Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 7 de mayo de 2023

Un tío de Arroyuelo predijo el fin del mundo.


Nuestro protagonista de hoy nació en 1656 en el pueblo de Arroyuelo, del ayuntamiento de Trespaderne, aunque la “infalible” Wikipedia no le sitúa en este pueblo. No le sitúa en pueblo alguno. Fue misionero, lingüista y exegeta bíblico. A este “tío” se le conoce en la mayor parte de los textos como Francisco Frías: "Frater Franciscus Frias, conuentus S. Pauli Burgensis, prouinciae Hispaniae". Pero para nosotros fue Francisco López Frías.

Iglesia de San Nicolás de Bari de Arroyuelo
 
Algunos autores lo hacen natural de la ciudad de Burgos y bautizado en 1665. Robert Streit acertó en hacerle nacer en Arroyuelo, en 1656. Esto es los que refleja el Libro de Bautizados y Confirmados (1602-1791) de la parroquia de Arroyuelo donde se certifica que el día 8 de octubre de 1656, fue bautizado Francisco López Frías, hijo de Tomás López Frías y de María de Almendres. Fueron padrinos sus tíos, hermanos de su padre, el bachiller Sebastián López Frías, cura de Trespaderne, y Úrsula López Frías, domiciliados ambos en Trespaderne. Los libros parroquiales anotan también que fue confirmado por el arzobispo de Burgos, Antonio Payno, el 10 de agosto de 1661, juntamente con sus hermanas Teresa y Casilda.
 
A los cuatro años de edad fallecen su madre y su abuelo -¿quizá por un accidente o una enfermedad contagiosa?- y su padre volvió a casarse. Hacia 1666 la familia se traslada a Burgos donde Francisco estudió humanidades en el colegio de los Jesuitas. Allí adquirió una buena preparación en latín y griego. No se hizo Jesuita, sino que optó por los Dominicos y profesó en el convento de San Pablo. En este convento aprendió hebreo.

Fachada principal del convento 
de San Pablo de Burgos.
 
El apellido Frías está vinculado a los judeoconversos de Las Merindades y al funcionariado de la Iglesia Católica. Desde la segunda mitad del siglo XIV tenemos nombres como Pedro Fernández de Frías, obispo de Osma (1379); Fray Gonzalo Frías; el canónigo Juan Ortiz de Frías; el sochantre (cargo episcopal que antiguamente dirigía el coro en una catedral) Sancho Sánchez de Frías; el canónigo Fernando Sánchez de Frías, primo del anterior; o Sancho de Frías. Y el tío de nuestro protagonista, el cura de Trespaderne.
 
Tanto religiosos asociado a un nombre comarcal puede estar vinculado al tan común nepotismo del renacimiento o, lo más seguro, a la manida “fe del converso” que hacía que muchos hijos de conversos abrazasen el estado religioso que les libraba de las muy numerosas sospechas de criptojudíos o judaizantes. Acceder al estado eclesiástico ayudaba que los conversos eran gentes con más cultura que la media, más propicios al desarraigo y a optar por cargos que les permitieran superar el deprimido nivel de la vida campesina. Quizá la causa era una combinación de ambas razones: es más seguro estar protegido por la Iglesia que al albur de la denuncia de cualquier “desgarramantas” cristiano viejo y para eso te ayudaba algún familiar ya situado.

Asia año 1700
 
En 1672, año en que era martirizado en las Islas de los Ladrones (Marianas) el jesuita misionero burgalés Diego Luis de San Vitores, Francisco López de Frías decidió ser misionero en extremo oriente. Siete años después, en 1679, siendo ya diácono, fue destinado a la Capitanía General de Filipinas, donde transcurrió el resto de su vida.
 
Fue, inicialmente, profesor de humanidades en Santo Tomas de Manila y, allí, se dedicó intensamente al estudio del idioma chino, con vistas a cristianizar a la numerosa colonia china de Manila. Se obsesionó de tal forma que hablaba varias de sus formas dialectales y escribió un “Arte de la lengua china”, así como un diccionario castellano-chino. Dichas obras manuscritas llegaron -al menos- hasta el siglo XX. Su actividad misionera se ejerció en la parroquia de la Pasión y en el hospital de San Gabriel de Manila. Aparte de estas tareas pastorales y culturales fue el Superior del convento de San Telmo en Cavite, del de Santo Domingo en Manila, secretario del Definitorio y vicario provincial. Para que veamos que la multiplicidad de cargos “públicos” no es una cosa de los políticos de hoy en día. O eso o había pocos religiosos en las sufridas y peligrosas islas filipinas.

Convento de San Telmo de Cavite
 
Pero, además, tuvo tiempo para escribir una exposición, en latín, del Nuevo Testamento. Demetrio Mansilla Reoyo, obispo auxiliar de Burgos y Obispo de Ciudad Rodrigo, estudió ya este manuscrito. Eran –o son- dos volúmenes dispuestos de forma inversa a la tradicional. No hay un título formal, pero a tenor de su inicio ("Expositurus Nouum Testamentum"), lo llamaríamos “Expositio Noui Testamenti”. A principios del siglo XVIII se enviaron copias a España. Una de ellas llegó al convento de San Pablo de Burgos, de donde pasó al Archivo capitular de Burgos. Otras copias, en teoría, llegaron a los conventos dominicanos de Calatayud, Salamanca, Santa Sabina de Roma y Sto. Tomás de Manila.

