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domingo, 18 de noviembre de 2018

Carboneros de Las Merindades.



Cuando vamos al supermercado, a la zona de barbacoas, nos encontramos con sacos de carbón vegetal a un precio aproximado de 3`50 € los tres kilogramos. A euro el quilo de trabajo. No es mucho, ciertamente, para tanto esfuerzo pero…


El carbón de madera es conocido desde antiguo. De hecho, el carbón –sin adjetivos- que se saca en Asturias se llamaba “carbón de tierra”. La fabricación del carbón vegetal conlleva mucho trabajo por lo cual –aun no siendo químicos o gurús de la economía- ya suponemos que el esfuerzo merecía la pena. Si no, ¿Para qué el trajín? Pues eso. Plinio ya nos hablaba de los procedimientos para obtenerlo.

Pero Plinio era un recién llegado al negocio. Desde hace milenios se ha preparado carbón vegetal. Lo tenemos en el de colorante de pinturas paleolíticas, por ejemplo. En el yacimiento de Los Barruecos (Malpartida de Cáceres), entre el sexto y el quinto milenio antes de Cristo, se halló carbón vegetal dentro de una fosa horadada en la tierra destinada a calentar los alimentos por gentes del Neolítico Antiguo. También se ha documentado su uso en toda la Península Ibérica, desde los inicios de la metalurgia en el Calcolítico y la Edad del Bronce hasta la Edad del Hierro.


Ellos ya sabían que el carbón partía de la madera seca. Esta, por mucho que la llamemos seca, contiene al menos la mitad de su peso en agua y oxígeno. Así no es cien por cien eficiente porque cuando arde absorbe parte del calor generado. Claro que si se calienta al abrigo del aire la madera se descompone en productos volátiles y deja un residuo al que llamamos carbón (vegetal). La cantidad y naturaleza del carbón vegetal varía por la temperatura, la calidad de la madera, la fuerza y dirección del viento...

En la madera enterrada se producen una serie de cambios químicos. En una primera fase (hasta los 170 grados centígrados) se deshidrata la madera, se destilan aceites esenciales y empieza la degradación de la madera; hasta los 270 grados centígrados hay un abundante desprendimiento de gases (CO2 y CO) y de líquidos acuosos; y, finalmente, hasta los 600 grados centígrados, donde se produce la carbonización.

Según María del Carmen Arribas, la elaboración de carbón vegetal ha dejado pocos topónimos en Las Merindades (quizá Salinas de Rosío, Aylanes y Lastras de la Torre), sostiene que en la Alta Edad Media sería un producto elaborado en la única villa romana presente (San Martín de Losa) y que su producción se incrementaría en la medida en que se fueron organizando ciudades como Medina y Frías, con menor acceso a los montes y con una composición y mentalidad no rural. Como había demanda, se pagaba bien el producto y por ello debió aumentar la oferta. Y no hablemos del periodo entre 1550 y 1850 que se conoció como “pequeña edad de hielo” que disparó la demanda de combustible asociado a un incremento de la población.

Por todo ello, El carbonero (u hornero) ya en plena Edad Media tenía regulado su función por los daños que causaban en los montes de robles y encinas hasta tal punto que las ordenanzas de Frías regularon los arbustos que podían cortar como madroños, excepto robles y encinas y siempre bajo juramento sobre la cantidad de corta y la periodicidad que debía de ser anual.

Estadísticas de precios en Burgos del año 1943.

José Ángel Varona Bustamante, autor de varios libros de senderismo por Las Merindades, ha encontrado la huella de múltiples hornos realizados por los carboneros burgaleses. Los barrancos de Dulla (Merindad de Sotoscueva), sometidos a un gran modelado kárstico parecen tener un gran número de restos de carboneras. Perex es otro lugar marcado por el trabajo de los carboneros. Fuera de Las Merindades son muy conocidos los carboneros de Retuerta que tiene hornos situados dentro del pueblo. ¡Igual que en Cogullos (Merindad de Sotoscueva)!

