Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 30 de junio de 2024

Torre de los Azulejos y los Angulo.

 
 
Parecería que nos acercamos a una de esas casas portuguesas tan llenas de decoración y de imágenes representadas a través de baldosas. Pero vamos a visitar una de las torres que embellecen Espinosa de los Monteros. Nos encontramos ante un torreón desmochado del siglo XVI, de planta cuadrada y tejado a cuatro aguas. Su fachada principal está realizada en muro de sillería y recoge los elementos artísticos más importantes del inmueble. También son de sillería los vanos y las esquinas, siendo de mampostería el resto. La torre es BIC desde 1949. La fachada principal está orientada al sur y la puerta, de arco de medio punto, está adornada con diversas molduras y la clave -la piedra del centro del arco- tiene una escultura de un animal de largo cuello vuelto y dos patas con ¿cola? Quizá es algo parecido a una salamandra. Hay en esta misma fachada, dos pequeños vanos de la época de la obra principal situados anárquicamente y un óculo bajo la cornisa del tejado. Sin contar con la ventana adintelada, claro.

Fotografía cortesía de 
José Antonio San Millán Cobo
 
La ventana principal -esa adintelada- de la fachada noble es una pequeña con alféizar que descansa sobre dos alargadas ménsulas y desplazada hacia la derecha. Sobre la primera plataforma así creada, dos columnas estriadas desembocan en un friso de gran tamaño con leyenda y remate en frontón de lados curvos que aloja un escudo y se adorna con varios pináculos a modo de entorchados. Dos sobre las columnas y tres sobre el escudo, en la zona truncada del frontón. Bajo este se encuentra encuadrado un texto:
 
“Do se alcança tal victoria deve osar morir el onbre mvera el i biba el nombre”.

Fotografía cortesía de José Antonio San Millán
 
Sobre el friso con el texto se sitúa el escudo con cuatro cuarteles cuyos bordes están quebrados con adornos de bureletes:
  • Una mano empuñando una espada introducida en el hueco de un casco.
  • Grifo rampante. Animal mitológico que representa la fuerza y el coraje militar.
  • Cinco manojos de brezo en sotuer: Aceptando que fuesen en campo de oro, armas de Angulo.
  • Un animal, quizás un cánido sacando la lengua contornado y pasante al tronco de un árbol. Podría ser un zorro que es el animal representante de la astucia y la ocultación.

Fotografía cortesía de José Antonio San Millán
 
Si avanzamos en sentido contrario a las agujas de un reloj damos con un paño de mampostería que contiene en piedra de buena labra -tres- una ventana. Estas piedras tienen cinco modelos de azulejos dispuestos en filas que recuerdan a motivos florales. Bajo el alfeizar de la ventana de tipo renacentista existen cuatro azulejos rectangulares que forman un cuadrado. 



El óculo está decorado con el mismo azulejo rectangular. Centrada más abajo tenemos otra ventana del tiempo de la construcción de la torre y, en el piso bajo, se sacó una enrejada en épocas recientes. También tiene este paño una saetera esquinada viable para armas de fuego y, salteados, algunas piezas de mosaico.

 
La siguiente fachada, la norte, carecía de ventanas en su origen, aunque hoy observamos tres ventanucos del mismo tamaño y de factura reciente. También un par de peculiares saeteras. El óculo, con forma trilobulada como los demás, está decorado con mosaicos y escoltado por dos piedras salientes que recuerdan a la entrada de un palomar. La cuarta pared tiene dos ventanas, una enrejada en la planta baja y otra enmarcada en piedra en la planta noble. La existencia de todos esos mosaicos nos lleva a asumir una influencia mudéjar renacentista de ascendencia árabe.

Fotografía cortesía de José Antonio San Millán
 
El tejado es a cuatro aguas y bajo el alero se reconoce una cornisa con varias molduras lineales que cambian de fachada mediante formas circulares alrededor de unas torrecitas apoyadas en modillones que, en su tiempo, se prolongaban en el tejado a través de cuatro remates en forma de templetes. Aguantaron hasta el primer tercio del siglo XX. Estos remates de pequeños cubos eran, también, propios de las construcciones del Renacimiento.

 
Responde a la imagen de una casa fortificada, como hay otras por la población, y que pueden ser una razón de que esta población no tuviese murallas. Otra causa de la ausencia de muralla podría ser la fuente económica principal del lugar que fue la ganadería o que, simplemente, no había peligro externo. Quizá por eso la vemos recogida en el interior de una finca cerrada con un alto tapial por lo que perdemos la oportunidad de verlo de cerca. Podemos observarla en la distancia porque la puerta metálica de acceso, flanqueada por dos pilares cuadrados con remates, permite ver más allá a través de la filigrana del hierro.

 
Sobre las personas, familias o apellidos, que habitaron la torre de los azulejos diremos que su seguimiento es difícil. Emparentadas repetidas veces las familias Angulo, Porras, Ortiz, Vivanco y otras, es muy complicada seguir su genealogía, dificultad que se agrava al no residir de forma continuada en la villa. En el año 1804 esta torre pertenecía a los Abades de Vivanco.
 
"Juan Manuel de Vivanco Angulo y Ortiz, Abad de Vibanco y Arceo, Señor las casas primitivas infanzonas de sus apellidos, de la villa de Santachristina, de Balmadriza y las Quintanillas, regidor perpetuo de la Imperial ciudad de Toledo: Dijo, que don Joseph Ruiz de Santayana, comisario de guerra y vecino de la villa y corte de Madrid, y actualmente residente en la villa de Espinosa de los Monteros, donde es originario, ha pretendido y pretende levantar una ornexa en la rinconada de la huerta de la torre de los Azulejos, a espaldas de su casa, perteneciente a uno de los mayorazgos que posee el referente, prometiendo dar en recompensa y por vía de permuta terreno bentajoso de más producto y utilidad que el de aquel corto terreno y rinconada, en que va a experimentar el mayorazgo maiores bentajas..."

 
Pero centrándonos en el único cuartel del escudo identificado por varios autores -Angulo- el veterano Rufino Pereda Merino nos decía que este apellido era originario de los descendientes de un hijo del Rey de Escocia que vino a servir al Rey Alfonso I con trescientos caballeros de su séquito en las guerras que tenía con los moros. Fueron premiados, por este rey y sus sucesores, con tierras y acabaron por establecerse en las montañas de Castilla la Vieja. En lugares como Espinosa de los Monteros, Oteo y Angulo, de donde tomaron su apellido.
 
También las páginas de la internet nos dan el nombre de este infante que se llamaba Ludovico Angulo y era hijo de Angulo, rey de Escocia. Empezaría su tarea de matador de moros al servicio de un rey de Navarra sin identificar y luego pasaría al servicio del de León, sin identificar.

Fotografía cortesía de 
José Antonio San Millán
 
Hay, incluso, una biografía de este personaje que procede de las brumas del pasado donde se confundía mito y realidad. Nació en un lugar desconocido -presuponemos Escocia- en el siglo XII y murió en el valle de Angulo del Valle de Mena, Las Merindades, a principios del siglo XIII. Procedería del linaje de los reyes de Escocia y, enemistado con su padre por razones que se ignoran, se convirtió en soldado de fortuna y viajó a Castilla para participar en la cruzada contra el islam. Aquí no hay relación con navarra ni con Alfonso I. Se le documenta al servicio de Alfonso VIII de Castilla. Tras la conquista de lo que actualmente es el País Vasco, en reconocimiento a su valía militar y hazañas bélicas, el rey le entregó el Valle del Río San Miguel, que, desde entonces, pasó a llamarse Valle de Angulo, situado entre Álava y Burgos, y le reconoció con el título de infante de Escocia. En el privilegio de donación se le impone que ha de fundar allí su señorío asentándose en este territorio junto a sus vasallos (lo que parece indicar que eran mercenarios al servicio del Monarca).
 
En algunas genealogías antiguas se dice que también había estado al servicio del rey de Navarra y que había llegado a ser su camarero mayor. Recientes investigaciones señalan que, en realidad, Ludovico Angulo no era hijo del rey de Escocia, dado que, en la genealogía de reyes conocidos de aquel país, desde el año 600 de nuestra era, no se tiene noticia de ningún monarca citado como Angul o de linaje Angul. López García de Salazar le considera de origen normando y estima su citada sangre escocesa como inventada para lograr un prestigio inexistente. Ciertamente, Angul, en francés primitivo, significa Ángel. Salazar afirma que desembarcó en Santoña (Cantabria), en el transcurso del siglo XII, y pasó a ser parte de las tropas auxiliares al servicio de Alfonso VIII. Duda de sus servicios al rey de Navarra, pues consta que el emblema heráldico de los Angulo (en campo de oro con cinco roeles besantes partidos de sinople y plata, puestos en sotuer y perfilados en sable), fue concedido por Fernando III el Santo antes de 1230, fecha histórica en que se consolida la unificación de Castilla y León. Y, antes de que digan nada, el escudo que nos sirve de pie para hablar del clan Angulo no es el mismo.

