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domingo, 24 de mayo de 2020

Algo queda del pasado o la iglesia de Villarías.



Hoy Villarías es, para el imaginario colectivo, unas recientes viviendas y un campo de golf. Sólo dos cosas resaltan ante tanta modernidad: el caserón de los Arce y la iglesia de San Cristóbal. Una hermosa iglesia románica de una sola nave situada en una atractiva loma que, si es usted aficionado a la fotografía, le permitirá instantáneas mágicas unidas al contraste con los materiales y estilos de construcción actuales. Comentar que de la iglesia dependían varias ermitas, de cuya ubicación queda recuerdo en los respectivos nombres de los términos próximos a ellas: Santa Marina y San Esteban, San Quirce y Santa Julita, San Sebastián y San Roque.


Situaríamos el surgimiento de Villarías hacia el siglo VIII con lo cual el primer templo sería de esas fechas y estaría debajo del que conocemos. Aunque solo es una conjetura no sería descabellado lanzar la idea de que el ábside románico, de finales del siglo XII o principios del XIII, habría mejorado la cabecera del templo ya existente. Consta, además, que en la falda de la loma de la iglesia se hallaron tumbas de laja a poca profundidad que, a juicio de Manuel Guerra Gómez, pudieran ser anteriores al siglo XI. Esto potenciaría el argumento de la existencia de una iglesia previa, puesto que los enterramientos solían hacerse por entonces en torno a las iglesias.

Por otra parte, la devoción popular a San Cristóbal, el santo titular desde -al menos- 1515, se difundió en España desde el siglo IX y podría ser que llegara a Villarías mediante algún grupo de mozárabes cordobeses. O no.


La iglesia fue restaurada entre 1996 y 1997 a costa de los propietarios del pueblo en aquel momento. Lo que redunda en que sea más atractiva visualmente. Está orientada de este a oeste y en su exterior destaca la espadaña-campanario y el ábside semicircular, dividido en tres paños por dos columnas entregas. En el centro del mismo se abre una ventana de triple arquivolta abocinada, con fustes, capiteles, decoración geométrica y ajedrezado y canes lisos en alero. La portada es muy sencilla, con pequeños adornos de sogueado y puntas de diamante, un tanto erosionados. Da acceso a un breve espacio, perpendicular a la nave, en el que queda, a la izquierda, el baptisterio y, a la derecha, la actual sacristía, que fue una minúscula capilla medieval adosada.

Ventana del Ábside.

La parte estrictamente románica se inicia con las columnas del arco toral. Columnas y arco se replican al iniciarse la bóveda de horno. Los capiteles de las de la izquierda presentan dos águilas a punto de cazar a una liebre. Los de la derecha carecen de ornamentación figurativa. Dos ventanas, una en el centro del mismo, en forma de saetera, para dar luz al presbiterio, y otra ciega, meramente ornamental, en el muro de la epístola, se adornan con arcos de medio punto ajedrezados.

Portada

Desde la embocadura del ábside, se prolongan muros de mampostería, cubiertos a tejavana, que, al menos desde el siglo XVI, han tenido que ser reparados infinidad de veces, así como el tejado, según atestiguan los Libros de fábrica. Actualmente la techumbre aparenta un sencillo artesonado de madera, obra del aparejador diocesano Víctor Ochotorena Gómez. De la iconografía se ha conservado una pequeña imagen románica de la Virgen sedente, con el Niño (quizá siglos XII-XIII) y una talla de San Cristóbal, del renacimiento incipiente, ambas en madera.

Interior. (Fotografía cortesía de Ángel Mateo)

Todas las demás imágenes, que había en la iglesia, desaparecieron durante una larga etapa de abandono, previa a la restauración, cuando la iglesia sirvió de cobijo a toda suerte de ambulantes, que se llevaron o destruyeron cuanto no se puso previamente a salvo. Por motivos de utilidad pastoral se trasladó a Medinabella una campana, "fundida a expensas del Sr. Marqués de Villarías". La trasladaron a tiempo, porque, no mucho después, fue robada la que quedó, que era algo menor y estaba rajada. Ello ha obligado a fundir otra nueva en 1997.

