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domingo, 9 de marzo de 2025

La Copa del Condestable: monjas simplonas, curas truhanes y dejadez patria

 
¡¿Cómo se les ocurrió a las monjitas de Santa Clara vender un tesoro histórico?! No les puedo dar la respuesta desde la mentalidad del siglo XXI a una decisión tomada en el siglo XIX, sólo contarles su historia… y lamentarnos. Lamentarnos mucho. La copa del Condestable era, es, una copa de oro, el ejemplo sobreviviente más destacado de la ilustración medieval tardía de Francia.
 
La copa del Condestable se la conoce principalmente como la copa de Santa Inés. De hecho, las escenas externas de la copa representan vida y milagros de Inés (291-304 d.C.). La Santa era hija de un rico romano que rehusó una proposición de matrimonio para casarse con Procopio, hijo del prefecto Sempronio, declarando su deseo de ser de Cristo. Fue denunciada como cristiana, y mandada a un prostíbulo donde, milagrosamente, no perdió su inocencia. Procopio, que pretendía violarla, fue estrangulado por un demonio. La misma Santa Inés le devolvió la vida, pero a pesar de ello, fue sentenciada a muerte.

 
La tapa, copa y soporte de la copa, están decorados con esmaltes trabajados con el procedimiento de transparente en bajo relieve, permitiendo sus colores el paso de la luz, que se refleja desde la base brillante del metal que hay debajo. Este proceso se inició a finales del siglo XIII y predominó en el XIV. El dibujo está delineado en la superficie del metal. Los detalles son entonces esculpidos en relieve, de tal modo, que las partes más salientes se aproximen todo lo posible al nivel, mientras que las partes bajas se profundizan, desde allí, en distintos planos. Cuando se completa el esmaltado varían, así, los colores en intensidad, de acuerdo con la profundidad o superficialidad del relieve. Estos reflejos crean el encanto particular de estas piezas. Cuando, como en la Copa del Condestable, el trabajo está hecho sobre oro el esplendor aumenta. Los colores que encontramos en la copa fueron cinco: carmesí, azul zafiro, otro tinte azulado, un tono anegrado y amarillo dorado. Para las caras y las manos emplearon un esmalte incoloro que resalta el color del oro que está debajo.

 
La copa tiene unas dimensiones de 23`6 cm de altura con un diámetro de 17`8 cm en su punto más amplio y un peso de casi dos kilogramos. Tiene una tapa, que se puede retirar, con un medallón esmaltado en el interior representando a Jesucristo en gloria, sosteniendo un cáliz y en actitud de dar la bendición con la mano derecha. La bola original que remataba su final y la corona cubierta, con que fue reemplazada, han desaparecido. Posteriormente pusieron alrededor de la tapa una banda en crestería en su borde más bajo, como la que decora la peana.

 
En la primera escena del exterior de la tapa vemos a Procopio ofreciendo un joyero a Inés, y tras de él, su padre Sempronio. La Santa está con su hermana Emerenciana y el cordero con cruz en el nimbo. Tiene una banda encima de la cabeza con un letrero que dice: “ya me debo a él, a quien sirven los Ángeles”


En la siguiente escena, Procopio está tumbado a lo largo con un demonio agachado a su lado, Sempronio está a la cabeza e Inés a los pies, delante de la puerta de la casa. Entre ellas está la leyenda: “¿cómo te has caído si en la mañana estabas levantada?”. La escena que sigue, muestra a Procopio arrodillado arrepentido ante la Santa, acompañada del cordero. Su leyenda dice: “vete y no peques más”. Tras de la Santa se halla Sempronio y el subprefecto Aspasio, sobre quien hay otra banda escrita en la que se lee: “yo no la encuentro culpable”


El último asunto que tiene la tapa representa Inés en la hoguera, con un verdugo a su derecha, que apunta una lanza a su garganta. En el lado opuesto se halla Aspasio. La leyenda correspondiente dice: “Señor en tus manos encomiendo mi espíritu”.

 
El fondo de la copa está adornado con un medallón circular esmaltado que muestra a Santa Inés recibiendo instrucciones de rodillas delante de un maestro. En la banda aparece una leyenda escrita en latín, en letras negras: “Guardo tus palabras en mi corazón para que no pueda pecar contra ti”.

