La industria del hierro también fue burgalesa.
El tema es que cuando hablamos de minas y trabajos con el hierro sólo nos viene
a la cabeza Vizcaya, o Guipúzcoa. Y no es cierto. El bucólico Valle de Mena fue
durante siglos un área siderúrgica.
Ya no vibran las nueve ferrerías que existieron
en el valle -cuenta Elías Rubio Marcos que fue en estos contornos donde se
forjaron las verjas del parque del Retiro de Madrid- pero todavía canta el
viejo río Cadagua que alimentó molinos harineros, ferrerías y centrales
hidroeléctricas.
Las ferrerías más antiguas de las que tenemos
constancia en Europa son del siglo XII, aunque el hierro forjado es muy
anterior. Estas explotaciones estaban dentro de los bosques para facilitar la
obtención constante de combustible con que alimentar los hornos. Será en el
siglo XIII cuando los ferrones se acoden en los ríos y empleen la fuerza del
agua para mover los fuelles. Sin embargo, el martinete o mazo hidráulico empieza
a emplearse en el siglo XIV. El siglo XV conocerá el monopolio del hierro
vasco, que mantendrá está posición hasta el siglo XX.
El origen de ferrerías del Valle de Mena no es
claro. Serían, probablemente, del siglo XIV. El Catastro del Marqués de la
Ensenada nos resalta una foto imprescindible de la mitad del siglo XVIII,
haciendo referencia a las ferrerías que se encuentran en el territorio menés.
Les aviso que todas morirán a finales del siglo XIX.
Como habrán deducido el mayor porcentaje de la
industria de la siderurgia del norte de la Corona se localizaba en las
provincias exentas. Aun así, había centros productores en pequeños núcleos
colindantes –como el Valle de Mena o Montija-. La cercanía al filón era
importante pero no olvidemos que Mena disponía de bosques prácticamente vírgenes.
Los problemas de deforestación de Vizcaya y Guipúzcoa hicieron necesario obtener
combustible de diferente procedencia para abastecer sus ferrerías.
Basándose en las prerrogativas del Fuero de
Vizcaya se cortaba, o intentaba cortar, la entrada de carbón vegetal foráneo.
Piensen que, entre otras cosas, para los concejos vizcaínos era uno de los
recursos económicos fundamentales y para los campesinos más modestos suponía un
método para incrementar ingresos o condonar deudas. Había una lucha poco limpia
por la madera de los bosques del Señorío. Podemos citar, por ejemplo, la quema
de montes o, en Carranza, las talas ilegales que luego se transportaban al
valle de Mena.
Estas ferrerías burgalesas seguían la pauta de
la “Forja Catalana” que era la técnica empleada por las vascas. Esta forja
precisaba de una presencia constante de carbón vegetal, por lo que las
ferrerías no tuvieron más opción que trasladarse a localidades con grandes
masas forestales. Por otra parte, un emplazamiento cercano facilitaba el uso
continuo de sus hornos, con la ventaja añadida de no estar demasiado alejadas
de las minas del valle de Somorrostro y de contar con la cómoda carretera de la
rivera del Cadagua. Traducido: reducción de costes y acceso a combustibles. Hoy
diríamos “externalización de la producción”. ¡Enviarla a china, vamos!
Ferrería de Cades |
Para todo esto se necesitaba una coordinación,
unos trasportistas, para que la maquinaria funcionase. En esta labor tomaban
parte carreteros y arrieros de todas Las Encartaciones y, entiendo, del Valle
de Mena. También estarían los comerciantes o tratantes de vena de las
poblaciones principales.
Ortega Valcárcel indicaba que para fabricar un
quintal de hierro (50 kg) se precisaban tres quintales de mineral y cinco
quintales de combustible. Y cada legua de recorrido incrementaba en un 40 % el
coste de fabricación. ¡Era más barato traer el mineral, trabajarlo y venderlo
que hacerlo en Vizcaya! Y Vizcaínos y Meneses emplearon “estrategias” varias
para afectar al trabajo del otro: unos por la falta de carbón vegetal y los
otros por la falta de mineral. Como vemos las tensiones eran en varias
direcciones.
Comentábamos que se empleaba el sistema de Forja
Catalana que exigía una continua atención y el uso de la energía hidráulica.
Por ello lo de los ríos. En el Valle de Mena tenemos los ríos Cadagua y Ordunte
–sin contar otros menores-, que tuvieron numerosas construcciones hidráulicas
como presas, molinos, ferrerías, centrales hidroeléctricas y fábricas de
muebles.