 
Según Gracia Dei, cronista de los Reyes Católicos, comentaba que Alfonso I “encomendó a un caballero del linaje de Angulo la guardia y defensa del Real suyo, que estaba muy cerca del Real de los moros y una noche en que estaban estos descuidados, habiendo tenido aviso de ello el caballero de Angulo, resolvió caerles encima de improviso antes de amanecer; disponiendo que los suyos llevasen todos matas de brezos verdes sobre las celadas, para que diferenciándose de los moros y conociéndose entre sí en las tinieblas de la noche, no se destruyeran unos a otros. Así prevenidos, atacaron denodadamente a los moros, haciendo en ellos gran destrozo, y en memoria de esta memorable acción, entre otros premios y mercedes que hizo el Rey a aquellos valientes guerreros, fue su voluntad que el animoso y entendido capitán de Angulo, añadiese a sus armas cinco manojos de brezos atados con cintas de gules”.
 
Sobre las armas de este apellido nos encontraremos con varias versiones. El que vemos en la torre de los azulejos no coincide al ciento por ciento con lo que presenta Rufino en su obra. La obra sobre los Monteros de Espinosa comenta: “Escudo partido en dos con un virol de gules; en el cantón diestro cinco róeles de sinople puestos en santor y en el cantón siniestro cinco manojos de brezos de sinople atados con cintas de gules y puestos de igual modo; los dos cantones o cuarteles tienen el campo de oro. Los róeles significan que fueron escogidos entre otros en igualdad de nobleza; el campo de oro significa virilidad y nobleza, y los cinco brezos el ataque singular a los moros hecho por el capitán Angulo”.

Cortesía de José Antonio 
San Millán
 
Las casas solariegas de los distintos miembros del linaje fundado por Ludovico Angulo se encuentran repartidas por el valle del río al que da nombre, por el valle de Mena y en el solar de San Juan de Bárcena.
 
Las noticias documentadas sobre los Angulo, verdaderamente rigurosas y contrastadas, proceden del siglo XIV, época en que las banderías castellanas llevan a los Angulo a luchar contra los Salazar por el control del valle de Mena. Según el nobiliario del País Vasco, Ludovico Angulo fundó un linaje en el siglo XII con nobleza de sangre que, en el siglo XIV, tuvo como cabeza a Martín Alonso de Angulo, establecido en Oteo (Álava), padre de Martín Alonso y Lope Alonso de Angulo, ambos condenados a destierro a Córdoba.
 
Por supuesto, Rufino Pereda, nos vende una relación de Monteros de Espinosa pertenecientes al linaje de los Angulo: Hernán Ortiz de Angulo, despensero mayor de la Reina Isabel I; Juan Ortiz de Angulo, Sumiller del Rey Felipe III; Gabriel de Angulo, caballero de la Orden de San Juan; Sancho de Angulo, Pedro de Angulo y Francisco Ortiz de Angulo, caballeros de la Orden de Santiago; Juan de Angulo, Sumiller de la casa del Rey Felipe IV; Juan Merino de Angulo y Porras, Juan de Angulo Marañón, caballero de la Orden de Calatrava; Fernando Ortiz de Angulo; Diego Ortiz de Angulo; Pedro Ortiz de Angulo; Juan Zorrilla de Angulo; José de Vivanco y Angulo, Vizconde de Santa Olalla; Servando Ortiz de Angulo; Pedro de Angulo Vivanco, gentil-hombre de casa y boca de S. M.; José Angulo Vivanco de 1716 a 1772; Juan de Merino Angulo, de 1740 a 1780; Agustín Vivanco y Angulo de 1730 a 1743; Pedro Angulo Vivanco y Rozas de 1774 a 1796; Francisco de Vivanco y Angulo, de 1776 a 1792; Juan de Angulo de 1742 a 1780; Sebastián Zorrilla Angulo, de 1753 a 1767; Felipe Angulo, de 1790 a 1814; Ulpiano de Angulo de 1818 a 1827; Pascual Angulo y Peña y Anastasio María de Angulo, hijo del anterior.
 
 
Bibliografía:
 
“Arquitectura fortificada de la provincia de Burgos”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
“Los Monteros de Espinosa”. Rufino Pereda Merino.
“La ruta heráldica de Espinosa de los Monteros”. Proyecto Aldaba.
Periódico “Diario de Burgos”.
Revista “Hidalgos”.
www.asturnatura.com
www.castillosdelolvido.com
Tripadvisor
Edujoser.
Heráldicas y apellidos de Udias.
Real Academia de la Historia.
 
 
 

domingo, 23 de junio de 2024

San Juan Bautista en Las Merindades.

 
 
Este día de San Juan Bautista es uno de los tres nacimientos que celebramos los católicos, junto al de la Virgen y el de Jesús. El culto a San Juan empieza en el siglo V, en la misma fecha que hoy: 24 de junio. Aunque el solsticio de verano es el 21 de junio, más o menos. La desviación es cosa “del tiempo”. Ya el poeta latino Ovidio contaba cómo era preciso cruzar, esos días, tres veces saltando la hoguera en la fiesta de Palas Atenea y cómo pasaban su ganado a la carrera sobre una línea en llamas para protegerlo de las alimañas. El cristianizador del solsticio fue Benito de Nursia por la relación de este santo con el agua purificadora del bautismo. Religiosidad judía y paganismo, de origen indoeuropeo, se fundieron dando lugar a la Noche de San Juan. Y es una muestra del sincretismo marca de la casa cristiana donde se aprovecha todo lo pagano que no atenta contra los dogmas de la Iglesia. San Agustín decía, en uno de sus Sermones: “Nosotros solemnizamos este día, no como los infieles a causa del Sol, sino a causa del que ha hecho el Sol”.

 
Gracias a los ritos solares la humanidad primitiva creó mitos y leyendas que hoy sobreviven como meras supersticiones. Había, y hay, dos puntos destacados: el fuego como destructor del mal y el agua como elemento purificador. Es decir, honrar al Dios solar (fuego, coronas, flores) y festejar al Dios de la lluvia o de las tormentas (baños, lavados en las fuentes, y paseos por el rocío de los campos). También ciertas plantas, como la albahaca o el helecho, adquieren propiedades curativas y están presentes en la noche de San Juan. Toda la naturaleza y sus principios vitales eran fuente de salud durante esta noche y su madrugada. ¿Por qué ocurre esto? Los paganos, y después nosotros los cristianos, asumían que, en determinadas fechas, la virtud purificante y curativa descendía de los Cielos a las fuentes, como descendió el espíritu del Señor sobre la piscina de Siloé rizando, como un aire, el cristal de sus aguas y curando al ciego.
 
Esta expansión del culto al bautista llegó a los visigodos. Y a Hispania. En el río Pisuerga había unos baños con aguas medicinales, consagrados a las ninfas de la religión romana. El rey Recesvinto acudió allí aquejado de dolores nefríticos. Y, tras sanar, erigió una ermita bajo la advocación de Juan el Bautista, el año 661.

 
Lo cierto es que en esa tercera noche del verano celebramos que el sol llega a su máxima latitud, al trópico de Cáncer, y marca un momento de esplendor en los campos. El antropólogo James George Frazer, al referirse a las ceremonias sanjuaneras de España, alude a las hogueras que duran toda la noche y añade: “En las costas, las gentes se bañan en el mar; en el interior, los aldeanos se pasean y se revuelven desnudos en el rocío de las praderas, que pasa por un preservativo soberano contra las enfermedades de la piel”. En Fresno de Losa, en el verano de 1999, el entrevistado de Elías Rubio contaba que iba “a bañarse desnudo en el rocío de San Juan, antes de salir el sol, a revolcarse en el rocío desnudos. Mis abuelos lo decían. Era para la sarna”. Y uno de Sotoscueva (1998) dejaba constancia de que “por la mañana de San Juan ibas a remojarte con el rocío de San Juan. Y no te entraba la enfermedad. Yo sí lo he visto, era antes de salir el sol”.
 
