Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 21 de mayo de 2023

Alfonso X de Castilla, “El sabio”, o ni un charco sin pisar. (I)

 
 
1252 es el año en que coronan a Alfonso X de Castilla, León, Galicia y Toledo, hijo de Fernando III el Santo y Beatriz de Suabia, nieto del rey Felipe de Alemania, bisnieto del emperador Federico I Barbarroja del Sacro Imperio Romano Germánico... ¡Uf! Era un espécimen de buen pedigrí germano: alto, rubio, de ojos claros y hermoso semblante; enérgico e inteligente, cultivado y sensible; y treinta y un años de edad. ¡Todo un partidazo! Diríamos que el rey mejor preparado de la historia de Castilla -y de León- (¿les suena la frase?). Amén de esto, estaba ya curtido en la política y la guerra. García Fernández de Villamor, mayordomo de su abuela, formó al muchacho entre el palacio de Berenguela -la abuela- en Burgos y las posesiones familiares en Galicia, donde aprendió el gallego. Llegado el momento, Fernando III, lo reclamó en la corte de Toledo para continuar formándose. A los diecinueve años (1240) fue proclamado mayor de edad y heredero.

Alfonso X
 
Inmediatamente se hizo cargo de labores de gobierno peleando en Andalucía, firmando el tratado fronterizo con Aragón de Almizra (26 de marzo de 1244) para delimitar Murcia, gobernando en Murcia, siendo regente… La carrera de Alfonso como heredero resulta brillante. ¡Un co-rey! Tan talentoso era Alfonso que consiguió una novia de diez años, Violante, hija del rey Jaime de Aragón. Como ella era muy niña y, como entendemos, era una boda política se retrasó el enlace hasta 1246, cuando… Violante tenía trece años. Aunque hasta el 29 de enero de 1249 no se celebró la boda en la ciudad de Valladolid. Un ir y venir. Para que luego casi la devolviesen por estéril.
 
Aparte del asunto murciano, el heredero Alfonso seguía la crisis portuguesa de los años 1246 y 1247, entre los hermanos Sancho II y Alfonso de Bolonia. El castellano venció a los lusos cerca de Leira pero, luego, se retiró para participar en el ataque de su padre Fernando III sobre Sevilla. Allí dirige varios combates y, tras la victoria -en 1248-, permanece en la ciudad organizando el reparto de tierras entre los vencedores. Recuerden que solo era el príncipe heredero. Actuando como rey, ojo. Ese desajuste quedará subsanado el 1 de junio de 1252.

 
Una vez rey tuvo una política continuista con la acción de su padre Fernando III: asegurar el frente sur, repoblar las tierras conquistadas y unificar el derecho del reino. Algunos de sus proyectos no salieron de la “mesa de dibujo” como el de desembarcar en la costa mora para mantener la guerra en África. No lo hizo porque, quizá, asumió la falta de apoyo de los caudillos bereberes del Magreb que luchaban contra los almohades o que aquello era un avispero demasiado bravo. Alfonso optó por expediciones de castigo sobre plazas costeras como la del puerto de Salé dirigida por el almirante Juan García de Villamor -hijo del ya citado camarero- que sustituyó a Ramón de Bonifaz.
 
Alfonso acabó las Atarazanas de Sevilla, terminó de armar la flota castellana y organizó la repoblación de esos nuevos territorios sureños. La asignación de tierras a los cristianos fue en función de las condiciones de la conquista. En las plazas moras que capitularon, los cristianos tomaban el control de las fortalezas y de los tributos que antes cobraban los jefes musulmanes, y la gran mayoría de la población musulmana pudo seguir en su sitio. Pero en las localidades que se conquistaron por la fuerza, como Sevilla y varias plazas del valle del Guadalquivir, los musulmanes fueron obligados a marcharse y su lugar lo ocuparon los soldados del ejército vencedor y los colonos llegados de todos los rincones de la cristiandad, principalmente la hispana. Pero fueron insuficientes dada la baja densidad demográfica del norte de España. Entiendan que la falta de personal impedía a la Corona organizar el territorio como Alfonso X quería: sin que los nobles metiesen cuchara, se entiende. La Corona tenía claro lo de limitar el poder nobiliario y eso se ve en el norte de sus reinos al aumentar los señoríos de realengo. Un ejemplo cercano a nosotros es la fundación de Treviño. Esta política irritó a los nobles que irán engordando su lista de agravios.

