Siguiendo con lo que comenzamos la semana pasada
profundizaremos en la forma en que se cultivaba y se realizaba la selvicultura
en Las Merindades y aledaños durante el siglo IX y X.
Explotación
del bosque.
El bosque pasará de ser de uso comunal
a ser propiedad de un grupo más reducido de determinados señores con especial interés
por los recursos forestales frente a los pequeños campesinos deseosos de
aumentar sus tierras de labor.
Este interés de los señores era doble:
la alimentación del ganado y la madera. Aunque esto último se pone de
manifiesto avanzado el siglo XI donde se darán una serie de disposiciones
restrictivas que protegen el bosque destinándolo a proveer las necesidades de
la construcción y de la calefacción, según detalla García de Cortázar.
La madera era el material más utilizado
en los siglos IX y X para la fabricación de toda serie de instrumentos y para
la construcción de viviendas; casas e iglesias eran de madera, como lo
atestiguan los documentos.
Así pues, por las múltiples utilidades
de la madera, y por la necesidad de aumentar las tierras de labor, los pequeños
campesinos van talando, poco a poco, las extensiones de bosque. Hecho que
llevará al enfrentamiento con los poderosos, que desean conservar la riqueza
forestal por medio de adehesamientos y cotos. Y tendrá como consecuencia
fundamental un retroceso del área boscosa.
La
agricultura.
Esta sí deja huella en el territorio.
La progresiva reducción del espacio arbolado en favor de la roturación es paralela
a la de ocupación del territorio y expansión hacia el sur de la población norteña.
Así, junto al bosque, el terrazgo (pedazo
de tierra sin sembrar) aparece distribuido entre diversos tipos de cultivos:
cereal, viñedo, huertos, frutales, etc., que ocupan una extensión desigual en
función de determinados factores naturales: suelos, humedad, insolación, y de
las propias exigencias alimenticias de la población allí establecida.
Cinco son los tipos de cultivos que
mencionan los documentos: cereales, viñedo, huertos, frutales y linares.
También hemos de tener en cuenta las menciones de ferragines (arenales o
prados cultivados para la alimentación del ganado estabulado). Las tierras
dedicadas a cada uno de estos cultivos se encuentran por lo general agrupadas
con el fin de aprovechar especiales condiciones del terreno y de hacer fáciles
las pesadas tareas agrícolas.
Analicémoslos por grupos:
a)
Los cereales:
Fundamentales en nuestra dieta, y en la
de ellos, por lo que suponemos que la mayor parte del terreno de la joven
Castilla Vetula era cerealista. Y así lo confirman los documentos porque el
número de menciones de "terras, agros, campos y sernos" (Los sernos son tierras que
consideramos dedicadas al cultivo del cereal) es notablemente superior al de
las dedicadas a otras especialidades agrícolas.
Detallando esas menciones de los siglos
IX y X vemos que: hay 129 tierras que consideramos dedicadas a cereales (agros,
sernos, caninos y terras); 61 de viñas; 41 do árboles frutales (manzanares, pomiferris y otros); 37
de huertos; 8 de linares y 15 de ferragines. El mismo número de cada una de las
especialidades ya es significativo por sí
mismo de la importancia que tiene cada una en la distribución del
terrazgo.
La documentación solo indica que se
cultivaba trigo y cebada pero debió haber otros. Así, atendiendo al territorio
diríamos que las variedades cultivadas serían trigo y centeno entre los cereales
de invierno y, quizá, cebada y avena entre los de primavera. Todos ellos
empleados para la elaboración del pan, alimento esencial de las comunidades. Y,
como supondrán, el pan de trigo -el blanco- era cosa de ricos. Los demás
alimentos, leguminosas, carne, queso eran mero acompañamiento del pan.
Las tierras dedicadas a cereal aparecen
indistintamente distribuidas por toda la región. Incluso el trigo era cultivado
en aquellas zonas cuyas condiciones no eran muy favorables, como en los Valles
de Mena y Ayala, demasiado húmedos, cuyos rendimientos serían muy bajos. En
cambio, las zonas de los Valles de Tobalina, bajo Bayas, Omencillo y
región de los Obarenes nos aparecen como las más propicias para el cultivo del
trigo, tanto por los suelos, desarrollados sobre arcillas y margas del mioceno,
como por el clima, frío en invierno y cálido y seco en el período de junio y
julio.
Por otra parte. es en estas zonas donde
con más frecuencia se emplean los términos "terra" y "agro" para designar a las tierras cerealistas. Esto nos lleva a
pensar que posiblemente existiera una diferencia, según los distintos términos
empleados, en el cereal que se cultivaba en cada una de estas tierras. Así "Terrosa" y "agros" serían
los términos para designar los trigales. Por el contrario, "serna" sería más genérico pero es empleada, básicamente,
en el Valle de Losa para designar las tierras de sembradura.