Dicho esto, para el siglo VII la fiesta del 24 de junio estaba muy extendida, por lo que se deduce de los consejos de san Eloy -o Eligio (588-660)- a sus feligreses: “No creáis en las hogueras y no os sentéis cantando, porque todas estas prácticas son obras del demonio. No os reunáis en los solsticios y que ninguno de vosotros dance, ni salte, ni cante canciones diabólicas el día de la fiesta de san Juan, ni de otro santo”. De todos los ritos asociados a esta noche mágica, el del fuego es el que más ha perdurado, tanto saltando la hoguera como pisando las brasas. Los cristianos mozárabes tenían costumbre, la noche de San Juan, de regar sus casas y sacar los vestidos al rocío. O los olivos milagrosos en Granada.

 
Como llevamos puntualizando desde el inicio de esta entrada, esta fecha se relaciona también con el agua para curar enfermedades, neutralizar maleficios, proteger el hogar y conferir fertilidad o dotes adivinatorias. Nuestros antepasados adoraban los ríos, manantiales, y especialmente las fuentes, donde veneraban a los espíritus de la naturaleza. Antaño, los campesinos ofrendaban a las fuentes pan y vino, considerando al agua como principio y origen de toda vida, por su condición creadora, purificadora y fecundadora de la tierra. Además, era el único elemento capaz de vencer al fuego. El poder purificador del agua -de fuentes, ríos, mar o rocío- duraba hasta el despertar del día veinticuatro de junio lavando las manos y el rostro con hierbas y flores de San Juan (como hinojo, helecho macho o ramos de aliso), que se debían coger antes del anochecer. Tenían un fin profiláctico, curativo o mágico. Sarpullidos, verrugas, enfermedades de la vista y mal de ojo desaparecían con la combinación de estos elementos en un recipiente expuesto toda la noche a la luz de la luna y en dirección a oriente, para recibir así las primeras luces de la aurora, y a la vez servían de antídoto contra la vejez.
 
Incluso había preocupación por la salud de los animales porque estos entrevistados contaban que “había un vecino que tenía un rebaño [de] cabras, y por la mañana de San Juan, temprano, antes de que saliera el sol, pues las iba cogiendo y todas las iba tirando al pozo, a una charca que había, para mojarlas todas; dice que no tenían sarna ya, que no las entraba la sarna”. En Villarías, 1997, contaban que “el día de San Juan, a bañar todos los bueyes al río antes de salir el sol. Yo siempre lo veía, y era muy pequeña. Se cogía agua del rio para que no se ponga mala la gente. Nos bañábamos en casa, y luego la tirábamos”. Un residente de La Aldea contaba que “Se salía a lavarse. Y se hacía agua en unas hierbas que se llaman mallares. Y ésas se llenan de agua. Y, aunque haga calor, ésas siempre se llenan de agua, ésas siempre tienen agua, y con ésa se iba a lavarse, porque dicen que crecía el pelo. Crecían a orillas de los arroyos los mallares. Y, como tenían vaso, pues con eso se lavaban. En mi pueblo, la mañana de San Juan se bajaban todos los bueyes a bañarse al río Nela, en ese puente que ha cruzado usted. Pues allí se juntaban los pastores con la vereda. Y a hacerlos atravesar el río, hacerlos cruzar el pozo que había grande. Los bueyes pasaban a nado, muy pronto por la mañana”. Era el año 1990.

 
Tomar, coger o recoger la flor del agua ha sido una acción mágica que durante siglos ha estado presente en el imaginario y en las tradiciones de muchos pueblos peninsulares, sobre todo de las provincias del norte. Consistía, en que las mozas solteras debían madrugar el día de San Juan, salir de casa antes del alba, correr hasta determinada fuente -la que la tradición señalase- y arrojar sobre sus aguas una flor, o un ramo, o bien llenar el cántaro, o cumplir algún otro rito, con tal de que ella fuese la primera. Eso la señalaba como la moza que había cogido la flor del agua, y significaba que ese año sería muy bueno para ella en cuestión de amores, que se echaría novio o que se casaría. En Bortedo (2003), los informantes de Elías Rubio Marcos contaban que “echaban unas flores en la fuente, y luego, de muy madrugada, iban a coger la flor y el agua. La víspera se echaban unas rosas en la fuente, y a otro día por la mañana, pues madrugaban, a ver quién madrugaba más. Y una prima de mi madre, pues iba corriendo. Y resulta que se encontró que un primo ya lo había cogido. Ya venía con ella. Le tiró la rada de agua, que era una rada de esas de cobre. Y el otro llegó a casa llorando. Y luego se engancharon los dos cuñados”. Este es un claro ejemplo de la importancia que se le daba a esta noche.

 
Noche propicia también para intentar adivinar el futuro, por ello algunas jóvenes dejaban al sereno, a las doce en punto de la noche un plato con agua, en el cual ponían la clara y la yema de un huevo. Al romper el día, observan la forma que ha adoptado el contenido, analizando la silueta que el huevo ha dibujado como si de un caprichoso lienzo se tratara y dando rienda suelta a sus pensamientos y deseos. Así, si se parece a un barco, su novio será marinero; si a un martillo, carpintero; si a un castillo, militar, etc. Esto lo ratificaba un informante de Huidobro (1997) que decía que “siempre se decía que, si el día de San Juan cascaban un huevo y le echaban en un vaso de agua, si subía la rama, es que iba a salir novio. La rama es la clara, que sube como para arriba”.
 
A su vez, la persona entrevistada en Valmayor de Cuesta Urria, en 1998, dejaba registrado que “las mujeres salían algunas a buscar la flor del sabuco el día de San Juan. Me acuerdo de ver a mi madre. Decían que era bueno para los caballos cuando se ponían como acatarraos. Hacían humo con aquello, y se le metían en las narices, como vahos. Y le ayudaba mucho”. Y, en Plágaro, contaban en 1997: “Lo único que siempre se hacía es coger saúco. Lo guardaban para cuando un caballo, por ejemplo, se cogían el muermo, que decían: un catarro. Y [entonces] le daban los humos. O para desinfectar la casa: ponían en el portal, en un balde, fuego, unas brasas. Y allí ponían el saúco, como un incienso, para que...”

 
En Munilla (1997) “solían decir que las hierbas que se cogían en la mañana de San Juan valían para siempre. Cogíamos por la mañana flores de malvas (y de) sabuco (saúco). El sabuco más bien para el ganado. Cuando tenía hinchada una pierna, se hervía el sabuco. La malva era para el catarro”. En Argés (1997) grabaron que “una vez nos llevaron a las chicas a la sierra. Pasamos el río. Entonces no había puentes. Anduvimos por allí, por la sierra, para coger sanguinaria, que parece que era para quitar esa cosa de la garganta, de anginas y esas cosas. [La sanguinaria] es una planta pequeñita. Se conservaba a la sombra todo el año. Era como manzanilla, pero más pequeñita”.
 
Con todo esto, desde Siete Merindades, esperamos que, en la mañana de San Juan, recuerden estas tradiciones eternas de la cultura occidental.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“La noche de San Juan”. María de los Ángeles Lamprea Chaves.
“El folklore del día de San Juan”. José María Iribarren.
“Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan en la provincia coruñesa”. Manuel Cousillas Rodríguez.
“Famosas fiestas de San Juan. Análisis de las fiestas de Granada”. Demetrio E. Brisset Martín.
Revista “Kobie”.
“Creencias y supersticiones populares de la provincia de Burgos. El cielo, la tierra, el fuego, el agua, los animales”. Elías rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y César Javier Palacios.
 
 
 
 

domingo, 16 de junio de 2024

Por supuestos parricidas.

 
Rebuscando en la prensa del siglo XIX y principios del siglo XX me encontré con unos detenidos en la cárcel de Villarcayo, al parecer, el 13 de noviembre de 1906 porque la noticia aparecía el día catorce de ese mes. El texto decía: “Por supuestos parricidas. En Villarcayo (Burgos) fueron encarcelados Enrique Huidobro y su esposa Paula Ruiz; por sospecharse que ahorcaron a la madre de Enrique con objeto de robarla”. Levantada la liebre rastreamos el tema en otro periódico del mismo día enterándonos que la víctima se llamaba Lorenza Marquina de 70 años (fallaron en la edad y el apellido para algunos periódicos es Martínez y para otros Marquina). Los que vieron el cadáver dijeron que presentaba “señales de estrangulación y de haber puesto sobre él cuerpos pesados”. Supimos que había muerto el día cinco de noviembre.
 
