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domingo, 6 de enero de 2019

El conde de Castilla es llevado, otra vez, a Córdoba.



Castilla había encogido, Santiago de Compostela saqueada y Almanzor triunfante. Claro que los péndulos oscilan. En el 999 muere gotoso Bermudo II en el monasterio de Villabuena, en El Bierzo. De hecho, ese será su sobrenombre: Bermudo el Gotoso. Si lo pensamos es mejor que pasar como el que no pudo proteger la tumba del Apóstol Santiago. Le sucederá en el trono Alfonso V, hijo suyo y de la castellana Elvira y, por tanto, nieto de García Fernández, el difunto conde de Castilla. El ordinal de Alfonso coincide con su edad. Tiene cinco añitos. El gobernante tras el trono es su madre, Elvira. Se convocó una asamblea donde estuvieron representados Galicia, Asturias, León y Castilla los cuatro grandes territorios de la corona y ratificaron los derechos del niño.

Alfonso V de León.

En 994 también bascula Navarra. Resumamos el asunto: Ese año muere Sancho II Garcés (Sancho Abarca), rey de Pamplona que había entregado a una hija suya a Almanzor pensando apaciguar así al moro. Esa hija, Urraca arabizada como Abda, concibió a Sanchuelo. El heredero de la corona fue su hijo García II Sánchez, “el Temblón”. Este García era hijo de Urraca Fernández, hermana de García, el conde de Castilla. Aclaremos el asunto: hay dos nietos del conde de Castilla, el que estuvo en Córdoba, en los tronos de León y de Pamplona.

Al Temblón no le flaqueaba el ánimo. El sobrenombre le venía por un defecto físico. Piensen que era rey de Navarra y de Aragón. Tanteaba la defensa de Almanzor hasta que este, en 996, le llamó al orden y obtuvo la sumisión de García II durante un año. El Temblón, en 997, se lanzó sobre la zona de Calatayud. No más sumisión.

García Sánchez II.

Y, en Castilla, desde 995 tenemos al conde Sancho García, el hijo de García Fernández, el que fue llevado a Córdoba. Sancho había cedido ante el moro. Consiguió a cambio de eso una paz precaria que le permitió, eso sí, reorganizar su condado. Tranquilidad… hasta el año 999. ¿Qué le lleva a dar una patada al tablero? ¿Quizá el miedo milenarista al fin de los tiempos sin haber liberado Hispania? Hay dos teorías principales: que Sancho había intentado ayudar a los navarros cuando Almanzor les atacó o que Sancho, sintiéndose fuerte, dejó de pagar tributos a Al-Andalus.

Y llegamos al año 1000 con un nuevo reparto de fichas. Almanzor acaba de aplastar Pamplona y el condado de Pallars. León, Castilla y Pamplona se animan a dar batalla. A Almanzor no le ha agradado la chulería castellana y prepara una ofensiva para escarmentar al conde. Las huestes moras, con el propio Almanzor al frente, parten desde su base en Medinaceli. Los ejércitos cristianos les esperan en Peña Cervera (Sierra de la Demanda, Burgos), un peñasco en forma de ancha meseta que se eleva 170 metros desde el suelo, a 1.378 metros sobre el nivel del mar. Allí hay ahora un pueblo: Espinosa de Cervera. Desde Peña Cervera se dominan los valles del Esgueva y el Duero.

Estatua a Sancho García en Oña (Cortesía de Diario de Burgos)

Era el 29 de julio del año 1000. Sancho García, conde de Castilla, dirige a las tropas cristianas. Junto a él, García Gómez, conde de Saldaña. Y bajo el mando de ambos, huestes de León, Castilla y Navarra, todas juntas en un combate a campo abierto desde hace veinte años atrás. El protagonismo ofensivo correspondió a los castellanos. Dos cuñas presionaron firmemente en los flancos enemigos anulando la movilidad de las alas musulmanas que es donde reposaba la estrategia cordobesa: Esta se movía con rapidez para envolver al frente enemigo. La maniobra castellana tuvo la virtud de paralizar a las huestes de Almanzor.

