Sierra
Salvada, se menciona “el camino real que
ba de San Bartolome a Berberana”. Esta vía se consolidó como la principal vía
de acceso a Vizcaya desde Castilla. Claro que debió ser porque los mercaderes
de Burgos declararon en 1502 que transportaban la mayor parte de sus lanas por
él. Una afirmación interesada para no contribuir a la reparación del camino de
Laredo.
A pesar del gran obstáculo que suponía
el paso de la Peña de Orduña, este camino contaba con la ventaja de que tal
obstáculo era prácticamente la única dificultad pues el resto del camino discurría
por terrenos suaves. La elección de la Peña de Orduña como paso, responde, según
Arízaga y Martínez, a una obcecación de los bilbaínos por la vía directa, ya
que con un simple rodeo se podía haber optado por soluciones más sencillas,
como el camino por Unzá. Así, el desarrollo del puerto de Bilbao impulsará la
conservación y mejora del puerto de montaña.
Todos los itinerarios publicados mencionan
este camino. Quizá Karl, Carlos, llevaba entre su equipaje un ejemplar de
alguna guía reciente. Supongamos que en castellano o francés. Tal vez la obra
de Matías Escribano que incluye en su Itinerario de 1758 esta vía, la de
Campomanes de 1761 o “la Guía General de Postas” de Espinalt de 1785.
Entre los años 1567 y 1579, se produjo
un primer intento por posibilitar el paso de carros apoyado tanto por los
mercaderes, como por la villa de Bilbao y su Consulado. En Mayo de 1576 Alonso
de Madrid, secretario del consulado de Burgos, viajó hasta la peña de Orduña
para estudiar la situación y, también, se enviaron representantes a la Corte y
se explicó que podría ser viable un camino ancho para dos carros pero que
tendría un coste económico alto. Y dada esa limitación se proponía que fuese
una “obra de interés general del reino” y no se pagase por Orduña o el Señorío
de Vizcaya solo. A pesar de los esfuerzos realizados, esta actuación no se
podrá llevar a cabo y habrá que esperar al siglo XVIII para que esto mismo se
resuelva adecuadamente.
El éxito del camino de Guadarrama animó a los
orduñeses a solucionar el problema de los carros por “La Peña”. Se movieron
todos los resortes que se pudieron encontrar. Incluimos entre ellos la carta
del Marqués de Viana al Marqués de la Ensenada (20/02/1873) donde abogaba por
esta obra. Con esta misma fecha, el Ayuntamiento de Orduña envió también, al
Secretario de Estado, un proyecto realizado por los maestros de obras D. Juan
Bautista de Ibarra y D. Vicente de Muguira, quienes habían reconocido el
referido camino.
Los maestros citados argüían el ahorro de las
jornadas de camino y la fácil solución del obstáculo de San Bartolomé, que se
podía resolver con el trazado de algunas curvas, a semejanza de lo realizado en
el Puerto de Guadarrama, así como lo bien provistos de excelentes alimentos que
estaban sus pueblos.
Con respecto al tramo hasta Berberana dicen: “Desde la ciudad de Orduña hasta la villa de
Berberana, saliendo por el portal de San Francisco y Puente de la Torre, a la
Peña Vieja de San Bartolomé, (usada desde tiempo inmemorial) siguiendo la
Sierra Salvada, por el camino que llaman de la Lobera, 30.500 pies, cuyo coste,
incluyendo el de la Peña y dar mejor latitud a dicho puente de la Torre,
estimaron en 574.959 reales de vellón. Desde Berberana a Espejo de Osma,
Santuario de Ntra. Sra. de Angosto, por la cercanía de la Venta Blanca,
midieron 32.341 pies y su coste de 335.489 reales de vellón”.
Y, retomando las descripciones de Von jariges y
su camino ascendente, nos dice que llegó a una venta situada en la subida,
antes de coronar “la Peña”. No la identifica pero podría ser la “Venta de
Arbín” que denomina –de forma secundaria- este camino o la “Venta de la Peña”
según el itinerario de José Matías Escribano. Carlos la define como “posada pobre que asienta aislada cuyo vino
y pan, a causa del viento agudo y doloroso, sin embargo, me dieron un bienvenido
consuelo.” Allí descubrió Karl lo que era un porrón. Y sin salir de Vizcaya
porque la posada a la que se refiere todavía estaba en el señorío.
Una vez coronada la peña de Orduña estará tres
horas atravesando las tierras del Valle de Losa en la zona de Berberana. En sus
palabras: “A las tres horas desapareció
la áspera y no cultivada superficie de la montaña y en el valle, sólo un poco
más bajo, aparecieron de nuevo los campos frutales, antes de Osma, donde yo
pernocté”. Los frutales solo aparecen poco antes de llegar al pueblo alavés
de Osma, junto al límite con Burgos. No nos habla del lugar donde pasó esa
noche por lo que vamos a conjeturar que pudo ser la “Venta del Monte” en la
zona de Osma. Lo que si nos cuenta es que salió de Álava atravesando “el gran puente sobre el diminuto Ebro” y
entró en Castilla la Vieja. Lo del río me sorprende y quizá, solo quizá,
recordase el Omencillo y lo llamase Ebro. Con respecto al puente entiendo que se
referiría al puente de seis ojos de Puentelará.