Detalle de la cabecera. (Ángel Mateo)

La restauración consolidó y liberó la primitiva construcción quitando adherencias tardías de baja calidad que, además, transmitían a los muros humedades. Se quitó, al norte, lo que fue el almacén de diezmos; la escalera de acceso al campanario con su enlucido de yeso; y el pórtico. Los libros de fábrica de los siglos XVII-XIX registran el costo de estos añadidos. Otro tanto hay que decir acerca de los retablos, el coro y su escalera, el púlpito y la puerta de la sacristía, abierta a mitad del siglo XVII junto a la columna derecha del arco toral (Arco que, junto con otros tres, sostiene la elevación sobre el crucero).


Lo que no ha tenido remedio ha sido la ventana abierta a la derecha, dentro del ábside, datada en el año 1800. Desde el siglo XVII, por los libros de visita y los de fábrica se comprueba la mediocre situación en que habitualmente se encontraban, las reparaciones que el visitador exigía y las que periódicamente se iban realizando en la medida que lo permitía el presupuesto.

Las obras en la iglesia y en las ermitas, la compra de ornamentos, vasos sagrados y utensilios litúrgicos dependían del rendimiento de unas cuantas parcelas, equivalentes a siete fanegas de sembradura, que eran propiedad de la iglesia. A estos ingresos había que añadir los correspondientes a las "primicias", que cada vecino pagaba por San Juan: cuatro celemines, mitad trigo y mitad centeno. La totalidad de los ingresos y su inversión corrían a cargo de un mayordomo laico, vecino del pueblo, que rendía cuentas cada año. Cuentas muchos años deficitarias.

Dimensiones (Cortesía de Fernando Medina Carrillo)

Alguna que otra vez se computan donativos. En el acta de visita del año 1634 el visitador anota "que a su noticia ha venido que por el testamento con que murió doña Juliana de Arce Cabeza de Vaca mandó a la iglesia deste lugar un frontal de hasta ducientos u trecientos reales de costa para el servicio y adorno suyo; y parece que, teniendo obligación a le dar su señoría la Condesa de Escalante, como heredera y sucesora en los bienes de la dicha difunta, no lo quiere hacer; lo cual es en gran daño de la dicha iglesia...". Da un plazo de dos meses a la Condesa para que entregue el frontal o dinero para comprarlo. En 1637 ya lo había cumplido.

En las cuentas de 1822 se informa que 20 fanegas de cebada valieron 400 reales de vellón: habían sido "dadas a limosna a la Virgen" por alguien que, al parecer, optó por el anonimato. Es posible que algunas piezas valiosas que se enumeran, sin demasiados detalles, en los inventarios del siglo XVIII y que fueron desapareciendo durante el siglo XIX, se debieran también a donantes. Así, por ejemplo, "una cruz de plata, grande", obra de Hernando de Barrasa Infante, platero de Medina de Pomar, tasada en Burgos, el nueve de abril de 1592, por Juan de Arfe y Melchor de Barón en 40 ducados (que serían unos 3.000 euros de hoy). Era una cruz de gajos, que llevaba en un lado un San Cristóbal y en el otro un Cristo. Desaparecida como: "un cáliz de plata, con su patena"; "tres crismeras de plata"; y "tres frontales de lienzo pintados", uno de los cuales sería el legado por Juliana de Arce, que están en la lista de los apeos de los años 1700 y 1724.


El templo no parece que fuese de los mejor cuidados según las anotaciones en los diferentes libros que se cumplimentaban. Por ejemplo, el visitador de 1622, Lic. Francisco Zorrilla, "halló que el relicario y tabernáculo estaba abierto y sin llave y que a mucho tiempo lo está; y sin tener óleos, ni crisma, sólo el óleo viejo del año pasado..." Condenó al cura, Lucas Martínez, en 1.000 mrs. y le impuso, bajo pena de excomunión, la obligación de poner remedio rápidamente.

En 1637 el visitador manda convertir la capilla en sacristía, para lo cual indica qué obras se han de hacer. Exhorta a que el pueblo contribuya y da licencia para que trabajen en ello aun en día de fiesta. Costó 1.919 mrs.