Pierdo la pista a este matrimonio hasta el año 1908. No sé si permanecieron en prisión preventiva o les dejaron ir a casa. ¡A saber! No lo dijo la prensa. Pero si pegamos un rápido repaso a la situación de la libertad provisional, con fianza y sin fianza, en la España de principios del siglo XX, vemos que podías estar en la calle a la espera de juicio si el delito era inferior a seis meses y un día; que no te fueses a fugar; y que te presentases al llamamiento del juez o tribunal que conociere de la causa. Aun así, seguirías en la calle, con fianza siempre, cuando el delito tuviera señalada pena superior a seis años de prisión; tener buenos antecedentes penales o nulo riesgo de fuga; y que el delito no hubiera producido alarma. En todo caso, el procesado debía comparecer los días que le fueren señalados en el auto respectivo, y además cuantas veces fuere llamado ante el juez o tribunal que conociera de la causa. ¿Qué creen ustedes? ¿Qué estuvieron en su casa esperando el juicio? ¿Qué matar a tu madre no causa alarma? Igual no. Hoy en día con cosas peores estas en la calle -o en la televisión-.

Ayuntamiento y juzgados de Villarcayo
 
Saltemos a abril de 1908 cuando en la Audiencia Provincial de Burgos se inició el juicio por jurado procedente del juzgado de Villarcayo. En el banquillo estaban Enrique Huidobro, Paula Ruiz Terán -su esposa-, Eusebia Terán Marquina -su suegra- y Toribio Ruiz Huidobro –un vecino-. Los dos primeros como autores y los segundos como encubridores de un delito de parricidio.
 
¿La víctima? Fue Lorenza Martínez Ruiz, viuda, de 60 años de edad, vecina de Huidobro y perteneciente a una clase media rural. Vivía sola asistida por una vecina cuando la necesitaba y rehuyendo la ayuda de sus hijos. Madrugadora, llevaba su ganado al campo y, al anochecer, se encerraba en casa abriendo solo a conocidos cercanos. Durante todo el día 6 de noviembre de 1906, nadie vio a Lorenza, pero al anochecer Paula Ruiz Terán observó que a la puerta de la casa se hallaba la vaca de Lorenza como esperando a que la abriesen. Paula fue a contárselo a Toribio Ruiz que ya lo había visto, extrañándole.
 
Ambos guardaron la vaca en su cuadra y Paula propuso a Toribio que subiera a ver si ocurría alguna novedad, contestando este que subiera ella. Paula replicó que no se atrevía a subir, porque antes había llamado y no la habían contestado; Toribio, en vista de esto, y temiendo que hubiese ocurrido alguna desgracia, la aconsejó que diera parte al alcalde, pero al final lo hizo él.

 
El alcalde de Huidobro lo comunicó al juez municipal de Villaescusa del Butrón, y este, a las once de la noche, llegó ante la casa de Lorenza. El juez, el alcalde y varios testigos entraron con Paula y vieron que, al final de la escalera, y a la mitad del pasillo, se hallaba el cadáver de Lorenza Martínez atravesado con una de las piernas saliendo por entre los barrotes de la barandilla. Estaba vestida con “ropa de diario” y tenía las medias puestas. Pero estaba descalza y sin el pañuelo del pelo. El cuerpo tenía al cuello una soga que le daba tres vueltas, anudada la última, y el resto de la soga suelta.
 
Revisaron toda la casa encontrando solo revueltas las ropas de la cama y pudo comprobarse que habían sido robadas las ropas contenidas en un arca. ¿Dinero? No se encontró nada en la casa cuando Lorenza debía tener unas 250 pesetas fruto de la reciente venta de un novillo.
 
En la autopsia se indica que las tres vueltas de la cuerda dejaron en la piel del cuello tres surcos horizontales, sin que por la parte correspondiente al primer nudo estuviera más elevado, lo cual demuestra que el cadáver no había estado suspendido del cordel. El cuerpo tenía una contusión en el ala izquierda de la nariz, la oreja izquierda, región temporal y parte superior del cuello del mismo lado. Otra en la parte lateral derecha del cuello, y cuatro en la lateral izquierda, observándose perfectamente las huellas de uñas y dedos. En el abdomen se encontraron señales de haberse ejercido una violenta presión, quizá con las rodillas, y en el muslo izquierdo huellas de dos dedos.

 
El informe médico concluye que la muerte de Lorenza Martínez fue debida a asfixia por estrangulación. Que participaron dos personas dada la presión sobre el vientre y la estrangulación hecha con las manos. La cuerda se colocaría postmortem para simular un suicidio. Se afirma que la muerte no debió de ocurrir en el sitio donde se encontró el cadáver. Conjeturan que la víctima fuese sorprendida en la cama durante el sueño y luego dejada en las escaleras. El crimen debió tener lugar entre las ocho y las once de la noche del día anterior.
 
El principal sospechoso será Enrique, hijo de Lorenza, y su mujer Paula Ruiz. La muerta solía decir que deseaba saber con anticipación el día de su muerte, para quemar todos sus bienes y no dejarles un cuarto a sus hijos. A pesar de que Enrique y Paula pasaban estrecheces económicas. Cuentan que dijo a las vecinas que sus hijos eran muy malos y por ello rechazó siempre el auxilio que la ofrecían aquellos. Sus vecinos declararon que Paula había insultado una vez a su suegra, apedreándola hasta obligarla a refugiarse en su casa, y que otro día la había querido estrangular.
 
Enrique y Paula fueron procesados junto a Eusebia Terán, madre Paula. Los indicios en que se basó el juez fueron:
 
  • La actitud de turbación de Paula al descubrirse el cadáver de Lorenza y las palabras que dijo a Isidra: “¿qué va a ser de mí? ¿Dónde me meteré yo?”
  • La circunstancia de haber desaparecido Enrique del pueblo el mismo día en que se descubrió el delito, diciendo que iba a Sedano a vender unos yugos.
  • El haber reconocido los procesados como suya la cuerda que se encontró en el cuello de Lorenza. Dijeron que se la habían cambiado por otra a Lorenza, la señora que no quería estar con ellos.
  • El haber escrito Eusebia, valiéndose de su vecino Toribio, a Susana Fonturbel, de Sedano, para qué diese la noticia del suceso a Enrique.
  • Una segunda carta de Eusebia a Enrique, tras la detención de Paula, advirtiéndole que le buscaba la Guardia Civil y aconsejándole que entregase su dinero al esposo de Susana Fonturbel, como hizo.
  • Otros indicios reflejados en cartas y declaraciones de testigos.
 
La fiscalía calificó los hechos con los delitos de parricidio y de robo. Con los agravantes de nocturnidad y abuso de superioridad respecto a Enrique Huidobro Martínez y Paula Ruiz Terán, pidiendo para ellos la pena de muerte y para Eusebia Terán y Toribio Ruiz la de tres años de prisión y de presidio correccional, respectivamente. La defensa negó la participación de los procesados en el delito solicitando su absolución.

 
Las sesiones se sucedieron desde el día siete de abril de 1908 hasta los primeros días de junio cuando se resolvió el juicio. La prensa comentó que en aquella primera sesión hubo un numeroso público. Supongo que porque todavía no existía la telebasura para retrasmitirlo. Presidía el Tribunal el presidente de la Audiencia provincial, Zumalacárregui y los magistrados Pelayo -que actuaba como ponente- y Larrumbide. Sostenía la acusación el teniente fiscal García Alonso y de la defensa estaba encargado el señor Revilla; procurador, Miegimolle; y secretaría del Licenciado Capua. Los acusados aparecieron templados. Bueno no. Paula Ruiz estaba enferma y le dieron quinina para bajarle la fiebre y aguantar el juicio. Por ello, declaró sentada. Y, aun así, hubo un receso para que descansase. Todos negaron las acusaciones. En la sesión de la tarde comparecieron varios testigos.
 
En la sesión del día ocho de abril comparecieron otros once testigos, pero no los peritos por lo cual el ministerio fiscal solicitó la suspensión de la vista hasta nuevo señalamiento. El tribunal accedió porque, además, faltaban más de treinta testigos que por efecto del temporal de nieve, no pudieron llegar a Burgos. ¡Aquellos abriles anteriores al cambio climático!
 
