Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 15 de septiembre de 2024

Papeles y puentes en Las Merindades. (II)

  
Retomamos el sorprendente recorrido a través de la burocracia asociada a la construcción y mejora de los puentes de Las Merindades de la mano de Ricardo San Martín Vadillo, importante colaborador de esta bitácora digital. Seguro que encuentran similitudes entre el marasmo burocrático de los Austrias y el que padecemos hoy.
  
El documento con signatura 269, Fondo Corregimiento, de los años 1696 y 1697, titulado “Pleito entre el Concejo de Frías y el maestro de cantería Martín de Carasa, vecino de Término, por no haber concluido las obras del puente de dicha localidad” no dice directamente que había un… “desacuerdo entre las partes”. Este legajo de 16 folios en muy mal estado (comidos por los ratones, con pérdida de soporte en la parte superior e inferior de todos los folios, y letra desvaída, todo lo cual conlleva la pérdida de información y una gran dificultad de comprensión del contenido del documento) nos cuenta que los reparos del Puente de Frías se habían rematado con Martín de Carasa, maestro de cantería aunque participó también Pedro de Landeral.

 
El asunto es que “aunque se izo alguna porzión de dicha obra faltta lo más esenzial, a cuya causa esttá a riesgo de que benga vna avenida y la llebe, en graue perjuizio de la uttilidad pública y además esttá deviendo a dicha ziudad el dicho maestro trezientos y ochentta mill treszienttas y nobentta y ocho maravedís (380.398 mrs.) de dinero presttado para la fábrica de dicha obra a dichos maesttros… (roto)”. Era corregidor de las Siete Merindades don Joseph de Miera, (también figura como corregidor don Juan Antonio de Bustamante y Tagle) y depositario del dinero para ese reparo del Puente de Frías don Joseph González de Cartes (En la primera parte de este artículo comentábamos que el documento 248 señalaba que las obras se pagarían con dinero sobrante de los puentes de Hijar y Carcaval). Por su parte integraban el Concejo de Frías: Diego Fernández de Manzanos -alcalde ordinario- y los regidores Ramiro Bernabé de Arredondo, Pedro de Aparicio Galdamiz, Juan de Herrán y Joseph Martínez de Carriedo. El concejo dio un poder a don Pedro de Herrera, de los Reales Consejos, y a Manuel de Escalante, vecino de Villarcayo, para proceder judicialmente contra Martín de Carasa (y sus herederos) y lograr el embargo de sus bienes por incumplimiento de contrato al no haber acabado las obras del puente de Frías y exigir que se acaben las mismas. Pide la ciudad de Frías en el pleito “se aga vista ocular de la dicha puente y ruina que padeze y el estado en que se alla y que por Phelipe de la Lastra, maestro, se a presentado petición con poder de doña María de Arredondo, viuda de Martín de Carasa, en quien se remattó dicha obra… (roto) En un informe de los maestros canteros que ven el estado del puente se lee: “Dijeron […] que an visto la dicha puente y visto y reconozido la primera zepa como se sale de esta ziudad azia la hermita (roto) Santo Cristo, el tajamar de ella está socauado las primeras (roto) que ha hecho quiebra la nariz de dicha zepa; la segunda zepa, como se sigue, está la mayor parte del taxamar desmolido (sic) y arruynado […]. Se puede temer el ybierno se las lleue o por lo menos vna ruina considerable, de forma que si suzede, como está próximo, no se podrá fabricar otra puente con menos de ciento y cinquenta mill ducados (150.000 ducados) por ser muy grande obra antigua y nezesitarse ser muy segura por el caudal tan grande del río y ser vn passo tan prezisso y nezesario…” Acaba así el documento. Afortunadamente aquella previsible ruina no se produjo pues se debieron acometer las obras y reparos necesarios para dejar el puente firme y con la solidez que hoy le vemos. Sin embargo, es una lástima no poder obtener más noticias del estado del puente en 1696 debido a las pésimas condiciones del documento.

 
Sobre ese precioso Puente de Frías también consulté el legajo con signatura 313, del 13 de octubre de 1708, “Solicitud presentada por Manuel de Castañeda y otros, maestros albañiles en la obra del puente de Frías, para que José González de Cartes les pague la cantidad estipulada por él”. Son 12 folios y tres cartas de pago. Si en el anterior documento (signatura 269) veíamos cómo el maestro Cantero Martin de Carasa se veía incurso en un pleito por no acabar las obras a las que se comprometió para el reparo del Puente de la ciudad de Frías, aquí son los maestros canteros los que exigen se les pague su salario por los reparos en el mismo puente. Tan sólo doce años habían pasado (de 1696 a 1708) cuando, debido a las crecidas del Ebro y al empuje del agua, el puente se resintió de nuevo.
 
Don Bartolomé Martínez de la Fuente, como abogado de los Reales Consejos y capitán a guerra de las Siete Merindades, hace saber a Joseph Martínez de Cartes, depositario de los fondos para el reparo del puente, que quedó inconclusa la reparación del puente que se había rematado en el fallecido Martín de Carasa y que Manuel de Castañeda, actual maestro, “que esttá entendiendo en los reparos que falttan para la conclusión de la obra del puente de la ziudad de Frías […] están aprestados los matteriales y los ofiziales trabajando […] con sus tareas y pague el coste de los matteriales conduzidos y otros // gastos que se ban causando […] lo más prontto a lo menos los quarenta y siette mill reales (47.000 rs.) de la cantidad que mandó reparttir […] Manuel de Castañeda”. Actuaba como veedor de las obras del puente mayor el maestro cantero de la ciudad de Frías Francisco Pérez del Herbal (¿?). Fueron “verederos” para averiguar el vecindario de los cinco partidos para el repartimiento de gastos: Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, Pedro Martínez, Juan González de Agüera, Juan de Cervera y Manuel de Solano que recibieron 200 reales cada uno por su trabajo. Fue maestro visitador de las obras Mateo de la Candera, que recibió por el reconocimiento del puente 2.333 maravedís, en Villarcayo, 20 de octubre de 1708.

 
No debió quedar satisfecho con sus emolumentos el maestro cantero, Manuel de Castañeda -documento con signatura 324, Fondo Corregimiento, del año 1710- porque interpone pleito contra Pedro Martínez de Acebedo, por irregularidad en las cuentas del arreglo. Son tan sólo siete folios muy maltratados por la humedad en su lateral derecho (con pérdida de soporte) pero leemos la declaración de Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, a través de su procurador, junto con los herederos de Martín de Carasa, maestro cantero, por los reparos del puente mayor de Frías, sus caminos y calzadas. Dice que se le cometió dicha obra por orden de don Fernando de Acebedo siguiendo lo mandado por reales provisiones.
 
Queda pendiente de un posterior estudio el expediente y legajo con signatura 1987, Fondo Corregimiento, con documentos entre los años 1625 y 1646, “Remate y repartimiento del reparo y aderezo del puente de Valdivielso y de las calzadas y cuestas del Almiñé”. Dicho legajo, por su grosor y número de folios, que estimo en más de doscientos y que los folios están afectados por humedad y pérdida de soporte en la parte inferior de los mismos, deberé trabajarlo en mi próxima visita al Archivo Municipal de Villarcayo. Les diré, de forma resumida, de qué trata y para hacerlo de un modo novelesco tomaré este fragmento con tintes de crónica periodística: “En la uilla de Villarcayo a trece días del mes de abril de mil y seiscientos y veinte y seis años (1626), ante su merçed el liçençiado Miguel de Vrtaza Hernanico (¿?), rejidor y justicia destas Siete Merindades de Castilla Bieja, por el rey nuestro señor, y en presencia y por ante mí Alonso Yñiguez, secretario del rey nuestro señor […] parezió presente Bernabé de la Garza, regidor de la Puente de Valdibielso desta dicha Merindad, y dijo que sabe e dio notizia a su merced de cómo esta noche pasada, como a las nuebe o diez de la noche, se vndió la puente del dicho lugar, que llaman la Puente de Baldibielso, questá fundada sobre el río Ebro, vno de los ríos más cavdalosos de toda España, y la puente de más ynportanzia que ay en España (sic) para el serbizio de la Corte…”

 
Aquella aciaga noche de abril de 1626 se cayó el puente de Puente Arenas. Las obras de su reparo se remataron en el maestro de cantería Pedro de Saravia, en cuatro mil ducados (4.000 ducados). Los más de 200 folios detallan todos los avatares de esa larga serie de reparaciones (1626-1646). ¡Veinte años de obras!
 
También voluminoso es el legajo 1985, de los años 1616 a 1627, “Repartimiento y ejecución de las obras de reparo del Puente sobre el río Jerea en Quintana de Entrepeñas”. Son un total de 159 folios, en un aceptable estado de conservación, aunque algunos de ellos muestran destrozos causados por roedores y por la acción destructiva de la humedad. Comienza con una carta del rey Felipe IV que da cuenta de la petición de Jerónimo de Nisso, en nombre del Concejo de Quintana de Entrepeñas. Dice la provisión real que “… por el término pasaua el río Xerea, el qual tiene vna puente de piedra que llamauan la Puente de Arroyo, la qual por benir el río muy caudaloso se a llebado con las abenidas que auía auido la mayor parte de la dicha puente, lo qual, por ser el camino real por donde se pasauan todas las mercadurías que se trayen de Bilbao, Castro Vrdiales, Portugalete y otros puertos hera nezesario repararse la dicha puente […] para el paso y comercio de las mercadurías y pasaxeros que no podían pasar sin arrodear más de ocho leguas […] lo mandásemos repartir doze leguas en contorno…”

 
Era corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja ese año de 1617, don Juan de Villafranca Ortiz, el cual será el encargado de coordinar y llevar a cabo los mandatos reales y de su Consejo en lo referente a hacer repartimiento de aportaciones entre los pueblos de doce leguas alrededor, pregonar la obra, sacarla a subasta, rematarla y controlar los reparos que se efectuasen.
 
