Dejábamos el asunto en el momento en que las
tropas bereberes islámicas desembarcaban en las costas del reino visigodo con
la excusa de apoyar a uno de los contendientes.
Peña Amaya con la roca del castillo al fondo. |
Teníamos el Ducatus Cantabriae –fundado entre el
653 y el 683-, con capital en Amaya Patricia, una circunscripción administrativa
plena subdividida en “territorias” nucleadas por un castrum o castellum. De
cada uno de ellos dependía un cierto número de villas y aldeas tributarias.
Entre los territoria más relevantes del ducado de Cantabria se encontraban:
Carrantia en la fachada atlántica y Campodio, Ripa Iberi, Malacoria, Castella,
Mena, Tobalina, Flumencielo y Lantarón en la vertiente mediterránea de la
cornisa cantábrica.
Amaya era la única civitas (Ciudad) de la zona y
sus castra/Castella más notables eran Vellica, Castrorierro, Tetelia, Área
Patriniani, Sobrón y Miranda. El ducado limitaba a levante de norte a sur con
los territoria de Vizkai, Alaba, Urdunia, y Alaón que pertenecían al comitatus
Vasconiae gestionado por el comes Casius. ¿Los famosos Casio convertidos luego
al islam?
En el área de esta nueva provincia visigoda de
Amaya se han encontrado monedas godas y broches de la segunda mitad del siglo
VI. Los asentamientos son tan numerosos que dejan claro que la campaña de
Leovigildo incorporó plenamente Amaya a su reino. Las acciones de Sisebuto se
producirán más al oriente.
Y todo esto se desmorona por la ambición de los
Witizanos. Los árabes, utilizando la todavía empleable red de vías romanas se desbocaron
hacia las diferentes ciudades y fortificaciones visigodas para su dominio. Más
fáciles en las poblaciones de partidarios de Witiza, al ser sus teóricos
aliados, que en las demás. Los witizanos colaboraron con los vencedores, pero bien
pronto comprendieron que los musulmanes iban a ser los nuevos amos.
Unos meses después de la batalla de Guadalete,
las tropas musulmanas al mando de Táriq llegaron a Toledo. La ciudad
aterrorizada se rindió mediante un pacto y el caudillo musulmán entró en ella
el día 11 de noviembre, día de San Martín. La mayoría de la nobleza había huido
pero no de los moros sino de los witizanos. Aun así, a ciertos señores que se
habían quedado en Toledo Táriq los mandó matar. ¿Y el pacto? Pues
parece que el crimen fue instigado por Oppas, hijo del rey Egica, hermano de
Witiza y metropolitano de Sevilla que venía con los africanos. Otros que habían
huido y fueron capturados también
sufrieron la misma condena. Eran magnates visigodos que se habían distinguido
por su enemistad con los witizanos o no les habían prestado el apoyo que ellos
esperaban. El cronista descargaba las culpas sobre Oppas más que sobre los
musulmanes.
El rey don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete |
Sin tomar aliento, los agarenos entran en Clunia.
Enfilan la vía de Cantabria y, cruzan el Arlanza para llegar ante los riscos de Amaya
que saquearon pero sin destruir. Ahí pararon porque lo importante era dominar
las poblaciones importantes y no todos y cada uno de los poblados. Además era
peligroso internarse con poca fuerza en el laberinto de las montañas.
Dicen que gobernaba en Amaya el dux Pedro.
Durante un tiempo se le mitificó haciéndole hijo del rey Ervigio seguramente
buscando enaltecer su linaje y el de sus descendientes. Probablemente fuese
godo como las tropas a su mando. Una leyenda sueña con que está enterrado en
Tedeja, en Santa María de los Reyes Godos. Y, lo más importante sobre el dux:
será el padre del futuro Alfonso I del reino Astur. Irónicamente, por esta
vinculación sabemos de la existencia del ducado de Cantabria.
Imagen de Justo Jimenez |
Me explico: es la Crónica Albeldense quien dice
que Alfonso I es hijo de Pedro a quien titula como Dux de Cantabria y cita a
Amagia (Amaya). Según Martínez Díez esto se confirmaría indirectamente por el
título de duque que se le da también en la crónica Silense y por el apelativo
de Amaya Patricia que solo se daba a las sedes ducales.