 
Los dos volúmenes del manuscrito burgalés tenían un formato de 310 x 220 milímetros; 750 folios de 40 líneas el primero y 769 folios de 41 líneas el segundo. ¡Más de 3.000 páginas de letra menuda y clara! Eso sí, de la misma mano y sin casi abreviaturas. Los que han leído hablan de su latín correcto, más fluido que elegante, y que los textos griegos y hebreos se dan siempre en caracteres latinos. Se estima que tardó en esta magna obra unos dos años. Se deduce esto porque la primera fecha aparece al final de la exposición de la Carta a los Romanos -7 de diciembre de 1700-; la Carta de Judas tuvo la de 14 de septiembre de 1701; la exposición del Evangelio según San Mateo se termina en Cavite el 15 de febrero de 1702; la carta de san Lucas, también en Cavite, el 12 de abril de 1702; y la de de San Juan, en Manila, el 15 de julio de 1702. Resumiendo, comenta todos los libros del Nuevo Testamento, a excepción de las dos cartas a Timoteo.
 
La dedicatoria estaba dirigida al Maestro General de su Orden y, en ella, afirma que no escribe para todos, sino para los dominicos más doctos y que, habida cuenta de que va a escribir "muchas novedades" sobre el sentido de la Escritura y sobre el futuro de la Iglesia en los últimos tiempos -con incidencia en las naciones católicas y en los diversos estamentos eclesiales-, estima que la obra no debe editarse ni difundirse. Vamos, como si fuese un informe Top Secret de esos de “solo para sus ojos” al decir verdades que el vulgo no debía conocer para que… ¿Para qué? ¿Para qué no se desmoronase el tinglado? ¿Para no tener problemas?
 
En este sentido, recurrió al texto bíblico griego más fiable y no a la Vulgata, más distorsionada. No solo eso, recurrió a versiones siríaca y a las raíces hebraicas para el Antiguo Testamento. Añadió a sus conocimientos lingüísticos los históricos -del momento, claro- para fijar su tesis fundamental, que, desgraciadamente, condiciona todo su texto: hay que descubrir el sentido "místico" de la Escritura, para ver cómo, a la luz del mismo, se explica la totalidad de la historia e incluso puede predecirse el futuro.

Santo Tomás de Manila
 
Con ello, López Frías establece su "a priori" metodológico. Apenas le interesa el sentido literal de la Biblia, a pesar de ser firme teólogo tomista. Nuestro dominico, con alardes de ingenio dignos de mejor causa, intenta descubrir el sentido "histórico" o literal a partir del sentido "místico" y no a la inversa. Esta es la razón de empezar por el Apocalipsis, seguir con los Hechos de los Apóstoles, cartas paulinas -incluida la carta a los hebreos-, cartas pastorales y Evangelios. Paco asumía la realidad del Apocalipsis -lo ve como un libro "historico" acerca de los últimos tiempos- que proyecta luz sobre todos los demás libros del Nuevo Testamento. Y, antes de que se me asusten repito que Francisco López de Frías no creía en la literalidad de ese libro sino en su visión mística. Ya lo sé. Yo tampoco lo entiendo. Lo definiría como “cosas de curas”.
 
En su proceso mental, Paco, conecta el Apocalipsis con la profecía de Daniel (explicada en el anexo) y enlaza complicados cálculos cronológicos para hacer coincidir la apertura de cada uno de los "siete sellos" apocalípticos con el inicio de cada una de las edades de la historia. Recurre, en su apoyo, a la falacia de autoridad de teólogos y filósofos como Calvisio, Belarmino, Genebrardo, Turselino, Petavio, Bricio, San Jerónimo o Santo. Tomás. Da por supuesto que el nacimiento de Cristo tuvo lugar exactamente el año 4165 "ab origine mundi".... Crea un mundo de fantasía mezclando conocimientos históricos y pseudocientíficos para dar consistencia a su premisa, corroborándola mediante argucias filológicas.

 
Desde la cumbre filosófica de su análisis apocalíptico desciende a estudiar los demás libros del Nuevo Testamento en el segundo volumen. ¡Y le resultaron difíciles! ¿La causa? Estos textos tienen una sencillez narrativa que no encaja bien en sus enrevesados delirios por buscar el sentido "místico" que confirmase su tesis preestablecida. De sus cálculos se colige que la apertura del "séptimo sello" tendría lugar en el año 1836. Eso significa el fin del mundo. Si nos fijamos casi acertó. No es que nos cayese un meteorito ni se abriese la tierra, pero, recuerden, estaba España en una Guerra Civil donde los Isabelinos segaban la yerba bajo los pies de la iglesia. Desamortización y eso.
 
Aquí demuestra su preparación teológica, sobre todo, en los comentarios que le sugiere el texto de Juan. Comentarios de su siglo, claro. A ojos de hoy no nos servirán como estudio teológico. E, incluso, no era de lo mejor de su tiempo. Con lo cual podría haber sido muy positivo su rechazo a ser publicado. ¿Humildad? ¿Realismo?
 
Francisco López Frías falleció, en Manila, en agosto de 1706 con menos de 50 años.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Notas sobre fray Francisco López Frías, o.p. (1656-1706)”. Nicolas López Martínez.
Escándalos, ruydos, injurias e cochilladas: Prácticas de violencia en el clero catedralicio Burgalés durante el siglo XVI”. Jorge Díaz Ibáñez.
Wikiloc
 
 
 
Anexos:
 
 
El Apocalipsis de Daniel es un texto apócrifo redactado en lengua siríaca a finales del siglo VIII. En su segunda parte se profetizan acontecimientos futuros que conducirán al Fin de los Tiempos. Reyes atacados por los moros, nuevo rey en Bizancio, caída de Roma…
 
 
 

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