El centro del ataque moro retrocedió. Fue entonces cuando Almanzor recurrió a una estratagema de libro: ordenó retirar su campamento y puesto de mando hacia una colina cercana. Pero la maniobra tuvo un efecto inesperado. Almanzor no pretendería otra cosa que ganar la ventaja táctica de que los cristianos tuvieran que combatir cuesta arriba. Pero estos interpretaron que si el caudillo moro ganaba altura era porque necesitaba ver mejor y si necesitaba ver mejor era porque nuevas columnas musulmanas venían a reforzar el frente de batalla. Ante la amenaza de aquellos inexistentes refuerzos, los castellanos retrocedieron para reorganizarse. Fue el momento que Almanzor aprovechó para volver a tomar el control del combate. Las tropas cristianas se dispersaron.

Espinosa de Cervera (Google).

Así acabó la batalla de Peña Cervera. ¿Ganó Almanzor? Bueno, no ganaron los cristianos. Pero el moro no saltaba de alegría porque, de vuelta a Córdoba, abroncó a sus tropas por su falta de valor. Para una máquina militar como la musulmana aquello fue como una derrota. Y el episodio de Peña Cervera venía a señalar las grietas que ya empezaban a aparecer en los ejércitos de Córdoba. ¡Por fin!

Solo grietas, el vuelco vendrá en el año 1002 cuando muere Almanzor. Y con él el califato. Un estado con un aspecto sólido, ejércitos invencibles y una economía con grandes recursos. ¿Falleció tras Calatañazor? A saber. No hay pruebas claras de esa batalla. Podría ser un eco del revés de Peña Cervera. Eso no es importante. Lo interesante es que le sucede Abd al-Malik al-Muzaffar, su hijo predilecto. Los amiríes, es decir, su dinastía, seguían ostentando por derecho el poder sobre la Administración del califato agrietado. Agrietándose.


¿Qué estaba quebrándose en Córdoba? Los diques amiríes: los reprimidos estaban libres y el ejército sin jefe pagador. Pero todo podía remediarse porque Abd al-Malik al-Muzaffar era un tipo de carácter duro y enérgico de veintisiete años que ya había desempeñado funciones políticas y militares de importancia.

Para controlar a sus soldados la solución era golpear a los cristianos. Por ello Abd al-Malik organizó incesantes expediciones. En 1004 le toca a Castilla y en 1005 ataca Zamora. Pero más complicado era el frente interno. Tenía que atajar las conspiraciones legitimistas que resurgían. El hijo del dictador repitió la cura que ya se aplicó: en 1003 ejecutó al eslavo Tarafa y al poeta al-Yaziri, acusados de conspirar contra él. Sin embargo, la oposición estaba lejos de haber quedado descabezada.

Ante esto los cristianos se buscaron las soluciones cada uno por su cuenta. Sancho, el castellano, firmará nuevos acuerdos con el califato. ¡Incluso le prestará sus tropas para atacar León! Los condes de Galicia y Castilla, Menendo González y Sancho García respectivamente, piden a Abd al-Malik que arbitre entre ellos para ver cuál de los dos obtiene la tutoría del rey Alfonso V. Pero todos juegan con dos barajas. En 1006, cuando parecía que Abd al-Malik controlaba la situación, una nueva alianza cristiana surge en el norte, mientras, en el sur, nuevos movimientos políticos desestabilizan al dictador de Córdoba. Entramos en un tiempo decisivo.

Mezquita-Catedral de Córdoba.

¡Nos habíamos olvidado del califa Hisham II! No, lo que pasa es que pasaba de todo. Era un cuarentón alejado del poder real, encerrado en Medina Azahara y dedicado a la buena vida. ¿Pensaba que esas luchas no le afectarían? ¡Quiá! Es un elemento en las luchas de poder que convulsionan Córdoba. Olvidémonos de la conspiración del visir Ibn al-Qatta que fue descubierta y desmontada y vallamos a su consecuencia directa que fue golpear Castilla.

