¡¿Cómo
se les ocurrió a las monjitas de Santa Clara vender un tesoro histórico?! No
les puedo dar la respuesta desde la mentalidad del siglo XXI a una decisión
tomada en el siglo XIX, sólo contarles su historia… y lamentarnos. Lamentarnos
mucho. La copa del Condestable era, es, una copa de oro, el ejemplo
sobreviviente más destacado de la ilustración medieval tardía de Francia.
La
copa del Condestable se la conoce principalmente como la copa de Santa Inés. De
hecho, las escenas externas de la copa representan vida y milagros de Inés
(291-304 d.C.). La Santa era hija de un rico romano que rehusó una proposición
de matrimonio para casarse con Procopio, hijo del prefecto Sempronio, declarando
su deseo de ser de Cristo. Fue denunciada como cristiana, y mandada a un
prostíbulo donde, milagrosamente, no perdió su inocencia. Procopio, que
pretendía violarla, fue estrangulado por un demonio. La misma Santa Inés le
devolvió la vida, pero a pesar de ello, fue sentenciada a muerte.
La
tapa, copa y soporte de la copa, están decorados con esmaltes trabajados con el
procedimiento de transparente en bajo relieve, permitiendo sus colores el paso
de la luz, que se refleja desde la base brillante del metal que hay debajo. Este
proceso se inició a finales del siglo XIII y predominó en el XIV. El dibujo
está delineado en la superficie del metal. Los detalles son entonces esculpidos
en relieve, de tal modo, que las partes más salientes se aproximen todo lo posible
al nivel, mientras que las partes bajas se profundizan, desde allí, en
distintos planos. Cuando se completa el esmaltado varían, así, los colores en
intensidad, de acuerdo con la profundidad o superficialidad del relieve. Estos
reflejos crean el encanto particular de estas piezas. Cuando, como en la Copa
del Condestable, el trabajo está hecho sobre oro el esplendor aumenta. Los
colores que encontramos en la copa fueron cinco: carmesí, azul zafiro, otro
tinte azulado, un tono anegrado y amarillo dorado. Para las caras y las manos
emplearon un esmalte incoloro que resalta el color del oro que está debajo.
La
copa tiene unas dimensiones de 23`6 cm de altura con un diámetro de 17`8 cm en
su punto más amplio y un peso de casi dos kilogramos. Tiene una tapa, que se
puede retirar, con un medallón esmaltado en el interior representando a Jesucristo
en gloria, sosteniendo un cáliz y en actitud de dar la bendición con la mano
derecha. La bola original que remataba su final y la corona cubierta, con que
fue reemplazada, han desaparecido. Posteriormente pusieron alrededor de la tapa
una banda en crestería en su borde más bajo, como la que decora la peana.
En
la primera escena del exterior de la tapa vemos a Procopio ofreciendo un joyero
a Inés, y tras de él, su padre Sempronio. La Santa está con su hermana
Emerenciana y el cordero con cruz en el nimbo. Tiene una banda encima de la
cabeza con un letrero que dice: “ya me debo a él, a quien sirven los Ángeles”.
En la siguiente escena, Procopio está tumbado a lo largo con un demonio
agachado a su lado, Sempronio está a la cabeza e Inés a los pies, delante de la
puerta de la casa. Entre ellas está la leyenda: “¿cómo te has caído si en la
mañana estabas levantada?”. La escena que sigue, muestra a Procopio
arrodillado arrepentido ante la Santa, acompañada del cordero. Su leyenda dice:
“vete y no peques más”. Tras de la Santa se halla Sempronio y el
subprefecto Aspasio, sobre quien hay otra banda escrita en la que se lee: “yo
no la encuentro culpable”.
El último asunto que tiene la tapa representa Inés
en la hoguera, con un verdugo a su derecha, que apunta una lanza a su garganta.
En el lado opuesto se halla Aspasio. La leyenda correspondiente dice: “Señor
en tus manos encomiendo mi espíritu”.
El
fondo de la copa está adornado con un medallón circular esmaltado que muestra a
Santa Inés recibiendo instrucciones de rodillas delante de un maestro. En la
banda aparece una leyenda escrita en latín, en letras negras: “Guardo tus
palabras en mi corazón para que no pueda pecar contra ti”.
En
las paredes exteriores de la copa hay, también, varias escenas. Empezamos por
el entierro de la Santa. Su cuerpo reposa en un ataúd cubierto con un paño
mortuorio marcado con una sencilla cruz y sostenido entre dos hombres. Un
sacerdote le rocía con agua bendita y un acolito a su lado sostiene una cruz. A
derecha e izquierda hay dos mujeres enlutadas: la madre y la hermana, Santa
Emerenciana. En la banda se lee: “ved aquí, que ya tengo cuanto ambicionaba”.
