Debemos saltar hasta el periodo precristiano.
Aunque no nos resulte creíble –ni a nosotros ni a los hijos de cualquier otra
religión actual- hace más de 13.500 años (datación máxima aproximada de las pinturas más antiguas
en cueva Palomera) y hasta la época visigótica (siglos VI-VIII) fueron otros
los destinatarios de las oraciones de aquellos que vivían en Las Merindades. Y
esa fecha marca la introducción, más o menos amplia, del cristianismo en
Hispania. Santa María de los Reyes Godos y Santa María de Mijangos son las
pruebas.
Del objetivo de esta entrada –la religiosidad
telúrica- no hay más que algunos enterramientos humanos, diversos utensilios de
piedra, hueso y cerámica (principalmente votivos), grabados y pinturas en las
paredes de cuevas. También lo que cuentan griegos y romanos en la agonía de la
religiosidad megalítica. Al fin y al cabo es una etapa que finaliza en el
cuarto milenio antes de Cristo.
La religiosidad parece que ha acompañado siempre
al ser humano. No como un estadio de la evolución humana, sino perteneciendo a
la estructura misma del ser racional. En eso no nos sigue ningún otro animal
del planeta. Aclarado esto, ¿cómo eran esos dioses? (O ese dios).
Agrupación en la Sala de las Pinturas. |
Verán, tratar de estudiar la religiosidad prehistórica
es adentrarse en la oscuridad por un suelo resbaladizo… como el de las cuevas. El
concepto de la divinidad depende de la humanidad de cada tiempo: su situación, su
sistema de vida y su estructura familiar. En nuestra ayuda vienen las dos
concepciones existentes para analizar los credos prehistóricos: religiones
étnico-políticas y religiosidad telúrico-mistérica. Las primeras son las que
pertenecen a un grupo étnico –naces y ya tienes tu dios- y las otras, pues, no.
Por otro lado, debemos abandonar la visión del hombre
paleolítico como un ser embrutecido, simiesco, apenas humano e incapaz de
religiosidad o de arte. Ojo Guareña niega esa afirmación. Les sitúo: Queimada
(varios triángulos inversos de color negro), Chipichondo (única pintura en ocre
rojo), Sala de las Pinturas –zona aledaña a la Sala de la fuente- (46
triángulos inversos o con el vértice hacia abajo, 5 serpentiformes, 5
capriformes (cabras de cabeza triangular), 4 ciervos, 2 caballos, dos bóvidos
(uro), un mustélido, 1 jabalí, 1 elefante de líneas sencillas y logradas, 7
contornos de cuadrúpedos inacabados (équidos, cérvidos), 6 figuras humanas (de
ellas tres disfrazadas, los denominados "brujos", la restantes esquemáticas). En total 93 representaciones
figurativas e informales o signos, es decir, 64 muestras del arte informal, no
figurativo, y 29 más o menos figurativas.
Aunque algunas muestran su interior relleno, la
mayoría corresponden a siluetas contorneadas, con frecuentes representaciones
de líneas de despiece y, en algún caso, aprovechamiento de aristas o de grandes
huellas de corriente para proporcionar un volumen adicional a las figuras.
Excepto un caprino, en el que para representar su cuerpo se ha aprovechado un
triángulo relleno, todos los zoomorfos presentan su cabeza orientada a la
derecha.
Si nos centramos en el nivel inferior de la Sala
de la Fuente se localizan abundantes tizonazos, multitud de grabados muy finos
(zigzags y retículas) concentrados en torno a la formación que proporciona el
nombre a la sala. Pero el santuario principal se localiza en un nivel superior
al que se accede con cierta dificultad tras superar una pronunciada rampa de roca,
alisada y lustrosa como consecuencia de su reiterado empleo. Aquellos
individuos esculpieron trece escalones en su piso arcilloso, siendo visibles
las estrías dejadas por los palos utilizados para su excavación.
Dejemos constancia, también, de la distribución
de las marcas. Sugieren un trayecto o secuencia simbólica, lo que unido a la utilización
del carbón de madera y un estilo y técnica de ejecución uniforme hacen pensar
en un santuario homogéneo y decorado en un espacio de tiempo corto.
