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domingo, 21 de octubre de 2018

Los oscuros dioses pintados de Ojo Guareña.



Debemos saltar hasta el periodo precristiano. Aunque no nos resulte creíble –ni a nosotros ni a los hijos de cualquier otra religión actual- hace más de 13.500 años (datación máxima aproximada de las pinturas más antiguas en cueva Palomera) y hasta la época visigótica (siglos VI-VIII) fueron otros los destinatarios de las oraciones de aquellos que vivían en Las Merindades. Y esa fecha marca la introducción, más o menos amplia, del cristianismo en Hispania. Santa María de los Reyes Godos y Santa María de Mijangos son las pruebas.


Del objetivo de esta entrada –la religiosidad telúrica- no hay más que algunos enterramientos humanos, diversos utensilios de piedra, hueso y cerámica (principalmente votivos), grabados y pinturas en las paredes de cuevas. También lo que cuentan griegos y romanos en la agonía de la religiosidad megalítica. Al fin y al cabo es una etapa que finaliza en el cuarto milenio antes de Cristo.

La religiosidad parece que ha acompañado siempre al ser humano. No como un estadio de la evolución humana, sino perteneciendo a la estructura misma del ser racional. En eso no nos sigue ningún otro animal del planeta. Aclarado esto, ¿cómo eran esos dioses? (O ese dios).

Agrupación en la Sala de las Pinturas.

Verán, tratar de estudiar la religiosidad prehistórica es adentrarse en la oscuridad por un suelo resbaladizo… como el de las cuevas. El concepto de la divinidad depende de la humanidad de cada tiempo: su situación, su sistema de vida y su estructura familiar. En nuestra ayuda vienen las dos concepciones existentes para analizar los credos prehistóricos: religiones étnico-políticas y religiosidad telúrico-mistérica. Las primeras son las que pertenecen a un grupo étnico –naces y ya tienes tu dios- y las otras, pues, no.


Por otro lado, debemos abandonar la visión del hombre paleolítico como un ser embrutecido, simiesco, apenas humano e incapaz de religiosidad o de arte. Ojo Guareña niega esa afirmación. Les sitúo: Queimada (varios triángulos inversos de color negro), Chipichondo (única pintura en ocre rojo), Sala de las Pinturas –zona aledaña a la Sala de la fuente- (46 triángulos inversos o con el vértice hacia abajo, 5 serpentiformes, 5 capriformes (cabras de cabeza triangular), 4 ciervos, 2 caballos, dos bóvidos (uro), un mustélido, 1 jabalí, 1 elefante de líneas sencillas y logradas, 7 contornos de cuadrúpedos inacabados (équidos, cérvidos), 6 figuras humanas (de ellas tres disfrazadas, los denominados "brujos", la restantes esquemáticas). En total 93 representaciones figurativas e informales o signos, es decir, 64 muestras del arte informal, no figurativo, y 29 más o menos figurativas.


Aunque algunas muestran su interior relleno, la mayoría corresponden a siluetas contorneadas, con frecuentes representaciones de líneas de despiece y, en algún caso, aprovechamiento de aristas o de grandes huellas de corriente para proporcionar un volumen adicional a las figuras. Excepto un caprino, en el que para representar su cuerpo se ha aprovechado un triángulo relleno, todos los zoomorfos presentan su cabeza orientada a la derecha.

Si nos centramos en el nivel inferior de la Sala de la Fuente se localizan abundantes tizonazos, multitud de grabados muy finos (zigzags y retículas) concentrados en torno a la formación que proporciona el nombre a la sala. Pero el santuario principal se localiza en un nivel superior al que se accede con cierta dificultad tras superar una pronunciada rampa de roca, alisada y lustrosa como consecuencia de su reiterado empleo. Aquellos individuos esculpieron trece escalones en su piso arcilloso, siendo visibles las estrías dejadas por los palos utilizados para su excavación.


Dejemos constancia, también, de la distribución de las marcas. Sugieren un trayecto o secuencia simbólica, lo que unido a la utilización del carbón de madera y un estilo y técnica de ejecución uniforme hacen pensar en un santuario homogéneo y decorado en un espacio de tiempo corto.

