Los molinos fueron uno de los más útiles
elementos tecnológicos de la antigüedad al permitir producir harina de una
forma más eficiente. Menos gente empleada y mayor producción. Estos ingenios pueden
ser de agua, de viento, de fuerza animal, de vapor… Pero los que aquí interesan
son los de agua que para eso esta es tan abundante en nuestras Merindades. E
importante, no lo duden.
Presa en el río Nela en Villarcayo |
Pero, y por pichar el globo que en otras
latitudes más ombliguistas de España se esfuerzan en hinchar, no es un invento
castellano. Vitrubio nos dice que los primeros molinos de agua se emplearon en
la Roma clásica. Incluso se empleaban como sierra para cortar madera o piedra.
El molido –por situarnos- es una de las últimas
fases de la trasformación del cereal. A partir de los siglos VIII-IX tenemos
constancia de su existencia en nuestra zona. En el año 790 figura la donación
que efectúa el abad Quelino a su monasterio de Cillaperlata de ciertas
posesiones entre las que cita tres molinos en Tobera. También el muy
controvertido documento del año 800 –la carta fundacional de San Emeterio y San
Celedonio de Taranco y San Esteban de Burceña en el territorio de Mena- firmado
por el abad Vítulo y su hermano Ervigio.
En Valpuesta, y a tenor del acta fundacional del
monasterio erigido en este lugar y que redacta el obispo Juan en el año 804, se
describe la calzada que va a Valdegovía: "et
suos molinos in flumine Flumenzillo": De igual forma, en el año 822 se
documenta la concesión de unas heredades al monasterio de San Román de Tobillas
por parte de su fundador, el abad Avito, entre las que se encuentran "molinos et suas ferragines".
Quintanilla de Valdebodres (Cortesía de "Tierras de Burgos") |
Más, hacia el año 872, en la fundación de San
Martín de Losa se cita la existencia de "VII
molinos iuxta nostra casa" y "Il
molinos sub casa in rivo maior''. Ya no se parará, encontraremos molinos
por todo el Valle del Ebro.
El molino hidráulico se convirtió en la infraestructura
básica para la vida agraria de Las Merindades, sobre todo en el siglo XVIII, cuando
fue un elemento técnico esencial. Pero no adelantemos acontecimientos y
desandemos –una vez más- el camino hasta los siglos X y XI.
En ese momento los monasterios acumularán
patrimonio fruto de las donaciones Reales y de particulares que al ingresar en
el monasterio integraban sus propiedades (casas, tierras de labor, prados,
viñas, etc.) en la orden. También se produjo un incremento de la natalidad y de
la repoblación. Provistos de fueros otorgados por la monarquía en compensación
por su arriesgada empresa, los vecinos de cada lugar se organizan en concejos.
Estos se dotarán, como antes hicieran los monjes, del equipamiento productivo
necesario para llevar a cabo sus actividades económicas (molinos, lagares,
hornos, etc.).
Y lo que tenemos, entonces, son elementos
comunitarios cuyo uso requirió reparto de tiempos de empleo. En una posesión mancomunada, esta figura consuetudinaria, consolidadas jurídicamente por
el uso y la costumbre, eran un bien patrimonial que podía ser transmitido,
donado o enajenado como cualquier otro. Y con ello nos enfrentábamos a la
multiplicación de propietarios de fracciones menguantes. Esta situación
permitía a los pequeños tener su parte de actividad pero facilitaba a los poderosos
la comprar progresiva de derechos de molino sin tener que recurrir a los
cuantiosos gastos que suponía una construcción. Como si comprasen las acciones
de una empresa.
Sea como fuere, el empuje demográfico ejercido
durante los siglos XI, XII Y XIII y la roturación de nuevas parcelas acentuaron
la construcción de molinos. Esta, además, ayudó a la expansión económica en la
Baja Edad Media. La ecuación era simple: Molinos igual a desarrollo económico y
mejor alimentación. Así, los monarcas, percibidos de su importancia, incluyen
su regulación en los diversos fueros y cartas puebla. Ejemplos en este sentido
serían los fueros otorgados por Alfonso VIII de Castilla a Medina de Pomar en
1181 o a Frías en 1202.
Sus articulados conferían a los pobladores ventajas
para la construcción de molinos como la libertad de hacerlos, y mantenerlos "a salvo y libre" en sus heredades,
así como la plena potestad de tomar el agua que se precise allí donde la
hubiera o el acogimiento a determinados beneficios fiscales. Paralelamente surge
la competencia a los poderes concejiles y monásticos: la nobleza local.
Molino de Daniel en Arija (Cortesía de www,arija.org) |
Y no será una coexistencia pacífica. La
importancia del molino lo transmutó en pieza de poder y control. Los poderosos buscaron
su monopolio. En muchas ocasiones por la fuerza, impidiendo que los concejos,
único contrapoder frente al dominio señorial, construyeran nuevos molinos o
controlando el agua.
¿Controlando el agua? ¡Pero si en Las Merindades
hay agua de sobra! No era cuestión de escasez sino de propiedad. A pesar de lo
que decían las Partidas de Alfonso X y el resto de legislación castellana que
publicaban que el uso de las aguas y la propiedad de las riberas de los ríos
eran un derecho comunal que regulaba y administraba el concejo nos
encontrábamos con los privilegios que los monarcas iban concediendo y renovando
–generalmente- a las ordenes monacales. Y, si a pesar de todo, se podía avanzar
con la idea del molino estaba el freno económico. Era caro construir uno y
eso frenaba a muchos concejos. Vemos así como el gran propietario molinero de
Frías en la Alta Edad Media fue el monasterio de Santa María de Vadillo (o
Baillo) y eso a pesar de que Alfonso VIII concediera en 1202 a la entonces
villa unos fueros que permitían a cada vecino levantar su propio molino.