Parecía un templo mal preparado porque en 1707, en la visita del arzobispo Manuel Francisco Navarrete Ladrón de Guevara se encarga al mayordomo que compre naveta y cuchara para el incienso, un farol para acompañar al Viático, un viril para las procesiones con el Santísimo, una casulla verde, una llave para la cubierta de la pila bautismal y bolsas para los corporales; encarga también que se repare la pared de junto a la pila bautismal. Tremendo. ¡Y en 1713 se ordena que compren un confesionario!


Las escaleras de ascenso al campanario se construyeron en 1715. Y en 1726 se recompuso el suelo del templo a un coste de 14 reales de vellón. Casi todos los años había gastos de mantenimiento –lo mismo ocurre hoy en día- y de vez en cuando curiosidades como la vidriera de 1759 o la creación del cementerio en 1772. Que no fue tal, como verán.

En año siguiente de la muerte de Fernando VII y del Antiguo Régimen, plena guerra carlista y casi cincuenta años después de las disposiciones legales para la construcción y empleo de los camposantos se produce un estreno esperado: ese 1834 se entierra la primera persona en el cementerio. En la partida de defunción del párvulo Manuel González se dice que, el 4 de septiembre "fue enterrado en el campo santo, según recientes órdenes y mandatos de los superiores". ¡¿Recientes órdenes?! Fíjense que la última enterrada en la iglesia, "bajo la grada del altar del Rosario", fue Úrsula Martínez, que falleció el 11 de septiembre de 1833. Eso es celeridad.


Estos enterrados no tenían identificación en el templo. En las partidas de defunción se indica la ubicación del difunto. A pesar de que la iglesia era pequeña había varios lugares de reposo que se localizan por referencia a los altares ante los que se abrían. Apuntar que no podían ser muy profundos ya que la iglesia está cimentada sobre roca.

Tras la desamortización cesan los ingresos por rentas y, durante unos años, se cobra la asignación del gobierno de 700 reales anuales. Desde 1870 no hay ya mayordomo y es el cura quien presenta las cuentas al arcipreste. En 1884 empiezan a consignarse ingresos por arancel, que son insignificantes. En adelante, los arreglos de la iglesia y los gastos relacionados con el culto dependerán, en la práctica, de la generosidad del cura y de sus feligreses.


El cura beneficiado de Villanías era nombrado, previa presentación del Condestable. Su beneficio era la renta de unas cuantas fincas -siete fanegas o unos 45.000 metros cuadrados- descritas en el Catastro del Marqués de la Ensenada. Al rendimiento de las tierras, exentas de diezmos, había que añadir los dos tercios de los frutos decimales. Esto suponía para el cura unos 68.742 mrs. al año, cantidad de la que se deducían "la contribución a Su Majestad" y otros gastos, es decir, aproximadamente un diez por ciento. Además tenía derecho a cobrar por bodas, bautizos, funerales, sacramentos… pero era un magro ingreso porque su cobro solía ser difícil por la pobreza del vecino, amistad u otras circunstancias.

No era para hacerse rico pero sí para vivir sin excesivos agobios. El cura que aparece en el catastro de la Ensenada, Roque Martínez de Brizuela, tenía en casa a un sobrino de 14 años y una criada a la que pagaba 100 reales al año. Poseía un caballo, un cerdo, cuatro carneros, seis burros, tres ovejas, tres crías; una vaca, un novillo y una jata en aparcería con Ángel Carrillo, vecino de Moneo; y un pollino de recriar. ¡Todo un potentado! Esto hacía que algunos curas se preocupasen más de su propio futuro terrenal que de las almas de sus vecinos y eran sancionados por los visitadores eclesiásticos.


Se conocen los nombres de los sacerdotes que estuvieron desde 1581. Nos sorprende que en una iglesia de una población humilde apareciesen al frente de la parroquia sacerdotes con títulos universitarios: en 1632, el Dr. Mateo Martínez Somarriba; o el Licenciado Domingo Fernández de Escalante, a quien mencionan las partidas desde 1677 hasta 1695; el Licenciado Juan Gutiérrez de la Hacera (a. 1724-1725); o el Licenciado Juan Antonio Zorrilla (1727-1736). Y era común ver curas bachilleres en el listado.