En el folio décimo se describen los desperfectos que tiene el puente: “… por la fuerça del río, que como ba // tan furiosso, que baxa por las montañas y tan apretado y tan rápido, si no se rremedia con dilijencia la acabará de rronper y llebar porque de la dicha puente le tiene llebado el arco postrero de hacia donde sale el sol y las dobelas del segundo arco los tiene socabados y tan maltratados que si no se rremedia presto se los llebará todo…”

 
Contiene el legajo completa información sobre las condiciones que se debían cumplir para la reedificación del puente sobre el Jerea: el maestro -o maestros- cantero en quien se rematen las obras estará obligado a retirar todo lo que esté caído; se ha de hacer el arco del puente que queda hacia oriente que será con buenas dovelas; del arco menor viejo se han se sacar todos los anillos que están helados y ponerle otros nuevos; los cimientos del arco que se haga nuevo deberán ir asentados sobre roca firme; se han de hacer cuatro manguardias (Cada una de las dos paredes o murallones que refuerzan por los lados los estribos de un puente) de treinta pies de largo y cuatro pies y medio de grueso a los lados del puente; los antepechos del puente deberán tener de alto lo señalado en la traza y serán de mampostería, con pasamanos de piedra de grano labrados, redondos y de la mejor piedra; el Concejo de Entrepeñas estará obligado a señalar el monte para cortar maderas para las cimbras y andamios, así como señalar lugar para hacer las caleras; el maestro de cantería deberá dar fianzas buenas y abonadas.
 
Encontré el documento con signatura 1929, Fondo Corregimiento, del año 1743 con el título: “Poder de José de la Biesca, vecino de Tezanos, a Pedro José Fernández de Castañeda, vecino de Tezanillos, para poder cobrar lo que se le adeuda por los reparos en el Puente de Hernán [Peláez]”. Son tan sólo dos folios en mal estado, afectados por humedad en su lateral derecho, lo cual impide su lectura y la comprensión del contenido de los mismos. En efecto, se trata de una escritura de poder de Joseph de la Biesca, vecino de Somo, jurisdicción de Ribasmontán, en la Merindad de Trasmiera, aunque en la actualidad reside en Tezanos, en el valle de Carriedo. Otorga poder al referido José Fernández de Castañeda para cobrar 2.000 reales de vellón que se le adeudan “por razón de los gasttos que se originaron en el quartteo, mejora y rreparos que (roto) (¿se hicieron?) en el Puente de Hernán Peláez y su construzión, como rresulta del despacho que a este fin se (roto) (¿mandó dar?) por dichos señores […] dé y otorgue la cartta o carttas de pago nezesarias que se la satisfagan finiquittos // zesiones y rastos...” Dado en Tezanos, 3 de abril de 1746. En definitiva, un documento que viene a hablarnos de este José de Biesca o Viesca, maestro cantero de Trasmiera, que se ocupó de los reparos del Puente de Rampalay.

 
El siguiente documento, con signatura 876, Fondo Corregimiento, viene a hablarnos y darnos noticia de una denuncia, en el año 1767, por la tala de árboles en el Brezal (La Cerca), para hacer un Puente sobre el río Trueba. “Auto criminal sobre tala de árboles en el Brezal” reza el título del documento, de 15 folios en muy buen estado de conservación, aunque con algunos folios de letra desvaída. Está datado en Villarcayo, en 18 de marzo de 1767, siendo corregidor y capitán a guerra de nuestra villa el licenciado don Felipe Antonio Vadillo. Ante él comparece el regidor de Torres y procurador general de la Junta de la Cerca, junto a Medina de Pomar, Ambrosio Álvarez. Se había convocado a los vecinos del lugar a hacer una tala y desbroce de robles y alisos sin permiso y contraviniendo las órdenes reales sobre montes y arbolado, “aviendo fabricado con dicha madera vn puente nuevo sobre las aguas del río Trueba, en graue perjuicio de dicho pueblo…” Levanta acta y redacta el escribano Juan Ruiz de Revolleda que comparece ante el corregidor Tomás de Baranda, vecino de Torres, el cual declara bajo juramento ser cierto que se realizó dicha tala sin licencia de las autoridades a finales del anterior mes de febrero. Declara que la mitad de los vecinos, convocados por el regidor Miguel Álvarez, acudieron al paraje del Brezal, sitio del Soto, y talaron ocho árboles: cinco robles y tres alisos, y rozaron y desbrozaron toda la zona, “para una puente que se fabricó de nueua plantta sobre las aguas del río Trueua”. Insistió en valorar la utilidad de ese nuevo puente y su uso y dice que “jamás a uisto ni reconocido puentte alguno ni lo a oydo y si sucede algún daño en ella no ay duda que estte pueblo se alla espuestto a sufrir perjicios […] los ganados pueden pasar y ttransittar el río en ttodo ttienpo esceptto en alguna benida (avenida) y el prouecho de dicho puentte sólo es para la jente de a pie…” Prestan también testimonio otros vecinos: Íñigo de Vivanco, José Villamor, Pedro Manuel López de Brizuela y Miguel Zorrilla, cuyas declaraciones coinciden en lo sustancial con la de Tomás de Baranda.

 
Sigue el reconocimiento del lugar donde se cortaron los árboles, conocido como término de las Viñas u Olmillo, por el escribano y el vecino Baltasar de Rueda y se vio que se habían cortado por el pie doce árboles (otros 16 se habían cortado el año anterior para reparar la casa del Concejo). Sigue la declaración de los diputados del pueblo de Torres: Miguel Álvarez y Miguel Zorrilla. Alegó el primero haber hecho la tala de los árboles sin licencia por considerar que no era necesaria y explicó que esos árboles, debido a las heladas, estaban casi inútiles. Para apoyar sus testimonios presentaron como testigo a Gregorio Fernández, vecino de Villamezán que apoyó la construcción del pontón como medio de atender a los ganados y acceder a las tierras labrantías. En términos similares testifica Antonio de Rueda que defiende la construcción y existencia de ese pontón sobre el Trueba: “Que le consta que para dicho pontón se balieron de dos travesaños que tenía el anterior pontón, de dos o tres pies de alisa como madera inútil para otra fábrica de quattro o cinco pies de robre, delgados y como de tres baras de largos. Que en este lugar conoce un reducido rebollarexo, que se le da el nombre de monte y no ttiene maderas de considerazión y ha oído se valieron de una para el pan, que se conoce a este lugar sobre el río Cauce Salado sin el que no se pueden governar sus uecinos y forasteros, que es vien notorio lo riguroso del ibierno del año próximo pasado y que de ello resultó aver suspendido con el yelo porción de maderas, árboles de ttodas expecies […] lo beneficiaron los vecinos deste lugar para reparos del molino de casa de Concexo […] Que el testigo no sólo tiene por necesario dicho pontón, sino aun por preciso…” También defendieron a Miguel Álvarez por la construcción de ese pontón Bartolomé García de la Peñilla y Marco Fernández, vecino de Villatomil.

 
Todo cuanto antecede me hace pensar que detrás de ambas posturas, en contra o a favor de ese nuevo pontón, subyace un enfrentamiento entre dos grupos de vecinos. Lo confirma el hecho de que se recoja por escrito un compromiso de concordia entre ambas partes que dejan la decisión a tomar en manos de don Vicente Antonio García de la Peña, abogado de los Reales Consejos, y asimismo presbítero de Villanueva la Blanca. Pero éste responde: “Por mis obligaciones no puedo aceptar este compromiso y las partes vsarán de su derecho, como les convenga…” Algo así como el castizo: “Apañaos como podáis”.
 