La escena siguiente muestra Emerenciana al lado de la tumba, apedreada por tres
hombres. La leyenda en la banda dice: “Ven conmigo a la gloria, hermana mía”.
La tercera muestra la aparición de Santa Inés en la tumba de familia,
juntamente con otras tres vírgenes mártires llevando palmas. En el letrero de
la banda, dice: “alegraos conmigo”.
El último asunto, es la curación de
la princesa Constancia, que estaba enferma de lepra, y había oído de los
milagros realizados por Santa Inés. El letrero de la banda dice: “si crees
en Jesús, serás curada”. En el lado opuesto aparece un cojo y otra figura
sentada en el suelo. A la derecha de la tumba, Constancia ahora curada se
arrodilla a los pies de su padre, el emperador Constantino. La leyenda que hay
sobre ella dice: “esta es una Virgen lista y escogida entre las prudentes”.
Alrededor
de la peana y en la parte baja de la empuñadura están esmaltados los símbolos
de los Evangelistas. El pie de la copa se alargó dos veces mediante bandas cilíndricas. La más baja de estas bandas contiene la rosa
Tudor en esmalte rojo y blanco con puntos verdes. Se añadiría durante el
reinado de Enrique VIII. La banda alta tiene una inscripción grabada en tres
renglones rellenada de esmalte negro, con una barrera de ramas de laurel -símbolo
de victoria- en verde para distinguir el extremo de la inscripción de su
comienzo. Otros autores han visto una rama de olivo que simboliza la paz. Fue
agregada en España en 1610.
La
copa del Condestable, o de Santa Inés, aparece documentada por primera vez en un
inventario del año 1391 de todos los artículos de valor que pertenecían a
Carlos VI de Francia (quien reinó entre el 1380 y el 1422): “Un hanap de
oro, con todo el exterior de su cubierta bella y ricamente esmaltado con la
vida de Santa Inés, el borde del pie se adorna con 26 perlas, y la corona
alrededor de la cubierta con 36 perlas más, y la ornamentación de la cubierta
se completa con cuatro zafiros, tres espinelas y quince perlas. Y pesa 9 marcos
y 3 onzas de oro. El llamado hanap descansa en un soporte de oro en forma de
trípode, y en el centro del trípode está representada la Virgen María en un sol
sobre un fondo de color rojo claro, y los tres pies del trípode están formados
por tres dragones alados. El hanap y la cubierta fueron entregados al rey por
monseñor el Duque de Berry en su viaje a Touraine el año 1391”.
Duque de Berry
Juan
I de Berry (1340-1416) era el tío de Carlos VI, hombre fuerte en el reino, así
como el coleccionista más famoso y extravagante y comisario de arte de su
época. En razón a sus injusticias y rapacidad, su sobrino le obligó a retirarse
del gobierno de Languedoc. En 1391, sus relaciones que habían sido muy tensas,
mejoraron, y cuando se entrevistaron en Tours, aprovechó el Duque la
oportunidad para conmemorar la reconciliación con un valioso regalo. No fue
hecho para la ocasión y debía ser una antigua posesión del duque. Lo
demostraría el hecho que explica la elección de la leyenda de Santa Inés porque
Carlos V, padre de Carlos VI, había nacido el 21 de enero, día de Santa Inés.
Por ello, Carlos V rendía culto a dicha Santa y sus parientes y la más elevada
nobleza conmemoraban anualmente la fiesta de su nacimiento, haciéndole regalos
que, a veces, eran alusivos a su Santa Patrona.
Se
llegaron a descubrir hasta trece objetos valiosos que habían pertenecido a Carlos
V en los que aparecía Inés. Puede suponerse que la copa del Condestable pudo
ser un regalo encargado por el Duque de Berry para el cumpleaños de su hermano
que no se entregó. Lo que le permitió reciclarlo para su sobrino (¡¿Quién no lo
ha hecho alguna vez?!). Quizá la razón fue la muerte de Carlos V ocurrida en
1381, entonces puede suponerse que la copa fue hecha en París en 1380.
Carlos VI de Francia.