Volvieron las sesiones en junio. Y volvieron a la pasarela todos los testigos. La novedad era la extinción de la responsabilidad penal de Paula Ruiz Terán. ¿Falta de pruebas? No: defunción. Falleció en la cárcel. ¿Recuerdan que en las primeras sesiones estaba enferma? Pues eso. Por su parte Enrique Huidobro contestó al fiscal que, a las siete y media de la noche, y contra costumbre, fue a casa de su madre encontrándola sana. Sabía que tenía el dinero de la venta del novillo. Dijo que se llevaba bien con su madre y que cuando ella estaba enferma le llamaba. Afirmó que le desagradaba que Gregoria entrase en casa de su madre. Dice que no tenía noticia alguna de que su difunta mujer hubiese cambiado la soga con que apareció ahorcada Lorenza; que su madre se recogía pronto cerrando sus puertas; que no recuerda haber ido a llamar a la puerta de su madre ninguna noche; que el día del asesinato volvió de Villaescusa de Butrón con Pedro de Diego y se fue a su casa. Allí encontró un pobre al que dio albergue en el pajar. Luego marchó a afeitarse. Afirmó que marchó de Huidobro con Sebastián Corrales; que desde hacía unos 15 días había proyectado, con Federico Marquina, ir a Burgos; que llevaba unos 45 duros por la venta de una vaca; que entregó esa cantidad a Federico, por haber recibido una carta donde se le decía que su madre había aparecido ahorcada y que cuando fuese a Huidobro le detendría la guardia civil. Negó haber dicho “estoy perdido” al leer aquella carta. Desconocía que hubiesen apresado a su mujer y que no proyectaron asesinar a Lorenza para robarle. Negó que desde la casa del barbero marchase con Paula a la casa de su madre para matarla. Tampoco conocía al pobre que hospedó, pero recordó que dijo ser de la zona de Villadiego. Habiendo contradicción entre lo declarado ante la policía y lo declarado en el juicio el presidente del tribunal mandó leer la primera declaración que Enrique reconoció.

 
Eusebia Terán dijo que tenía buenas relaciones con Lorenza y que la vio el día de su asesinato en la fuente del pueblo. Que sabía que había vendido un novillo. Desconocía que su yerno Enrique hubiese pedido dinero a su madre, y que cuando este vendió el ganado ya habían matado a Lorenza. Añadió que cuando salió del pueblo con dirección a la cárcel de Villarcayo, se despidió diciendo “adiós para siempre” pero porque era ya una mujer mayor y que los disgustos del juicio la matarían. Reconoció que le dijo a Enrique Huidobro que entregara el dinero a Federico Marquina.
 
Toribio Ruiz vivía en la casa junto a la de Lorenza y reconoció que se escuchan los ruidos y conversaciones. Sabía lo de la venta del novillo, que su vecina no vivía con estrecheces y que, en ocasiones, discutía con sus hijos. Que el día cuatro de noviembre fue el último que vio a Lorenza, no notando nada extraño en la casa de ella al día siguiente. Dijo que el día seis, cuando vino del campo, Paula fue a su casa preguntando por su esposa. Como no estaba Paula le pidió que bajase y juntos ataron la vaca de Lorenza en su cuadra. Luego ella le pidió que subiera al cuarto de Lorenza. Se negó diciendo que subiese Paula que dijo que no lo hacía porque tenía miedo. Toribio terminó su declaración diciendo que en la carta que escribió a Enrique le decía que entregase todo su dinero a Federico Marquina incluido lo obtenido por la venta de los yugos. No asistió al reconocimiento del cadáver de Lorenza.
 
La siguiente sesión, la del día dos de junio de 1908, estaba dedicada a los peritos. Estos fueron Manuel y Julián Gallo. Escucharon la lectura de su informe pericial donde decían que la muerte debió ser intencionada y que esta debió ocurrir unas cinco horas después de comer.

 
Tras ellos siguieron las declaraciones de los testigos. Así, Pablo Corrales dijo que la puerta de la escalera se hallaba abierta y que en un pasillo estaba tendida Lorenza, con una soga al cuello y las ropas revueltas. Dijo que conocía a Lorenza y su situación económica. Que una tal Gregoria entraba en casa de Lorenza, y que Enrique había discutido con esa señora. Comentó que cuando entró Paula en la habitación, al encontrar allí el cadáver de su suegra, hizo un gesto y se quedó tranquila; que se decía en los pueblos limítrofes que los procesados habían matado a Lorenza.
 
El testigo Andrés Huidobro era sobrino de Enrique, y confirmó lo dicho por Toribio sobre la negativa a subir a la planta de la casa de Lorenza (¿cómo lo sabía si no estaba con Toribio y Paula cuando se produjo esa conversación?). Cuando subieron arriba encontraron el cuerpo de Lorenza y, Andrés, dijo que Paula pronunció las frases “dónde me iré”, “dónde me meteré yo”. Andrés recordó que en el pasado Gregoria se enfrentó con Paula y Enrique en casa de Lorenza, diciéndoles que se fuesen. Añade que la puerta que había en la escalera estaba cerrada por fuera y que la muerta debía tener unos mil reales (250 pts.) en casa de los que solo se encontraron cuarenta céntimos de peseta.
 
El testigo Casimiro Campillo, pariente de Enrique, dice que tenía buenas relaciones con Lorenza; que no sabía si los hijos de Lorenza le habían pedido dinero y que supo de la muerte de Lorenza al día siguiente; que la difunta tenía miedo de la nuera y no solía abrir la puerta a desconocidos. A preguntas del letrado dice desconocer cuando había vendido el ganado Lorenza. Otro testigo: Dámaso Marquina sabía de la mala relación de Lorenza y sus hijos y que Paula parecía tener miedo.
 
Isidra Díez, testigo, era la esposa de Toribio, recuerda que su casa comparte tabiques con la de Lorenza; que la muerta tenía un escondite en el desván y que no la había visto desde el día de Todos los Santos. Dijo que el día seis marchó a casa del maestro a donde la fue a buscar Toribio para preguntarle si sabía algo de Lorenza; que en el reconocimiento del cadáver no oyó decir nada a Paula y que estando en su casa oyó pisadas. A preguntas del defensor dijo que su marido tenía buenas relaciones con los hijos de Lorenza; y que la puerta de abajo estaba cerrada y la de arriba abierta.

 
Hubo más testigos que no añadieron nada a la investigación como fueron Carlos Huidobro, Francisca Alonso, Pilar Terán, Álvaro Huidobro (primo de Enrique), Joaquín Gómez, Córdula Ruiz o Victoriana Terán. Tampoco los careos concluyeron nada.
 
Galo Diez recalcó que escuchó a Paula decir “¡ay, Isidra!, ¿dónde iré yo? ¿dónde me meteré yo?”. Manuel Huidobro contó que le preguntó a Enrique porqué se afeitaba a la noche y este le respondió que pensaba ir de viaje. (¡Ya está! Tenía pensado largarse con el dinero). Pues… Sebastián Corrales testificó que tenían confirmado el viaje quince días antes; que fue a avisar a Enrique para ir juntos a Sedano (¿pero no volvió enrique de Burgos?), vendiendo una vaca que le valió 40 duros, regresando, Sebastián, al día siguiente.
 
Luego se interrogó al maestro del pueblo que dijo que Eusebia (¿no sería Isidra?) estuvo en su casa hasta que la llamaron para ir a casa de Lorenza; dijo que vio la puerta de la escalera cerrada; que una vez Paula llegó a apedrear a Lorenza hasta que la señora llegó a su casa.
 
Antonio Alonso Terán, secretario del juzgado municipal, dijo que encontraron a Lorenza tendida en el suelo; que en las ropas de la cama en que dormía observaron algún desorden; y que cuando subió Paula dijo que la soga había sido suya. Añade que el juez determinó procesar al matrimonio al percibir que Paula no demostraba sentimiento por la muerte de Lorenza; que al preguntar el juez a Paula si tenía dinero dijo ésta que tenía 900 reales, pero en su domicilio no encontraron nada. Al interrogar a Paula sobre dónde estaba ese dinero, contestó que su marido se lo debía haber llevado.

 
El juicio se reanudó a las cuatro de la tarde del día siguiente, ya comidos y dispuestos para la siesta, con las declaraciones de Vicenta Martínez, Pedro de Diego y Francisca González. Después declaró Julián Ruiz, alcalde del pueblo, que manifestó que Lorenza se quejaba del mal trato de sus hijos y le contó los disgustos que le proporcionaban sus descendientes.
 
La tabernera del pueblo, Paula Marquina, conocía a Lorenza porque acudía allí a hacer compras y a realizarle confidencias, llorando y lamentándose de lo mal que la trataban sus hijos. Añadió que vio a Paula apedrear e insultar a Lorenza diciéndola: “¡Que te mato!”. Para la tabernera los asesinos eran Enrique y Paula. Claro que su testimonio pudo haber estado desvirtuado porque un hijo suyo había matado a otro de Enrique y Paula.
 