Finalmente, estudié el legajo con signatura 1011, Fondo Corregimiento, de los años 1775-1777, “Pleito entre los Concejos de Escanduso y Casillas sobre obligación del arreglo del Puente sobre el río Nela en el término de Escanduso”. Conjunto de documentos con más de cien folios en muy buen estado y escrito con tinta de buena calidad. Comienza con una real provisión del rey Carlos IV. El procurador Manuel Plaza Isla, en nombre del cura de Casillas, Manuel González de Pereda y otros vecinos de Casillas y de Salazar pleitean con el pueblo de Escanduso por entender que no deben participar en los gastos del reparo del puente de Escanduso, según pretende José López de Brizuela, único habitante del pueblo. Era entonces teniente de corregidor de Las Merindades de Castilla Vieja don Ambrosio Álvarez. De los documentos estudiados se concluye que más que de un puente se trataba de un pontón hecho de maderas trabadas con clavos. Argumenta José López que en 1691 se hizo una escritura de concordia entre los pueblos de Escanduso, Casillas y Salazar por la cual los dos últimos se comprometían a compartir los gastos de mantenimiento de un molino y de un puente sito en el lugar de la Isla, en Escanduso, y así lo habían cumplido. Hasta ahora que se niegan a compartir los gastos de reparo pues ese puente “en esta última auenida la descalzó y puso muy maltratada, de modo que está peligrosa, no sólo para gentes sino es tamuién para cauallerías; no an querido acudir a dicha composición del puente aunque les consta el peligro manifiesto y que no acudiendo pierden el derecho a dicho molino…” Por su parte, los vecinos de Casillas alegan que todos los reparos anteriores del molino y del puente fueron ejecutados por los vecinos de Escanduso y a su costa. Siguen declaraciones de testigos presentados por una y otra parte. Finalmente, se dicta sentencia que obliga a los vecinos de Casillas y Salazar a contribuir en los gastos de composición del molino y puente de Escanduso sobre el río Nela. Asimismo, el licenciado Álvarez, en documento dado en Villarcayo, a 4 de septiembre de 1777, da la razón al vecino de Escanduso, dicta y ordena que se proceda al reparo del puente “buscando personas inteligentes para ello”.

 

Es triste acabar las dos partes de este artículo refiriéndonos al vil metal, pero, cómo decía Francisco de Quevedo, “poderoso caballero es don dinero”.
 
 
 
Bibliografía:

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Aramburu-Zabala, M.A. 1991: La arquitectura de puentes de Castilla y León 1575-1650 Valladolid.
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (I)”. BIFG, nº 224, pp. 375-400
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (II)”. BIFG, nº 225, pp. 375-400
Cagigas Aberasturi, A.I. 2016: Los maestros canteros de Trasmiera. Universidad de Cantabria. Tesis Doctoral, 1.115 páginas.
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Cano Sanz, P. (2003), Fray Antonio de San José Pontones. Arquitecto, ingeniero y tratadista en España (1710-1774). Universidad Complutense de Madrid. Tesis Doctoral.
Cazando Puentes, página web con información sobre muchos puentes: el medieval de Frías, el de Valdivielso (Puentearenas), el de Medina de Pomar sobre el Trueba, el de Trespaderne, el de Oña en la Horadada, el de Santa Marina, en Villarías, el puente del Aire, en Valdenoceda, etc.
Domingo Mena, D. 2015: Caminos de Burgos: Los caminos del norte (siglos XV y XVI). Burgos: Universidad de Burgos. Tesis Doctoral.
García Huidobro de Valdivielso, 2017: “Reparo del puente de Puente Arenas y del paso de los Hocinos a finales del siglo XVI”.
Hombría Maté, P.L. 2018: “La construcción de puentes a la luz de los tratadistas clásicos”.
Losada Varea, C. 2007: La Arquitectura en el otoño del Renacimiento. Juan de Naveda (1590-1638). Universidad de Cantabria, 368 págs.
Nebreda Perdiguero, E. 2016: Amo a mi pueblo. La provincia de Burgos: sus pueblos, su historia, sus personajes, sus iglesias… Burgos: Rico Adrados.
Ojerada, R. 2014: “Los canteros de Trasmiera”, en http://cantabriacreatica.blogspot.com
Nolte y Aramburu, E. 1991: “Breves notas introductorias al estudio etnohistórico del camino real de Burgos a Bercedo (s. XIX)”. Kobie, nº V, año 1991; pp. 179-221.
San Martín Vadillo, R. 2021: Viajeros por las Merindades. Autoedición. 374 páginas.
San Martín Vadillo, R. 2022:  Las Merindades: Documentos para su historia. Autoedición. 392 páginas.
Sojo y Lomba, F. 1935: Los maestros canteros de Trasmiera. Madrid: Huelves y compañía.
 
 
Con mi agradecimiento a María Arce Fueye y a Gustavo Gómez Santamaría por su ayuda y facilidades para realizar mi investigación.
 

domingo, 8 de septiembre de 2024

Papeles y puentes en Las Merindades. (I)

  
Cedemos, agradecidos, este espacio a nuestro colaborador Ricardo San Martín Vadillo que ha elegido esta bitácora para presentarnos un largo artículo, que presentaremos en dos partes, sobre puentes de Las Merindades. Les dejo con él:

 
Mi estancia, un año más en mi pueblo natal, me ha resultado ampliamente satisfactoria y provechosa: además de disfrutar de la presencia de mis hijos, nietos y amigos, me ha permitido acudir al Archivo Municipal de Villarcayo y estudiar una diversidad de documentos relacionados con los ríos (Ebro, Nela, Trueba, Jerea…), caminos, calzadas y puentes de Las Merindades entre los siglos XVII y XVIII.
 
En alguno de mis libros ya estudié los valiosos testimonios de aquellos intrépidos viajeros de muy diversa procedencia que a lo largo de los siglos nos acompañaron y dejaron su visión de Las Merindades en libros, cartas y otros documentos. Esto supone una relación histórica de gran valor sobre los habitantes de los pueblos y ciudades del norte de la provincia de Burgos, así como sobre sus iglesias, casas nobles, montes, ríos, puentes, calzadas, medios de transporte y vida cotidiana de nuestros antecesores. A través de este artículo podrán conocer el estado de caminos, calzadas, ríos y puentes, las penalidades de quienes transitaban por ellos y los denodados esfuerzos de los Concejos locales para mejorar su estado, reparando los puentes viejos y construyendo otros nuevos. También sabrán quiénes fueron aquellos maestros canteros y arquitectos que llevaron a cabo la traza de puentes, caminos y sus reparaciones. Y dineros.
 
Los maestros canteros que se nombran en los documentos de Las Merindades aquí analizados son: Antonio del Castillo, Diego de la Riva (o de Rivas), Pedro del Real, Francisco del Prado, Juan González, Fernando la Riva, José de Biesca, Juan de la Puente Liermo, Andrés de la Puente, Pedro del Río, Martín de Carasa y Pedro de Saravia. Pero hubo otros maestros canteros que construyeron o realizaron reparos en los puentes de Las Merindades: Gonzalo de Rivas, a quien se le adjudicó la reparación del puente de Trespaderne por precio de 75.000 mrs. en 1576; Pedro del Río, el puente de Quintanilla Pienza, en 1583; Juan de Naveda del Cerro, de quien Losada Varea nos dice: “El 6 de agosto de 1597, los maestros Juan de Naveda, Francisco de la Sierra, Juan de la Sierra y Juan de la Riva visitaron el puente de Valdivielso, realizaban las oportunas mediciones y “la declaración y tanteo y condiciones” para su reparación, informando sobre la calzada de Los Hocinos”. En el puente de Quintanilla de Pienza intervino en 1584, Sebastián de Alvear; en el puente de Oña hizo reparos el maestro cantero Francisco de la Lastra en 1645; Antonio de Rivas, en 1654, en el puente de Trespaderne; y en 1679, García de Rivas, Juan de Rivas Ribero y Sebastián Andrés de la Peña. Asimismo, en ese puente de Trespaderne trabajaron los maestros canteros Juan García de la Cárcoba, Simón Cordero y Tomás Gil; Juan López del Campo, en el puente de Moneo (1786); Tomás del Cotero Poza y Tomás de Labarrieta, en Sedano; Agustín Ruiz y Pedro Fol, en el puente de Agüera; Juan de la Dehesa, en el puente de Bercedo; Juan González y Fernando de la Peña, en el puente de Bocos (1734); Francisco Antonio Pérez del Hoyo, trabajó en el puente de Frías en 1776, deteriorado por las inundaciones de 1775; Pedro de Bercedo Velasco y Francisco del Hoyo Toroya, en el puente de Rampalay en el s. XVIII; Juan de la Cueva, labró el puente del Ribero; Juan Ruiz de la Lastra, que era natural del Valle de Hoz; José de la Vega Ruiz, natural de las Pilas; Fernando González de Lara, proyectó el puente de Moneo, que luego construyó Juan de Gandarillas; Bartolomé Goiri que presupuestó el reparo del puente de Villarías en 27.800 reales. Por su parte, el aclamado Fray Antonio San José Pontones, intervino en varias obras de Las Merindades: “once puentes y cinco pontones de nueva planta en las cercanías de Villarcayo”. Puentes en Loma, Espinosa de los Monteros, Agüera de Montija, San Martín de Porres, La Cerca, Quincoces de Yuso, San Llorente, Bocos, Cigüenza, Nofuentes y Quintanilla-Sotoscueva, entre otros. Además, Fray Antonio ejecutó pontones en el valle de Manzanedo, Lastras, San Pantaleón de Losa y dos cerca de Villarcayo.

 
Muchos de esos maestros canteros procedían de la comarca de Trasmiera (Cantabria). Ejemplos de ello son Fray Lorenzo de Jorganes; Sebastián Álvarez, que trabajó en Medina de Pomar y en el puente de Quintanilla de Pienza; Bernardo de Alvear, que hizo la fuente de Medina de Pomar, de 1606; Juan de Naveda Sisniega, que en 1616 estaba trabajando en la capilla mayor de las clarisas de Medina; y Juan Alonso de Cajiga y Pedro de Zuñeda, que labraron en Frías y Quintana en 1654.
 