Según las crónicas moras era la respuesta a Sancho por organizar una coalición cristiana. Los ejércitos de Córdoba salen en 1007 hacia Clunia. ¡Victoria! (Musulmana) Pero no debió de ser tan rotunda como la pintan las crónicas árabes, porque muy poco después, en otoño, el dictador de Córdoba tiene que volver a salir de la capital para sofocar otro levantamiento en el Duero.

Escudo de San Martín de Rubiales

Sería en San Martín de Rubiales, cerca de Roa. Debía ser una posición importante para atacarla en invierno. Después de nueve días de asedio los cristianos se rinden a cambio de sus vidas –soldados y cientos de civiles refugiados-. Hay acuerdo. Tras salir los cristianos el moro matará a todos los varones y las mujeres y los niños serán esclavizados. Era diciembre de 1007.

Esas Navidades en Castilla no habría nada que celebrar. Se había perdido Clunia (la actual Coruña del Conde) lo que dejaba muy al norte la línea de presión sobre la repoblación cristiana y se había sufrido un ataque brutal ese invierno. Pero Castilla seguía orgullosamente insumisa y Abd al-Malik no había podido cazar al conde Sancho.

El ejército de Córdoba parece fuerte pero está fallando en su cohesión.

Dirham de Hisam II

En la siguiente primavera (1008) Abd al-Malik enfila nuevamente a Sancho de Castilla. Es la gazat al-illa -campaña de la enfermedad-. El hijo de Almanzor marcha a finales de mayo hacia Medinaceli. Las crónicas moras (Ibn Idhari y el Bayan al-mugrib) emplean términos como “penetrar contra” y “rechazar” como si el conde Sancho hubiera ocupado de nuevo las tierras perdidas en el cauce del Duero. Pero en Medinaceli el caudillo moro enferma. Debe ser grave, o raro, porque se traslada a Zaragoza para recibir asistencia médica. Y, entonces, las tropas voluntarias desertan. Ese verano no habrá campaña contra Castilla. Abd al-Malik vuelve a Córdoba varios meses más tarde.

El 19 de octubre de 1008 Abd al-Malik sale con sus tropas para una campaña de invierno. En esos tramos iniciales Abd al-Malik acusa los efectos de una angina que le provoca ahogos. El dolor es tan intenso que el caudillo debe descabalgar. Sus servidores personales preparan a toda prisa el campamento. Abd al-Malik es acostado en el interior de su tienda. El ejército recibe la orden de detenerse y acampar. Orden que, según la crónica mora, los soldados reciben con malestar y malevolencia; no parece que les preocupara mucho la salud de su jefe. En ese momento llega al lugar un relevante personaje del califato, el cadí Ibn Dakwan quien ordena llevar al enfermo a Córdoba. El ejército se descompone; cada cual regresa a Córdoba por su cuenta. Entra muerto en Medina al-Zahira. Era el 21 de octubre de 1008. El califato quedaba en suspenso.

¿Qué extraña enfermedad era esa que le llevaba a aparecer y desaparecer del campo de batalla y, lo que todavía es más extraño, que empujaba a sus tropas a desmandarse y fallar en sus objetivos cada vez que el caudillo se ausentaba? ¿Acaso los generales del nuevo jefe amirí no eran capaces de conducir por sí solos una ofensiva? ¿Tan imprescindible era la presencia de Abd al-Malik para vencer? Muchos especialistas han querido ver una trampa de la crónica. Así, cada vez que habla de la enfermedad de Abd al-Malik hay que interpretar un revés militar.




¿Causas del fracaso? Las divisiones étnicas que cuarteaban su ejército o que las fuerzas de Sancho de Castilla ya eran superiores. Y, ¿qué tropas tenía Sancho? Con Sancho se alineaban los suyos y contingentes navarros. Sabemos que los colonos del sur, expulsados de sus tierras por los moros, corrían a refugiarse ahora al norte del Duero. Sabemos que Sancho “el de los buenos fueros”, otorgó generosamente derechos a los castellanos que le sirvieran en el combate. Imaginemos que muchos de los innumerables colonos fugitivos del sur serían ahora guerreros en las filas de Sancho. Es una hipótesis.