Saturnina Marquina, pariente de Toribio, oyó como Enrique insultaba a Gregoria porque ayudaba a Lorenza cuando estaba enferma. Juan González, otro primo de Toribio, dijo que, tras la bronca de Enrique y Paula con Gregoria, Lorenza les echó de casa diciéndoles: “Ya que no queréis asistirme vosotros, dejad a Gregoria que lo haga”.
 
Testificó también Hilario Cerezo que era el jefe de la cárcel de Villarcayo. Dijo que había escuchado a la difunta Paula decir: “Enrique, por Dios, no me descubras”. Este empleado público preguntó a otros presos -como Guillermo García- si habían escuchado algo y declara que le dijeron que Paula dijo a Enrique que no dijese nada o la perdía. Hilario dijo que Enrique escribió una carta a su mujer con el texto: “Ten cuidado con el pico, pues lo que hablamos ayer ya lo sabe el jefe”. Ese papel figuraba como prueba de cargo.
 
Otro recluso -deseoso de colaborar con la justicia- declara que escucho decir a Paula: “No me descubras que me pierdes, y si te preguntan si la rompí el vestido, dices que no”.
 
El fiscal, en sus conclusiones, instó al jurado a que decidiese el veredicto en función de los rumores vertidos por los testigos. Que se fijase en la mala relación entre los acusados y Lorenza para declararles culpables -ya solo a Enrique- y que añadiesen como elemento inculpatorio el deseo de alejar a Gregoria del lado de su madre. Recordó que la muerte fue por estrangulamiento y que, no habiendo hallado ningún otro al que cargarle el muerto (supongamos ese vagabundo) y siendo claros beneficiarios de la muerte… ¡¡¡Tenían que haber sido ellos!!! ¿Cuándo lo hicieron? Después de que se afeitase Enrique. Sobre los cómplices las pruebas de cargo se derivan de la carta que envió a través de los hijos de Toribio a Enrique -presente en el sumario- indicándole que quitase de en medio el dinero. 

 
El abogado defensor, en su alegato, no dudaba de la inocencia de Enrique (Paula ya no importaba, diría que incluso podía ser más útil muerta que viva). Aun así, descartó que las frases de la difunta Paula pudiesen significar reconocimiento de la culpabilidad siendo muestras de su angustia e incertidumbre. Igualmente desechó las frases contadas por los reclusos de Villarcayo. Incluso la carta enviada por Enrique a Paula que, dijo, se refería a Gregoria. El defensor Revilla hizo notar al jurado que Enrique salió de Huidobro el día 5 a las once de la noche, en compañía de Sebastián Corrales y Federico Marquina, y cuando regresaban de Burgos para Sedano, Enrique recibió una carta en que le decían que su madre había aparecido muerta. Al saberlo sollozó y dijo “¡Ay, madre de mi alma!”
 
¿Cuál fue la sentencia? Les presento las conclusiones que se publicaron en el “Diario de Burgos”, pero les indico que el fiscal solicitó la repetición del juicio con un nuevo jurado:
 

 
Bibliografía:
 
Periódico “El Noroeste”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Pueblo”.
Periódico “Heraldo Alavés”.
Periódico “El Castellano”.
“Pasado y presente de los fines de la prisión provisional en España”. José Antonio Alonso Fernández.
Dibujos de José María Bueno.
Blog “Tierras de Burgos”.
 

domingo, 9 de junio de 2024

Medina en el catastro de la Ensenada.

  
Empleamos la anterior entrada de esta bitácora para describir los entresijos de la redacción del catastro del marqués de Ensenada de Medina de Pomar, en Castilla Vieja, Arzobispado de Burgos. Ahora les mostraremos la fotografía que nos han legado.

 
Los representantes de Medina de Pomar concretaron que su término medía una legua castellana (4.175 metros) de este a oeste y lo mismo de norte a sur, y que el perímetro era de unas tres leguas. Se anotan ríos y pueblos circundantes y, también, los enclaves no pertenecientes a la jurisdicción de Medina: la Granja de San Miguel correspondiente a la encomienda de San Juan de Vallejo, que tenía su iglesia y una casa en la que vivía el granjero; y la Granja de Quintanazarza, donde había algunas casas perteneciente a la merindad de Cuesta Urria. ¿Frutales? Perales, manzanos, nogales, ciruelos, cerezos, guindos, membrillos, parras, avellanos, almendros, melocotoneros… Y como no frutales: olmos, fresnos, chopos y sauces.
 
Antes de continuar debemos comprender que en la Castilla de esos años los granos no se negocian según volumen sino por superficie, por el espacio necesario para sembrar una determinada cantidad de grano. Así una tierra medirá una fanega si es una fanega lo que se puede sembrar en ella. Y como a menor calidad la simiente debe ser menos densa, una tierra de menos calidad necesita más superficie para admitir la fanega de simiente. Por ello, una fanega de tierra de regadío mide 41 x 41 varas y una de secano unas 54 x 54 varas (2.033 metros cuadrados). Los investigadores fiscales anotaban las simientes que se sembraban pero los medineses se escapan diciendo que los agricultores son libres de sembrar lo que quieran. Aun así, indican que lo habitual es poner lino en los regadíos con la medida de dos fanegas y media de linuezo por cada fanega de tierra. En las tierras de primera calidad pondrán, el primer año, una fanega de trigo y el segundo dos de habas, por poner un ejemplo más. En otros tipos de tierra sembraban cebada, centeno, veros, titos, lentejas, mate, avena o mijo. El Catastro advertía a los declarantes que hablasen de valores medios, considerando que cada quinquenio había dos años de malas cosechas, dos de regulares y uno de buenas.

 
Para los frutales se estima un rendimiento medio por especie y pie de árbol: los más productivos, los manzanos (dos reales), seguidos de perales y nogales (un real y medio), ciruelos, avellanos, nísperos y parras (un real), cerezos y guindos (medio real), y los restantes un cuarto de real (membrillo, melocotón, gerbal y olmo) o inútiles (almendro, fresno, chopo y sauce), olvidando su aprovechamiento, aunque solo fuese para aperos, madera o leña. Estos árboles estaban en las huertas, heredades, campos, riveras de los ríos, caminos, veredas…
 
El catastro debía recoger los valores de los productos recogidos. Con relación a los principales -trigo, lentejas, habas, titos y arvejas- los tenemos a 18 reales la fanega; cebada a cuatro y avena a cuatro y medio. La arroba de nabos a dos reales y las nueces a seis reales. Las frutas, en general, a un real. La libra de cera, seis; la azumbre de miel, cuatro reales; la cría de oveja, seis reales; la de cabra, cuatro; una gallina, dos reales; y un pollo la mitad. Con todos estos datos se confeccionó la “nota de valor de las clases de tierras”. La tabla presenta cinco columnas (Especie / Calidad / Rendimiento y precios / Reales / Clases) y tantas filas como tipos de tierras se han descrito en el pueblo.

 
La Corona, con los siglos, fue vendiendo o regalando villas, lugares, cotos y rentas a particulares, iglesias, monasterios, conventos y casas nobiliarias. Como Medina de Pomar: era señorío del duque de la ciudad de Frías con lo cual, los Velasco, tenían derechos especialmente de gobierno y justicia. Elegía los dos alcaldes-justicias, uno de cada estado, que entendían de las causas en primera instancia. Las apelaciones ya se presentaban a los intendentes, a las Reales Chancillerías para ciertos asuntos, al Consejo de Castilla o a los más Consejos. El poder de los Velasco se reflejaba en el Alcázar. Pero, nos lo describe como dos torres de considerable elevación, con su casa-torre en medio de ellas, más baja, enlazadas unas con otras y sitas en el “barrio de la Puerta que se dice de la Villa”, con su foso y contrafoso, circunvalado de pared, con dos puertas fuertes que miran al oriente y ocaso y dos cañones pedreros, de bronce uno y de hierro colado el otro. La fortaleza tenía sus “quartos altos y vajos, pozo de bastante caudal de agua y caballeriza”. Bonito, pero ya en ese tiempo el abandono había hecho mella en el Alcázar, aunque seguía teniendo alcaide, Marcos Bonifaz, que era el interlocutor entre la villa y su señor. El edificio era una carga en el que se gastaba lo justo.
 