Tarik ben Ziyad, está el año 712 en Amaya y,
probablemente, después en Astorga descabezando las provincias ducales visigodas
de Cantabria y Asturias. Esto permitió a Muza ibn Nusayr concertar, con los
notables de Yilliquiyya (Galicia) que salieron a su encuentro el año 714, una ponderada
carta de amán, tras haber hecho lo propio con el bilad al-Baskunis o comitatus
Vasconiae. Según Pérez de Úrbel los de Amaya rechazaron el Amán “pero se vieron obligados a capitular
después de un asedio, que no debió ser muy largo, pues Muza tiene tiempo para
reanudar aquel paseo victorioso, entrando en Lacóbriga (Carrión)”.
Gracias a pactar el islam pasó a controlar la
generalidad de la cornisa cantábrica, creando circunscripciones administrativas
de nueva planta: una en la costa, con capital en Gijón -la kura de Asturias-,
que se extendía por el borde litoral hasta el Nervión, y dos en el interior, la
kura de Amaya y la kura de Alaba wa Quilá. Las gestionaban los segmentos
correspondientes a los viejos complejos técnicos de Cantabria, Autrigonia y
Caristia. Unos y otros datos prueban que los pactos que Muza ibn Nusayr
concertó el 714 con los notables del bilad al vascunis o comitatus Vasconiae y
con los de yilliquiyya —representaba en este sector por el Ducatus Cantabriae,
sometido, sin embargo, a la fuerza con anterioridad— funcionaron inicialmente
con absoluta naturalidad.
Desembarco de Tariq (por Ángel Pinto) |
¿Cómo pudo ser? ¿Cómo lograron unos pocos
soldados musulmanes dominar el reino visigodo tan fácilmente? ¿Realmente dominaron
el norte? Debió ser más fácil de lo que pensamos porque la fulgurante rapidez
con que se movieron, la mayoritaria consideración que mostraron con los
cristianos, el temor que infundieron tras resonantes éxitos militares como la
rendición de Amaya Patricia, y el manifiesto respeto que tributaron
inicialmente a los pactos firmados les permitieron hacerse presentes, para
recaudar, por todos los rincones del centro y norte peninsular. Una estrategia
que aplicaban con más ahínco que la obtención del botín o el exterminio de los
vencidos. La gente del libro permanecía viva para pagar impuestos y trabajar.
Así, una base de operaciones tributarias se
situó en Gijón para la fachada atlántica lo que era congruente con el estado de
cosas del lugar. Allí podían contar con el apoyo interesado de los titulares
hispanogodos de las villae esclavistas de la llanada central asturiana,
dispuestos a mantener la mejor relación posible con cualquier poder que les
garantizara tres cosas: respeto a su estirpe, tributación ponderada y amparo al
patrimonio y al régimen laboral que les sustentaba.
Entre esos terratenientes estaba Pelayo que,
constituido en rehén para garantizar el pacto concertado por sus pares,
participó activamente, además, en las delegaciones que ejercían la diplomacia
entre las tierras del norte y la capital del emirato.
Hubo mucho “templar gaitas” con los moros porque
los caudillos estaban encantados con una dominación que les permitía mantener
su estatus o mejorarlo convirtiéndose al islam. En las serranías del norte la
fórmula islámica, y su tributación, fue bien acogida por los funcionarios
hispanogodos y por los líderes campesinos que pactaron y se
convirtieron a tiempo, pues, en contrapartida, les permitió seguir ejercitando
la actividad recaudatoria que habían desempeñado al servicio del Estado bárbaro
por más de un siglo.
También se intensificó el resentimiento de
aquellos que, como Alfonso y Fruela, hijos del dux Pedro de Cantabria, habían perdido
una prometedora carrera política. Sepamos que, cuando quisieron integrar el
ducado de su padre en el reino astur, tuvieron que reestructurarlo comarca por comarca,
síntoma de que había pasado por completo a manos del islam.
La victoria de Pelayo contra el general Alkhama
en Covadonga vació de moros una amplia zona; unificó los segmentos ducales
trasmontanos de Asturias y Cantabria en un solo reino que quedó afianzado con
la boda de Alfonso I, primogénito del dux Pedro, con Ermesinda, hija de Pelayo;
reintegró al cristianismo a los tornadizos; y, finalmente, realineó a los
terratenientes con el triunfador.
Alejados de esa zona libre de armas moras es muy
probable que hubiese conversiones al credo coránico de una porción
significativa de los cristianos nativos, que se constituyeron en muladíes al menos
por tres décadas. Y con ello, poco dados a rebelarse y a “recuperar” un espíritu
de “indómito montañés”. Lo prueban las fuentes musulmanas
que establecen una relación de causa a efecto entre el posterior desalojo del
islam del espacio astur y reintegro instantáneo de los tornadizos al
cristianismo.