El punto álgido fue en el siglo XVIII con
relación a la producción del mineral del hierro, y en su transformación. A
partir de ahí la decadencia fruto de las guerras del siglo y la presencia de
unidades militares actuando en su zona, el traslado de las aduanas a la
frontera y costas vascas, la dificultad de la modernización, la tardía mejora
de las comunicaciones y la competencia de los Altos Hornos de la ría del
Nervión.
Bueno, que se intentó sobrevivir, no crean. Hay
constancia, a finales del siglo XIX, de la existencia de dos altos hornos en el
Valle de Mena, de corta vida (desde 1861 hasta 1896), como se muestra en la
revista Estadística minera (Revista Estadística Minera y Metalúrgica de España,
años 1861-1900).
Así es la vida. Con respecto a las ferrerías, ¿cuáles
eran? ¿Dónde estaba? ¿Cómo eran? ¿Quiénes las trabajaban?
Fuelles |
Empecemos por comprender el espacio en que se desarrollaba
todo. Las ferrerías constaban, generalmente, de dos partes: el hogar donde se
situaba el fuelle o trompa y el martinete o mazo. Estos martinetes de forja
precisaban una fuerza mínima de 200 kg para triturar los minerales o forjar piezas
de grandes dimensiones, como anclas o rejerías.
Estas industrias necesitaban de un canal (llamado
antepara o camarao) por el cual acelerar el agua. Los canales suelen contener
una presa o azud, para retener el agua y evitar variaciones en el flujo, sobre
todo si se trata de ríos poco caudalosos. Las ruedas de paletas se sitúan fuera
del edificio, en el canal y movidas por la corriente de agua provocan el
movimiento del mazo o la compresión de los fuelles para soplar las brasas. El
funcionamiento de las ruedas se activaba a través de una cuerda o, en algunos
casos, una barra de hierro que levantaban o bajaban el chimbo, un tapón que da acceso
al agua. Simple pero efectivo.
Las ruedas conseguían un rendimiento pequeño pero
constante. La sujeción de éstas se acomete mediante ejes motrices compuestos por
troncos de grandes dimensiones de madera para aguantar tensiones, esfuerzos e impactos
que se producen. En sus extremos está formado por piezas metálicas para
apoyarse con firmeza. En el mismo eje se sitúan las levas, dientes de madera
talladas directamente distribuidas por el tronco.
Mazo |
El martinete se trata de un mazo situado
perpendicularmente al eje de la rueda, con una longitud aproximada de 4 metros
y un punto de balancín en su zona central. Compuesto por una cabeza o martillo pesado
que al levantarse por las levas, cae golpeando la pieza sobre el yunque.
Engloban un número variable de levas dependiendo del peso del mazo. Un mazo
pesado tiene cuatro levas, mientras que un mazo ligero tiene mayor número de
levas, y por tanto es capaz de golpear un mayor número de veces por unidad de
tiempo. Todos estos dientes sufrían un intenso desgaste y un evidente peligro
de ruptura, sobre todo si pensamos que podían llegar a golpear más de cien
veces por minuto.
Los fuelles o barquines –accionados por el agua-
insuflan aire, manteniendo el combustible activo en los hornos de fundición. Se
fabricaban con cuero y madera y reforzados con una estructura metálica que no
evitaba los frecuentes desgarros que ralentizaban la labor de los operarios.
El horno se fabricaba con ladrillos refractarios
y se situaba en un lugar destacado. De forma cúbica en su diseño se tenía en
cuenta las toberas por las que se insuflaba el aire y el hogar o cavidad del
horno en que se calentaba el mineral. El hierro se retiraba cuando formaba una
pasta o masa informe –“agoa” o “zamarra”- para su martilleo en el yunque.
A su vez se disponía de hornos auxiliares que
servían para calcinar previamente la vena del mineral y extraer la escoria;
carboneras para el carbón vegetal; y leñeras para el trabajo del posible
herrero –con su herrería-.
Vale ya entendemos el mecanismo de una ferrería
y sus componentes. Nos quedan las demás preguntas formuladas antes -¿cuáles
eran? ¿Quiénes eran? ¿Dónde estaba?-.
Ferrería de Cades |
Intentaremos contestarlas poco a poco. Tenemos
la ferrería de El Berrón o Bortedo,
en el barrio de Arla. En su tiempo fue propiedad de Nicolás de Mollinedo y
Quadra, miembro del Consejo Real y residente en Madrid. Junto a esta ferrería
poseía un molino de dos ruedas que arrendaba conjuntamente y que no molía en
tiempo de estío porque la escasa agua era para la ferrería.