 
Quizá por este objetivo, tal vez, Alfonso X acometió la tarea de actualizar el paisaje jurídico tras la compilación de “Fuero Juzgo” visigodo de Fernando III (1241), que buscó dar reglas homogéneas a sus reinos, Alfonso X ordenó redactar el “Fuero Real”, que debía aplicarse en las ciudades, y acto seguido el “Espejo de las Leyes”, conocido como “El Espéculo” (1255), con el propósito de servir de código general y único para todos los territorios de la corona. Seguramente, si lo trasladásemos a nuestras coordenadas políticas diríamos que el rey buscaba recentralizar el poder. ¡Claro que lo quería!
 
Y mientras, al ser descendiente de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico y estar esa dignidad vacante desde 1246, -seguimos en 1255-, a los representantes de las ciudades italianas se les ocurrió alagar los oídos del rey Alfonso X con la corona Imperial. Preparó el embolado la embajada de la República de Pisa que apareció en Soria para proponérselo. Ahora bien, había un problema: Ricardo de Cornualles, hijo del rey inglés Juan sin Tierra -Juan I- que también había presentado su candidatura. Este tenía el apoyo de los sectores eclesiásticos, mientras que por Alfonso se decantaron los partidarios de un poder imperial fuerte frente al papado.

 
Este asunto del imperio causará dolores de cabeza y de bolsillo, originados por los sobornos a los príncipes electores partidarios de Alfonso X: Sajonia, Brandemburgo y Tréveris. El nuestro parece que obtuvo finalmente el apoyo de cuatro de los siete príncipes, los otros tres electores estaban “engrasados” por Ricardo de Cornualles y por Roma, el papado. Por otra parte, Ricardo se apresuró a coronarse sin esperar a que el conflicto se resolviera, de manera que el pleito se enquistó. Nada menos que veinte años tardará en resolverse. Y no a favor de Alfonso. La cuestión es que este conflicto imperial, que políticamente fue un engorro dejó una maravilla jurídica: las “Siete Partidas” que constituye una obra doctrinal de referencia. Se escribieron entre 1256 y 1265.
 
Para todos aquellos que piensen que la Edad Media eran pestes y señores feudales guerreando les informo que Alfonso X el Sabio estimuló el comercio en Castilla y León, estableció ferias y mercados, implantó aduanas e impuestos para aportar a la corona recursos que no dependiesen de los nobles y magnates. Y el mejor modo de hacerlo fue meter la cuchara en las actividades económicas ya existentes, protegerlas y, a cambio, cobrar derechos. Por ejemplo, la ganadería trashumante y el cobro de el “servicio”. Así nació, entre 1260 y 1265, la Mesta. Y, es que, había mucha ganadería en Castilla y León dado que, ante un ataque, podías escapar con los ganados, pero no con las mieses.

 
La Mesta nació en un momento de grandes transformaciones asociadas al final de la Reconquista. Numerosas áreas que antes se dedicaban solo al pastoreo empezaron a ser roturadas y labradas. Pendemos que pocos ataques se recibirían de los moros. Desde La Mancha hasta Extremadura y el valle del Guadalquivir, los ganaderos empezaron a organizarse para defender sus derechos. Estos gremios de ganaderos se reunían varias veces al año en asambleas llamadas “mestas”, palabra que quiere decir “mixtas”, “mezcladas”, donde se resolvían problemas corporativos de distinto tipo, desde los precios de las reses hasta la recuperación de ovejas perdidas. Tanto era el dinero que se ventilaba en aquellas mestas, que la corona vio claramente la necesidad de apadrinarlas. Y así nació el Honrado Concejo de la Mesta de Pastores, bajo la protección de Alfonso X el Sabio, en 1273. La Mesta seguía siendo una asociación esencialmente gremial, es decir, una asamblea de productores, pero el Cuaderno de Leyes que Alfonso X le impuso venía a superponerle una minuciosa estructura administrativa.
 