Al cadáver de Abd al-Malik lo recibió su hermano Abderramán, Sanchuelo, el segundón de la familia que heredaría y se convertiría el quizá “seguro” asesino. Al fin y al cabo era hijo de una cristiana y vivo retrato de su abuelo Sancho III Garcés. De ahí el mote de Sanchuelo. En realidad, no hay pruebas. Prisa por obtener el poder sí pero nada más. Después de recibir los restos convocó a los principales dignatarios del califato. Al día siguiente Abderramán Sanchuelo quedaba investido.

El nuevo hombre fuerte tendría unos veinticinco años, intrépido, temerario y ambicioso y… vicioso. Era amigo del califa, Hisham II, con el que compartía largas juergas en el palacio de Medina Azahara. Con estos referentes Sanchuelo se hizo proclamar heredero del califa en noviembre de 1008. Error. El sistema amirí reposaba sobre la división formal de funciones: la autoridad espiritual para el califa, el poder material para el hayib. Nacía así una nueva dinastía califal: la de Abderramán ibn Almanzor, es decir, la dinastía de Sanchuelo.


La ocurrencia cayó como una bomba en Córdoba. La vieja aristocracia árabe se sintió humillada. Todos los descendientes del califa Abderramán III se consideraron vejados. Sanchuelo hizo otra cosa para empeorar el ambiente: ordenó a los dignatarios de la corte y a los oficiales de la burocracia que sustituyeran sus bonetes cordobeses por turbantes bereberes. Un caso similar al del Motín de Esquilache. ¿Por qué lo hizo? ¿Era despotismo o deseos de crear un nuevo entorno? Miren, proclamarse heredero del califa significaba apartar a la aristocracia árabe del poder e imponer los turbantes en el ritual de la corte significaba apostar por los bereberes en perjuicio de los árabes y de los eslavos. ¿Se proponía Sanchuelo apoyarse en los bereberes para cimentar un poder inestable? Por inepto que fuera, hay que suponer que estaría al tanto del complicado juego de poderes en Córdoba.

El hecho es se le tuercen las cosas y decide actuar de forma clásica. En enero de 1009 ¡aún en pleno invierno! reúne a su ejército y decide partir contra Castilla. Necesitaba urgentemente victorias que asentaran su posición. Tras de sí dejaba un avispero de intrigas y descontento. Delante le esperaba un enemigo tenaz. Pero el 15 de febrero de 1009 la vieja aristocracia omeya da un golpe de Estado en el califato. Un desastre: cae el régimen de Almanzor y cae el edificio político del islam en Hispania. Ese día, tropas árabes y eslavas tomaron al asalto el palacio de Medina Azahara. Respetan la vida de Hisham II pero le obligan a abdicar en el cabecilla de la revuelta, un bisnieto de Abderramán III que conocido por todos como Muhammad –Mohamed- ben Hixem ben Elgabbar. El viernes 25 de febrero, el nuevo califa Muhammad II declaraba la guerra santa a Abderramán Sanchuelo.

Dirham de Muhammad II

Este último estaba en Toledo cuando se entera que le han movido el trono. Decide volver a la capital pero sus bereberes, que tenían a sus familias en Córdoba, empiezan a desertar. Cuando estuvo cerca de Córdoba, ya sólo le quedaban algunos fieles; entre ellos, el conde García Gómez de Carrión que había acudido a pedirle ayuda contra Alfonso V. Ambos corrieron a refugiarse en un convento mozárabe. Allí fueron apresados y después degollados.

Y el caos estalló en Córdoba: bereberes contra árabes. Cada uno con su califa. Los bereberes huyen hacia el norte. Al mismo tiempo, el jefe de la base de Medinaceli, el general eslavo Wadhid, gobernador de la Marca Superior, decide hacer de su capa un sayo y constituye su propio núcleo de poder. En Levante los poderes locales asumen el gobierno de sus respectivas regiones. El califato se ha roto en pedazos.