Comenzaré mi estudio con el documento con signatura 25, Fondo Corregimiento, que está datado el 14 de julio de 1722, “Reparos del puente de Puente Arenas”. Son ocho folios que comienzan con una provisión real de Felipe V dirigida al licenciado don Vasco de Parada y Castillo, corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, referida a los reparos del puente de Puentearenas sobre el río Ebro, caminos y calzadas de los Hocinos, cuesta del Almiñé y vega de Villarcayo. Las obras fueron rematadas en Antonio del Castillo, vecino de Secadura, en precio de 11.400 ducados, pagaderos entre los pueblos de veinte leguas a la redonda. Antonio del Castillo era maestro de obras del convento de las Huelgas. Las condiciones se fijaron en 1696, luego con añadidos en 1717, porque “en los empedrados no llevauan lo que se necesitaua para que quedase el camino en la seguridad, permanencia y comodidad de los trajinanttes, y // vna peña […] en los referidos Ozinos hacía sombra al camino, parecía preciso se cortase con pólbora o pico porque demás de salir su punta casi al margen contrario del camino, en la parte superior de ella, que es muy alta, se veía vn pedazo muy endido y separado que qualquiera juzgaría amenazaua ruina […] que impedía el fázil huello y passo de los carros, la zitada que caya sobre el camino no se decía se cortase pareciendo más precisa…”

 
Se recomendaba poner “antepechos” en la cuesta del Almiñé, diseñada entonces como camino nuevo para el paso de todo género de carruajes por donde antes sólo había una senda penosa para los bagajes. Se mandaba hacer dos puentes y “gastar una peña” por “el camino de la Hoz, que dirigía a la hermita de Nuestra Señora de la Visitación” por “cuesta tan agria”. Se acuerda que, aunque en la postura se había aprobado que no hubiese mejoras en el proyecto de la obra, éstas se terminaron incluyendo para facilitar el tránsito por el nuevo camino. Se nombró a Pedro del Real y a Francisco del Prado, vecinos de Dobro, para hacer esas mejoras y se tasaron en 32.500 reales, “y el que dirigía a el paraje que llamauan el Zepo, inclusso en el cuerpo de la obra del puente de Arenas” costaría 1.000 ducados. El maestro de la obra consideró más conveniente “el camino que dirigía a la hermita por más breue y se allanaua a executarlo en el precio tasado sin alguna // vaja por no poder seruir a camino real la obra de piedra seca executada por el hermitaño que oy sostenía el que se vsaua…” A continuación, se precisaban ciertos pueblos que debían entrar en el repartimiento de costos entre ellos la ciudad de Nájera, Madrigal del Monte, Palenzuela, la villa de Laredo y la Merindad de la Bureba, con sus 406 vecinos. Provisión real fechada en Madrid, el 16 de junio de 1722.
 
El documento con signatura 27 del Fondo del Corregimiento nos habla sobre el Puente de Rampalaiz (Rampalay). Se trata de una Real Provisión ganada por José de Biesca, o Viesca, vecino de Somo, contra Diego de la Riva, vecino de Setién, por el Puente de Rampalay. En otros sitios este puente es llamado de Hernán Peláez. El pliego está fechado en el 23 de julio de 1737. Es un legajo de 22 folios: “Reparos que se han de hacer en el Puentte que llaman Rampalaiz, caminos y calzadas, sitto en términos del lugar de Quintanilla y Colinas”. Se remató en 80.000 reales en Diego de la Riva, “maestro de arquittectto y de canttería” y el coste se repartió entre ciudades y villas en un radio de veinte leguas. Al parecer lo ejecutaron Juan González y Fernando de la Riva, maestros canteros, pero figura, a su vez, que fueron multados con 50 ducados de vellón cada uno. Desconocemos la causa aunque nos consta que se presentó al concurso Joseph de la Biesca, maestro en cantería y puentes, a quien se le asignó la obra por mucho menos precio (60.000 reales, una cuarta parte menos), realizando la obra del puente “con la calidad de la adjudicación que se pedía”. Presentó fianzas para “los reedifizios, reparos y calzadas de el Puente de Ranpelaez (sic), sitto sobre el río Hebro, en sesentta mill reales vellón”, salieron fiadores Joseph de Viesca y su mujer, Clara de la Llama, con su casa y corralada, una huerta de limones y naranjos, un solar, una viña, otra casa, otros solares, un molino, etc. La apuesta era fuerte y lo que arriesgaban era mucho pues quedaban hipotecados hasta que se acabase la obra del puente con toda perfección.

 
Ya con anterioridad había habido un pleito por ese puente de Rampalay (doc. Signat. 141, Fondo Corregimiento) de 14 de noviembre de 1662 titulado “Pleito interpuesto por Juan Rodríguez, vecino de Covanera, por el repartimiento para el Puente de Hernán Peláez, se acompaña vecindario de Sedano de 14 de noviembre de 1655”. Es un legajo de 21 folios. Alega y protesta Juan Rodríguez, en representación de los vecinos, que en el repartimiento hecho para reparar dicho puente a los 294 vecinos de Sedano se les ha incluido en el repartimiento y solicita se les deje fuera del mismo. Presentaron el censo para probar su protesta. Juan de Arce, escribano de Sedano certificó que tienen 225 almas de vecindad. El texto aclara que Juan Rodríguez pide que se les bajen sesenta y tantos vecinos en el repartimiento, pero se dictamina en el auto “no auer lugar a su pretenssión” por no presentar poder legítimo para representar a los vecinos, no señalar los lugares incluidos en aquella jurisdicción, no probar tener 225 habitantes y porque de hacerles la rebaja solicitada se debería hacer nuevo repartimiento. Vuelve a escribir Juan Rodríguez contradiciendo lo anterior y a su vez Andrés de la Puente, cantero. El juez del caso, Juan Buelta de Velasco, dicta que se debe hacer baja de sesenta y nueve vecinos, por no tener más que 225 almas. El maestro de cantería para esa obra fue Juan de la Puente Liermo (¿?).
 
Este deseo de eximirse del repartimiento para la construcción y reparo de un puente también ocurrió en 1676 y en 1677 con el Puente de Trespaderne. Del año 1667 es el legajo con signatura 195, del Fondo Corregimiento, de 56 folios (faltan algunos folios, portada incompleta por paso del tiempo): “Pleito entre los Concejos de Trespaderne y Reinosa, por los repartimientos a pagar para el reparo y mejora del puente sobre el río Nela”. Diego Fernández, en nombre del lugar de Trespaderne, dice que “por el dicho lugar pasaba el río Nela, en que ay vna puente de piedra por la qual hera paso y camino real para nuestra Corte y para los puertos de Vilbao, Santander, Castro de Vrdiales, Logroño, Vitoria, Orduña y otras partes porque no hauía otro camino ni vereda para los pasajeros, biantes, arrieros y trajineros […] (roto) hera preciso luego y sin dilación alguna adereçar y reparar la dicha puente y calçada de las labores y reparos que vbiese menester hasta dejar vno y otro firme y en toda perfección, para lo qual sería menester más de veinte y seis mil ducados (26.000 ducs) y porque el dicho lugar hera de poca vecindad y no tenía propios ni rentas y sus vecinos estauan muy pobres y alcançados sin caudal…” Dada en Madrid, el 23 de mayo de 1676 y dirigida al corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, don Alonso de Tinoco de Castilla (Véase el artículo de Lebato de Mena, “¿Corregidores?”, en 7 MERINDADES, de 23 de diciembre de 2014). Los gastos de reparos anteriores se habían repartido “entre los lugares del contorno de la dicha puente”, pero ahora se proponía se repartiese entre las villas y ciudades del entorno de 30 leguas, pero la villa de Reinosa, presidida por don Jerónimo Pelegrín, corregidor, alegó “no es de vtilidad […] ni se deue hacer el repartimiento entre sus vecinos por ser solo de vtilidad para para el lugar donde está sita (Trespaderne)…” (en 1 de enero de 1677). Siguen una diversidad de documentos de los pueblos de Villarcayo, Trespaderne y Reinosa defendiendo sus posturas. Hay un informe interesante con detalles de los destrozos en el puente y el lugar, redactado por los maestros canteros, en que lo vieron junto con el corregidor de Villarcayo: “por el camino y calçadas reales que lleuan de la Oradada, que están pegantes a el río Ebro y entre vnas peñas muy yncunbradas, y abiendo llegado a el sitio que se nonbra Santa Evlalia, junto de vna ermita, reconozió su merçed a estar llebado vn gran pedazo de paredón que pegaba con dicho río Ebro de bara y media de alto, y aviéndose medido parezió thener de largo dicho paredón duzientos y veinte y ocho pies y de ancho tres pies asta ygualar con la calçada...” Prosiguen viendo el lugar y “se reconozió que el dicho río abía llebado dicho pedazo de paredón que está pegante vna peña y dicho río Ebro, el qual parezió thener veinte y siete pies de largo y diez de alto y por en medio del dicho paredón corre vna fuente que baja de las peñas y sierras […] tanbién se alló y reconzió estar llebado y caydo otro pedazo de paredón de quarenta y dos pies de largo y ocho de alto, según la medida que se yço, de forma que el paso está peligroso […] y aviendo llegado a el sitio que dijeron se nonbraba el vallejo de Balde San Julián se reconozió que desde orillas del río Ebro sale vn paredón alto a ygualar con la calçada del qual dicho río se a llebado la metad de dicho paredón, como cinco pies de alto. Y aviéndose medido parezió thener de largo çiento y ochenta y tres pies; y prosiguiendo por dicho camino y calçada, abiendo llegado a el sitio que se dize el primer orado, reconozió su merçed estar llebado vn gran pedazo de paredón que sale desde el mismo río a ygualar con la calçada nueba, pagada a vnas peñas, y aviéndose medido parezió thener de alto veinte y siete pies y de largo noventa pies, y tanbién está llebada la calçada, y porque no çesase el paso dichos rejidores y personas dijeron que el dicho Conzejo de Trespaderne lo abía conpuesto con vnas maderas en el ynterin que se mandaua por su magestad conponerse en toda forma y seguridad, lo qual está con mucho riesgo y peligroso”. Prosiguió la inspección del lugar en “el sitio que se dize la Esilla” (¿Dehesilla?), allí el Ebro se había llevado otro paredón desde sus cimientos de unos 157 pies de largo y 14 de alto, “y por dicho sitio se vio que pasa vn arroyo, baja y deziende de las sierras”. Más adelante vieron que el río Ebro se había llevado un antepecho que estaba sobre la calzada, como de tres pies de alto y 40 de largo.