Pero, ¿cuántas ovejas había en Castilla y León? Muchas: a principios del siglo XIII habría, por lo bajo, en torno a un millón de cabezas. Las cabañas de ovejas se convirtieron en una de las bases principales de la economía medieval española. Alrededor del ganado había mucho dinero y cada cual quería sacar su parte: las villas querían cobrar por el paso de los rebaños, los propietarios de los rebaños intentaban que sus pastores quedaran exentos de cualquier servicio que no fuera el suyo, los agricultores pedían compensaciones por los estragos que causaba el paso de las bestias, los ganaderos pleiteaban por las piezas perdidas o mezcladas (o robadas, que de todo había), los...

 
Otro asunto que alteró, pasado el ecuador del siglo XIII, los planes de Alfonso X fueron las sublevaciones mudéjares. Tenemos el valle del Guadalquivir y Murcia bajo dominio castellano. Y los moros se revolvían frente a la sumisión. Los musulmanes de Sevilla, Murcia y Alicante terminarán rebelándose. Fueron las sublevaciones mudéjares. “Mudéjar” es una palabra derivada del árabe mudayyan, que significa “doméstico”. Lo irónico -hemos de recordarlo- es que esta población era de cepa hispánica, pero de religión musulmana, lo cual les confería de forma automática el estatuto de vencidos. En muchos lugares mantendrán sus tierras y sus derechos, incluso su religión; en otros, por el contrario, serán obligados a abandonar el país. En las zonas bajo control castellano, una nueva elite —cristiana— se hace con el poder sobre una población mayoritariamente musulmana cuya supervivencia, por otro lado, es vital para mantener la producción de los campos. Ahora bien, estar sometido no gusta y, además, estaba el reino de Granada y, al otro lado del mar, el califa de los hafsíes de Túnez. Ante esa situación, los reyes cristianos decidieron trasladar algunas comunidades de mudéjares a tierras cristianas y, al contrario, repoblar con cristianos zonas de claro predominio mudéjar. Eso solucionaba el problema político, pero aumentaba el problema social. A medida que el poder de la nueva elite cristiana se vaya haciendo más visible en las tierras reconquistadas, el malestar entre los mudéjares crecerá. El lío es tan evidente que en las nuevas conquistas ya no se respetará el tradicional derecho de los musulmanes a permanecer en sus tierras: por ejemplo, cuando los castellanos tomen Niebla (1262) y Écija (1263) los mudéjares serán obligados a abandonar sus hogares.
 
Y por todo eso surgieron las revueltas mudéjares. La primera revuelta seria la protagonizó un personaje singular: Mohammad Abu Abdallah Ben Hudzäil al Sähuir, llamado Al Azraq, que quiere decir “el de los ojos azules” -de poca ascendencia árabe, seguro-, en la Corona de Aragón. Al Azraq terminará exiliado en Granada. La gran revuelta llegará en la primavera de 1264 en las tierras de Sevilla y de Murcia. En Sevilla, quien mueve los hilos es el rey moro de Granada; en Murcia, la voz cantante la lleva el reyezuelo local Muhammad Ibn Hud. El levantamiento toma el aspecto de una insurrección popular: los mudéjares asaltan las granjas de la minoría cristiana, atacan a las guarniciones castellanas, toman los resortes del poder en las ciudades... Pero lo que hay detrás es una operación de gran escala promovida por los nazaríes de Granada, los hafsíes de Túnez y los benimerines de Marruecos, que encuentran en la algarada una excelente ocasión para alterar la corona de Castilla. Para que luego digan que Soros y sus “revoluciones de color” son la leche de la modernidad y el control de masas.

 
En pocos meses Castilla se encontró con una guerra dentro de su casa. Y en dos frentes. Los cristianos aplastaron la revuelta. Por seria que fuera la amenaza, las armas de Castilla eran más fuertes. Y, además, Castilla no estaba sola: ante la amplitud del desafío, la reina Violante, esposa de Alfonso X de Castilla e hija de Jaime I de Aragón, pidió ayuda a su padre. De este modo las banderas cristianas se repartirán el trabajo: mientras los castellanos pacifican el valle del Guadalquivir y la cuenca del Guadalete hasta Jerez, los aragoneses hacen lo propio en Murcia. Se enfriaron los ánimos moros. En octubre de 1264 se somete Jerez. En el verano de 1265 es el propio rey de Granada el que rinde vasallaje a Castilla. A principios de 1266 se entregan los moros de Murcia. Asunto resuelto. Y resuelto el problema bélico, quedaba el problema social: ¿Qué hacer ahora con los mudéjares?