El Catastro de Ensenada dice que aquí se
trabajaban 180 días y detalla el personal y sus salarios: Juan Alonso, aroza,
1.260 Rs; Juan de Berespede, tirador, 900 Rs; Juan de Escurdia y Baptista de
Malcosa, undidores, 620 Rs; Pedro Juan, aprestador, 270 Rs. Todos estos
trabajadores de 1752 eran guipuzcoanos emigrados. El Catastro apunta que la mayoría de los
trabajadores de ferrerías de Mena eran guipuzcoanos.
Gijano con las ferrerías conocidas por Casa de las Cuevas y Sanchico, que dejaron de funcionar hace
el 1880 y que están separadas un kilómetro aproximadamente. ¿Cuál de las dos
era de Eustaquia Nicolasa Ortes, residente en Bilbao, y cual de Domingo Ortíz
de las Ribas, residente en Madrid? La de la primera está situada sobre el río
mayor del pueblo y estuvo arrendada a Manuel de la Azuela por 3.000 Rs año y la
segunda, la de Domingo, rentaba 11.000 Rs y estaba gestionado por su mayordomo
José de Goiri. Ambas estaban abiertas 8 meses al año, seguramente los de mayor
caudal, y en ellas trabajaban cuatro undidores o fundidores en el horno
principal removiendo el material con una barra hasta que el hierro, convertido
en la “agoa”, estaba listo para la forja; dos tiradores, que estiraban la
colada y la daban forma en el martinete bien como lingotes, chapas, placas…;
dos apretadores (u horneros) y un barquinero que atendía los delicados fuelles.
Y, además, estaba el mayordomo, administrador o aroza que dirigía la actividad.
No solo existían estos puestos sino que debemos recordar al aprestador que
preparaba el mineral en bruto tostándolo en los hornos auxiliares o “raguas”
antes de colocarlo en el horno principal.
Ferrería de Sanchico (Tierras de Burgos) |
La vida en los ferrones era un mundo aparte
formado por personas, en muchos casos, ajenas a la comarca. Se necesitaba un
mínimo de entre cuatro a seis trabajadores en cada ferrería. La jornada
oscilaba entre doce y trece horas diarias. Se iniciaría a las cinco de la
mañana hasta las ocho, que se almorzaba, y llegando al mediodía. Otra parada
hasta la una y del tirón hasta el anochecer. En estos aspectos el trabajo sería
similar a las ferrerías de Vizcaya o Guipúzcoa donde los operarios trabajaban
todos los días laborables y, durante la noche, en turnos de cuatro horas
destinados a alimentar la fragua para que no se estropeara el caldo. Esto
obligaba a que todos durmiesen en el edificio. El domingo se apagaba el horno
entre el toque de alba y el de oración.
Los ferrones vestían una amplia capa de tela
gruesa, un cubre cabezas y pañuelos que protegían el rostro dejando libres solo
ojos y nariz. Piensen en todas esas chispas al rojo vivo saltando y ese calor
terrible. Nada diferente a lo que pueden haber contado aquellos de nuestros
mayores que trabajaron en Altos Hornos de Vizcaya, Olarra o Echevarría.
Recreación |
Esto… ¿De quién eran las ferrerías? Ya hemos
dicho algún nombre pero la cuestión es saber qué tipo de gente era. Pues,
solían ser de miembros de la aristocracia o de la burguesía agrícola e
industrial. Pero, como se ha señalado, era administradas por un mayordomo o
arrendadas a terceros que asumirían, llegado el caso, los costes de las
averías.
Si visitan alguna de estas viejas ferrerías se
puede, todavía, observar en sus muros de sillarejo las manchas producidas por
el humo y el fuego de los fogones. Estos lugares de trabajo eran de una sola
planta y de piedra para defenderse de los desbordamientos del cercano río y de
los incendios internos.
Estaban formadas por distintas dependencias, de
gran altura, conectadas por vanos con arcos de medio punto y apuntados, dejando
presente un toque artístico propio, quizás, del estilo imperante en la época de
su construcción.
La ferrería de Sanchico, contiene un canal con
más de 500 metros de longitud, que se nutría de una presa de gran singularidad,
construida en madera, situada en el mismo pueblo de Gijano. Todavía se puede
apreciar los mechinales excavados en la profundidad del río.