 
En las paredes exteriores de la copa hay, también, varias escenas. Empezamos por el entierro de la Santa. Su cuerpo reposa en un ataúd cubierto con un paño mortuorio marcado con una sencilla cruz y sostenido entre dos hombres. Un sacerdote le rocía con agua bendita y un acolito a su lado sostiene una cruz. A derecha e izquierda hay dos mujeres enlutadas: la madre y la hermana, Santa Emerenciana. En la banda se lee: “ved aquí, que ya tengo cuanto ambicionaba”. 


La escena siguiente muestra Emerenciana al lado de la tumba, apedreada por tres hombres. La leyenda en la banda dice: “Ven conmigo a la gloria, hermana mía”


La tercera muestra la aparición de Santa Inés en la tumba de familia, juntamente con otras tres vírgenes mártires llevando palmas. En el letrero de la banda, dice: “alegraos conmigo”


El último asunto, es la curación de la princesa Constancia, que estaba enferma de lepra, y había oído de los milagros realizados por Santa Inés. El letrero de la banda dice: “si crees en Jesús, serás curada”. En el lado opuesto aparece un cojo y otra figura sentada en el suelo. A la derecha de la tumba, Constancia ahora curada se arrodilla a los pies de su padre, el emperador Constantino. La leyenda que hay sobre ella dice: “esta es una Virgen lista y escogida entre las prudentes”.

 
Alrededor de la peana y en la parte baja de la empuñadura están esmaltados los símbolos de los Evangelistas. El pie de la copa se alargó dos veces mediante bandas cilíndricas. La más baja de estas bandas contiene la rosa Tudor en esmalte rojo y blanco con puntos verdes. Se añadiría durante el reinado de Enrique VIII. La banda alta tiene una inscripción grabada en tres renglones rellenada de esmalte negro, con una barrera de ramas de laurel -símbolo de victoria- en verde para distinguir el extremo de la inscripción de su comienzo. Otros autores han visto una rama de olivo que simboliza la paz. Fue agregada en España en 1610.

 
La copa del Condestable, o de Santa Inés, aparece documentada por primera vez en un inventario del año 1391 de todos los artículos de valor que pertenecían a Carlos VI de Francia (quien reinó entre el 1380 y el 1422): “Un hanap de oro, con todo el exterior de su cubierta bella y ricamente esmaltado con la vida de Santa Inés, el borde del pie se adorna con 26 perlas, y la corona alrededor de la cubierta con 36 perlas más, y la ornamentación de la cubierta se completa con cuatro zafiros, tres espinelas y quince perlas. Y pesa 9 marcos y 3 onzas de oro. El llamado hanap descansa en un soporte de oro en forma de trípode, y en el centro del trípode está representada la Virgen María en un sol sobre un fondo de color rojo claro, y los tres pies del trípode están formados por tres dragones alados. El hanap y la cubierta fueron entregados al rey por monseñor el Duque de Berry en su viaje a Touraine el año 1391”.

Duque de Berry
 
Juan I de Berry (1340-1416) era el tío de Carlos VI, hombre fuerte en el reino, así como el coleccionista más famoso y extravagante y comisario de arte de su época. En razón a sus injusticias y rapacidad, su sobrino le obligó a retirarse del gobierno de Languedoc. En 1391, sus relaciones que habían sido muy tensas, mejoraron, y cuando se entrevistaron en Tours, aprovechó el Duque la oportunidad para conmemorar la reconciliación con un valioso regalo. No fue hecho para la ocasión y debía ser una antigua posesión del duque. Lo demostraría el hecho que explica la elección de la leyenda de Santa Inés porque Carlos V, padre de Carlos VI, había nacido el 21 de enero, día de Santa Inés. Por ello, Carlos V rendía culto a dicha Santa y sus parientes y la más elevada nobleza conmemoraban anualmente la fiesta de su nacimiento, haciéndole regalos que, a veces, eran alusivos a su Santa Patrona.
 
Se llegaron a descubrir hasta trece objetos valiosos que habían pertenecido a Carlos V en los que aparecía Inés. Puede suponerse que la copa del Condestable pudo ser un regalo encargado por el Duque de Berry para el cumpleaños de su hermano que no se entregó. Lo que le permitió reciclarlo para su sobrino (¡¿Quién no lo ha hecho alguna vez?!). Quizá la razón fue la muerte de Carlos V ocurrida en 1381, entonces puede suponerse que la copa fue hecha en París en 1380.

Carlos VI de Francia.
 