La
copa aparece en otro inventario de Carlos V en 1400. Luego aparece como
propiedad de otro tío
real, y coleccionista: Juan de Lancaster, primer Duque de Bedford (1389 a
1435), hijo de Enrique IV, quien fue de forma breve regente tanto de Francia
como de Inglaterra en nombre de su sobrino Enrique VI. Quizá la obtuvo como
regalo de Carlos VI. En una lista de joyas del duque de Bedford no es
mencionado el trípode, algunas de las joyas faltan, y el tema se identifica
incorrectamente como la vida de Santa Susana y no Santa Inés. La copa no
aparece en un inventario real de 1441 quizá porque seguía en manos de Bedford o
porque estaba empeñada, como se hizo en 1449 y en 1451, para financiar los gastos
ingleses de la Guerra de los Cien Años.
La
copa aparece en los registros de la dinastía Tudor bajo el reinado de Enrique
VIII en 1521. Para entonces la tapa había perdido el florón “adornado con
cuatro zafiros, tres rubíes y quince perlas”, descrito en el inventario de
Carlos VI y tenía uno nuevo de oro en forma de corona cerrada o imperial. Esto
liga con el empuje propagandístico de Enrique para reafirmar Inglaterra como
imperio. Se asume que la banda baja con las rosas Tudor fue añadido durante el reinado de Enrique VIII como
parte del programa de añadir
distintivos Tudor en posesiones heredadas de dinastías anteriores. Lo mismo ocurrió con
tapices, manuscritos ilustrados y edificios como la capilla del King's College
en Cambridge. La copa se describe en inventarios de 1532 y después de la muerte de Enrique en 1547, y
entonces bajo el reinado de Isabel I fue inventariada en 1574 y el 1596.
Cuando
Jacobo I de Inglaterra accedió al trono inglés en 1603, buscó acabar la guerra
con la corona española (1585-1604). Una delegación hispana llegó para la Conferencia de la Casa Somerset, que acabaría con un tratado, firmado en 1604. Al
frente de los diplomáticos Habsburgo estaba Juan Fernández de Velasco y Tovar,
Condestable de Castilla. De hecho, la ampliación superior del pie de la copa
tiene una inscripción latina que dice: “Esta copa de oro sólido, una
reliquia del tesoro sagrado de Inglaterra y una conmemoración a la paz hecha
entre los reyes, el Condestable Juan de Velasco, retorna después de cumplir
exitosamente su misión, presentado como ofrecimiento a Cristo el Pacificador”.
En
1610 el Condestable prestó la copa a las monjas de Santa Clara de Medina de Pomar.
La escritura de garantía
del regalo sobrevive, e incluye la condición de que no fuera alineada del
convento. Una nota en la escritura, escrita por la propia mano del Condestable,
informa que había obtenido el permiso del arzobispo de Toledo, Bernardo de
Sandoval y Rojas, para utilizar la copa como copón, como contenedor para
hostias. Antes de este periodo una regla de la iglesia normalmente prohibía el
uso de copas con la superficie interior decorada como copón.
La
copa permaneció en el convento hasta 1882, cuando las monjas, -su abadesa- debido
a problemas económicos, la ponen en venta. Julián García Sainz de Baranda da la
fecha de 1885 y aduce que la iniciativa no pareció partir de las “inocentes
monjitas” sino de un cura pícaro y traidor las convenció y se llevó la copa
fuera de España, a París, para venderla. ¿Por qué? Porque esperaba conseguir un
mejor precio y, quizá, evitar que se recuperase la copa en caso de alguna
irregularidad legal vendiéndola en España.