Las pinturas negras de la Sala de las Pinturas fueron datadas por Soledad Corchón en 10.950 o 11.540. Poseen estilos diversos pero el estudio las situaría en el final del Magdaleniense y comienzos del Aziliense. Se encuadrarían en el llamado estilo V, que confirmaría la continuidad del arte paleolítico y sus tradiciones, en algunos lugares apartados como Ojo Guareña, al menos hasta el 9.000, tras la transición del Pleistoceno al Holoceno. Con lo cual Cueva Palomera sería del final del Arte Tardiglaciar.


Aparte de unos pocos signos grabados, como una retícula, zigzags y trazos aislados, la mayoría de sus motivos están pintados y entre ellos destacan los signos, especialmente triángulos con el vértice invertido, 38 de ellos con su interior relleno en tinta plana, más otros 12 contorneados.

En la Sala de las Pinturas también se registran varios antropomorfos esquemáticos, entre los que destaca uno que se dispone horizontalmente y que parece asir un largo trazo, probablemente una soga, que lo enlaza con el cuello del caballo más naturalista del santuario, pintado en actitud "encabritada" al presentar la cabeza ligeramente agachada y las patas traseras estiradas hacia atrás, configurando una escena que ha sido interpretada como intento de doma puntual de un équido salvaje. Otro de los antropomorfos más singulares aprovecha uno de los triángulos contorneados invertidos para configurar la cabeza, simulando una máscara. Se han añadido, con trazos esquemáticos, las extremidades.


Parece ser que esta sala se abandonó abruptamente porque la parte central del suelo está hundida por un socavón de dos metros y medio de profundidad. ¿Cómo hubieran evolucionado estas pinturas? No lo sabremos nunca. Además de las pinturas, hay grabados trazados con sílex o con los dedos sobre la capa arcillosa de la pared en cueva de San Tirso, Kaite II, Cubía, y, por supuesto, en distintas partes de Cueva Palomera: Chipichondo (Aquí, además, un relieve), Cartón, Fuente, Grabados, Simas Dolencias, Macarrones.


No solo eso. Podemos encontrarnos huellas de pies descalzos en la cueva de San Tirso y en Palomera (Galerías de las Huellas, Queimada, balcón sobre la sala Cartón). En la sala de las Huellas (Palomera) hay numerosas pisadas de pies descalzos de un grupo de entre 6 y 10 personas, impresas en la arcilla del suelo de dos galerías y de una sala intermedia en un recorrido de unos 400 m (ida y vuelta). Se han encontrado restos de antorchas de madera carbonizada datados en torno al 15.600 antes de Cristo.


En el techo de la cueva de San Tirso hay grabados invisibles sin una iluminación especial. Trazados con sílex representan líneas dentadas, serpentiformes, dibujos esquemáticos en forma de red (¿Para atrapar espíritus?), de escalera, de vulva, de peine, de pluma, etc. Como resultan más esquemáticas nos permite suponerlas más recientes que las similares de Palomera, Cubía o Kaite II. Estos signos figuran en cuevas desde España hasta Siberia, ¡los mismos en todas! ¿Formarán una especie de código?

Claro que todas estas pinturas podían haber tenido un origen lúdico, por pasar el rato, lo “típico” de una sociedad de subsistencia (es una ironía). Pero la interpretación profana no basta para justificar la mayoría del arte rupestre paleolítico. ¿Podrían las marcas ser causadas por ritos mágicos? ¿O ritos religiosos?


Tradicionalmente consta que las pinturas de animales tenían un origen mágico porque –decían- que las acciones sobre la imagen repercutían sobre el animal real en virtud de una energía misteriosa. Pero va a ser que no. Solo un cuatro por ciento de las pinturas de animales tienen el signo catalogado como flecha (una especie de V). Además las supuestas flechas van hacia el animal y, cuando lo toca, es en partes no vitales. En una caza real tiene explicación la falta de puntería pero no en una escena de caza mágica. Otrosí, Pintan unos animales que luego no comen. O se lo comen todo, todo, todo porque no se han encontrado restos. Entonces, ¿Para qué los pintaban? ¿Por amor al arte?