Tampoco se crean que la rápida conquista
musulmana del norte fue un paseo triunfal, aunque se rindiese Amaya, como
apuntan las interesadas crónicas musulmanas. Los años previos al levantamiento bereber nos encontramos con la revuelta de Pelayo y un incremento de la tensión
tributaria. El larvado contencioso entre los cristianos y los agarenos cobró un
sesgo nuevo cuando la espantada beréber prendió el 740 por las serranías norteñas y
por la Meseta Superior como remoto eco del formidable levantamiento que
promovieron sus hermanos del Magreb contra la insultante prepotencia –hoy diríamos
“supremacismo”- de los árabes.
La batalla de Guadalete (Ángel Pinto) |
Estimulados por el éxito de los norteafricanos,
los beréberes del centro-norte peninsular, que se habían hartado de malvivir, se
replegaron belicosamente hacia el sur, ahuyentando o eliminando a su paso a los
escasos contingentes árabes aposentados en las ciudades y enclaves más
relevantes del arco montañés.
Aunque la retirada de los mahometanos se
prolongó algo más y, en realidad, no se consumó totalmente hasta el año 754, lo
cierto es que, tras la deserción de los beréberes —precisamente los
responsables del control militar de la cristiandad—, las posibilidades de mantener
sus propósitos tributarios y destinar parte de ese tesoro al mantenimiento de
las estructuras del estado islámico resultaron imposibles a partir de los años
cuarenta del siglo VIII.
Este repliegue de los conquistadores provocó el estupor
de los recientes muladíes que pasaron a ser neófitos musulmanes, condición que
la parálisis expansiva de los astures impidió que se convirtiera en un
inconveniente mayor. Estos hispanomusulmanes decidieron aferrarse a su nueva fe
tras el rápido e inopinado repliegue beréber. Les daba un poco igual estando en
tierra de nadie. Una u otra religión solo les servía para poder resistir
moralmente mejor la desestructuración que amenazaba con aplastarlos.
Ahora Alfonso I avanzará. “Yermó los campos que llaman góticos, hasta el Duero”, dice la
Crónica de Albelda en 884; y tanto la Albendense como la de Alfonso III,
mencionan una veintena de ciudades fuertes que tomó y destruyó, desde Saldaña a
Miranda, desde Amaya a Sepúlveda. O sea, reconquistó Amaya sin enemigos en
ella. Desgraciadamente, Alfonso I no tenía medios para defender aquellas
regiones y optó por convertir esa tierra en un “desierto” estratégico. Hubo,
sin duda, grupos de campesinos, pastores y cazadores que resistieron en esa
tierra de frontera pero ajenos a cualquier rey o califa.
Durante el reinado de Alhaquem I, año 802, se
cita Amaya en la crónica de Ibn Hayyán en relación con la rebelión de la
familia Banu Qasi (Los Casio) contra el gobernador Amrús que nos sirve para
dudar de la supuesta despoblación de la plaza entre el 712 y el 860. Ahonda en
este sentido la campaña árabe de represalias del 806, recogida en los anales
compostelanos, y que se dirigió a la zona del Pisuerga. Es aceptable suponer
que su objetivo fuese el valle alto –próximo a Amaya- y la razón podría ser una
repoblación que había que frustrar. Siguiendo con las conjeturas pudieron
arrasar cualquier hipotética defensa en Amaya. Nos veríamos entonces con unos
poderes locales más interesados en dominar “su” territorio que en defenderse y
atacar a los moros. Gracias a la cita del 802 tenemos un “duque”, “conde” o lo
que sea en Amaya que se puede coaligar con sus equivalentes de la zona de Álava
y de Castilla Vieja para la defensa mutua de sus intereses.
Diego Porcelos |
Será Ordoño I quien en el año 856 ordene a
Rodrigo, primer conde en Castilla conocido, que repueble y fortifique el lugar.
Amaya se convierte así en otra fortaleza del frente asturiano y en núcleo del
naciente condado de Castilla. Una tradición oral sin base histórica dice que
era tal su fama y prestigio como frontera y vigía que bajo el mandato del conde
Diego Porcelos, en el año 922 -algo imposible, pues había muerto muchos años
antes- se hizo desviar el Camino de Santiago que atravesaba Álava para hacerlo
discurrir por Briviesca y Amaya en dirección a Carrión de los Condes y Astorga.
