Hoy salimos fuera de nuestra comarca. Vamos a un
lugar que ha influido mucho –más como entelequia que como principio- en la
historia política de Las Merindades, de Burgos, de la antigua provincia de
Santander y de Vizcaya.
Peña Amaya (comarca de Las Loras) está situada sobre
un cerro amesetado, una muela, de altitud creciente de Oeste a Este, con su
máxima cota (1370 m) en su extremo Noreste. El acceso al castro se realiza a
través de una trinchera ascendente excavada en la roca, de unos 2 m de ancho y
250 m de longitud, que pudo formar parte de un recinto defensivo. Romualdo Moro
pareció identificarlo en 1891. Amaya es un yacimiento arqueológico peculiar por
sí, por su dilatada ocupación y por la leyenda. Para algunos fue la capital de
los cántabros prerromanos cuando no aparece citada por los historiadores
clásicos. ¡Mecachis!.
En aquellos tiempos la situación geográfica de esta
“capital”, Amaya, era muy importante al situarse en la aceptada frontera entre
los cántabros y los turmogos. Una zona de contacto, con enfrentamientos
militares y límites difusos y cambiantes. Estas fronteras son cultural y
materialmente ambiguas donde influyen las relaciones étnicas, comerciales,
sociales y las vías de comunicación más que monolitismos culturales. Sin
embargo, por tradición, el asentamiento ha sido incluido dentro de la Cantabria
prerromana, debido al supuesto trazado de la línea de su frontera meridional y
no a la existencia de una estructura social o de una cultura material ya que
incluso la consideración de Amaya como ciudad cántabra sólo puede establecerse
en época visigótica.
No nos olvidemos del cercano yacimiento de La
Ulaña, a 4 km. Dada su presencia es difícil asumir una coexistencia de hábitats
de grandes dimensiones tan cerca. Podría llegar a considerarse como una línea
de estudio la posibilidad de una traslación del centro de poder político, si en
época cántabra pudo estar en La Ulaña a Amaya tras la conquista, aunque tendría
un papel secundario respecto a Pisoraca y Iuliobriga.
Cortesía de BUCIERO VIDA SALVAJE |
Volviendo al camino. En la explanada hay ruinas
de edificaciones medievales y en la cumbre los restos de la fortaleza, debiendo
flanquear una muralla de aparejo ciclópeo. Desde las ruinas otra senda continúa
hacia el Norte hasta topar con un alomamiento de 240 m de longitud que esconde
una muralla medieval de mampostería y de 3 m de ancho. El Castillo, que es la
zona de la fortaleza medieval, continuó en uso hasta el siglo XIV. Se han dado
cuenta que tenemos un castro, ruinas de poblamiento medieval, un castillo… ¿Qué
necesitaba? Cierto, agua. Lo había en la zona de la Peña. Todo arreglado.
Amaya ha sido un recurso literario durante más
de 150 años y, quizá, por ello el yacimiento arqueológico es conocido y –en cierta
forma- sobrevalorado. Podemos citar libros como “Peña Amaya” de Pedro
Santamaría o el folletín "Amaya o los vascos del s. VIII" del
sobrevalorado Navarro Villoslada (1879). Fue tal su impacto que hoy en día
callejean personas con los nombres que inventó para sus protagonistas. Evidentemente
carecía de base histórica y sus nombres no tenían nada que ver con la peña de
Burgos y sí con los conceptos de principio (Hasiera/Asier) y fin (Amaia/Amaya).
Para que quede claro, es el mismo caso que ocurre actualmente, 2017, con “Juego
de Tronos” y las niñas registradas con el nombre de Daenerys o de Khaleesi.
¡Espero expectante encontrarme con algún Tyrion!
Vayamos a lo serio: la historia que conocemos. Allí
existe un poblado de la edad del hierro, un castro provisto de murallas y en un
lugar protegido naturalmente. Si nos ponemos a escarbar obtenemos un limitado
conocimiento del asunto y, en muchos casos, impreciso.