La copa aparece en otro inventario de Carlos V en 1400. Luego aparece como propiedad de otro tío real, y coleccionista: Juan de Lancaster, primer Duque de Bedford (1389 a 1435), hijo de Enrique IV, quien fue de forma breve regente tanto de Francia como de Inglaterra en nombre de su sobrino Enrique VI. Quizá la obtuvo como regalo de Carlos VI. En una lista de joyas del duque de Bedford no es mencionado el trípode, algunas de las joyas faltan, y el tema se identifica incorrectamente como la vida de Santa Susana y no Santa Inés. La copa no aparece en un inventario real de 1441 quizá porque seguía en manos de Bedford o porque estaba empeñada, como se hizo en 1449 y en 1451, para financiar los gastos ingleses de la Guerra de los Cien Años.
 
La copa aparece en los registros de la dinastía Tudor bajo el reinado de Enrique VIII en 1521. Para entonces la tapa había perdido el florón “adornado con cuatro zafiros, tres rubíes y quince perlas”, descrito en el inventario de Carlos VI y tenía uno nuevo de oro en forma de corona cerrada o imperial. Esto liga con el empuje propagandístico de Enrique para reafirmar Inglaterra como imperio. Se asume que la banda baja con las rosas Tudor fue añadido durante el reinado de Enrique VIII como parte del programa de añadir distintivos Tudor en posesiones heredadas de dinastías anteriores. Lo mismo ocurrió con tapices, manuscritos ilustrados y edificios como la capilla del King's College en Cambridge. La copa se describe en inventarios de 1532 y después de la muerte de Enrique en 1547, y entonces bajo el reinado de Isabel I fue inventariada en 1574 y el 1596.
 
Cuando Jacobo I de Inglaterra accedió al trono inglés en 1603, buscó acabar la guerra con la corona española (1585-1604). Una delegación hispana llegó para la Conferencia de la Casa Somerset, que acabaría con un tratado, firmado en 1604. Al frente de los diplomáticos Habsburgo estaba Juan Fernández de Velasco y Tovar, Condestable de Castilla. De hecho, la ampliación superior del pie de la copa tiene una inscripción latina que dice: “Esta copa de oro sólido, una reliquia del tesoro sagrado de Inglaterra y una conmemoración a la paz hecha entre los reyes, el Condestable Juan de Velasco, retorna después de cumplir exitosamente su misión, presentado como ofrecimiento a Cristo el Pacificador”.

 
En 1610 el Condestable prestó la copa a las monjas de Santa Clara de Medina de Pomar. La escritura de garantía del regalo sobrevive, e incluye la condición de que no fuera alineada del convento. Una nota en la escritura, escrita por la propia mano del Condestable, informa que había obtenido el permiso del arzobispo de Toledo, Bernardo de Sandoval y Rojas, para utilizar la copa como copón, como contenedor para hostias. Antes de este periodo una regla de la iglesia normalmente prohibía el uso de copas con la superficie interior decorada como copón.
 
La copa permaneció en el convento hasta 1882, cuando las monjas, -su abadesa- debido a problemas económicos, la ponen en venta. Julián García Sainz de Baranda da la fecha de 1885 y aduce que la iniciativa no pareció partir de las “inocentes monjitas” sino de un cura pícaro y traidor las convenció y se llevó la copa fuera de España, a París, para venderla. ¿Por qué? Porque esperaba conseguir un mejor precio y, quizá, evitar que se recuperase la copa en caso de alguna irregularidad legal vendiéndola en España.