Aunque
la joya salió del Convento de Santa Clara de Medina de Pomar completa, llegó a
manos del Barón Pichon sin el borde de perlas de la cubierta y el florón ornado
que hacía de remate de su tapadera. Consistía el remate en una corona imperial
también de oro. Recogía Julián García una historia sobre dicho copón -y corona-
diciendo que el cura Simón del Campo llegó a París vestido de paisano y con un
mal francés. Para salvar este inconveniente, procuró buscar el trato de los
españoles que había allá y entre ellos trabó amistad con Pedro Angel Vermejo,
profesor de castellano de uno de los Liceos de París, y emigrado por política: “Se
dio a conocer el clérigo a este español como capitán de la Trasatlántica y le
expuso el objeto que llevaba de vender la copa, poniendo gran empeño en ocultar
la procedencia de la misma, y le acompañó dicho Sr. Vermejo en sus
ofrecimientos a los anticuarios parisinos, rechazando sus proposiciones la
mayor parte de ellos. Debía de andar muy escaso de recursos porque un día que
le dio a guardar la copa a dicho Sr. Vermejo, cogió su tapa, rompió el remate y
la llevó a vender a una platería de una calle de París, en la que en aquel entonces
el gremio de plateros tenía su asiento, dándole por ella 300 francos. A los
pocos días y por indicación del Sr. Vermejo, fueron a ver al Barón Pichon, al
que conocía por su erudición y afición a las antigüedades, y después de algunos
regateos y de dejársela para estudiarla, le ofreció la cantidad arriba dicha,
aceptando el desdichado clérigo el precio. Notó el Barón la falta del remate de
la tapa y al preguntar al cura qué había sido de él, le respondió que en un
momento de apuro lo había vendido y al oír esto le ofreció 30.000 francos si
lograba recuperarlo. Quedó asustado el Sr. Vermejo al oír este ofrecimiento por
aquel pequeño remate, comprendiendo entonces el valor de la joya que el cura
había acabado de vender, pero éste por más vueltas que dio en busca del remate
no logró recuperarlo, pues el platero lo había fundido”. Vemos que el
curita perista era bastante mal negociante y un gran desconocedor del valor de
las cosas con que trataba. El clérigo fue timado al aceptar una oferta ínfima
-9.000 francos del momento- frente al valor de la pieza. Una clara muestra del
dicho: “si no sabes torear, para qué te metes”. Otro al que pareció darle igual
la pérdida de esta joya fue José María Bernardino Silverio Fernández de Velascoy Jaspe (XV duque de Frías) quien, según el Barón de Pichon, al ser contactado
por este le proporcionó información muy útil, y felicitó al comprador por la
transacción realizada. (¡Hay que jod…!)
Silverio Fernández de Velasco
Claro
que, en una investigación más minuciosa – e inútil- por parte del Duque, se dio
cuenta de que la venta era contraria a la escritura de garantía de 1610 que
había descubierto en los archivos de la familia, y realizó una demanda en los
juzgados franceses para recobrar la copa. El duque perdió el caso en 1891
permitiendo al barón Pichon
revender la pieza. En mi opinión, las que tuvieron que ser procesadas fueron
las “monjitas”. El bueno del juez Julián García Sainz de Baranda exculpa -en
cierta forma- a otro de los colaboradores necesarios en este esperpento: Pedro
Ángel Vermejo. De él dice que desconoció el valor de la copa y su procedencia
enterándose durante el litigio que se entabló ante los Tribunales franceses
entre el Duque de Frías y el Barón Pichon sobre la propiedad de la copa y
nulidad de su venta. Y que recordaba angustiado su participación en la venta.
Pichon
entregó la copa a la firma de los señores Wertheimer de Bond Street (Londres)
donde la copa fue vista por Augustus Wollaston Franks, quien había sido
Guardián de Antigüedades y Etnografía británicas y medievales en el Museo
Británico desde 1866. También fue presidente de la Sociedad de Anticuarios.
Samson Wertheimer acordó “con mucho espíritu público” vender la copa al
Museo Británico por las 8.000 libras esterlinas (1.088.000 euros aprox.) que le
había costado a la empresa. Franks escribió en 1891 a Sir Henry Tate, famoso
por la Tate Gallery: “Ha aparecido una maravillosa copa de oro devuelta a
este país después de una ausencia de 287 años y estoy ansioso por verlo
colocado en el Museo Nacional y no trasladado a Estados Unidos”. Franks
recurrió al micro mecenazgo, o algo así, al intentar conseguir que personas
adineradas suscribieran 500 libras esterlinas (67.860 euros de hoy aprox.) cada
una, pero ni siquiera con una subvención de 2.000 libras esterlinas del Tesoro
de Su Majestad pudo aumentar el precio. Se vio obligado a aportar temporalmente
5.000 libras esterlinas de su propio dinero mientras seguía intentando obtener
cantidades más pequeñas de otros, y lo consiguió en 1892, cuando el Tesoro
acordó contribuir con las 830 libras finales.
Augustus Wollaston Franks
Quizá
lo que más fastidia es que ganasen el tesoro los ingleses tras sobrevivir a las
guerras del siglo XIX y a la desamortización. Y Las Merindades perdieron un tesoro
artístico que recordaba la derrota inglesa en la guerra donde ocurrieron las batallas
de la Gran y felicísima Armada y la Contra Armada.
Bibliografía:
“La
Copa Real de Oro, del Museo Británico”. (Trabajo redactado, originalmente, en
inglés, por O. M. DALTON: traducción castellana de Gonzalo Miguel Ojeda).
“La
famosa copa del condestable ¿qué fue de su remate?” Julián García Sainz de
Baranda.
Asociación
de “Amigos de Medina de Pomar”.
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