Como acabamos de señalar, Peña Amaya conoce su
primera ocupación en el Bronce Final como lo atestiguan la espada de lengua de
carpa y el hacha de talón que recupera Moro y en las cerámicas de Cogotas I en
la zona de la fuente donde, al parecer, se halló la espada citada. Pero,
siempre tenemos peros, su poblamiento no fue más allá del siglo XII a.C. y hubo
una migración hacia otros asentamientos aunque Amaya permaneció en el plano
simbólico. De ahí esas piezas encontradas (la espada y el hacha).
Otrosí, por ahora no se han encontrado en las
excavaciones restos de la edad del Hierro lo que podría llevarnos a la
conclusión –aunada con lo ya dicho- que el inhóspito alto estuvo deshabitado, o
casi, en los inicios de ese periodo. En otros castros sí se han hallado restos
del Hierro. Por citar uno importante para el caso Amaya: La Uleña.
Quizá la muralla ciclópea del cerro del castillo
pertenecería al periodo del bronce porque no se parece a las defensas cántabras
ni romanas o medievales. La etapa cántabra parece ser conocida por algunos
materiales metálicos (piezas de cinturón, una fíbula tipo Miraveche, etc.), los
denarios ibéricos del Museo de Burgos, un cuchillo tipo Monte Bernorio y el
enganche metálico y la canica presentados por Bohigas. Pero los trabajos de
Miguel Cisneros, Javier Quintana y José Luis Ramírez apenas han encontrado
restos de este periodo. Dos cerámicas pintadas que recuperaron se inscriben
entre las manufacturas de tradición indígena de comienzos de época romana. El
cuchillo afalcatado encontrado en un hoyo junto a un ánfora altoimperial,
fechado en los siglos II-I a. C. estaba totalmente descontextualizado. Aun así,
confirmaron la existencia de una Amaya Cántabra pero de poco fuste e improbable
capital. Más enjundia tuvieron los castros de La Ulaña o Monte Bernorio.
Muralla. Cortesía de ZaLeZ |
Y esta cercanía de castros puede ayudar a
esclarecer las dudas sobre su régimen económico dadas las tierras del contorno.
Apoyamos este razonamiento en la general existencia de recintos fortificados en
los castros. Veamos, ¿para qué necesitas una muralla? Para que no te ataquen y
para mostrar fortaleza, claro. ¿Por qué te atacarían? Para quitarte los bienes
que tienes en el poblado. Bien. ¿Quién te atacaría? Según el cine típico: los
“malos”. ¿Y si nos atacan los “buenos”? Me explico: la población castreña se
dedicaba a la rapiña de los pueblos agrícolas y ganaderos, más ricos, de su
entorno. Por ello, no importaba la cercanía de otros castros depredadores y,
siendo ellos los atacantes, las murallas eran para proteger sus capturas. Por
cierto, ¿recuerdan la razón para el ataque de los romanos a los cántabros? La
protección de sus aliados ante la rapiña de los montañeses.
Tampoco es segura la participación de Amaya en
los combates de las guerras cántabras, no es mencionada por ninguno de los
cronistas romanos que sí mencionan otros castros tomados por las legiones. Aunque
su posición estratégica en una ruta que seguro que transitaron las cohortes
augusteas en liza implicaría que Amaya fue tomada por Roma en algún momento
entre los años 29 a.C. y 19 a.C. y que no les representó mucho esfuerzo.
Aunque podría ser que sí tuviese importancia en la
guerra. Pero no en el lado que suponemos. Amaya fue un castro cántabro con poca
población pero en un lugar estratégico para Roma cuando establece su base de
operaciones en Sasamón. Ello explicaría la presencia de materiales y
estructuras romanas de época augusta que en este lugar de la península no
pueden entenderse si no es vinculadas al contingente militar. Llegada la
victoria continuó como establecimiento militar para el control y protección de
la vías, y consecuentemente con efectivos de la legión establecida en Pisoraca, acogiendo una población civil
dependiente primeramente de la propia presencia del ejército y pudiendo
desempeñar cierto papel administrativo, siempre en un segundo orden respecto a Iuliobriga o Pisoraca, al menos en el altoimperio.