Las pinturas negras de la Sala de las Pinturas fueron
datadas por Soledad Corchón en 10.950 o 11.540. Poseen estilos diversos pero el
estudio las situaría en el final del Magdaleniense y comienzos del Aziliense.
Se encuadrarían en el llamado estilo V, que confirmaría la continuidad del arte
paleolítico y sus tradiciones, en algunos lugares apartados como Ojo Guareña,
al menos hasta el 9.000, tras la transición del Pleistoceno al Holoceno. Con lo
cual Cueva Palomera sería del final del Arte Tardiglaciar.
Aparte de unos pocos signos grabados, como una
retícula, zigzags y trazos aislados, la mayoría de sus motivos están pintados y
entre ellos destacan los signos, especialmente triángulos con el vértice
invertido, 38 de ellos con su interior relleno en tinta plana, más otros 12
contorneados.
En la Sala de las Pinturas también se registran
varios antropomorfos esquemáticos, entre los que destaca uno que se dispone horizontalmente
y que parece asir un largo trazo, probablemente una soga, que lo enlaza con el
cuello del caballo más naturalista del santuario, pintado en actitud
"encabritada" al presentar la cabeza ligeramente agachada y las patas
traseras estiradas hacia atrás, configurando una escena que ha sido
interpretada como intento de doma puntual de un équido salvaje. Otro de los
antropomorfos más singulares aprovecha uno de los triángulos contorneados invertidos
para configurar la cabeza, simulando una máscara. Se han añadido, con trazos
esquemáticos, las extremidades.
Parece ser que esta sala se abandonó
abruptamente porque la parte central del suelo está hundida por un socavón de dos
metros y medio de profundidad. ¿Cómo hubieran evolucionado estas pinturas? No
lo sabremos nunca. Además de las pinturas, hay grabados trazados con sílex o
con los dedos sobre la capa arcillosa de la pared en cueva de San Tirso, Kaite
II, Cubía, y, por supuesto, en distintas partes de Cueva Palomera: Chipichondo
(Aquí, además, un relieve), Cartón, Fuente, Grabados, Simas Dolencias,
Macarrones.
No solo eso. Podemos encontrarnos huellas de
pies descalzos en la cueva de San Tirso y en Palomera (Galerías de las Huellas,
Queimada, balcón sobre la sala Cartón). En la sala de las Huellas (Palomera)
hay numerosas pisadas de pies descalzos de un grupo de entre 6 y 10 personas,
impresas en la arcilla del suelo de dos galerías y de una sala intermedia en un
recorrido de unos 400 m (ida y vuelta). Se han encontrado restos de antorchas de
madera carbonizada datados en torno al 15.600 antes de Cristo.
En el techo de la cueva de San Tirso hay
grabados invisibles sin una iluminación especial. Trazados con sílex
representan líneas dentadas, serpentiformes, dibujos esquemáticos en forma de
red (¿Para atrapar espíritus?), de escalera, de vulva, de peine, de pluma, etc.
Como resultan más esquemáticas nos permite suponerlas más recientes que las
similares de Palomera, Cubía o Kaite II. Estos signos figuran en cuevas desde
España hasta Siberia, ¡los mismos en todas! ¿Formarán una especie de código?
Claro que todas estas pinturas podían haber
tenido un origen lúdico, por pasar el rato, lo “típico” de una sociedad de
subsistencia (es una ironía). Pero la interpretación profana no basta para
justificar la mayoría del arte rupestre paleolítico. ¿Podrían las marcas ser
causadas por ritos mágicos? ¿O ritos religiosos?
Tradicionalmente consta que las pinturas de
animales tenían un origen mágico porque –decían- que las acciones sobre la
imagen repercutían sobre el animal real en virtud de una energía misteriosa. Pero
va a ser que no. Solo un cuatro por ciento de las pinturas de animales tienen el
signo catalogado como flecha (una especie de V). Además las supuestas flechas van
hacia el animal y, cuando lo toca, es en partes no vitales. En una caza real
tiene explicación la falta de puntería pero no en una escena de caza mágica.
Otrosí, Pintan unos animales que luego no comen. O se lo comen todo, todo, todo
porque no se han encontrado restos. Entonces, ¿Para qué los pintaban? ¿Por amor
al arte?