Cuando no había venía alguno de las proximidades, generalmente el cura de La Aldea, algún beneficiado de Medina, el de Santa Cruz de Andino, el de Villanueva la Lastra, el de Miñón, el de Villacomparada de Rueda, algún franciscano del convento de Medina..., con la autorización del arzobispado.


Bibliografía:

“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Villarías”. Nicolás López Martínez.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“Las siete Merindades de Castilla Vieja: Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres y Montija”. María del Carmen Arribas Magro.

“La fotogrametría digital como herramienta de trabajo para la toma de datos y catalogación de las iglesias románicas en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Fernando Medina Carrillo.

Anexos:


En las periódicas actas de visita del Libro de bautizados, casados y difuntos, que comienza en 1581; así como en el Libro de fábrica, desde 1622, también con sus actas de visita, complementados con los Apeos, que debían hacerse cada diez años, espigamos algunos datos que corroboran lo que venimos diciendo:

1622: Los ingresos del ario anterior sumaban 4.194 mrs. y los gastos 4.795 mrs. El desequilibrio se atribuye a lo que costó reparar la ermita de Santa Marina. El visitador, Lic. Francisco Zorrilla, "alló que el relicario y tabernáculo estaba abierto y sin llave y que a mucho tiempo lo está; y sin tener óleos, ni crisma, sólo el óleo viejo del ario pasado..." Condenó al cura, Lucas Martínez, en 1.000 mrs. y le impuso, bajo pena de excomunión, la obligación de poner remedio rápidamente. Manda que se haga apeo de las tierras de la iglesia.
1623. Se hizo "apeo de los bienes raíces pertenecientes a la iglesia parroquial de Señor San Cristóbal del lugar de Villerías y beneficio della".
1629. Entre los gastos de que da cuenta el mayordomo están los ocasionados por "retejar la iglesia".
1632. Juan de Salazar, "pintor, vecino de Horna", cobra 190'5 reales por dorar el sagrario, para lo cual había dado 3 ducados "la señora Condesa" de Escalante. Se retejan la iglesia y las ermitas.
1637. El visitador manda al mayordomo comprar un misal nuevo y diversos ornamentos y utensilios litúrgicos. Manda también convertir la capilla en sacristía, para lo cual indica qué obras se han de hacer. Exhorta a que el pueblo contribuya y da licencia para que trabajen en ello aun en día de fiesta. Hasta las cuentas de 1654 no se anotan los gastos que ello originó: 1.919 mrs.
1639: se comprueba que "esta iglesia es muy pobre y... tiene mucha necesidad de ornamentos". Manda el visitador que se hagan crismeras de plata pero no se compraron hasta el a. 1658; costaron 143'5 reales.
1665-1666. En las cuentas se incluye una partida de 34 r., que costó retejar la iglesia y las ermitas de Santa Marina, San Sebastián y San Quirce.
1668. Se manda comprar cajones para guardar los ornamentos.
1667-1670. Las cuentas informan sobre gastos en reparar la puerta de la iglesia y la de la ermita de San Quirce, así como la de una pared de ésta. Se compran manteles y un frontal para el altar; sogas para las campanas (como sucede en las cuentas de casi todos los arios) y teja para la iglesia. Gastos en mantener los yugos de las campanas.
1680. Se encarga que arda permanentemente la lámpara del Santísimo, para lo cual se pide colaboración a los feligreses. En adelante se consignarán gastos de aceite para esa lámpara.

Detalle de la portada.