 
Asimismo, vieron el camino y calzada de la Horadada en el sitio que llamaban “el Espolón de Tartalés”, donde el Ebro se había llevado un pedazo de pared de 26 pies de largo y 14 de alto, “y echo los demás daños, abía crezido de tal calidad que abía sobrepuesto al dicho camino y calzada // más de diez y ocho pies en alto…” y se había llevado los antepechos de dicha calzada y se ha llevado el río Ebro otro pedazo de paredón de 45 pies de largo y 10 de alto, que estaba debajo de dicho río, “y en dicha cascada y camino, a do dizen el Prado de Barzenillas, asimesmo está llebado otro pedazo de paredón que pega con dicha calçada y tiene 130 pies de largo y ocho de alto”. Más adelante dice que “legado junto avna puente de piedra que se nonbre la Puente Nueba de la Oradada reconozió su merçed estar llebado otro gran pedazo de paredón que sale y está fundado sobre vna peña y pegado con dicho río  Ebro, de forma que por aber llebado dicho paredón y calçada se a quedado solo la dicha peña y no se puede pasar por dicho sitio sino con mucho riesgo y peligro por estar dicha peña muy pendiente y auiéndose medido lo que así está llebado parezió thener duzientos y diez y seis pies de largo […] tanbién está llebado otro paredón de seis pies de alto y 63 de largo; la qual dicha calçada declarada // es de la dicha Puente Nueba, ques donde acaba y feneze asta la de dicho lugar de Trespaderne que enpieza, tendrá de largo legua y media, poco más o menos, y por algunas partes tanbién está descalzada y de calidad que su paso es peligroso”.

 
En Trespaderne se juntan en 1676 los vecinos en Concejo abierto y toman cuentas de las obras en el puente a Francisco Fernández de Quintanilla y Andrés García Saravia, regidores. Al primero se le hace cargo, de forma muy detallada, de 1.433 reales y medio; siguen los descargos. Al segundo se le computan y cargan los gastos en ese puente y su reparo por un total de 1.855 reales y bajados 1.450 reales.
 
Prosiguen los documentos dando detalles del estado del puente y los destrozos causados por la fuerza del agua del río Ebro en sus crecidas:  “… a bisto el testigo que el estribo questá pegante a la zepa vltima de dicha puente se a rrajado y echo bizio y está peligro de aplanarse, de que resultará vndirse toda la puente, cuyo peligro está amenazando, y tanbién las dichas crezidas se an llebado gran cantidad de terreros de la otra parte de dicha puente y el río se está ynclinando azia aquel sitio, lo qual separe ser nezesario // atajar con vn fuerte paredón, que de otra forma es fázil el dejar dicho río la puente exsenta y sin agua, y tanbién dichas crezidas se an llebado muchas piedras de las manguardias y antepechos de dicha puente, todo lo qual es necesario y muy preziso se adereze y conponga con toda brebedad porque de lo contrario cada día serán mayores los daños; y tanbién sabe que ará como veinte y quatro años , poco más o menos, que las dichas crezidas socabaran las cepas de dicha puente y bieron otros daños, por lo qual este dicho lugar pareçió ante su magestad y señores de  su Real Consejo y pidió que se rreparase como se mandó así y se rrepartió su costo entre las çiudades, villas y lugares de algunas leguas en contorno…”

 
El día 14 de julio de 1677, en Trespaderne, ante el señor corregidor, comparece Juan García del Campo, vecino de Villapanillo, y dice “Sabe que junto a este dicho lugar está vna puente de piedra antigua que tiene ocho arcos, por la qual pasa el río Nela que ba a juntar con el de Ebro como vn tiro de arcabuz de dicha puente, la qual con las grandes avenidas de dicho  río Nela que a bido  en los años antezedentes la a puesto muy maltratada, y más las quatro çepas prinzipales por la parte de azia la uilla de Oña que por los cimientos y parte que está dentro del agua las a socabado y sacado muchas piedras de calidad que a bydo el testigo que se an hecho concabidades que los pescadores entran dentro, por lo qual el estribo de la zepa vltima, ques en la parte donde bate más el agua, se a tajado y querido se aplanar y está con mucho peligro de vndirse, y tanbién el dicho río se [ha] ynclinado azia aquella parte y llebado vnos pedados (¿pedazos?) de terreros y tierra, y si no se ataja con vn fuerte paredón a poca dificultad puede acabar a ronper dichos terreros y dejar dicha puente en seco y asimismo a llebado // muchas piedras de los antepechos y manguardias de dicha puente…”
 
El testigo Pedro Saravia, vecino de Arroyuelo, dice que “sabe que desde dicha puente sale vna calçada muy antigua que ba por orillas del río Ebro, que llaman de la Oradada, que será como legua y media de larga asta llegar a la Puente Nueba, que se nonbra de la Oradada, la qual dicha calçada hestá fundada sobre paredones rezios, que muchos de ellos entran el dicho río Ebro y los está batiendo el agua y arrimados a vnas peñas de mucha altura y en partes por ser tan angosto el sittio están picadas las peñas para en // ellas fundar dichos paredones a los quales y dichas calçadas las dichas avenidas de dicho río Ebro a llebado muchos pedazos y otros socaba los que solo en partes las dichas peñas que pegaban con el río, por lo que algunos días estubo dicho paso sin nabegazión, y los arrieros dethenidos con sus requas por lo qual se les obliga a los vezinos a conponer dichos pedazos los más prezisos con ramón, leña y remata (sic) (retama), con que desde entonzes ha corrido así, pero se pasa con mucho peligro respecto de la poca seguridad de la dicha retama y [a] los arrieros les obliga a pasar a pasar cada macho de por sí y con mucho miedo, y abrá cerca de dos años que pasando vn pasajero con vna mula ensillada y enfrenada se le cayó y despeñó y mató porque los dichos paredones están en alto y aber muchos despeñaderos y así es muy vtil y conbeniente el que vno y otro se adereze y conpon- // ga con toda brebedad de no cesará el comerzio y trajinería por ser la dicha puente y caminos de la Oradada tan preziso y nezesario para los puertos de Laredo, Bilbao, Castro, Santander y toda Bizcaya y de ella a la Corte de su magestad, l´Andaluzía, la Estremadura, Mancha y Valladolid, Burgos y todo el reyno…” Se dice que es cierto que hay otro posible paso hacia la Corte por los Hocinos: (…) sin que aya otro camino más conbeniente y a propósito porque, aunque ay otro passo que es el que se nonbra de los Ozinos, que ay del uno al otro cuatro leguas de ystanzia (sic) y son dos puertos cerrados, mas es muy mexor, más brebe el de la dicha Oradada, y más en tienpo de niebes que el dicho de los Ozinos ser zerrado muchos días y no se puede nabegar…”

 
Siguen similares declaraciones y testimonios de otros vecinos de lugares próximos al puente de Trespaderne sobre el Ebro (Juan Gil de Celada, Juan González de Obregón, Matías de la Hoya -¿Olla?-, Toribio Bragado, Juan López Frías, Pedro Martínez, etc.), todos ellos describen con detalle el mal estado del puente, las grandes avenidas causadas por el río Ebro, los destrozos que éste causa en el puente y en la calzada, los perjuicios que se le siguen a los arrieros y otros mercaderes.
 
A continuación, se especificaban las condiciones que se debían cumplir en los reparos en el Puente de Trespaderne. Desgraciadamente la información es incompleta por estar dos folios rotos e imposible conocerlas con detalle. Leemos que se deberá hacer de buena piedra con su argamasa hasta rellenar el hueco de lo que está socavado; se ha de demoler la parte que está rajada y volver a hacer conforme a la traza (habría sido un valioso documento que se encontrasen los planos de la obra), se deberán de mirar las demás cepas (pilones) del puente. Se han de usar estacas de madera de haya de siete pies haciéndolas entrar en la tierra; la piedra labrada con toda perfección; el maestro o maestros canteros en quien se remate la obra han de hacer y fabricar pegado a el río Ebro en el sitio de la Horadada, en donde dicen Santa Eulalia un paredón de 228 pies de largo y tres de grueso; y en el Vallejo de Valde San Millán se deberá hacer otro paredón de 183 pies de largo, dándole el mismo grosor que tenía; se ha de hacer en el camino de la Horadada y lugar del Primer Orado (¿Horadado?) otro paredón pegando al río Ebro, sacándole desde los cimientos con piedra firme y una longitud de 90 pies y 27 de alto, que es el sitio cerca de Trespaderne que se ha arreglado de madera de forma provisional.