 
La solución fue la única por ellos concebible: aplicarles las leyes de la guerra, pues guerra había habido. Así en Jerez todos los mudéjares tuvieron que abandonar la ciudad. Otras muchas localidades se vaciaron de musulmanes, porque los mudéjares ya no consideraban seguro vivir en tierra de cristianos. ¿Adónde iban los emigrados? Al reino nazarí de Granada, que se convirtió en receptor de todos los mudéjares fugitivos. También los moros murcianos se marcharon en masa a tierras granadinas. Eso lo aprovechó el rey Jaime para trasladar a Murcia a cerca de 10.000 aragoneses y catalanes mediante un nuevo repartimiento de tierras y propiedades. A pesar de la emigración masiva, ni Andalucía ni Murcia quedaron vacías de mudéjares. Tanto Alfonso X como Jaime I deseaban mantener musulmanes en sus reinos, primero por conveniencia económica —alguien tenía que trabajar los campos— y además por decoro político, pues todas las leyes anteriores estaban concebidas para una situación en la que moros y judíos podían figurar como súbditos del reino, y rectificar ahora esa política sería tanto como reconocer un error. De hecho, en Murcia seguirán mandando —nominalmente— los derrotados Ibn Hud hasta finales de siglo. De todas formas, la situación de los mudéjares castellanos empeoró. No perdieron sus derechos, pero los viejos pactos que les protegían decayeron.

 
En realidad, la situación de los musulmanes bajo dominio cristiano empezó a parecerse a la que antes vivieron los cristianos bajo poder musulmán: simple sumisión. Aún habrá una tercera revuelta mudéjar en tierras cristianas: será en Alicante, ya en 1276, y como protagonista volveremos a encontrar al viejo Al Azraq, que salió de su destierro en Granada para incordiar, otra vez, a la Corona de Aragón. Era una operación bien montada: 250 jinetes benimerines enviados desde Marruecos, 1.200 guerreros de Granada, 1.800 mudéjares reclutados entre la población local... Evidentemente, esto no tiene nada que ver con un levantamiento social. La tropa mora llega a sitiar Alcoy. La aventura tendrá un curioso final: Al Azraq, ya anciano, murió a las primeras de cambio; sus tropas, solas y sin jefe, terminarán siendo perdonadas por la Corona de Aragón. Y desde entonces en Alcoy recuerdan todos los años este episodio de una manera singular: las fiestas de moros y cristianos.
 
Y, mientras, en Castilla las tensiones con los nobles llegaban a la zona roja del medidor. La Corona trataba de aumentar sus fuentes de financiación en diversos nichos que, de rebote, mermaban las fuentes de los nobles y, así, su poder territorial. Pensemos que la estructura piramidal del poder medieval no tenía ciudadanos, sino que el campesino era vasallo del propietario de los campos, el cual a su vez era vasallo de otro señor o del monarca. Esa red de vasallajes estaba regulada por pactos diferentes en cada caso. Y el rey necesitaba a los nobles puesto que estos eran sus intermediarios obligatorios. Alfonso X alteró el “status quo” al reformar el derecho, crear villas de dependencia regia, organizando un sistema de tributos que revierta en las arcas de la corona... La Iglesia, con muy pocas excepciones, siempre será partidaria del poder regio frente al de los nobles; por eso nunca dejará de esforzarse para sustentar el orden político en un edificio jurídico estable. ¿Salidas de esta situación para los nobles? La explotación industrial o ganadera, emigrar a las tierras andaluzas o emplear sus mesnadas para obtener fondos irregulares en tierras de realengo o abadengo (bandolerismo). O cambiar la dirección política del estado. Les iba la vida en ello porque el rey no tenía capacidad militar ni fiscal si no recurría a los nobles, los cuales, naturalmente, se cobraban el servicio.

 
Y si el rey no cumplía, los nobles se preocupaban y se sublevaban. Eso es lo que estaba pasando en Lerma, a principios del año de Nuestro Señor de 1272. Situémonos: aquí se han reunido los nombres más rancios de la aristocracia castellana: están los Lara en la persona de Nuño González; están los Castro representados por Esteban Fernández; están los Haro a través de Lope Díaz III; está también el señor de Cameros, Simón Ruiz, y está, además, el infante Felipe de Castilla, hermano del rey y cabeza política de la conspiración. Los magnates del reino están dispuestos a proteger sus intereses a cualquier coste. Pero con una gatera para escapar porque negociaron, de antemano, con el rey de Navarra para escapar a su reino si sale mal la jugada. Alfonso X, como es natural, se enteró de la inquietante reunión y llamó a su hermano.
 