En el barrio de la Vega de Nava de Ordunte están los restos de otra ferrería que evolucionó a
la central eléctrica propiedad de Baldomero Teresagasti, fábrica de muebles y que
hoy es inaccesible. En una entrevista para el libro “Burgos en el recuerdo”
Faustino Negrete recordaba que “los
técnicos que trabajaron en esta ferrería eran todos vascos, venían como
emigrantes a trabajar a ella. El mineral de hierro se traía de Gallarta y
Ortuella”. El acceso es dificultoso pero se puede observar su embalse.
Remontándonos llegaremos hasta Pedro de Ángulo
Salamanca, vecino de La Nava, caballero que vivía de sus rentas y propietario
de dos ferrerías allí. Una en Nava de Ordunte en el barrio de la Vega y otra en
el río de la Cuevas con otros socios.
Camarao Vega de Nava de Ordunte |
En la primera trabajaba de Aroza Marín de
Olastagaza durante nueve meses al año; de tirador, Francisco Ulanga; de
undidores Baptista de Ulanga y Nicolás de Montarán; y de aprestador José Goiri.
Pasemos a la ferrería de Ungo. Era propiedad del Conde de la Revilla, que
residía en Barcelona, y que estaba, en ese 1752, arrendada a Tomás Ortiz de las
Ribas. Se conservan algunos paramentos y algo del basamento de madera clavado
en el río donde se levantaba la presa que llenaba el canal de la ferrería.
Elías Rubio escribe en su libro las palabras de Vicente Villota indicando que “la madera más apreciada para fundir el
hierro era el madroño, que aquí conocemos como borto (¿Les suena el pueblo
de Bortedo?). A esta ferrería la llamábamos
el Escorial, porque había gran cantidad de restos de fundición; yo mismo vendí
hace cuarenta años (hoy 60 años) un
vagón de tren cargado de esta escoria para Bilbao”.
En el momento del Catastro de Ensenada tenía
empleados a Miguel de Balenchan como aroza; a Fernando Nieto como tirador; a
Francisco del Campo y Francisco Liona como undidores; y Francisco Nieto como
aprestador. Y ninguno era del Valle de Mena sino que terminada la temporada de
ferrerías retornaban a sus tierras.
Ferrería de Entrambasaguas |
Ahora Entrambasaguas:
En su barrio del cerezo hay otra fábrica de hierro hidráulica de la que A. Nuño
García escribió en 1926: “En los
comienzos del siglo XV se construyeron la ferrería y el molino de Cerezo,
aprovechando uno de los mejores saltos de agua del río Cadagua y, además, se
hicieron en Entrambasaguas otros cuatro molinos”. Es la “ferrería de la
Rivera” que en 1992 conservaba las paredes de la fábrica, la presa, camarao,
canal de desagüe y el hueco para el asentamiento de la rueda que movía el mazo.
En su tiempo perteneció a Teresa de Luyando, vecina de Medianas, dueña también
de un molino de dos ruedas en ese lugar.
La de
Villasuso fue construida a principios del siglo XIX pero vayamos a
1927 que es cuando se transforma en central eléctrica, la de Polo.
Camarao de Villasuso |
Y sigamos nuestra ruta hasta la fábrica de Agüera, situada poco antes
de empezar a bajar el portillo de El Cabrio, en el río Cerneja –es decir, en la
Merindad de Montija-. Se dice que el material se traía de Galdámez y Sopuerta (Encartaciones)
en carretas arrastradas por bueyes. Nuestro adorado Catastro de Ensenada nos
informa que en el lugar había una ferrería propiedad de José de la Peña, vecino
de Burgos, que la arriendó a Manuel Herrero, vecino de Ramales, por 2.000 Rv y
que en esta fragua solo se trabaja los cuatro meses de invierno. Este Manuel
Herrero tenío otra ferrería y un molino en Ramales. Y la de Agüera estaba
gestionada por su mayordomo y administrador Esteban Gutiérrez por un salario de
1.100 Rv. Con él trabajaba Matías de Ormaechea como oficial. Esto nos indica
que era una ferrería menor frente a las del Valle de Mena propiamente. A
mediados del siglo XIX se transformó en molino por mediación de Manuel
Villasante, un empresario de la comarca. Si van a visitarla solo encontrarán el
canal y el túnel de agua sobrante.