Más: las pinturas suelen estar en lugares retirados y de difícil acceso como en Ojo Guareña. Si hay difícil acceso tendremos difícil exhibición, ¿no? Por ello, su ocultamiento y protección parece indicar una barrera. ¿Para quién? Para los no iniciados. ¿En qué? En algún culto primitivo.

Y, “a más a más”, fijarémosnos en la capacidad de abstracción que está presente en el arte rupestre desde sus inicios. La abstracción se aprecia en la integración de las figuras -figurativas o no- en un sistema metafísico de índole artística y religiosa (interpretación mágica, totémica, animista...). Pensemos en la serie de rayas, existentes en la galería de las Simas de Ojo Guareña. Evidentemente no podemos demostrar que el hombre paleolítico dispusiese de esta capacidad de abstracción pero…


Otra pista en este sentido es el culto a los muertos. Enterramientos, ofrendas, huesos recubiertos de almagre (símbolo de la sangre y de la vida), la posición fetal de los cadáveres y demás. El cementerio de Atapuerca muestra que el Homo Heilderbergensis (desde 450.000 años a. C.) ya tenía el pensamiento simbólico, como nosotros.

Con estas razones argumentales podremos suponer que había religiosidad en esa época. Pero, ¿de qué tipo? Algunos opinan que la religiosidad telúrica es la propia del arte paleolítico y de Ojo Guareña. ¡¿Qué?! Se refiere a la religiosidad de la madre tierra. Al fin y al cabo, quien nace, vive y muere en una cueva no ve a su divinidad como un dios del cielo. No les veo levantando los ojos hacia las alturas para ver la magnificencia de la divinidad. En una cueva uno se siente "dentro de algo" que te acoge, dentro de las entrañas maternas de la Tierra. ¿Se los imaginan observando estas pinturas dentro del húmedo y oscuro abrazo de la cueva, iluminados a la luz de astillas de enebro?


Esta religiosidad telúrica concibe a la divinidad como femenina –la diosa Madre Tierra-, vinculada a su esencia, representada originariamente en forma de animal, preferentemente de serpiente, macho cabrío, toro y similares.

Nuestra “intelligentsia” presentó a las Venus paleolíticas como recreación de la diosa madre Tierra. En las cuevas de Las Merindades, desgraciadamente, no hemos encontrado ninguna. Pero no se pierde la esperanza dado que se han encontrado en cuevas desde Asturias a Siberia. Ya saben: órganos sexuales resaltados, obesas –o preñadas-y con anchas caderas.


Hay otra forma más estilizada de representar a la diosa madre Tierra: el triángulo inverso. La condición vaginal de las cuevas, que comunican las entrañas de la tierra con el exterior, explica que en griego se llamaran “Delta” (triángulo) a las bocas de las cuevas. Eran consideradas santuarios de Deméter, la tierra-madre todavía en tiempos históricos. En Las Merindades de esos triángulos tenemos en abundancia. Son el eje y el tema central de todo el sistema artístico y religioso. Todos con el vértice hacia abajo. Todos menos uno son isósceles en Ojo Guareña. Evidentemente representa lo que todos pensamos: el pubis femenino. Hay triángulos en otra muchas cuevas, pero en ninguna cueva hay tantos ni tan reiterados, como si se tratara de una aliteración pictórica e ideológica para grabar la creencia básica. Son el tema central del sistema pictórico de este seguro santuario paleolítico. Además tienen forma triangular su misma entrada, el suelo y una roca saliente llena de huellas digitales.


Esta religiosidad telúrica venera también la vegetación con su eclosión primaveral y la alternancia: primavera frente a invierno o vida contra muerte. En sus ciclos anuales. La vegetación aparecía encarnada en un animal que evolucionará en un joven dios, o diosa, que muere y resurge en sincronía con el ciclo vegetal. Y es aquí donde nos aparecen la serpiente, los bóvidos, caprinos -sobre todo el macho cabrío-, équidos, cérvidos, etc.