Más: las pinturas suelen estar en lugares
retirados y de difícil acceso como en Ojo Guareña. Si hay difícil acceso
tendremos difícil exhibición, ¿no? Por ello, su ocultamiento y protección parece
indicar una barrera. ¿Para quién? Para los no iniciados. ¿En qué? En algún
culto primitivo.
Y, “a más a más”, fijarémosnos en la capacidad
de abstracción que está presente en el arte rupestre desde sus inicios. La
abstracción se aprecia en la integración de las figuras -figurativas o no- en
un sistema metafísico de índole artística y religiosa (interpretación mágica,
totémica, animista...). Pensemos en la serie de rayas, existentes en la galería
de las Simas de Ojo Guareña. Evidentemente no podemos demostrar que el hombre
paleolítico dispusiese de esta capacidad de abstracción pero…
Otra pista en este sentido es el culto a los
muertos. Enterramientos, ofrendas, huesos recubiertos de almagre (símbolo de la
sangre y de la vida), la posición fetal de los cadáveres y demás. El cementerio
de Atapuerca muestra que el Homo Heilderbergensis (desde 450.000 años a. C.) ya
tenía el pensamiento simbólico, como nosotros.
Con estas razones argumentales podremos suponer
que había religiosidad en esa época. Pero, ¿de qué tipo? Algunos opinan que la religiosidad
telúrica es la propia del arte paleolítico y de Ojo Guareña. ¡¿Qué?! Se refiere
a la religiosidad de la madre tierra. Al fin y al cabo, quien nace, vive y
muere en una cueva no ve a su divinidad como un dios del cielo. No les veo
levantando los ojos hacia las alturas para ver la magnificencia de la divinidad.
En una cueva uno se siente "dentro de algo" que te acoge, dentro de
las entrañas maternas de la Tierra. ¿Se los imaginan observando estas pinturas
dentro del húmedo y oscuro abrazo de la cueva, iluminados a la luz de astillas
de enebro?
Esta religiosidad telúrica concibe a la
divinidad como femenina –la diosa Madre Tierra-, vinculada a su esencia, representada
originariamente en forma de animal, preferentemente de serpiente, macho cabrío,
toro y similares.
Nuestra “intelligentsia” presentó a las Venus
paleolíticas como recreación de la diosa madre Tierra. En las cuevas de Las Merindades,
desgraciadamente, no hemos encontrado ninguna. Pero no se pierde la esperanza
dado que se han encontrado en cuevas desde Asturias a Siberia. Ya saben:
órganos sexuales resaltados, obesas –o preñadas-y con anchas caderas.
Hay otra forma más estilizada de representar a
la diosa madre Tierra: el triángulo inverso. La condición vaginal de las
cuevas, que comunican las entrañas de la tierra con el exterior, explica que en
griego se llamaran “Delta” (triángulo) a las bocas de las cuevas. Eran consideradas
santuarios de Deméter, la tierra-madre todavía en tiempos históricos. En Las
Merindades de esos triángulos tenemos en abundancia. Son el eje y el tema
central de todo el sistema artístico y religioso. Todos con el vértice hacia
abajo. Todos menos uno son isósceles en Ojo Guareña. Evidentemente representa
lo que todos pensamos: el pubis femenino. Hay triángulos en otra muchas cuevas,
pero en ninguna cueva hay tantos ni tan reiterados, como si se tratara de una
aliteración pictórica e ideológica para grabar la creencia básica. Son el tema
central del sistema pictórico de este seguro santuario paleolítico. Además tienen forma triangular su misma
entrada, el suelo y una roca saliente llena de huellas digitales.
Esta religiosidad telúrica venera también la
vegetación con su eclosión primaveral y la alternancia: primavera frente a invierno
o vida contra muerte. En sus ciclos anuales. La vegetación aparecía encarnada
en un animal que evolucionará en un joven dios, o diosa, que muere y resurge en
sincronía con el ciclo vegetal. Y es aquí donde nos aparecen la serpiente, los
bóvidos, caprinos -sobre todo el macho cabrío-, équidos, cérvidos, etc.