 
En el lugar de la Esilla del Arenal del pollino (?) se hará otro paredón de 157 pies de largo y un arco de dos pies de hueco, de piedra, cal y arena, con sus tirantes, para que pasen las aguas que bajan de la sierra. Tendrá cuatro pies de grueso y la altura a nivel de la calzada. Se debe hacer asimismo un paredón en las viñas de Tartalés de 36 pies de largo y, más adelante, se han de fabricar tres pedazos de paredón de 40 pies de largo y tres de alto. Donde el texto dice el Espolón, pegando al río Ebro, debían construir un paredón de seis cimientos de 26 pies de largo y 14 de alto. No terminaban ahí las condiciones al figurar que había que construir otro paredón de 240 pies de largo con sus calzadas y cobijas en forma adecuada y en el sitio conocido como Valdeciervos se han de reforzar unos 100 pies de largo y cuatro de alto y se hará un portillo entre dos peñas, que levantará tres pies y 27 de largo. Como vemos todo estaba detallado y -no lo olvidemos- tasado. Siguiendo el pliego tenemos que en el arenal, que llaman la Valluezca Salada, hay otro pedazo de paredón que se debe levantar de 18 pies de largo y 12 de alto; en el término que llaman la Callejuela se ha de hacer un paredón de 26 pies de largo y alto; en la calzada que comienza en el oriente se ha de abrir camino por donde hoy está, de unos 500 pasos de largo; en el Espolón del Prado de Barcenillas hacer un paredón unos 200 pies de largo y 14 pies de alto; un paredón de 129 pies de largo desde la Peña hacia el meridiano elevando su calzada a nivel de la Peña y bajando y rebajando la dicha peña a pico y con barrenos; donde dicen Lastrilla se ha de picar la peña, donde hay una enebrilla seca, con pólvora o a pico rebajándola todo lo que fuere posible y en la falda de la peña se ha de picar para asentar un paredón de 54 pies de largo y 20 de alto; en el esconce hacia el calero del último “orado” (¿horadado?) hacer otro paredón de 75 pies de largo y 21 de alto. Otra condición es que al principio del “orado”, junto a la peña nueva, se levantaría un paredón y calzada de 63 pies de largo y 6 de alto.
 
No solo había que hacer muros de contención, sino que el pliego de condiciones los maestros contratados deberán empedrar ciertos pedazos de la calzada de la Horadada que están socavados, terraplenándolos con toda perfección. A quien realice las obras de la Horadada se le dará los montes, canteras y pastos francos para extraer piedra y conseguir forraje para los animales. También recibirán pan, vino y demás mantenimientos para los trabajadores.
 
El pago de los maestros canteros era mediante tercios: una parte para comprar materiales de madera, piedra, cal y demás; otra parte para la fábrica de dicho puente y calzadas que se deberán entregar acabadas a la perfección (habrá un control final de lo realizado por parte del Concejo de Trespaderne); y la última parte se destinará a pagar a los oficiales y trabajadores del puente y calzadas. El último apartado establece que se pagará la traza pero que se debe ir contra don Juan Antonio de Cubillas que es quien cobró los diferentes repartimientos, la traza y condiciones que se hagan de la futura obra. Se firma todo ello en Villarcayo, a 30 de marzo de 1677.

 
Otro de los documentos que he tenido ocasión de consultar en el Archivo Municipal de Villarcayo, referente a los Puentes de Las Merindades, es el que tiene por signatura 248, Fondo Corregimiento, es del año 1696 y se titula “Petición de Pedro del Río, vecino de Liérganes, y maestro de cantería que fue de la obra de Quintanilla, sobre pago efectos del puente”. Son diez folios y se refieren al reparo del Puente de Quintanilla de Pienza, sobre el río Trueba. Se ordena al comienzo del documento que los 13.300 ducados que sobraron de la construcción de los puentes de Hijar y Carcaval, sitos en Matamoros, se empleasen en el de Quintanilla. Manda el corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, don Antonio de Cubillas Venero, que de esos 13.300 ducados se les dé a los maestros canteros del puente de Quintanilla 5.054 reales y se proceda al cobro de lo repartido para la obra de ese puente (orden de Gabriel de Aresti en septiembre de 1682). Curiosamente dentro del mismo documento se hace referencia a las obras en el Puente de Frías, ejecutadas por el mismo Pedro del Río, con dinero librado del Puente de Matamoros, todo ello inserto en diversos escritos de libramientos, y cobros, interviniendo don Juan Antonio Cubillas, el pagador Bartolomé de Cárcamo, vecino de Torres, y depositario del dinero para el Puente de Quintanilla; así como Simón de la Torre, Miguel de Noriega, Pedro Gómez de la Barrena, abogado de los Reales Consejos, etc.
 
Alega Pedro del Río que se está procediendo judicialmente contra él pero que se debe ir contra don Juan Antonio de Cubillas que fue el receptor del dinero de los repartimientos del Valle de Val de San Vicente (1.200 reales), Valle de Villaescusa (600 reales), “que es contra quien se debe prozeder y no contra mí por tener pagado el libramiento, pues así es de Justicia”. Ordena don Pedro Gómez de la Barrena – el abogado de los Reales Consejos- que se pague al maestro cantero Pedro del Río y que el depositario, Bartolomé de Cárcamo, rinda cuentas de lo recibido y abonado para el puente de Quintanilla Pienza. Añade que el citado maestro consintió que los 5.054 reales se pagasen a don Juan Antonio de Cubillas, corregidor de las Siete Merindades. ¡Un lío de cobros y pagos en que no se sabe bien quién recibió esos 5.054 reales! El 9 de septiembre de 1696, el corregidor de Villarcayo, don Felipe de Valdivielso, constata que hay 13.300 ducados prevenidos para las obras en el Puente de Frías y que en efecto consta que el que fue corregidor de las Siete Merindades, don Juan Antonio de Cubillas, cobró ciertas cantidades del repartimiento para el puente. Después de leído todo el documento desconozco el final del embrollo y no tengo datos claros para saber lo acontecido en torno al pago que se debió hacer al maestro cantero Pedro del Río. ¿Recibió o no recibió los 5.054 reales por su trabajo? A veces, los puentes y los dineros se los lleva la corriente…

 
Como bien dice Ricardo, los dineros se los lleva la corriente tanto ayer como hoy. Continuaremos con el mundo de los pontifex -constructores de puentes en latín- la próxima semana. 
 
 
Bibliografía:
 
Álvarez Llopis, E. 2018: "Un itinerario histórico: el camino Laredo-Burgos en la Edad Media" en Caminería Histórica. Actas del VIII Congreso Internacional, Madrid, Minist. de Fomento, CEDEX-CEHOPU, 2008, pp. 1-18
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Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (I)”. BIFG, nº 224, pp. 375-400
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (II)”. BIFG, nº 225, pp. 375-400
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Cano Sanz, P. (2003), Fray Antonio de San José Pontones. Arquitecto, ingeniero y tratadista en España (1710-1774). Universidad Complutense de Madrid. Tesis Doctoral.
Cazando Puentes, página web con información sobre muchos puentes: el medieval de Frías, el de Valdivielso (Puentearenas), el de Medina de Pomar sobre el Trueba, el de Trespaderne, el de Oña en la Horadada, el de Santa Marina, en Villarías, el puente del Aire, en Valdenoceda, etc.
Domingo Mena, D. 2015: Caminos de Burgos: Los caminos del norte (siglos XV y XVI). Burgos: Universidad de Burgos. Tesis Doctoral.
García Huidobro de Valdivielso, 2017: “Reparo del puente de Puente Arenas y del paso de los Hocinos a finales del siglo XVI”.
Hombría Maté, P.L. 2018: “La construcción de puentes a la luz de los tratadistas clásicos”.
Losada Varea, C. 2007: La Arquitectura en el otoño del Renacimiento. Juan de Naveda (1590-1638). Universidad de Cantabria, 368 págs.
Nebreda Perdiguero, E. 2016: "Amo a mi pueblo. La provincia de Burgos: sus pueblos, su historia, sus personajes, sus iglesias…" Burgos: Rico Adrados.
Ojerada, R. 2014: “Los canteros de Trasmiera”.
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San Martín Vadillo, R. 2021: Viajeros por las Merindades. Autoedición. 374 páginas.
San Martín Vadillo, R. 2022:  Las Merindades: Documentos para su historia. Autoedición. 392 páginas.
Sojo y Lomba, F. 1935: Los maestros canteros de Trasmiera. Madrid: Huelves y compañía.
 
Con mi agradecimiento a María Arce Fueye y a Gustavo Gómez Santamaría por su ayuda y facilidades para realizar mi investigación.
 
 

domingo, 1 de septiembre de 2024

Analizamos la iglesia de Butrera.