Itinerario de Barro |
La cita más antigua de esta ciudad la
encontramos en el muy controvertido Itinerario de Barro, hallado en Astorga
(León) y fechado hacia finales del siglo I o principios del siglo II d.C. donde
aparece como una de las etapas.
La presencia romana se ve en fragmentos de terra
sigillata hallados en superficie, en la colección de estelas –con onomástica
romana e indígena-y en las monedas depositadas en el Museo de Burgos
(acuñaciones de Augusto y Tiberio, de las cecas de Caesaraugusta, Calagurris,
Celsa, Bilbilis o Cascantum, además de una de Antonino Pío de mediados del II
d. C.). Otros hallazgos dejarían caer la posibilidad de actividades diferentes
a las militares como parecen indicar las estelas y las piezas de tocador
(pinzas, paleta, cucharita de cerumen, ungüentarios), asas de muebles,
pulseras, etc., del museo burgalés.
La presencia de numerosos fragmentos de tejas en
la cumbre del cerro del castillo confirmaría la ocupación de este periodo. Uno
de los sondeos de la ladera Sur proporcionó una estratigrafía con niveles
altoimperiales y tardorromanos asociados a construcciones. La más interesante es
una pobre edificación formada por muros que emplean tanto grandes bloques como
pequeños mampuestos, todos ellos sin regularizar y sin mortero. Una edificación
secundaria, tal vez inmediata a otra de mayor porte, pero en cuyo derrumbe se
conservan interesantes materiales: fragmentos de vasos de paredes finas, un
pequeño trozo de sigillata, tachuelas y dos monedas, un quinario de Augusto de
la serie acuñada por Lucius Carisius para las guerras cántabras entre el 25 y
el 23 a. C. y una curiosa falsificación de época, un quinario forrado
tardorrepublicano que parece imitar algunas de las amonedaciones de la familia
Cassia.
En una de las zonas más favorables del castro,
la del llano de la fuente, se localizaron una estructura de barro pobremente
construida con fragmentos de dos lucernas, del siglo I a. C., vasos de paredes
finas y de cerámica común, de cerámica pintada de tradición indígena y objetos
metálicos, como un cuchillo de hierro y un fragmento de pulsera de bronce. En
la zona de La Peña más próxima al ingreso al castro también hay restos romanos,
más modestos, que corresponden al periodo tardío, como demuestra un vaso con
esquemas de círculos.
Dados los restos se llegó a la conclusión según
la cual el primer establecimiento romano fue un acuartelamiento. Lógico. Así,
los endebles restos constructivos del momento procederían de un Castra Aestiva,
campamento provisional, fruto de las necesidades de la guerra contra los
cántabros. Las estructuras, los restos domésticos y la información deducible de
la colección epigráfica demuestran que andando el tiempo el asentamiento tuvo
también carácter civil. Pensemos que las once estelas recuperadas es un número
relativamente significativo que nos empuja a pensar en una ciudad o
establecimiento de cierta entidad.
El asentamiento romano cambiará el statu quo: surgen nuevos centros que,
desplazando a los anteriores, conservarán su topónimo. En el caso de La
Ulaña-Amaya, quizá, el proceso no fue exactamente así, pero podría ser esa
reorganización político-espacial la razón oculta tras una hipotética traslación.
¿Razones?:
1) la escasa entidad de los restos del horizonte
Hierro II en Amaya y la ausencia de romanos en La Ulaña.
2) su proximidad, alrededor de 4 km.
3) su extensión —Amaya 42 ha y La Ulaña 285—,
dados los problemas de concepción y de explotación del espacio que plantean dos
centros de grandes dimensiones en este periodo alejado de las rapiñas.