Vadillo controlaba a lo largo del río Tobera,
Molinar o Ranera, los siguientes ingenios:
- El de la Puentecilla, suyo desde 1428 tras un pleito. A comienzos del siglo XVIII aparece como "pisón o batán para saiales". Según Cadiñanos Bardecí este molino se hallaba a continuación de otro, llamado del Embid, que "a comienzos del siglo XVI, pertenecía al alcaide Fernán Sánchez de Alvarado" y hacia 1700 estaba casi arruinado.
- El de la Parra. Fue propiedad particular, del monasterio del Espino de Santa Gadea del Cid antes que de Vadillo.
- El de Ascucha llegó a sus manos gracias a las donaciones.
- El del Caballero y el desaparecido molino de Rehoyo, situado aguas abajo, donde también estaba el molino de Floria que perteneció al cabildo de San Vicente y aparece documentado en el siglo Xlll.
Si les sirve de consuelo poético, a mediados del
siglo XVIII y como consecuencia de la decadencia del monasterio ya no contaba
con ninguno. Cosa que no le ocurrió al monasterio de San Salvador de Oña cuyos
Benedictinos, por mor de su poder político y económico, dispusieron de los
cuatro molinos que funcionaban en la villa en 1752 y de otros en Quintana de
Valdivielso y Trespaderne.
Los molinos harineros hidráulicos propiamente
dichos, como estamos viendo, están junto a los cauces de agua, pero no la toman
directamente del río. El agua canalizada para aumentar su fuerza actúa sobre
una rueda que accionará una serie de engranajes, y éstos, a su vez, impulsarían
el movimiento en vertical de una piedra de moler.
Molino de Herrán (Cortesía de Terranostrum.es) |
El paso de los años, y de los siglos, les
mantuvo en su lugar. Con mejoras, eso sí. Continuaron en los cauces de los ríos
y arroyos, adaptando sus materiales a los tiempos, pasando de la madera al
hierro, etc. A partir del siglo XV serán omnipresentes en el paisaje de Las
Merindades sin encontrarnos villa o aldea que no lo tuviese (salvo que no
contara con agua o dinero suficiente). Como hemos dicho, fue el siglo XVIII el
periodo de su mayor esplendor gracias a los gobiernos ilustrados.
El nacimiento de la máquina de vapor, en la
Inglaterra del siglo XVIII supuso el comienzo de la decadencia del molino que
fue abandonándose a excepción de los ámbitos rurales donde su uso se perpetuó
hasta el siglo XX.
Los modelos de molino que nos encontramos en Las
Merindades son: molinos de ruedas verticales (Aceñas) y molinos de ruedas
horizontales (rodeznos).
En las aceñas tenemos un juego de engranajes
compuestos por ruedas dentadas que actúan según la fuerza del agua, y que dan
movimiento a las piedras de moler. Fue descrito por Vitrubio en la antigua
Roma. Son esas “norias” de palas que pueden ser empujadas por el agua por
arriba o por abajo. De esta tipología encontramos escasos ejemplos: en
Valdenoceda, los Hocinos, Medina de Pomar y Frías.
El caso típico en Las Merindades es el molino de
rodeznos. En él la rueda se coloca de forma horizontal que es la forma más
sencilla de producir energía hidráulica, ya que la fuerza del agua mueve un eje
con menos engranajes y éste la piedra voladera del molino.
Hemos comentado la existencia de un canal para
el agua que accede a la rueda. Era una forma de controlar el agua. Pensemos que
en el deshielo o en el estiaje la maquinaria y la producción se veían
afectadas.
El edificio sólo recibía mantenimiento en
ocasiones puntuales, como reparaciones de cubiertas, canales, saetines o
limpieza. Por otro lado, la maquinaria, de gran resistencia y dureza, sólo
requería ser reparada de manera excepcional. De esta puesta a punto del conjunto
se encargaba el propio molinero.
Por tanto, teniendo en cuenta la gratuidad de la
energía (renovable diríamos hoy) y la obtención de materia prima a través de la
maquila, podemos concluir que la inversión económica para mantener en
funcionamiento un molino era bastante reducida y no suponía un fuerte
desembolso.
En cuanto a los constructores de molinos, la
mayoría procedía de la zona norte (Cantabria, Vizcaya o Guipúzcoa). Se trataba,
en general, de carpinteros, maestros canteros y albañiles contratados por
nobles, eclesiásticos o concejos.
Los siglos XVII y XVIII, a pesar de la crisis,
fueron una época próspera en la construcción de molinos: se levantaron nuevas
construcciones sobre ríos o arroyos, aunque las actuaciones más abundantes
fueron las reparaciones y el mantenimiento y, en menor medida, la
reconstrucción total.
El plano tradicional de un molino es la de un
edificio de planta rectangular dividida en varias alturas y con cubierta a dos
aguas. La sala de la molienda se ubicaba en la planta baja mientras que las
plantas superiores servían para almacenar el grano.
Bibliografía:
“Los molinos en Las Merindades de Burgos” de
María Jesús Temiño López-Muñiz.
“Ingenios hidráulicos en Las Merindades de
Burgos”. Molinos harineros, ferrerías y batanes a mediados del siglo XVIII” de
Roberto Alonso Tajadura.
“Arte popular. Arquitectura hidráulica del norte
de Burgos, de la Ilustración a fines del siglo XIX” Tesis de Aarón Blanco
Nieto.
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