Aunemos a estos animales la luna, sus fases y el agua. Ellos crean las manifestaciones divinas en la religiosidad telúrico-mistérica. Su poder influye en casi todos los sectores de la vida humana: la fertilidad agraria, la fecundidad humana y animal, la salud, así como la adivinación del porvenir y la subsistencia tras la muerte. De todas estas manifestaciones de la divinidad la más conocida es la serpiente. En Ojo Guareña tenemos los serpentiformes de la Sala de las Pinturas. Idem en Kaite II. Cuando llegó el cristianismo esta religión de la tierra estaba profundamente arraigada en la conciencia de las gentes de la cuenca mediterránea. Por eso, la Iglesia no pudo eliminar sus creencias y ritos, ni tampoco asimilarlos. Para apartar de su culto a los cristianos, vinculó los animales divinos con el demonio. Recuérdese el papel del macho cabrío en la brujería y la presencia negativa que ya tenían en el antiguo testamento la serpiente y el toro por su vigencia en la religiosidad cananea.


También son representaciones de esta religiosidad las figuras humanas disfrazadas (cornamentas y pieles). Las de Ojo Guareña han sido catalogadas como brujos y chamanes (H. Breuil). Se les ve como "el Señor de los animales" o el "Señor primordial y sobrenatural de las fuerzas mágicas". Podrían ser considerados, al menos, como anticipos de los jóvenes dioses postpaleolíticos, vinculados con la diosa madre Tierra. ¿Y si digo que Dionisio o Baco procederían de aquí? Para algunos autores el nombre y algunos aspectos del "carnaval" proceden de su entrada triunfal en una "nave" (carrus navalis) en los puertos del Mediterráneo al comienzo de la primavera. Dionisos, o Baco, dios de las viñas era acompañado por los sátiros. Entonces se representaban las comedias y tragedias, cuyo premio consistía en un tragos, o sea, en un pellejo de macho cabrío (un odre) lleno de vino.

En las religiones telúrico-mistéricas uno se incorporaba mediante un rito de iniciación. En varias cuevas hay huellas de pies descalzos, siempre pocas y la mayoría de pies pequeños, o sea, de niños o adolescentes. Apoyado en este dato, no han faltado quienes hayan descubierto, en las huellas, residuos de un rito de iniciación en la pubertad. Es posible. Pero Ojo Guareña parece contradecirlos: hay muchas, algunas de pies exageradamente grandes, en las llamadas por ello Galerías de las Huellas.


Todo esto seguro que nos resulta muy lejano. Y no es eso, ¡es algo cercanísimo! Nos ha acompañado desde aquel lejano momento. Fijémonos en dos palabras tan dispares a primera vista: humus (tierra) y homo (hombre) pero que no lo serían porque nos vincularía con el significado telúrico que grita el origen terreno -de tierra- del hombre. Asociémoslo con la práctica de “inhumar” los cadáveres humanos. Que refleja el retorno al seno de la madre… tierra.

Quizá nuestra sociedad moderna nos aleja de lo que está oculto bajo el asfalto pero, parecería, que parte de la sociedad reclama aceptar a La Tierra como un gigantesco ser vivo y divino. En cuanto tal, la llaman Gaia (Gea), nombre griego eolio y más bien poético de la tierra y de la arcaica diosa griega Tierra.



Bibliografía:

“Las Merindades de Castilla Vieja en la historia” trabajo coordinado por Rafael Sánchez Domingo.
“Las religiones” por Manuel Guerra Gómez.
“El arte rupestre de Ojo Guareña: singularidad y pervivencia en el tiempo”. Ana Isabel Ortega Martínez y Miguel Ángel Martín Merino (G.E. Edelweiss).
“Arte Rupestre en el Karst de Ojo Guareña (Merindad de Sotoscueva-Burgos): Trabajos de Documentación y Estudio en La Sala de La Fuente”. Juan A. Gómez-Barrera, Ana I. Ortega Martínez, Miguel A. Martin Merino, José J. Fernández Moreno, Jesús Del Val Recio, Marcos García Díez, Francisco Ruiz García, Pablo Latorre González Moro Y Leandro Cámara Muñoz.
“Datacion de las pinturas y revisión del arte paleolítico de cueva palomera (ojo Guareña, Burgos, España)” María Soledad Corchón, Hélène Valladas, Julián Bécares, Maurice Arnold, Nadine Tisnerat Y Hélène Cachier.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.



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