Pues eso, que esta leyenda tampoco es cierta.
En el año 989, las huestes de Hisham II pusieron
cerco y arrasaron de nuevo la población en lo que fue la última batalla librada
bajo sus murallas. Nuevamente arrasado el asentamiento, su repoblación,
definitiva se produciría en tiempos del rey Ramiro II (Rey del 931 al 951).
La magia de este lugar es tal que se la asocia,
incluso, a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, porque una de las
fuentes de su genealogía, la primera de ellas, la más antigua, próxima a la
muerte del Cid, la “Historia Roderici”, comenta: “El origen de su linaje parece que es este: Laín Calvo engendró muchos
hijos, entre los cuales estuvieron Fernando Laínez y Bermudo Laínez. Bermudo
Laínez engendró a Rodrigo Bermúdez. Laín Fernández engendró a Nuño Laínez.
Roderico Bermúdez engendró a Fernando Rodríguez, el cual engendró a Pedro
Fernández y a una hija llamada Eilo. Nuño Laínez tomó en matrimonio a esta Eilo
y engendró en ella a Laín Núñez. Laín Núñez engendró a Diego Laínez, el cual
engendró a Rodrigo Díaz Campeador en una hija de Rodrigo Álvarez, que fue
hermano de Nuño Álvarez, el cual tuvo el castro de Amaya y muchas otras
provincias de aquellas regiones”.
Obviando la poca credibilidad de estas cadenas
familiares destacaremos que este parecía ser un lugar relevante, en tanto en
cuanto, que interesaba enlazarlo con el famoso guerrero. Un vistazo al mapa de
la zona nos informa de su condición de guardiana del norte por su ubicación en las
últimas estribaciones de la cordillera Cantábrica, vigilando una de las rutas
de acceso.
Será en el siglo XII cuando la población baje al
llano inmediato. Arriba sólo quedaría la guarnición de la fortaleza. El rey
Alfonso VIII de Castilla (1155-1214) entregó Amaya y otras poblaciones a Leonor
de Plantagenet, hija de Leonor de Aquitania. En 1217 esta población pertenecía al
patrimonio real pero estaba usurpada, a la vez que su castillo, por Álvaro de
Lara. El rey Fernando III, el santo, se la exigió. Los Lara desobedecieron y Álvaro
terminó preso en Valladolid hasta que cedieron.
Aunque en 1296 Juan de Lara retuvo Amaya. La
fortaleza continuaría en uso al menos hasta el siglo XIV según la documentación
superviviente. Desde entonces desaparecen las menciones en las fuentes y se
convierte en cantera para las casa de la población. ¡C'est la vie!
Un último asunto. ¿El cerro de Amaya se llamaba
así cuando fue ocupado o reocupado en la Edad del Hierro? ¿Ocurrió lo mismo
cuando se re-reocupó? ¿Vetones y Lusitanos hablaban la misma lengua
indoeuropea, no céltica, que turmogos y cántabros? Las inscripciones
procedentes de Peña Amaya están tan fragmentadas o deterioradas que requieren
la máxima prudencia. Únicamente hay tres nombres indígenas, también conocidos y
usados por lusitanos y vetones: Auga; [---]ria Avita; [---]+o Pintoviq(um).
Esto confirmaría, con las debidas cautelas, la unidad lingüística de
turmogos-cántabros, vetones y lusitanos, toponímica y antroponímicamente. Y
Amaya debió pertenecer a alguna de las ciudades cercanas.
Y, es que, a excepción de “Mugas”, el único término
prerromano cuya etimología se ignora es “Amaya”. Para su esclarecimiento acudimos
a territorio lusitano, donde existía una ciudad que griegos y romanos escribieron
como “Ammaia” que, incluso, funcionaba como nombre de mujer. ¡Cómo hoy! Por
consiguiente Amaya, igual que la cercana Ulaña, pertenece al acervo lingüístico
que introdujeron los indoeuropeos en nuestra Península: vetones y lusitanos
tenían muchas cosas en común con cántabros y turmogos, por lo que la existencia
en sus territorios respectivos de nombres iguales o similares es verosímil y
perfectamente explicable.
Estelas de Amaya |
El término podría también reposar en la raíz
prerromana “mar/mor”, que significa “agua
quieta”.