  
En Las Merindades tenemos más de cien templos románicos supervivientes al paso del tiempo. Fueron construidos mediante diversos sistemas y el análisis de los materiales empleados, los sistemas auxiliares utilizados en su montaje y la especialización de los grupos de trabajadores que participaron en su construcción, indican que algunas de ellas son estructuras de transición entre el románico y el gótico donde los conocimientos constructivos de los maestros están evolucionando y mostrando una especial destreza en el trabajo de talla, con grupos especializados de canteros.

Foto: ZaLeZ
 
Son años en que se abandonaron los materiales perecederos para adoptar materiales pétreos, transformando el paisaje y la forma de habitar el lugar. El uso de la piedra y el ladrillo sería consecuencia del crecimiento económico y demográfico y a los avances tecnológicos en construcción. Es decir, menos adobe y menos tablazón.
 
Las construcciones medievales de esta comarca fueron ejecutadas con tres tipos de piedra: arenisca, caliza y toba. El uso de una u otra depende del valle en el que nos encontremos; algunas iglesias fueron realizadas en su totalidad en piedra caliza y otras en arenisca, existiendo escasos ejemplos donde se han utilizado ambos materiales mezclados. En buena parte de las iglesias construidas con caliza se ha utilizado también la toba, material muy poroso y ligero. La toba se empleaba fundamentalmente en las partes altas del edificio y no era considerada una piedra de calidad. En el caso de la iglesia de Butrera nos encontramos con que se empleó sillería caliza de gran calidad para sus gruesos muros (1,20 m). Veremos bloques regulares asentados sin argamasa y labrados a hacha en las partes románicas. Por su parte, la sacristía cuadrada, adosada al costado meridional de la cabecera, y cubierta con bóveda de terceletes se aparejó con sillares tallados a cincel y martillo.

Foto: ZaLeZ
 
Dicho esto, Butrera aparece citada en la documentación escrita, por primera vez, en 1099 cuando Elvira Hañez dona al obispo y cabildo de Burgos un solar con su divisa, salidas y entradas, montes y fuentes. Es en esta población donde la Edad Media nos dejó la iglesia románica bajo la advocación a Santa María y su conocidísimo bajorrelieve románico con la Adoración de los Reyes Magos, que salió en un sello de correos de España allá por 1970. 


En la Edad Moderna la iglesia era conocida como Nuestra Señora de la Antigua y, hoy, tiene la declaración de Bien de Interés Cultural. Este templo daba servicio espiritual a lo que se ha interpretado como un despoblado situado en sus alrededores documentado arqueológicamente por materiales constructivos, fundamentalmente teja curva y algún ladrillo macizo y fragmentos de cerámica a torno de pastas ocres con desgrasantes cuarcíticos y calizos de calibre medio elaboradas mediante cocciones oxidantes y mixtas. Tiene a su alrededor un cementerio que fue excavado en la década de 1980 y hoy está cubierto para su protección. Se descubrieron hasta once tumbas de lajas que en algunos casos presentan la roca sobre la que se asientan rebajada para dejar sitio al cuerpo; dos de las tumbas tienen paredes laterales construidas con lajas superpuestas, no hincadas como el resto. Todas las sepulturas estaban tapadas por otras piedras planas, no existiendo tumba alguna con cubierta a dos aguas.

 
El templo se encuentra, hoy, a unos 150 m al este de las casas y próximo al río Trema. Por el costado septentrional de la nave, y con acceso desde el sur, se sitúan las ruinas –luego transformadas en cementerio– de la troje (un granero). No nos enfrentamos a un templo de cruz griega -lo siento- sino a un templo basilical de dos tramos y la presencia de un amplio transepto destacado. Lo que vemos, además, es fruto de dos campañas constructivas románicas, probablemente próximas en el tiempo e, incluso, consecutivas en el último tercio del siglo XII. Pero, distanciadas en cuanto a presupuestos estéticos.

Foto: Entre bosques y piedras
 
A la primera campaña se debe la cabecera, que repite el esquema de ábside semicircular con contrafuertes hasta la cornisa y presbiterio que continúa la línea de paramento del semicírculo. Este ábside tiene un tramo recto presbiterial, cubierto con bóveda de cañón levemente apuntada y reforzada con un arco. Se alza sobre un zócalo corrido y sus paredes están divididas en tres mediante contrafuertes que parten del zócalo y alcanzan la cornisa. Horizontalmente el ábside está dividido por una moldura interrumpida por las pilastras y ventanas. En cada paño del ábside hubo una ventana, de mayor tamaño la central y ciegas las laterales. 

Foto: ZaLeZ

Si nos fijamos en la ventana central por su parte externa, en torno a un estrecho vano rasgado muy alterado y agrandado, tenemos un fracturado arco de medio punto ornado con dos hileras de dientes de sierra que albergan unas molduras decoradas con puntos de trépano, y dos arquivoltas, la interior con diez cabecitas humanas dispuestas bajo serpientes entrelazadas a modo de arquillos. Terminan estos arcos en sillares con voladizo y tres parejas de semicolumnas, coronadas por capiteles con la bestia apocalíptica, en forma de serpiente de siete cabezas; una cara grotesca; una pareja de dragones afrontados; un rostro mostrando los dientes; otro barbado y con gruesos pómulos; y una cabecita de batracio. Las basas de estas columnas presentan perfil ático de grueso toro inferior, sobre plinto. 

Foto: ZaLeZ

El interior de esta ventana es hoy la hornacina de la Virgen, de la que luego hablaremos. La decoración superviviente a los años consta de una cenefa de entrelazos que albergan botones vegetales y las columnas que lo sustentan, rematadas por deteriorados capiteles, el izquierdo ornado con un aspa y el derecho con tres pisos de aves de largos picos.

Foto: ZaLeZ
 
La ventana exterior del muro norte del presbiterio muestra arco de medio punto decorado por fino entrelazo sobre dos columnas acodilladas. El capitel de la izquierda del espectador presenta una máscara humana de enormes orejas mostrando los dientes, y el derecho otra similar que abre grotescamente su boca estirando sus labios con ambas manos. En el correspondiente arco interior tenemos una escena pastoril, con el pastor ataviado con sayón y portando un cayado, ante un perro, cinco ovejas y un carnero, y en la otra parte del arco un personajillo sentado leyendo un libro que sostiene sobre sus rodillas. Disponemos de dos parejas de columnas acodilladas, cuyos capiteles se decoran con un personaje representado en busto que sostiene con ambas manos un objeto circular de difícil identificación, los dos interiores presentan sendas cabezas humanas –una masculina y otra femenina– entre hojas rematadas en volutas, y el exterior de la derecha una figura femenina de cabeza cubierta con un tocado plisado que a modo de barboquejo le cubre la boca, llevándose las manos a las sienes. 

Foto: ZaLeZ

Al exterior tiene un arco achaflanado, un muy deteriorado león en el capitel izquierdo y en el derecho tres pisos de extraños tubos horadados mientras en el tímpano hay un animal indefinido.

Foto: Entre bosques y piedras
 
La tercera ventana fue deteriorada con otra ventana cuadrada que da luz al altar. Queda parte del arco doblado, abocelado y ornado con puntas de clavo en la rosca el interior, y en chaflán con cinco filas de finos tacos el externo, así como la columnilla derecha, coronada por una cesta en la que se afrontan dos toscos cuadrúpedos.

Foto: ZaLeZ
 
Interiormente, los paramentos de la cabecera aparecen recorridos por dos líneas de imposta entre las que están enmarcadas las ventanas, de las cuales quizá sólo la central del ábside albergaba un vano, siendo las otras decorativas.

Foto: ZaLeZ
 
El capitel del lado del evangelio del arco triunfal muestra el combate de jinetes, ambos sobre monturas ricamente enjaezadas y armados con yelmos cónicos, cotas de malla, espadas al cinto y escudos de cometa, sobre los que percuten las lanzas que empuñan. El tambor del capitel se decora con una serie de cabecitas coronadas, que asoman entre formas geométricas en aspa. En el capitel norte del hemiciclo se afrontan dos grifos que vuelven sus cuellos y alzan sus patas sobre el rostro de la máscara humana que hace de fondo, bajo la que pende una especie de armiño. La cesta -o tambor- que corona la semicolumna del lado de la epístola recibe, por su parte, una doble corona de hojitas lanceoladas y cóncavas, sobre la que se dispone una máscara humana entre cuatro grandes volutas.

Iglesia de Butrera a inicios siglo XX
 
Tras construir el ábside se derribaría el resto de la iglesia y, un segundo taller acometería el resto de la obra. Modificó el proyecto original creando una nave corta y un destacado transepto. Vemos un lenguaje arquitectónico más elaborado y tardío, con maña al enlazarse con la obra del ábside. Maña que no perfección: se ve la ruptura de hiladas entre la obra del presbiterio y los pilares y arcos del transepto. La corta nave nueva tiene dos tramos, uno cubierto con una bóveda de cañón apuntado y el del crucero con una bóveda de crucería tipo argevina y clave ornada con un florón de tallos y brotes lobulados. Esta bóveda obligó a crear un cimborrio apenas destacado. Los brazos del transepto -nave transversal- están sobre unos zócalos escalonados y reforzados por contrafuertes en el exterior. Están cubiertos por sendas bóvedas de cañón apuntado, reforzadas por un fajón contra los hastiales, al igual que ocurre en la nave. En el brazo izquierdo mirando al altar se dispusieron dos saeteras de fuerte abocinamiento al interior mientras que al sur debía abrirse un vano de mayor luz, sustituido por el moderno.