4) el trazado viario de época romana, ya que la
calzada que comunicaba la Meseta Norte con la costa cantábrica, que era un eje
viario para toda la red de caminos secundarios que cruzaban la zona vertebrando
el área, discurre al Oeste de Amaya, quedando La Ulaña desplazada.
Asumimos con ello la presencia de un centro,
aunque su nombre no conste en la documentación imperial que nos ha llegado, que
atraería población romanizada y permitiría la creación de las villas circundantes.
Desde el desmoronamiento del Imperio Romano
(oficialmente en el 476, pero en Hispania esta fecha se adelanta al 411) las
noticias que poseemos sobre el devenir histórico de la cordillera cantábrica son
muy escasas. Algo dicen el fortalecimiento de las guarniciones e
infraestructuras militares del limes entre los cántabros y la meseta en el
siglo III, que se ampliaba hacia los astures por el oeste y los íberos por el
sudeste. Podríamos decir que la zona de Amaya quedó fuera de los dominios de
los Suevos y los Visigodos y parece que fue la cabecera de un territorio
autónomo. Para Javier Quintana López esta situación sería fruto de quedar fuera
de los principales intereses de los germanos y alejada de los pillajes que se
producían en las zonas costeras.
Guerreros Visigodos |
Los testimonios literarios hablaron de su peso
en el esquema del territorio. Juan Biclaro (Chronica
de Iohannes Biclarensis), cronista de Leovigildo, determinó que el objeto
de la conquista del 574 era tomar Amaya como principal núcleo (¿civil o
militar?) al sur de la cordillera y que estaba fortificado. ¿Mejoraron las
defensas romanas con recrecimientos nuevos?
San Braulio en su “Vida de San Emiliano”, escrita entre los años 635-640 cita la
curación de la paralítica Bárbara en un lugar cercano a Amaya que es usada como
referencia para los lectores. Cita también que el santo, en un probable proceso
evangelizador, anunció al senado de la población su caída, en especial menciona
al senador Abundancio que caerá a manos de Leovigildo.
Y, ese senado, ¿Lo era local –un concejo-o era
una asamblea de múltiples tribus cántabras libres? No se sabe pero para algunos
la asamblea es una atractiva visión política que podrían emplear en el
presente.
¿Qué tenemos? Tenemos dos nombres latinos, una
sociedad estructurada al presentarnos propietarios y nobles y que hay una
organización política al menos municipal. ¿Qué no tenemos? No hay nombres
germánicos (ni suevos ni godos entre estas gentes), ni indígenas, ni
estructuras sociales diferentes a las romanas. Concluiríamos que, es estos
aspectos, es una sociedad romanizada en profundidad que siguió –a su manera-
por estos cauces. Para E.A. Thompson en “Los godos en España” sería “una sociedad gobernada por los
terratenientes hispano-romanos locales”.
Los restos de vasos y sigillatas recuperados se
refieren a un arco cronológico que va del siglo VI al VII y los metales
recogidos (como el sello signatario de oro hallado por Osaba en 1970) se fechan
en pleno periodo de dominio visigodo. También hay discusiones con la cerámica
sobre si son modelos altomedievales o no. Estas cerámicas pintadas y estriadas
–las conocidas como cerámicas de repoblación- deberían ser continuación de los
procesos bajo imperiales para evitar el absurdo de que el Ducado de Cantabria
no hubiese dejado rastros en el registro estratigráfico.
Avanzamos. El territorio cae bajo el control de
Leovigildo en el 574 como lo recuerda el relieve del relicario de marfil de San
Millán de la Cogolla (La Rioja), del siglo XI, donde se representa a este rey castigando
a los habitantes de Amaya, y en él figura la inscripción “Ubi Leovigildus rex Cantabros afficit” (En donde el rey Leovigildo
castigó a los cántabros).