1699. Fray Bartolomé de Mesones Bustamante, obispo auxiliar del arzobispo D. Juan de Isla, visitó las ermitas: la de Santa Marina estaba "indecente y sin llave en la puerta"; así como otra "que hay en dicho término, de San Esteban, sin puerta, expuesta a las in fluencias de los ganados". Manda hacer apeos.
1707. En la visita del arzobispo D. Manuel Francisco Navarrete Ladrón de Guevara se encarga al mayordomo que compre naveta y cuchara para el incienso, un farol para acompañar al Viático, un viril para las procesiones con el Santísimo, una casulla verde, una llave para la cubierta de la pila bautismal y bolsas para los corporales; encarga también que se repare la pared de junto a la pila bautismal. En la ermita de Santa Marina, "que los santos que están en los dos colaterales de abajo se retoquen y pongan decentes; y se revoquen de yeso y cal las paredes de dicha ermita"; que se reteje la de San Quirce y se ponga llave en la puerta, al igual que en la de San Sebastián, en la que manda que "se entierre el santo, por estar muy vieja la imagen y deslucida". Firma el mismo arzobispo.
1713. Se anota la compra de un confesonario, además de lo mandado en 1707.
1715. En las cuentas de este año se refleja la construcción de unas escaleras de piedra para subir al campanario. Se enyugó una campana.
1719. Normas sobre la conservación de libros en el archivo parroquial. La ermita de San Sebastián "se ha hallado y halla cerrada, por no se poder celebrar". Retéjese la de Santa Marina.
1721. Se rehízo la ermita de Santa Marina.
1726. Gastaron 14 r. vellón en "la composición y suelo nuevo que se echó a la iglesia, según mandato de visita".
1731. La fundición de una campana costó 125 r. Casi todos los años las campanas suponen algún gasto: soga, cadenas, badajos.
1738 y 1739. Se reteja la iglesia y se hacen obras en un paredón que afectaba a las trojes.
1749. Gastos en "componer la ermita de Santa Marina y componer el soportal de la iglesia de este lugar".
1752. Se apeó una viga de la iglesia.
1753. Gastos ocasionados por la puerta de la sacristía y las escaleras del coro.
1759. Se retejó la iglesia y se trajo un carro de teja de Villatomil. Una vidriera costó 24 r.
1772. Gastos ocasionados por la vidriera de la sacristía, "echar suelo a la iglesia", "componer el cementerio" y la puerta principal de la iglesia: 1.191 r. de déficit.
1774. Se reteja y se recompone "un esquinazo de la iglesia".
1780. Se invirtieron 838 r. en "hacer de nuevo el tejado de la iglesia, en que entran seis carros de cal y teja y demás materiales".
1787. Pagaron a Antonio Varona, de Manzanedo, 253 r. por el confesonario, un frontal y un atril. Se compuso la pila del agua bendita.
1789. Hicieron obras importantes en las trojes.
1791. El visitador advierte que la iglesia "esté destinada únicamente para el culto divino y no para trojes ni otros fines profanos". Manda "dorar el sagrario, cáliz y patena; y hacer una casulla encarnada, como también reparar el paredón de la iglesia que da a la parte del ábrego" (sudoeste).

Detalle de la portada

1800. Se anota el gasto de "hacer una ventana en esta iglesia para dar luz al altar mayor".
1804. Gastos en la espadaña, escalera del campanario, cementerio y arreglo de campanas.
1805. Fundición de una campana. Arreglo del tejado.
1806. Arreglo del coro.
1813. Compra de un copón de plata sobredorada "para administrar el Viático" y de un cáliz. Gastan 1.578 r. en "un arco y cielo raso que se hizo a la entrada de la iglesia, de las gradas del presbiterio, entarimado de sacristía y coro, escalera de éste y reparación del bautisterio".
1818. Se da cuenta del gasto de 1.300 r. que costaron los dos retablos colaterales, una custodia, puerta para el baptisterio y balaustres del coro.
1820. Colocación del púlpito y compra de un San Antonio.
1831. El visitador advierte que hacen falta un copón y capas pluviales y pide a los mayordomos que "no miren con tanto abandono los vasos sagrados y ornamentos tan precisos para el culto divino".
1833. Se anotan 210 r. y 17 mrs. de "todo el coste del campo santo". En la partida de defunción del párvulo Manuel González se dice que, el 4/9/1834, "fue enterrado en el campo santo, según recientes órdenes y mandatos de los superiores". La última enterrada en la iglesia, "bajo la grada del altar del Rosario", fue Úrsula Martínez, que falleció el 11/9/1833.
1839. Gastaron 960 r. en jaspear los retablos.
1850-1852. Emplearon 129 r. de cal en levantar las paredes del cementerio y blanquear la iglesia.
1852-1854. Hacen tres bancos para la iglesia.
1864. Se contabilizan 40 r. de derechos del sacristán.
1868. Fundieron las campanas, una a costa del Marques de Villarías y otra a costa de la fábrica y del concejo.



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