El infante Felipe se hizo el sueco: eludió la respuesta y se limitó a decir al rey que había reunido a aquellos magnates porque necesitaba el consejo de sus amigos. Lo mismo podía haberle dicho que celebraron un “brunch”. Hizo algo más el infante Felipe: conminado por el rey a trasladarse con sus tropas a Andalucía, el hermano traidor escurrió el bulto bajo el subterfugio de que no podía mover a sus huestes por un retraso en las soldadas. Un argumento que encerraba un reproche, pues los pagos eran obligación del rey.

 
Escamado, Alfonso X tiró de la lengua a otro de los conjurados: Nuño González de Lara: admitió la reunión de Lerma, pero negó que se tratara de una conspiración. Y Nuño, como antes el infante Felipe, también hizo algo más: se ofreció a ayudar al rey para recaudar nuevos impuestos en Castilla y Extremadura. ¿Para qué? Para que el rey pudiera pagar a los nobles las soldadas que les adeudaba. Otro reproche, en fin. Alfonso X presionó a los conspiradores ordenándoles llevar sus mesnadas a Sevilla. Allí reforzarían las posiciones que, Fernando de la Cerda, el heredero de la corona, defendía frente a los musulmanes. Los conjurados respondieron que antes el rey debía entrevistarse con ellos.

 
Esto ya olía a traición masiva. Por Nuño González de Lara, que empezaba a jugar a varias bandas, el rey supo lo de los contactos con el rey de Navarra. Feo asunto, porque todos los nobles sabían que no podían negociar con ningún otro rey sin permiso de su soberano. Alfonso X descubrió, además, cartas que probaban la implicación del sultán de los benimerines de Marruecos en la trama. Diríamos que casi como hoy que Marruecos… Dejémoslo. El rey de Castilla y León, buen jugador, se guardó esas cartas en la manga. Ordenó a los nobles revoltosos romper con Navarra. Se negaron. Nuño González de Lara declaró rotos sus compromisos con Alfonso, su rey.
 
Alfonso X citó a los revoltosos en Burgos. Era ya septiembre de 1272. Ninguno de los nobles refractarios entró en Burgos: temían por su vida y prefirieron permanecer en las aldeas cercanas. A través de emisarios hicieron llegar al rey sus exigencias. Querían que Alfonso no fundase más ciudades nuevas en León y Castilla -porque estas caían bajo la dependencia de la corona, de manera que no tributaban a los nobles-, querían que no les hiciese pagar un impuesto especial para la ciudad de Burgos, querían regirse por su propio fuero y que la corona no les pusiera jueces especiales; de paso, denunciaban a cierto número de funcionarios y merinos de la corona que, a su juicio, les habían faltado al respeto.

 
Alfonso recibió las demandas. Como primera respuesta firmó un pacto con el rey de Navarra puesto que, si aquellos magnates iban a hacerle la guerra, no sería con el refuerzo de los navarros. Con las negociaciones rotas y la vía navarra cerrada, los nobles se dirigieron a Granada. Su camino hacia el sur fue pura violencia: saquearon granjas, robaron ganado, devastaron campos... Eso, Alfonso, no se lo esperaba. El rey les envió mensajes de conciliación y también de reproche, pero todo fue inútil. Entrado el otoño de 1272, los conjurados son recibidos por el rey Muhammad I, y firman con el moro un pacto de ayuda mutua contra Alfonso X. Entre los que firman están el infante Felipe (hermano del rey), Nuño González de Lara, Esteban Fernández de Castro y Diego López de Haro, a los que se han unido ahora nombres muy relevantes de Asturias y de otros linajes castellanos y leoneses. Y el pacto contenía una cláusula reveladora: el acuerdo duraría hasta que Alfonso X hubiera compensado a los nobles por los agravios recibidos. ¡Todo por el dinero!
 
Y, como en las mejores series por episodios, continuaremos la próxima semana.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Blog “Tras las huellas de Heródoto”.
Periódico “Diario de Sevilla”.

 

 

 


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