Además del alcaide del Alcázar, el señor de Medina nombraba las cuatro escribanías y el juez de residencia que auditaba las actuaciones y cuentas de alcaldes y demás empleados públicos cuando cesaban en sus encargos. ¡Como hoy en día en la política española! (es una ironía). El señor de medina poseía el derecho de alcabalas –diez por ciento sobre compraventas y trueques-. Los señores solían llegar a acuerdos con las villas para encabezar las alcabalas, fijando un pago anual al señor a cambio de la cesión del derecho a la percepción al por menor. En Medina, el "cabezo" había sido pactado en 11.300 reales al año, que incluía el derecho de puertas o portazgo, valorado en 400 reales de renta anual. El señor de Medina era titular de la alcabala, pero no de otros tributos como las sisas ni de los cientos, que por no haber sido vendidos por la Corona, que debían ser pagados anualmente en las arcas reales de Burgos. Pagaban por un valor de anual de 17.082 reales de vellón. El catastro nos da una relación de bienes porque se buscaba cambiar el sistema impositivo desde las compraventas (alcabala y cientos) y los consumos (sisas), hacia los bienes inmuebles (tierras, casas, edificios de todo tipo) y rentas estables, ya procediesen de actividades artesanales, comerciales, financieras o profesionales.

 
Con relación a los diezmos eclesiales de Medina de Pomar vemos que las berzas no diezman y que hay algunas tierras libres de diezmo, como eran las propias del cabildo de curas y beneficiados de la villa pertenecientes a la mesa capitular y cuadrillas beneficiales si las administraban por si o en renta sus individuos; los de la Encomienda de San Juan de Vallejo; y algunas del duque de Nájera. Otra excepción era que si alguien que no era vecino labraba tierras en Medina, pagaba la mitad del diezmo a esta villa y la otra mitad a donde estaba avecindado. Y lo mismo hacían los vecinos de Medina que labraban en otros pueblos. Salvo Miñón: si uno de este lugar labraba en Medina pagaba todo el diezmo en Medina, y si los de Medina en Miñón, todo en Miñón.
 
En general, todos los diezmos de una población forjaban un montón único. Pero si la había varias parroquias cada una tenía su montón. En Medina había, al menos, seis montones: los de las parroquias de Santa Cruz y San Andrés, los llamados diezmos de San Juan, los de Villacomparada, los de Pomar y los de la Granja de Zarzosa. Esto complicaba los repartos entre los beneficiarios, pues no todos tenían derecho sobre todos los montones, como tampoco sobre todos los frutos de un determinado montón.

 
Así la mesa arzobispal de Burgos tenía, en general, derecho a: un tercio de todos los frutos, pero no a los de hortalizas, nabos y fruta de Villacomparada. El cabildo de curas de Pomar tenía derecho a un tercio de todo lo de sus dos parroquias, pero de los de San Juan le correspondían los dos tercio, y de Villacomparada todos los de nabos, hortalizas y frutas. De los de Pomar el cabildo percibía un fijo (10 fanegas de trigo y cebada por mitad), como ayuda para luminaria y reparos. Lo mismo sucedía con las tercias reales, cuyos dos novenos del total de los diezmos pertenecían al duque de Frías, al que, sin embargo, de Villacomparada solamente le pertenecían del trigo, cebada y centeno, pero no de los demás frutos. Una locura que generaba rendijas donde podía perderse dinero. Para complicar más las cosas, tras el acopio de todos los diezmos en las trojes destinadas a ellos, y antes de proceder al reparto entre los beneficiarios, se realizaban quitas, como sucedía con el cabildo eclesiástico, que retiraba 14 fanegas de trigo, 10 de centeno, otras 10 de cebada y 5 de maíz por razón de clavería (custodia) y partición (cuentas para el reparto).
 
El Catastro extremó su atención a los diezmos, pues se trataba de una partida fundamental: la décima parte de toda la renta agraria de la Corona. Además, los diezmos permitían confirmar si se había declarado correctamente la producción. Y es que si cuando se terminaba el Catastro de un pueblo se sumaban todos los productos declarados, fruto a fruto, la décima parte de cada agregación tenía que aproximarse mucho a la media de los diezmos, pues de algo estaban todos seguros: la iglesia detraía el diezmo con rigor y exactitud. Hubo pueblos que, hecha tal prueba, arrojaron valores tan lejanos a los del diezmo que las autoridades catastrales no dudaron en mandar repetir íntegros sus catastros. No fue el caso de Medina que, a tenor de sus diezmos, tenía una producción anual media de 3.575 fanegas de trigo, 3.240 de cebada, 1.680 de centeno, 730 de habas y 520 de maíz, por citar los frutos principales. La parroquia más rica era la de Santa Cruz, seguida de la de San Andrés. De tamaño medio eran las de San Juan y la de Santos Justo y Pastor, que así se llamaba la de Pomar. Y las más modestas, San Julián y la de la Zarzosa.

 
Medina de Pomar tenía doce molinos activos repartidos en dos de sus ríos: el Trueba y el Salón. Los propietarios de los molinos eran nobles o eclesiásticos, probablemente porque eran quienes en su día pudieron hacer las inversiones precisas en edificio, piedras, presas, caces, etc. El número de piedras solía guardar relación con el caudal. Casi todos los molinos medineses disponen de dos piedras. El régimen del río resultaba también esencial, pero en Medina, el estiaje no se deja notar en demasía, pues a lo sumo provoca que durante el verano los molinos de dos piedras trabajen sólo con una. Atención, si esperaban ver a un cura con la sotana blanca de harina ¡olvídenlo! Porque los molinos estaban arrendados a un vecino o a un forastero que cobraba un porcentaje preestablecido sobre la cantidad de grano molido. Y, a menudo, “cobraban” de lo que sustraían. Uno de estos molinos estaba en el río Trueba, a cien pasos del casco de la villa, en el pago de San Francisco. Tenía dos ruedas, moliendo una de ellas todo el año y la otra siete meses. A 300 pasos del convento de Santa Clara, en el Trueba, había otro molino de dos ruedas que molía solo siete meses alquilado a López Borricón. Quizá por ello cobraban 135 reales. Entre ambos molinos había otro perteneciente al mayorazgo de Ramón Quintano, vecino de Salas de Bureba con una rentan al propietario 270 reales. En el barrio de Pomar estaba el molino del mayorazgo de Lorenzo de Toba, con dos ruedas y regido por María Trinidad del Gordon. El quinto molino sobre el Trueba pertenecía al Hospital “de Cartujos de la Vera Cruz”. Una de sus ruedas trabajaba todo el año y la otra seis meses. Estaba a 50 pasos de la Puerta de la Villa y la maquila se la repartían casi a medias Hospital y molinero. Por su parte, en el Salón estaban los molinos del conde de Lenzes, Santa Clara, el convento de San Pedro, el mayorazgo de Toba, el de los hidalgos Francisco Ontañón Enríquez y Pedro Morquecho y el del hidalgo Sebastián de Bustamante, vecino de la Campa. Se hallaban en Villamar, Campo del Palomar, el Campillo, el Sirgo y en el Puente del Canto. La pena es que en Medina no citan batanes a pesar de haber ganado y curtidores de pieles. ¡Había trece tenerías!
 
En el tema de ganado nos dicen que tenían bueyes, asnos, mulas, caballos, novillos, cerdos, cabras y ovejas. Para todo ese ganado había seis pastores, uno de ellos solo para Santa Clara, que el mejor retribuido, pues gozaba de casa, ración diaria, trigo y dinero. Los demás recibían granos en especie. Por suerte las abejas no necesitaban pastores. Recoge el catastro el número de colmenas: sesenta y cinco. Eran propiedad de Gabriel Gómez (20 colmenas), Bernabé González (11 colmenas), María Santos Ruiz (5), Juan Martínez (2), Pedro Martínez, Ángela González o Rodrigo Santiago Álvarez entre otros.

 
Medina de Pomar, según el documento de “Vecindario”, tenía 244 vecinos legos y 24 eclesiásticos seculares. Pero no es tan sencillo porque las clasificaciones que nos ofrecen tanto las “Respuestas” como el “Vecindario” son distintas. Así, las Respuestas (del catastro) hablan de 197 vecinos, 45 viudas y 26 habitantes que no poseen la vecindad, y de éstos, 7 varones y 19 mujeres. Por su parte, el "Vecindario" establece seis categorías: vecinos útiles, vecinos jornaleros, vecinos pobres de solemnidad, habitantes y viudas pobres entre los legos, y eclesiásticos seculares. El hecho de que en este documento aparezcan únicamente 6 viudas pobres, nos indica claramente que las no pobres han sido repartidas en las demás categorías, pues ya se ha visto que en Medina eran 45 las mujeres viudas. Cada una de esas categorías, a excepción de la de viudas pobres, se subdivide en el “Vecindario” en nobles y del estado general. Destacar tan sólo que nobles aparecen en todos los grupos: 3 en jornaleros, 15 en habitantes y 4 en pobres de solemnidad.
 