Este incremento de la demanda, por frío, necesidades urbanas o por necesidades de la industria férrica, influyó en la composición de los montes y en la pervivencia de los mismos. Si nos fijamos en el Monte Santiago que tuvo la desgracia de estar junto al Valle de Mena y las otras zonas con ferrerías de Vizcaya vemos como la fuerte demanda de madera y carbón vegetal a partir de la segunda mitad del siglo XIX dieron lugar a la tala sistemática de hayas y robles en torno a una gran área de influencia de estos centros de producción.

Esta deforestación derivó en que las etapas de sustitución ocupen extensas superficies en las inmediaciones. El aprovechamiento forestal de esta masa de hayas ha provocado, desde antiguo, la formación de calveros y zonas de arbolado abierto. Y, por si no se han dado cuenta, la presencia del brezo es testigo del hacha del carbonero sobre hayedos y robledales.


También se trabajaba la madera de encina por sus buenas cualidades para este fin. Se cortaba en febrero, luego los desrramaban y apilaban hasta la primavera, cuando se preparaba la carbonera. La construida en el monte solía colocarse en el lugar de otros años. Para montarlas se comienza colocando un palo en el centro (el "perico") que sirve para fijar los troncos alrededor formando un círculo. Se van poniendo con las cortezas, apoyados, montados unos encima de otros, con unas dimensiones de 80 centímetros. El siguiente paso era taparlo mediante césped y tierra, a poder ser esta ya quemada.

El cono debe quedar perfectamente tapado porque la madera no debe arder. La lumbre se introducía por la parte superior con un brasero y el diseño se completaba con varios agujeros para respiraderos. A medida que la leña se consumía y disminuía el volumen, se alimentaba con más madera. Se debía evitar los vacíos. Un paso peligroso este porque se corría el riesgo de que el vértice cediese.


Del tamaño de la carbonera depende el tiempo de cocción de la madera. Durante ese periodo la vigilancia era permanente: día y noche. Pensad que, a veces, había que tapar con más tierra para que continuase la combustión porque podía abrirse el horno. Si esto llegaba a suceder se consumía la leña, se hacía ceniza y adiós al carbón. En algunos casos se habla de que llegaba a explotar. Poco a poco, el horno se aplanaba, dejaba de ser cónico, la lumbre iba bajando. Dos días permanecía ahogado, hasta que se sacaba el carbón por zonas y en etapas sucesivas.

El trabajo en el monte tenía problemas añadidos: el refugio. Los carboneros dormían en casetas construidas por ellos y reforzadas cada año. Estaban cerca de un mes, quince días quemando y ocho sacando. Era un oficio que exigía cálculo, experiencia e instinto. Cada horno era una aventura diferente, cada carbonero era responsable de su trabajo, difícilmente podía absorber el proceso si no lo hubiera desarrollado desde el principio. Ser carbonero era vivir durante cierto tiempo en simbiosis con el fuego, pendiente en todo momento de los cambios que pudiera sufrir, sobre todo a partir del segundo día, cuando toda la masa estaba incandescente.


La unidad de medida aplicada para ajustar el diámetro era el pie del carbonero, sencillo y práctico. Y, hablando de efectos prácticos, ¿para qué se usaba el carbón vegetal? No creo que fuese solo para encender barbacoas domingueras.

Pues, no. Como hemos anticipado fue imprescindible para las ferrerías de nuestro Valle de Mena. Los montes de Ordunte, los de La Peña, de La Tudela y del Concejo de Relloso en Losa proveyeron de madera para ese trabajo. La metalurgia no hubiese sido posible sin este combustible dado que es necesario para alcanzar las elevadas temperaturas necesarias para fundir los minerales. Además, el carbono que contiene el carbón vegetal es un reductor de los óxidos del metal que forman los minerales y, con la técnica apropiada, parte de este carbono puede alearse con el hierro para dar lugar al acero. Por ello, el despegue del empleo de los metales conllevó el despegue de la fabricación del carbón vegetal.

Hay documentación, aparte de la citada de Frías, por ser un aspecto muy regulado. Las Ordenanzas de Ordunte del 30 de julio de 1531 cuentan: "Y pusieron mojones en los montes para que por siempre se conociera lo dehesado, procurando quedara algo para hacer carbón a fin de sustentar las ferrerías". En el caso de estas ferrerías de Mena el carbón más apreciado era el de encina y de borto. La madera se solía sacar de bosques comunales como en este texto, de 1808, en el que aparece el carbón: “En el lugar de Viergol, en Concejo, se procedió al remate de una partida de leña para carbón al sitio de Mandrulio, dentro de la cárcava nueva, adjudicado a Don Manuel de Orive, estas leñas que las vendió para carbón a Don Joseph Antonio Angulo para sus ferrerías de Nava y Las Cuevas”.