 
Aunque la joya salió del Convento de Santa Clara de Medina de Pomar completa, llegó a manos del Barón Pichon sin el borde de perlas de la cubierta y el florón ornado que hacía de remate de su tapadera. Consistía el remate en una corona imperial también de oro. Recogía Julián García una historia sobre dicho copón -y corona- diciendo que el cura Simón del Campo llegó a París vestido de paisano y con un mal francés. Para salvar este inconveniente, procuró buscar el trato de los españoles que había allá y entre ellos trabó amistad con Pedro Angel Vermejo, profesor de castellano de uno de los Liceos de París, y emigrado por política: “Se dio a conocer el clérigo a este español como capitán de la Trasatlántica y le expuso el objeto que llevaba de vender la copa, poniendo gran empeño en ocultar la procedencia de la misma, y le acompañó dicho Sr. Vermejo en sus ofrecimientos a los anticuarios parisinos, rechazando sus proposiciones la mayor parte de ellos. Debía de andar muy escaso de recursos porque un día que le dio a guardar la copa a dicho Sr. Vermejo, cogió su tapa, rompió el remate y la llevó a vender a una platería de una calle de París, en la que en aquel entonces el gremio de plateros tenía su asiento, dándole por ella 300 francos. A los pocos días y por indicación del Sr. Vermejo, fueron a ver al Barón Pichon, al que conocía por su erudición y afición a las antigüedades, y después de algunos regateos y de dejársela para estudiarla, le ofreció la cantidad arriba dicha, aceptando el desdichado clérigo el precio. Notó el Barón la falta del remate de la tapa y al preguntar al cura qué había sido de él, le respondió que en un momento de apuro lo había vendido y al oír esto le ofreció 30.000 francos si lograba recuperarlo. Quedó asustado el Sr. Vermejo al oír este ofrecimiento por aquel pequeño remate, comprendiendo entonces el valor de la joya que el cura había acabado de vender, pero éste por más vueltas que dio en busca del remate no logró recuperarlo, pues el platero lo había fundido”. Vemos que el curita perista era bastante mal negociante y un gran desconocedor del valor de las cosas con que trataba. El clérigo fue timado al aceptar una oferta ínfima -9.000 francos del momento- frente al valor de la pieza. Una clara muestra del dicho: “si no sabes torear, para qué te metes”. Otro al que pareció darle igual la pérdida de esta joya fue José María Bernardino Silverio Fernández de Velascoy Jaspe (XV duque de Frías) quien, según el Barón de Pichon, al ser contactado por este le proporcionó información muy útil, y felicitó al comprador por la transacción realizada. (¡Hay que jod…!)

Silverio Fernández de Velasco 
 
Claro que, en una investigación más minuciosa – e inútil- por parte del Duque, se dio cuenta de que la venta era contraria a la escritura de garantía de 1610 que había descubierto en los archivos de la familia, y realizó una demanda en los juzgados franceses para recobrar la copa. El duque perdió el caso en 1891 permitiendo al barón Pichon revender la pieza. En mi opinión, las que tuvieron que ser procesadas fueron las “monjitas”. El bueno del juez Julián García Sainz de Baranda exculpa -en cierta forma- a otro de los colaboradores necesarios en este esperpento: Pedro Ángel Vermejo. De él dice que desconoció el valor de la copa y su procedencia enterándose durante el litigio que se entabló ante los Tribunales franceses entre el Duque de Frías y el Barón Pichon sobre la propiedad de la copa y nulidad de su venta. Y que recordaba angustiado su participación en la venta.
 
Pichon entregó la copa a la firma de los señores Wertheimer de Bond Street (Londres) donde la copa fue vista por Augustus Wollaston Franks, quien había sido Guardián de Antigüedades y Etnografía británicas y medievales en el Museo Británico desde 1866. También fue presidente de la Sociedad de Anticuarios. Samson Wertheimer acordó “con mucho espíritu público” vender la copa al Museo Británico por las 8.000 libras esterlinas (1.088.000 euros aprox.) que le había costado a la empresa. Franks escribió en 1891 a Sir Henry Tate, famoso por la Tate Gallery: “Ha aparecido una maravillosa copa de oro devuelta a este país después de una ausencia de 287 años y estoy ansioso por verlo colocado en el Museo Nacional y no trasladado a Estados Unidos”. Franks recurrió al micro mecenazgo, o algo así, al intentar conseguir que personas adineradas suscribieran 500 libras esterlinas (67.860 euros de hoy aprox.) cada una, pero ni siquiera con una subvención de 2.000 libras esterlinas del Tesoro de Su Majestad pudo aumentar el precio. Se vio obligado a aportar temporalmente 5.000 libras esterlinas de su propio dinero mientras seguía intentando obtener cantidades más pequeñas de otros, y lo consiguió en 1892, cuando el Tesoro acordó contribuir con las 830 libras finales.

Augustus Wollaston Franks
 
Quizá lo que más fastidia es que ganasen el tesoro los ingleses tras sobrevivir a las guerras del siglo XIX y a la desamortización. Y Las Merindades perdieron un tesoro artístico que recordaba la derrota inglesa en la guerra donde ocurrieron las batallas de la Gran y felicísima Armada y la Contra Armada.
 
 
 
Bibliografía:
 
“La Copa Real de Oro, del Museo Británico”. (Trabajo redactado, originalmente, en inglés, por O. M. DALTON: traducción castellana de Gonzalo Miguel Ojeda).
“La famosa copa del condestable ¿qué fue de su remate?” Julián García Sainz de Baranda.
Asociación de “Amigos de Medina de Pomar”.
 

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