Tras meses de guerra civil en Córdoba tenemos varios ejércitos moros que combaten entre sí. Los cristianos no desaprovecharán la increíble oportunidad. En Aragón y en los condados catalanes pero la mayor ofensiva es en Castilla, donde Sancho reúne a su ejército y penetra en tierra de moros doscientos kilómetros hasta Molina de Aragón. Las gentes de Castilla empiezan a asomar por las fortalezas perdidas en el Duero.


Así llegamos a una escena realmente increíble. Hacia el verano de 1009, tres embajadas musulmanas acuden al campamento de Sancho de Castilla. Una es la de los bereberes de Suleimán. Otra, la de los árabes del califa de Córdoba, Muhammad II. La tercera es la del gobernador eslavo de Medinaceli, Wadhid. Cada una quiere aliarse con Sancho frente a las otras.

El, llamémosle, califa oficial controla Córdoba, la frontera de Coimbra y la frontera de Tortosa. En la Marca Media, entre Aragón y Castilla, manda el general eslavo Wadhid. Y en la frontera castellana vagan los bereberes que han nombrado a su propio califa, el omeya Suleimán.

Sancho se limitó a escuchar a los legados e hizo sus cálculos:

a) Pactar con Wadhid pondría bajo influencia castellana a un numeroso contingente militar musulmán. Pero el eslavo sólo le interesaba a Sancho en la medida en que le permitiera recuperar el control de la frontera sureste, desde las tierras del Duero en Burgos y Soria hasta las sierras de Guadalajara y Segovia. El eslavo no le iba a entregar la fuente de su poder. Además, sus tropas no serían fieles a Castilla. Ni a Wadhid.

B) Pactar con el califa de Córdoba, Muhammad II, le premiaba con innumerables bienes y la devolución de las fortalezas del Duero. Pero eran las que tenía el eslavo. El califa ofrecía lo que no tenía. ¿Ventajas de esta alianza? Muhammad era débil militarmente y Córdoba estaba lejos.

c) Bereberes. Sus cosas buenas: experiencia militar, no aspiraban a quedarse con territorios que el castellano ambicionara y Sulaimán al-Mustaín era un desterrado. Sancho buscaba la fuerza militar que le acompañaba para recuperar lo perdido durante el terror amirí.

Imagen cortesía de Justo Jimeno.

Sancho le dijo a Suleimán que si dejaba en su poder las mismas fortalezas que Muhammad II le ofrecía, le escogería a él. Hubo acuerdo. Castilla tenía nuevos problemas: Había que dar de comer a esas tropas. Les aprovisionó con mil bueyes, cinco mil carneros y mil carros de grano y víveres diversos. Mucha comida, muchas tropas. Además el bereber pagó por la comida. Y una vez abastecidos los bereberes, el jefe castellano se puso en marcha... ¡Hacia Córdoba!

Comenzaba el verano de 1009. La anteriormente noqueada Castilla tenía en la lona al califato de córdoba y avanzaba contra su capital. Estaba el problemilla del ejército del eslavo al que se enfrentó a la altura de Alcalá de Henares. Era finales de agosto de 1009. Al ser derrotado Wadhid escapa a Córdoba para unirse al ejército de Muhammad II...

… que no existía. Sólo había ciudadanos armados sin experiencia militar. ¿Qué había sido del ejército musulmán del año anterior? Pues deshecho. Parte estaba con Sancho y parte buscándose la vida en la guerra civil de Al-Andalus. El califa, al saber que los castellanos asomaban a orillas del Guadalmellato, a un día de camino de la capital, ordenó salir de la ciudad para plantar cara a Sancho y a los bereberes. Comandaría sus unidades el eslavo Wadhid. Era el 5 de noviembre de 1009.