Catastro de Ensenada del pueblo de Navas de Ordunte.
Páginas referidas a los carboneros.

Comentemos el caso de Relloso -9 de abril de 1797- donde se regula el suministro de carbón de este pueblo losino: "Escritura del concejo de. Rexidores Capitulares y vecinos del Valle de Relloso, jurisdicción del Noble Valle de Tudela teniendo en consideración el estado en que se hallan sus montes por las muchas partidas de carbones que se han sacado de ellos en unos años a esta parte sobre lo que permite su conservación a causa principalmente de que en las necesidades y urgencias de maravedís, han ocurrido sus capitulares a tomar difiero de todos los ferros de las ferrerías del valle de Mena..." Continúan varias explicaciones y se enumeran condiciones y limitaciones para el buen uso de los montes.

Por ejemplo, el pueblo de Navas de Ordunte –según el Catastro de la Ensenada- constata 38 vecinos varones y 6 viudas, 14 se dedicaban al carbón durante 180 días al año obteniendo 320 reales al año cada uno.

Pero, aparte de las citadas, tenía otras utilidades esta industria tan bien regulada en el pasado. Se empleaba en la fabricación de pólvora negra. Este explosivo está compuesto por tres cuartas partes de salitre, doce centésimas partes de azufre y el resto es carbón vegetal. ¡Con razón valía el carbón vegetal!


Llegaba, incluso, a emplearse como absorbente. Y, si ustedes tienen tiempo de moverse por la red descubrirán que, como sabían los egipcios de hace más de 2000 años, tiene capacidades medicinales. A saber -según ellos-: Envenenamiento; náuseas y vómitos; diarreas; flatulencias; acidez de estómago; reflujo; dolor de garganta; dolor de muelas; infección de las encías: halitosis; picaduras de abejas, insectos, arañas y serpientes; infecciones de la piel y dermatitis por plantas venenosas; infecciones de ojos y oídos; e, incluso, Agente desodorante.

María Jesús Temiño entrevistó para su libro de 2012 a Román –fallecido en 2013- y a Eladio que fabricaban carbón de forma tradicional. Lo hacían en Cogullos (Sotoscueva). "Aprovechando las leñas, lo que sobra del hogar, para ganarse unas perrillas” informaba Román.

Recuerda que había carboneros de otros sitios como Salamanca y Palencia que hacían sus carboneras en el monte. Los de Cogullos preferían en el pueblo. Román preparaba la hornera cerca de su casa a pesar de trasladar la madera desde los montes públicos de Rasillo y Mata. Elegía la encina, por su capacidad de combustión, a veces mezclada con el roble. 12.000 kilos era la cantidad necesaria para formar una buena pira, luego se recogía la quinta parte, de cada cinco kilos se lograba uno de carbón.


En el año 2008 estaba en la carbonera en el mes de junio, a finales, procedió a su encendido un jueves y en diez días podía empezar a apagarse. En el año 2010 Eladio también hizo carbón. Para ello bajó madera a finales de abril, unos 15.000 kg. De la entresaca principalmente. Eladio también desgranó sus recuerdos a María Jesús contándole que en sus tiempos “cada vecino levantaba una, aproximadamente se reunían veinte, allí permanecían cerca de las chabolas, durante el día y la noche para observar la cocción de la leña”.


Bibliografía:

“Los oficios tradicionales en Las Merindades”. María Jesús Temiño López-Muñiz.
Blog “Siempre de paso”.
Periódico “El correo de Burgos”.
Revista “Folclore”.
Página “En buenas manos”.
Revista “Medio Ambiente en Castilla y León”.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Arribas Magro.
Catastro de Ensenada.
Boletín de Estadística e Información del Excmo. Ayuntamiento de Burgos de 1943
Revista “Estampa”.

Para saber más:

Tierras de Burgos. El último carbonero de las Merindades.



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