Aunemos a estos animales la luna, sus fases y el
agua. Ellos crean las manifestaciones divinas en la religiosidad
telúrico-mistérica. Su poder influye en casi todos los sectores de la vida
humana: la fertilidad agraria, la fecundidad humana y animal, la salud, así
como la adivinación del porvenir y la subsistencia tras la muerte. De todas
estas manifestaciones de la divinidad la más conocida es la serpiente. En Ojo
Guareña tenemos los serpentiformes de la Sala de las Pinturas. Idem en Kaite
II. Cuando llegó el cristianismo esta religión de la tierra estaba
profundamente arraigada en la conciencia de las gentes de la cuenca
mediterránea. Por eso, la Iglesia no pudo eliminar sus creencias y ritos, ni
tampoco asimilarlos. Para apartar de su culto a los cristianos, vinculó los
animales divinos con el demonio. Recuérdese el papel del macho cabrío en la
brujería y la presencia negativa que ya tenían en el antiguo testamento la
serpiente y el toro por su vigencia en la religiosidad cananea.
También son representaciones de esta
religiosidad las figuras humanas disfrazadas (cornamentas y pieles). Las de Ojo
Guareña han sido catalogadas como brujos y chamanes (H. Breuil). Se les ve como
"el Señor de los animales" o el "Señor primordial y sobrenatural
de las fuerzas mágicas". Podrían ser considerados, al menos, como
anticipos de los jóvenes dioses postpaleolíticos, vinculados con la diosa madre
Tierra. ¿Y si digo que Dionisio o Baco procederían de aquí? Para algunos
autores el nombre y algunos aspectos del "carnaval" proceden de su
entrada triunfal en una "nave" (carrus navalis) en los puertos del
Mediterráneo al comienzo de la primavera. Dionisos, o Baco, dios de las viñas
era acompañado por los sátiros. Entonces se representaban las comedias y
tragedias, cuyo premio consistía en un tragos, o sea, en un pellejo de macho
cabrío (un odre) lleno de vino.
En las religiones telúrico-mistéricas uno se
incorporaba mediante un rito de iniciación. En varias cuevas hay huellas de
pies descalzos, siempre pocas y la mayoría de pies pequeños, o sea, de niños o
adolescentes. Apoyado en este dato, no han faltado quienes hayan descubierto,
en las huellas, residuos de un rito de iniciación en la pubertad. Es posible. Pero
Ojo Guareña parece contradecirlos: hay muchas, algunas de pies exageradamente
grandes, en las llamadas por ello Galerías de las Huellas.
Todo esto seguro que nos resulta muy lejano. Y
no es eso, ¡es algo cercanísimo! Nos ha acompañado desde aquel lejano momento. Fijémonos
en dos palabras tan dispares a primera vista: humus (tierra) y homo (hombre)
pero que no lo serían porque nos vincularía con el significado telúrico que
grita el origen terreno -de tierra- del hombre. Asociémoslo con la práctica de
“inhumar” los cadáveres humanos. Que refleja el retorno al seno de la madre…
tierra.
Quizá nuestra sociedad moderna nos aleja de lo
que está oculto bajo el asfalto pero, parecería, que parte de la sociedad
reclama aceptar a La Tierra como un gigantesco ser vivo y divino. En cuanto
tal, la llaman Gaia (Gea), nombre griego eolio y más bien poético de la tierra
y de la arcaica diosa griega Tierra.
Bibliografía:
“Las Merindades de Castilla Vieja en la
historia” trabajo coordinado por Rafael Sánchez Domingo.
“Las religiones” por Manuel Guerra Gómez.
“El arte rupestre de Ojo Guareña: singularidad y
pervivencia en el tiempo”. Ana Isabel Ortega Martínez y Miguel Ángel Martín
Merino (G.E. Edelweiss).
“Arte Rupestre en el Karst de Ojo Guareña
(Merindad de Sotoscueva-Burgos): Trabajos de Documentación y Estudio en La Sala
de La Fuente”. Juan A. Gómez-Barrera, Ana I. Ortega Martínez, Miguel A. Martin Merino,
José J. Fernández Moreno, Jesús Del Val Recio, Marcos García Díez, Francisco
Ruiz García, Pablo Latorre González Moro Y Leandro Cámara Muñoz.
“Datacion de las pinturas y revisión del arte
paleolítico de cueva palomera (ojo Guareña, Burgos, España)” María Soledad
Corchón, Hélène Valladas, Julián Bécares, Maurice Arnold, Nadine Tisnerat Y Hélène
Cachier.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
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