Tal vez parte de su despectiva imagen sobre
Castilla esté relacionada con el incidente con un “aduanero” del límite foral
que le revisó el portamantas y le cobró un duro por llevar algo de tabaco. Afirmó:
“Ya este desagradable suceso me recordó
que yo no me encontraba en la libre tierra de Vasconia y no había avanzado
mucho en mi viaje, cuando eché de menos la música y el baile, las habitaciones
más limpias y el vestido rico de ambos sexos; todo a mi alrededor, tanto las
personas como la naturaleza, adquirió un aspecto austero y triste; era como si
la vida se deslizara sólo en el mínimo necesario y que bajo los cuidados
cotidianos, por la mera alimentación y vestido, hubiera muerto toda diversión y
alegría. Casi dolorosa es la visión de las caras delgadas, casi negras por quemadas,
con la mirada oscura de fuego y los cabellos negros como cuervos y capa morena
y con petachos y las gorras oscuras (¿boinas?) que daban cierta clase de aspecto de bandidos”.
Tendrá en todo el relato al que he tenido acceso
una visión muy positiva de los vascos y de las provincias exentas. Por
oposición sus impresiones sobre Castilla son bastante decepcionantes. Puede que
en ello pesasen sus prejuicios contra la, todavía, potencia católica. Para él “las Castillas se muestran mucho más severas
y menos alegres, por el menor bienestar. Castilla no tiene el carácter suizo
que es peculiar a los paisajes vascos y aunque otorgan en verdad en algunas
comarcas (sobre todo en la Sierra del Guadarrama), paisajes sorprendentes y
curiosos, sin embargo, es pobre en escenas realmente encantadoras o sublimes y
el escaso cultivo en Castilla la Vieja con sus estepas inconcebibles que están cubiertas
en seguida con arbustos y guijarros aumenta lo hostil y severo, que debe de ser
chocante sobre todo para el viajero que viene de Bilbao y desagradable, pues
las tierras que él acaba de dejar, eran risueñas y acogedoras. Para este
rechazo contribuye no poco el clima distinto, el cual en especial en las partes
montañosas es muy variable; así cuando en el llano asienta un bochorno
opresivo, en las montañas corre sobre las alturas un viento frío, que se siente
mucho y se extiende hasta los páramos. Además en este trayecto no son buenos
los caminos, pues la calzada termina pronto y bastante lejos comienza de nuevo;
ni los posaderos pertenecen a los buenos y algunas posadas no son otra cosa que
la que proporciona solamente un techo”.
El alago sobre Castilla es de tipo lingüístico: “Como los castellanos hablan muy bien su
lengua, es natural que a ellos muchos errores de la lengua que los vasco
hablantes corrientes, cuando hablan castellano suelen efectuar, pueden servir a
la hilaridad”. Como el vizcaíno de “El Quijote”.
En el segundo día del viaje, alcanzo Pancorbo.
Bibliografía:
Revista “Aztarnak”
“Caminos burgaleses: Los caminos del norte (siglos
xv y xvi)” tesis doctoral por Salvador Domingo Mena
“Itinerario español” de José Matías Escribano.
“Apuntes para una historia del transporte en
España” por José Ignacio Uriol.
Para saber más:
Caminos de Orduña (Ezagutu Urduna)
Proyecto del camino de Orduña (Ezagutu Urduna)
Anexos:
Itinerarios que mencionan este camino:
“Cosmografía” (1517) de Fernando Colón.
Repertorio de caminos (1546) de Pero
Juan Villuga, se incluye con una variante entre Burgos y Monasterio de Rodilla
que discurre junto a la venta de Hurones, coincidiendo con la Descripción ya
mencionada de Fernando Colón y con las referencias que se harán en los
itinerarios de 1576 y 1705 y en el viaje de Jouvin de 1672.
“Repertorio de Caminos” de Meneses (1576).
“Itinerario de Postas” (1608) de Ottavio
Cotogno, lugarteniente del Correo Mayor de Milán.
“La Guía de caminos” (1674) publicada
en francés, traducida por Pedro Pontón y publicada en España en 1705. Hubo
reediciones como una de 1727.
“Guía de Caminos, para ir, y venir por
todas las provincias de España, y para ir a Roma, partiendo de Madrid à
Barcelona, por el camino más breve, que se halla a los Caminantes”, copia del
Pedro Pontón.
“Itinerario de Caminos” de Matías
Escribano (1758)
El Itinerario de Campomanes de 1761
“Guía General de Postas” de Espinalt (1785).
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