Desembocadura del Guadalmellato en el Guadalquivir

El choque tuvo lugar cerca de Alcolea, donde el Guadalmellato vierte al Guadalquivir. El número de los califales debía de ser impresionante -según la crónica mora- pero no impresionó mucho a Sancho. Bastó una sola carga de un escuadrón berebere contra el centro de las tropas de Wadhid, para que el frente de los defensores se deshiciera aterrorizado. Empujados por castellanos y bereberes, comenzaron a retroceder hacia el río. La crónica mora eleva a diez mil el número de cordobeses muertos, acuchillados unos, ahogados otros en las aguas del Guadalquivir.

Hundida la primera línea el general Wadhid reunió a los seiscientos guerreros que habían llegado con él a Córdoba y abandonó el campo dirigiéndose a su sede de Medinaceli para tratar de mantener posiciones. El califa Muhammad II había corrido a refugiarse en el alcázar de Córdoba. Para intentar salvarse recurrió a un muerto. Muerto político, se entiende. Sacó de su cautiverio al anterior califa Hisham II. Tenía el problema de que había hecho correr el rumor de que Hisham II estaba muerto. ¡Incluso había celebrado sus exequias fúnebres con un “fiambre” auténtico! Ahora lo mostraba como manifestación de que Hisham II seguía siendo califa. (¿Y de la magnificencia de Dios?)

Así se lo dijo a los bereberes. Y les dijo más: les dijo que él, Muhammad, no era en realidad califa, sino simplemente hayib o primer ministro de Hisham II, que había recuperado el trono. El ardid no coló: los bereberes le respondieron que ya tenían su propio califa y que se alegraban mucho de que Hisham II siguiera vivo, pero que el trono ya no le correspondía a él, sino a Suleimán. No hubo acuerdo posible. Hisham fue obligado a abdicar.

El 8 de noviembre de 1009, Suleimán ibn al-Hakam es solemnemente coronado. Córdoba tiene nuevo califa. Sancho García está presente en la ceremonia. Acto seguido, el conde de Castilla reclama su parte: no sólo el rico botín comprometido, sino también las fortalezas del Duero. Suleimán le contesta que se las quite a Wadhid.

Imagen Cortesía de Justo Jimeno

Y faltaba la “venganza bereber”. Como respuesta al pogromo realizado unos meses antes los hombres del nuevo califa saquearon la urbe. Supongo que los castellanos les ayudarían porque también tenían ganas a los cordobeses.

Sancho no estuvo ni un día más de lo preciso en Córdoba. En cuanto cobró el botín comprometido, el 14 de noviembre, se marchó de allí. Dejaba a modo de prenda de amistad una guardia de cien caballeros que fue alojada en una alquería cerca de la capital. Insuficiente para proteger a los aislados bereberes. Muhammad había logrado huir hasta Toledo donde trató de evaluar sus fuerzas: Las guarniciones de la frontera de Coímbra; las del norte, en Tortosa; y, quizá, las de Wadhid. Porque Wadhid clamaba venganza contra los bereberes.

Para Sancho García, en todo caso, eran ya problemas lejanos. Él estaba en otras cosas, sí. El conde volvía, desde Córdoba, triunfante. Vale, Suleimán no había podido entregarle las fortalezas acordadas, pero no era necesario al poderlas tomar con sus huestes dadas sus flojas defensas. En los meses siguientes, los castellanos ocuparán: Osma, San Esteban de Gormaz, Clunia, Berlanga de Duero, Sepúlveda y Peñafiel. Es decir, que prácticamente se recupera la línea máxima de expansión cristiana hacia el sur, fijada setenta años antes, tras la victoria de Simancas. Todo el territorio desde el Duero hasta Somosierra volverá pronto a poblarse de colonos.

Bibliografía:

“Moros y cristianos” de José Javier Esparza.
“Historia de España” de Salvat.
“Atlas de historia de España” Fernando García de Cortazar.
“Historia del condado de Castilla” por Justo Pérez de Úrbel.
Periódico “Diario de Burgos”.

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