 
Destacamos en el transepto las dos capillitas insertas en sus gruesos muros. Estos se adelgazan escalonadamente sobre ellas. Ambas se abren mediante arcos apuntados que descargan sobre columnas adosadas, se cubren con bóvedas de horno y en su eje se abren sendas saeteras encuadradas en dos líneas de impostas con diferentes decoraciones. Los capiteles de la capilla septentrional reciben dos pisos de hojas lisas lanceoladas, las superiores con caulículos, y hojas abiertas en abanico con brotes y en la sur el arco aparece enmarcado por un rehundido a modo de alfiz decorado con sucesión de losanges (rombos), continuándose la decoración vegetal -acanto y bayas arracimadas- de sus capiteles a modo de friso por ambos lados.


Fotos: Tierras de Burgos
 
Una peculiaridad de este templo es su bóveda argevina. No la confundamos con una bóveda aquitana porque “la diferencia entre ambas estructuras estriba en la ejecución de sus superficies de plementería. Las bóvedas aquitanas se construyen con las hiladas de plementos concéntricas mientras que las angevinas presentan sus plementos en hiladas paralelas a los ejes principales de la bóveda”. ¿Cómo se quedan? Plemento es cada una de las secciones en que queda dividida la bóveda. Por no liarles, la de Butrera es argevina y más cercana al gótico que al románico. Esta estructura -y la aquitana- presenta menos empuje horizontal que las bóvedas menos apuntadas, lo que permitió su construcción en iglesias con pequeños contrafuertes adosados a su fábrica, como las iglesias románicas.

Foto: ZaLeZ
 
Los arcos de la bóveda argevina apean hacia el este en triples haces de columnas, el doble de gruesa la central, mientras que hacia la nave reposan en semicolumnas simples. En sus capiteles veremos fauna fantástica: una pareja de trasgos alados, con pezuñas de cabra, cuerpo escamoso de colas enroscadas y cabeza monstruosa de grandes ojos almendrados y saltones, orejas puntiagudas y hocico de cánido, se afrontan en el capitel central, mientras que en los laterales se disponen dos híbridos similares a los anteriores, aunque en uno remata el largo cuello una cabeza masculina de acaracolados y llameantes cabellos, con grotesco gesto de la boca mostrando la lengua. Y decoración vegetal dos de ellos con varios pisos de hojas, las inferiores lisas y picudas y crochets superiores con bayas y brotes en las puntas; y acantos ramificados de espinoso tratamiento. Las ménsulas que recogen los nervios de la bóveda del crucero tienen decoración vegetal, similar a la de los capiteles de la portada.

Foto: ZaLeZ
 
Al exterior, los brazos del transepto se coronan con una cornisa con molduras que reposa en simples canes de nacela y alguno con perfil de proa de nave. En los canecillos de la cabecera se combinan las más toscas figuras del primer taller con los refinados relieves del segundo, por lo que es probable que el remate de estos muros correspondiese al segundo taller. De la primera empresa tendremos animales, entre ellos un cáprido de retorcida cornamenta, un mascarón monstruoso de enormes colmillos, una máscara engullendo a un personajillo y un busto masculino que parece mesarse las barbas. 

Foto: ZaLeZ

Del segundo taller hay un grifo, un cuadrúpedo de cuerpo recubierto por gruesos mechones triangulares, monstruosa cabeza de fauces rugientes y puntiagudas orejas, un infante cabalgando y clavando su espada en un monstruo similar al anterior, una descabezada arpía y un rugiente monstruoso. Además, dos figuras sacadas del repertorio del taller: sobre el muro de la sacristía tenemos un personaje tocado con bonete, sedente, con la pierna izquierda cruzada y apoyada sobre la derecha, y la cabeza ladeada apoyando sobre la mano, en una pensativa o somnolienta actitud que recuerda a la de San José en el frontal de altar; y otra figura, situada en ábside, femenina, sedente y velada que porta en sus manos un pomo esférico del estilo al de los reyes Magos.

Foto: ZaLeZ
 
La portada del templo se abre al sur con un arco apuntado moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído y una banda de puntas de diamante. Rodean el arco tres arquivoltas separadas por cenefa de puntas de diamante. Descansan los arcos en tres parejas de columnas cubriéndose las más occidentales por una maltrecha imposta de tallos con brotes arracimados y hojitas vueltas. En el lado derecho del espectador la imposta combina la decoración de entrelazo de cestería con hexapétalas (una cosa parecida a una rueda con radios) y hojitas de acanto. Estas impostas continúan sobre los muros. Las columnas se alzan sobre deterioradas basas de perfil ático. En el exterior del lado occidental algunos autores han visto “sobre un fondo vegetal de hojitas trilobuladas, el combate entre un infante ataviado con cota de malla y quizá embrazando un escudo, que con su diestra alza una espada contra un híbrido del que sólo resta su enroscada cola de reptil”. Al centro se insinúan dos figuras sobre un fondo vegetal. En el lado oriental, el capitel interior tiene dos dragones decapitados enfrentados cuya cola de reptil se enreda en sus patas, mientras que en el central había dos cuadrúpedos sobre fondo de acantos. En la última, es reconocible pese al deterioro la escena de la “despedida de la dama y el caballero”, donde, para subrayar la elevada condición de la mujer, esta viste saya encordada en la cadera y entallada por cinturón.

Foto: Entre bosques y piedras
 
No nos olvidemos de la espadaña, seguramente postmedieval, con remate en piñón, dos huecos para campanas de medio punto sobre impostas de filete y campanil. A esta espadaña da servicio una escalera de caracol escondica en el muro occidental del pórtico. En la cornisa exterior se reutilizaron, junto a otras piezas de posterior cronología, varios canecillos románicos con motivos vegetales; un monstruo de aire felino y rugientes fauces; una grotesca cabecita femenina velada y con gran nariz y boca sonriente mostrando los dientes; otra dama con toca con barboquejo; y una cabecita masculina barbada. 

Foto: Tierras de Burgos

El otro cierre del pórtico solapa parcialmente un desgastado relieve del Pecado Original. Centra la escena el árbol prohibido, ocupando su copa –de cuyas ramas penden hojas y frutos– el tímpano superior, enmarcado por una cenefa de puntas de diamante. A ambos lados del tronco y bajo sendos arquillos formados por las ramas se disponen las figuras de Adán -con la mano derecha en su cuello- y Eva tapándose ambos sus partes pudendas.

Foto: ZaLeZ
 
Empotrado en el lado interior del muro norte de la nave, frente a la portada, tenemos el famoso frontal de altar, de 78 cm × 143 cm, recreando una Epifanía. Los dos primeros Reyes se encuentran de pie y en conversación, mientras que el más próximo a la Sagrada Familia realiza la tradicional genuflexión, apoyando su rodilla derecha en un cojín ornamentado. Frente a los magos tenemos a María, coronada con el niño Jesús en su regazo. No es un bebé sino un adulto reducido que, girado hacia los Reyes, sostiene los evangelios con su mano izquierda y bendice con la diestra. En la esquina está San José, con un bonete gallonado, apoyando su mano izquierda sobre un bastón “en tau” y llevándose la mano derecha al rostro con su tradicional gesto de somnolencia.

Foto: ZaLeZ
 
Volviendo al ábside hemos de fijarnos en la escultura de la Virgen María. Está labrada en un bloque de arenisca y es de 152 cm de altura y recrea a la Virgen de la Anunciación que muestra la palma de su diestra ante el pecho. Aparece sentada, coronada y vistiendo velo, túnica y un pesado manto de borde decorado con brocado, que la figura sujeta sobre el vientre con dos dedos. Por su disposición y las similitudes con vírgenes de Santo Domingo, Gredilla de Sedano y en las imágenes marianas de Cerezo de Rio Tirón, Ahedo del Butrón y la riojana de Alcanadre podemos definir el marco general del que participó su escultor.

Foto: Tierras de Burgos
 
El análisis de las realizaciones de los talleres escultóricos que trabajaron en Butrera nos dice, en el caso del primer escultor, que son evidentes sus conexiones con iglesias de los Valles de Mena y Losa y la influencia de los talleres cántabros. El estilo del segundo taller conecta con las realizaciones del tardorrománico burgalés y se asemeja a los artistas de Cerezo de Rio Tirón y Moradillo de Sedano.
 
 
Bibliografía:
 
“Iglesia de Nuestra Señora de la Antigua”. Texto: JMRM - Planos: JSJG.
“Burgos Edificado”. José Luis García Grinda.
“Petrificación de la riqueza. La construcción medieval en Las Merindades de Burgos”. Rocío Maira Vidal.
“Las siete Merindades de Castilla Vieja. Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres y Montija”. María del Carmen Arribas Magro.
“¿Angevinas o aquitanas? Bóvedas cupuladas protogóticas en Castilla-León”. Esther de Vega García.
 
 
Para saber más y fotografías:
 
ZaLeZ: “Iglesia románica de Nuestra Señora de la Antigua o de Septiembre (Butrera-Burgos)”
Tierras de Burgos: “Iglesia de Butrera”.  
Entre bosques y piedras: “Butrera”.   
Viajando tranquilamente por España y Europa: “La iglesia de Butrera”.