Y, entonces… ¡aparecen los merovingios! O, al
menos, eso dicen algunos partiendo de un texto recogido en la Crónica de
Fredegario donde se dice que, con anterioridad al reinado de Sisebuto- es
decir, antes del 612-, la provincia (goda, se entiende) de Cantabria habría
caído en manos de los francos. Y, por ende, con ella Las Merindades. Según esta
Crónica, durante un tiempo la región de Cantabria habría sido un ducado
tributario del reino franco bajo el gobierno de un duque llamado Francio (“Dux Francio nomen, qui Cantabriam in
tempore Francorum egerat, tributa Francorum regibus multo tempore impleverat”).
Durante su reinado Sisebuto (612-621)
reintegraría gradualmente este territorio del norte llegando hasta los Pirineos.
Pero este controvertido incidente debió ocurrir
más al este –aun cuando se habla de Cantabria- y serían las tierras del oriente
alavés y zonas de navarra las concernidas en esta historia. ¿Entonces? ¿Los
nombres? Pues, la impresión que producen tanto los hallazgos arqueológicos como
las distintas noticias históricas es que nos encontramos ante un territorio
fronterizo por el que rivalizan francos y visigodos y al que, siguiendo un
método habitual en la época, las fuentes literarias de uno y otro bando aluden
siguiendo unos códigos de referencia basados en la toponimia clásica. Según
esto, la mención franca a un “ducado de Cantabria” ha de contrastarse con el
testimonio godo de una “Gallia Comata”. Un territorio, grosso modo, coincidente
con el actual área vascófona. Vamos, que Amaya no fue ciudad merovingia.
Peña Amaya se constituyó en una de las
principales plazas del ducado de Cantabria y en fortaleza contra las
incursiones de grupos de cántabros y vascones no sometidos que actuaban en las
fronteras administrativas de esta provincia visigoda. Su frontera oriental se
situaría entre Victoriacum (Vitoria) y Ologicus (Olite).
Para no olvidarnos de todos los aspectos,
tocaremos la campana de la posible sede episcopal en Amaya. Probablemente
simultanearía ser sede administrativa y sede religiosa en un mundo con poder
político arriano y pueblo católico.
En el 712, Táriq ben Ziyad conquista la ciudad y
vuelve en el 714 a sofocar una rebelión, arrasándola. El dux Pedro huye a las
montañas del norte y…
Y eso será contado próximamente.
Bibliografía:
“PEÑA AMAYA Y PEÑA ULAÑA: TOPONIMIA Y
ARQUEOLOGÍA PRERROMANAS” por Miguel Cisneros, Javier Quintana y José Luis
Ramírez.
“LA CASTILLA GERMANICA” por José María SANCHEZ
DIANA.
“LA CONFERENCIA DE FRAY JUSTO PEREZ DE URBEL, O.
S. B. Origen y camino de los repobladores de la Castilla primitiva.”
“Los obispos hispanos a fines del Imperio Romano
(ss IV-VII): El nacimiento de una élite social” tesis doctoral por Manuel
Prieto Vilas.
“PEÑA AMAYA: EL OTRO SANTUARIO DE LA
RECONQUISTA” por Alfonso Romero, Ingeniero.
“LAS LEYENDAS DE LOS SEÑORES DE VIZCAYA Y LA
TRADICIÓN MELUSINIANA” por José Ramón Prieto Lasa.
“Los cántabros en la antigüedad: la historia
frente al mito” por José Ramón Aja Sánchez, Miguel Cisneros Cunchillos, José
Luis Ramírez Sádaba, J. Quintana López y otros.
“¿Váscones o Wascónes? Acerca del Ducado de
Cantabria y la fundación de ciudades en el norte peninsular en época visigoda”
por Rafael BARROSO CABRERA, Jesús CARROBLES SANTOS y Jorge MORÍN DE PABLOS.
"Atlas de historia de España" por Fernándo García de Cortazar.
Arteguías.com
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