Otra línea de estudio es ver que la raíz del
topónimo “Amaya” es indoeuropeo y quiere decir “am(ma)” o “madre”. La
raíz “amma” está bien documentada entre los pueblos indoeuropeos que poblaron
la Península Ibérica, entre ellos los lusitanos. El sufijo io-ia también lo es y se utilizaba para formar nombres de acción o
topónimos, lo cual implica que el significado de Amaya o Amaia es “ciudad
madre” o, como se denominaría más adelante, “la capital”.
En euskera Amaia significa “el límite, el fin” o
“la frontera”. En la internet hay viejas polémicas sobre la etimología de esta
palabra. Me temo que causadas por motivos políticos más que históricos. Se
pueden leer cosas como: “Etimológicamente,
el nombre de AMAIA/AMAYA ha sido tenido por vasco, intentando explicarlo
mediante la palabra del dialecto vizcaíno amai "fin",
"término" + el sufijo -a "el, la, lo", justificando así al
hecho de estar aquélla en los confines de la Cantabria lindante con las tierras
de los vacceos” o esta otra visión:
“AMAYA (Sobre el topónimo de) Según su significado de “confín, término”
aparece, a veces, en el románico como “AMAYA de X” o, inversamente “X de
AMAYA”, como “Valle de AMAYA”, “Tierras de AMAYA”. Deriva en MAYA, como MAYAmendi/Monte
MAYA en el confín Pirineo (mal llamado “Mesa de los Tres Reyes”, por eso de que
“mahai” significa “mesa”). AMAYUR>MAYOR “confín de la vertiente de aguas”
(del Bidasoa). MAYA deriva en MAI>ME en ATAME “puerto del confín” en
Basaburua (Nav.), MAYALDE, etc. Los componentes son reversibles en la posición:
MAYOR/ROMAI, ATAME/META/MATA que derivan en MESA, MAIZA, MIEZA, MAIZ,
MAYALDE/ALDAMA, etc. Comparte la forma de AMAYO, como en ARAMAYO “término del
alto valle” (del Deva en este caso), TAMAYO “término del puerto, paso” que
invierten ARAMAYO/MAYORA, TAMAYO/MIOTA, etc.”
En la toponimia actual aún encontramos, aparte
de los que llevan el sobrenombre de Amaya por hallarse cerca de su
emplazamiento, los pueblos de: Amayas (Guadalajara), en el interior de la
Celtiberia; Amayuelas de Arriba y de Abajo, (Palencia), en territorio vacceo
limítrofe con los cántabros; y Amayuelas de Ojeda (Palencia), en territorio
cántabro, al noroeste de Amaya.
Claro que, existe una teoría más divertida por
parte del proclamado (por algunos) primer historiador de Vizcaya. Un párrafo
del libro XX de las “Bienandanzas e fortunas” de Lope García de Salazar dice:
“La
casa e linaje de los Manriques, su fundamento fue de un cavallero que llamaban
Manrique, que vino desgradado o aventaroso de Alemaña. E pobló en Campos, cerca
de la peña de Amaya, e por quel era de Alemaña, e pobló cerca de aquella peña,
llamaron la Alemaña, e corrompiéndose aquel lenguaje, llamose Amaya, e salieron
deste Cavallero muchos buenos, que sucediendo de vno en otro, fueron mucho perversos,
en tanto grado, que desian las gentes que eran fijos de un diablo, porque cada
vez que moría alguno dellos, caya una peña dencima de aquella grande peña; pero
esto no es de creer, ca del diablo nunca nació cosa buena, ca deste linaje ha
avido e ay muchos buenos Cavalleros”.
Bibliografía:
“Peña Amaya y Peña Ulaña: toponimia y
arqueología prerromanas” por Miguel Cisneros, Javier Quintana y José Luis
Ramírez.
“La Castilla germánica” por José María Sánchez Diana.
“La conferencia de fray Justo Pérez de Urbel.
Origen y camino de los repobladores de la Castilla primitiva.”
“Los obispos hispanos a fines del imperio romano
(ss IV-VII): el nacimiento de una élite social” tesis doctoral de Manuel Prieto
Vilas.
“Peña Amaya: el otro santuario de la reconquista”
por Alfonso Romero, Ingeniero.
“Las leyendas de los señores de Vizcaya y la tradición
melusiniana” por José Ramón Prieto Lasa.
“Bienandanzas e fortunas” de Lope García de
Salazar.
“Historia de Castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”
por Juan José García González y otros autores.
“Burgos, torres y castillos” por Fray Valentín
de la Cruz.
“Atlas de la Historia de España” por Fernando
García de Cortázar.
“Amaya y Peones” por José Lastra Barrio.
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