Había 245 casas para 268 vecinos entre legos y eclesiásticos seculares. Figuran dos casas arruinadas que habían sido mesones lo que hace pensar en la falta de viajeros de paso. Claro que aparecen dos posadas, una de ellas de la que llaman Abadía seglar de Rueda y la otra de dos vecinas: María Manuela de Cárcamo y Magdalena de Varanda. Sabemos que hubo seis panaderías de cocer pan y los distintos panaderos eran Gabriel Tristán, Esteban Ruiz de las Cuevas, Nicolás Fernández, Juan Ruiz, Juan Gutiérrez del Cerezo y Ángel Gordon. Una carnicería municipal regentada por Mateo de Cárcamo. Y, por supuesto, cuatro hospitales: el de la Vera Cruz o "de cartujos", el de la Media Quarta, el de San Matheo y el que llaman del Corral Mayor.

 
Los ingresos medios anuales para la villa en el último quinquenio habían ascendido a 41.392 reales, cifra importante que representaba más de 150 reales por vecino, un tercio de un salario bajo. La fuente por antonomasia estaba en las tabernas, que reportaban 26.502 reales, y ello sólo por las alcabalas y sisas establecidas. La segunda partida en importancia era también fiscal: 9.873 reales que dejaban las alcabalas y cientos por las ventas, sobre todo, de bueyes y mulas, en las ferias. La agregación de ambas partidas (36.375 reales) se aplicaba al pago de la alcabala al duque y de los cientos y millones a las arcas reales. El resto de los ingresos procedía de una variopinta relación de partidas, casi todas también de carácter fiscal, o por la adjudicación de servicios al Común. Así, el abastecedor de carne contribuía con 1.300 reales; el arrendador del peso del haberío, 550; el del peso de la fruta, 500; por el derecho del peso real (propiedad de Santa Clara), 200; por las alcabalas o venta de leña y por el portazgo, 500, etc. Todos los que comerciaban con algo debían depositar sus correspondientes alcabalas.
 
Si los ingresos representaban 41.392 reales y los pagos al duque y al rey 28.382, el excedente medinés eran 13.010 reales. Este dinero se destinaba, entre otras cosas, a fiestas como la Pascua de Pentecostés, la fiesta del Rosario y la conmemoración de una batalla, a la que agregaban la de Corpus. Estos festejos incluían toros, toreros, tortas, fuegos, danzas y comedia. Se añadía a lo dicho otro gasto anual de 1.200 reales para las que llaman fiestas y funciones de entreaño, especialmente relacionadas con la celebración de los nuevos nombramientos y la toma de cuentas. También eran significativos los 2.500 reales destinada a componer puentes, pasos de servidumbre, calzadas, presas en el que llaman río mayor y molinar, nuevos plantíos, y derechos de verederos. Partida también significativa era la destinada al médico (2.500 reales), al maestro de primeras letras (550), al escribano (400), al administrador de bienes del Común (740), al pregonero (500), al mayordomo de propios (200) o al vendedor de papel sellado (320).

 
Las tiendas existentes en Medina no presentan ninguna particularidad. Se reducen a la abacería (aceite, pescado, vinagre...), la carnicería y las seis panaderías, a las que se añadían Valentín García que era chocolatero, cerero y tendero de paños, y dos chocolateros a tiempo completo llamados Domingo y Lesmes, o Ronaldo de Roldan (Tendero). Todo eso mostraban el carácter ya urbano de Medina. No se hace alusión alguna a la actividad de orfebres y plateros que en el pasado había tenido fama gracias a su extinta judería. En las tabernas se servía y vendía tanto vino blanco como tinto, ya fuese de Aranda, de Rioja o de la Tobalina, que son las denominaciones que citan. Los taberneros -Domingo Revuelta, Ambrosio de Verganeo y el chocolatero Lesmes Sáinz- gozaban de utilidades de 1.500 reales el primero y de 1.000 los otros dos, que los vecinos detraían de lo recaudado por impuestos.
 
El mercado se celebraba todos los jueves vendiendo sobre todo fruta, granos y género de buhonería. Las ferias de Medina de Pomar se celebraban tres veces al año: en la Ascensión del Señor, el 18 de julio (la de Santa Marina) y por San Miguel (29 de septiembre). Las ventas se centraban en vacuno, mulas y machos, paños y lienzos y zapatería, ramo éste que contaba con catorce maestros, muchos de ellos también curtidores. Y si el mercado semanal era franco, no sucedía lo mismo con las ferias, en las que se cobraba un cinco por ciento de alcabala. Este porcentaje nos dice que este tipo, mitad del oficial, era una “alcábala del viento” donde se pagaba la mitad en el lugar de origen de los géneros y la otra mitad en el lugar de venta.

 
Hablemos del mantenimiento de los puentes. Estos eran dos: el del Canto sobre el Trueba y el del Vado sobre el Nela. Los derechos de pontazgo se añadían a los ingresos de la villa, cobrando cuatro maravedíes por cada buey o cerdo y la mitad por cada cabeza lanar o cabría. Las caballerías no pagaban si viajaban de vacío, pero si llevaban carga contribuían con cuatro maravedíes las mayores (caballar y mular) y con dos las menores (asnal). Los derechos de pontazgo afectaban sobre todo a los arrieros de oficio, trece en Medina. El catastro optó por regularles unas cantidades fijas en función del número de caballerías con las que viajaban, variando la valoración en función de que fuesen mayores (300 reales) o menores (200), reduciendo tales cantidades si la dedicación no era de todo el año sino por temporadas. La actividad arriera en Medina la componían doce caballerías mayores y cuarenta menores.
 
En Medina de Pomar trabajaban dos boticarios –Pedro de España y Gregorio Ezquerra-, un cirujano llamado Miguel García, cuatro escribanos, otros tantos notarios, ocho administradores de patrimonios o servicios, cinco sacristanes y tres alguaciles, amén del médico y el maestro. La botica de Gregorio Ezquerra de Rozas era gestionada mediante un “oficial examinado”, Domingo Revuelta, vecino de Pancorbo. Miguel García era médico (3.524 reales) –quien, quizá, también era el cirujano por 1.927 reales. Sin olvidar a Ángel López que gestionaba el estanco de tabacos con 3.102 reales de salario anual. El mayordomo del duque de Frías y del convento de Santa Clara, Diego de Rozas Zorrilla, cobraba unos 5.000 reales por encima del estanquero.



 
Pero descartando cifras salariales diremos que Medina de Pomar tenía tejedores (19 maestros), curtidores-zapateros (14, con 4 oficiales y 6 aprendices) y sastres (10), que por su número parece poderse inferir que trabajaban para Medina y todo su entorno y feriantes. Ejercían también en la villa diversos canteros-carpinteros (12 más 2 oficiales y 2 aprendices), herreros (3) y zurradores (2), a los que se agregaban un albéitar, un alfarero y hasta un pintor-dorador, empleado probablemente en las iglesias, conventos y algunas casas nobiliarias.
 
Un detalle a destacar es la existencia de solo seis jornaleros -lo que nos habla de un reparto de la riqueza bastante igualitario- que contrastaba con los cincuenta y cuatro labradores, que empleaban a diecisiete de sus hijos mayores de 18 años y a siete criados que vivían con el labrador. No confundamos a los labradores con los hortelanos. De estos había nueve que producían, evidentemente, hortalizas y frutas. A pesar de hablar de una renta media aceptable había treinta pobres de solemnidad, veinte de ellas mujeres, además de los que había en los hospitales.




 
Los hospitales de Santa Clara y la Quarta son conocidos por nuestros lectores. El de San Matheo, con dos camas para sacerdotes y peregrinos, fue erigido por el gremio de zapateros de Medina de Pomar con una renta era reducida: cuatro fanegas y media de trigo para la ropa de las camas y reparos. A este hospital estaba adosada una casa cedida por el duque de Frías para dar cobijo a vecinos pobres. De parecida humildad era el cuarto de los hospitales, el de Corral Mayor, que disponía de tres camas para pobres en tránsito. Aunque no se les daba ración alguna, en las tres pascuas se les proporcionaba seis fanegas de pan cocido. Su fundación fue obra del mayorazgo de Margarita Saravia, del lugar de Villacomparada de Rueda.
 
 
Bibliografía:
 
 
“La villa de Medina de Pomar en sus respuestas al interrogatorio del Catastro de Ensenada”. Concepción Camarero Bullón y Concepción Fidalgo Hijano.
Respuestas al Catastro del Marqués de la Ensenada de la villa de Medina de Pomar.