Los periodos de trabajo de las ferrerías eran
invierno y primavera. Esto era así gracias a las lluvias, nevadas y deshielos
que surtían de la fuerza necesaria para la actividad. Y, como contrapunto,
debían mantener los cauces lo más limpios posible para limitar los daños de las
crecidas. Eran las conocidas como “ferrerías aguacheras”.
Los meses sin producción eran empleados para
ajustes; abastecimientos de material y carbón; y apalabramiento de nuevo
personal. Así, el catastro de Ensenada recoge cómo diversos vecinos de Gijano empleaban
diez pollinos “para producir unas pocas
cargas de carbón a las ferrerías” o como Tomás Ortiz de las Ribas, ocupaba
dos mulas “veinte días del año en bajar
carbón de los montes de Carranza en Vizcaya”.
Con todo lo visto y por ir centrándonos en la
idea fuerte de esta entrada -“¿Por qué ferrerías sin minas de hierro?”- debemos
pronunciar la pregunta que ha flotado todo este tiempo: ¿eran rentables las
ferrerías del Valle de Mena? Sí.
Por diversa razones eran más baratas que las
vasconas aun incluyendo los costes de desplazamiento de combustibles, personal
y materias primas. Daban tanto dinero que llevaba a los administradores o
arrendatarios a intentar convertirse en propietarios. Incluso se reedificaban o
se construían nuevas, como la de Villasuso a finales del siglo XVIII.
La producción pasó de 10.000 quintales de hierro
a mediados del XVIII a 40.000 quintales a mediados del XIX cuando llegó la
crisis de los altos hornos. Pero hasta entonces los beneficios producidos por las
ferrerías de Mena eran muy atractivos. Hacia 1750 la ferrería de la Vega de
Nava de Ordunte daba un beneficio de 11.000 Rv.; la de Sanchico otro tanto;
Ungo y la otra de Gijano, 8.000 Rv. cada una; Las Cuevas de Nava y la de
Bortedo daban un beneficio de 6.000 reales; la de Agüera generaba solo 2.000
reales.
A mediados del siglo XIX el diccionario Madoz
nos hablaba que en el Valle de Mena había mueve ferrerías y multitud de molinos
harineros. Indicaba que se fabricaba carbón vegetal para esas ferrerías y que
el hierro pulimentado (unos 6.500 quintales) se enviaba a diferentes destinos
de Castilla.
Ya ni el recuerdo.
Bibliografía:
“Burgos en el Recuerdo” de Elías Rubio Marcos.
“Ingenios Hidráulicos en Las Merindades de
Burgos” Roberto Alonso Tajadura.
“Las ferrerías cántabras. Del auge dieciochesco
a la decadencia final” por Manuel Corbera Millán y Fernando Ruiz Gómez.
“Arte popular. Arquitectura hidráulica del norte
de Burgos, de la ilustración a fines del siglo XIX” por Aarón Blanco prieto.
“Introducción a un estudio histórico y
patrimonial de las ferrerías de las Encartaciones” Javier Barro Marro.
Para saber más:
Hola , felicitaciones por tus informaciones.
ResponderEliminarTienes datos de que que parte de Gipuzkoa (de que pueblos) venían a trabajar en las ferrería del Valle de Mena.
mucha gracias
Hola, don Rafael. Primero le agradezco la cortesía que tienen con este blog y, segundo, procedo a intentar responder a su cuestión. Las fuentes de las que partí para esta entrada no especifican la procedencia de los ferrones llegando a indicar en algún caso que son guipuzcoanos. Así lo dice Roberto Alonso Tajadura en los casos de Juan Alonso, Juan de Berespede, Juan de Escurdia, Baptista de Malcosa o Pedro Juan.
EliminarSupongo que habrían aprendido el oficio en alguno de los ríos de esa provincia. en este sentido le recomiendo la lectura de "Las ferrerías en los ríos guipuzcoanos" por Manuel Laborde.
http://www.aranzadi.eus/fileadmin/docs/Munibe/1958014022.pdf
Un saludo y le invito a seguir leyendo Siete Merindades.
Me interesaría saber el origen del nombre, valle de mena, precisamente he llegado a este blog siguiendo el nombre MENA, ¿No significa lo mismo que MINA?. Meñaka en Bizkaia, y después de la pérdida de la N interbocálica, da en Euskera la palabra MEA (mina), presente en multitud de topónimos de igual significado, Meaka (lugar con abundancia de minas) en Irun, otro Meaka en Navarra, después Meaga en Zarautz.
ResponderEliminarSiempre pensé Mena era la forma antigua de decir mina.