Pero, seguramente, en esos años
predominaría la cebada y la avena, cereales menos exigentes que el
trigo. En cuanto al centeno, que acompañaba a los cereales anteriores, ocuparía
las tierras más frías y pobres, de suelos silíceos, y las partes mis altas de
las laderas de las montañas.
Los documentos nos dicen, de vez en
cuando, la capacidad de siembra de algunas fincas pero no deducimos la
extensión ocupada par las mismas en el conjunto de la región. Las sernas, por
ejemplo, varían desde los 23 medios de sembradura hasta alguna de tres. Los agros,
por lo general, suelen ser más pequeños, entre dos y cuatro medios. De
todas formas, el espacio dedicado al cereal era extensísimo. Esto se explica
fácilmente si tenemos en cuenta el sistema de cultivo impuesto por las mismas
condiciones naturales de la región y por las escasos rendimientos de las
semillas: barbecho (16 1). Una vez recogida la cosecha se dejan las tierras en
reposo durante una temporada antes de un nuevo cultivo. ¿Cuánto duraba este
barbecho? Ni idea, pero lo más probable es que se practicara el sistema de año
y vez. Así cada dos años se obtiene una cosecha. Este sistema, por lo pronto, exige
duplicar la extensión de las parcelas para obtener los mismos resultados que si
se cultivasen anualmente.
Y ¿por qué así? lo obligaba el clima y
la tierra para cereal, secano y muy escasamente abonadas. Es el único modo de
que el suelo recupere las sustancias nutritivas necesarias para el crecimiento
de las plantas. No es probable que se practicara un tipo de rotación en tres
hojas con cereales de primavera y leguminosas. Mientras los campos están en
barbecho se deja pasar libremente al ganado, de manera que al tiempo que los
animales se alimentan con los rastrojos, con sus deyecciones fertilizaban los
campos.
Este precario sistema de abonado era
insuficiente para que el suelo recobrara su fertilidad. Además, a medida que
avanza el siglo X el número de cabezas de ganado va disminuyendo al tiempo que
aumenta el espacio cultivado de manera que esta escasez de abono se hará cada
vez mayor. También la mediocridad de los instrumentos de labranza obligaran a
la práctica de un barbecho prolongado. Recordemos que en esta época se emplea
el arado romano, de madera y con la punta endurecida al fuego, que ara ligeramente
la tierra sin revolver los suelos en profundidad.
Por todo lo expuesto hasta ahora:
escaso desarrollo técnico del instrumental agrícola, insuficiencia del abonado,
falta de selección en las semillas, podemos deducir que los rendimientos eran
extremadamente bajos. Por otra parte, las cosechas dependían estrictamente de
las fluctuaciones climáticas, una primavera o un verano demasiado húmedos, una
helada tardía podían malograr la cosecha. Esto hacía variar enormemente la
productividad de la tierra de un año para otro. En estas condiciones el
campesino se veía sometido a la amenaza casi constante del hambre y para
asegurarse el abastecimiento del cereal, producto básico en su alimentación, se
verá obligado a ampliar el espacio dedicado a este a costa del bosque y de los
terrenos baldíos.
b) El viñedo
El viñedo es el cultivo que sigue en
importancia al cereal. Los documentos arrojan un total de 61 menciones de viñas
en estos siglos. La cantidad es lo suficientemente elevada como para pensar que
el cultivo de la vid fue muy importante desde el principio de la reconquista. Ya
sé que hoy es raro ver vides en nuestra zona pero los documentos atestiguan
una amplia difusión de la viña en los siglos iniciales de Castilla.
Sus mejores lugares serían las
vertientes soleadas del Valle de Tobalina, Bajo Omecillo Bajo Bayas y en la
Cuenca de Miranda en aquellas tierras más sueltas y arenosas. El sector más
meridional, donde los veranos más cálidos y secos permiten la maduración de la
uva y la mejor calidad del vino.
Pero en los siglos IX y X encontramos vides
incluso por áreas poco favorables para vino de buena calidad, como son los
Valles de Mena, de Ayala y Losa. Pero la mayor parte de las viñas mencionadas por
los documentos, se localizan en torno a la cuenca de Miranda (Nave, Orón,
Salcedo, Villabezana, etc.), sector oriental del Valle de Tobalina (Frías,
Lomana, Ranedo, Villaescusa. Garofia) y en el Bajo Valle del Omencillo (de
Alcedo a Valdegovía)
El hecho de que se mencionen viñas en
localidades demasiado septentrionales, cuyas condiciones naturales son poco
favorables para su cultivo, se explica por el deseo de obtener de cada
explotación todos los productos necesarios para el consumo. El vino era exigido
no sólo por los usos litúrgicos, sino también por ser una de las pocas bebidas
existentes y un alimento; esto unido al deseo de los señores de prestigiar sus mesas con
vinos de buena calidad, llevará a una extensión del cultivo por toda la región.
El alcance económico y social de la
explotación del viñedo se pone de relieve si considerarnos que en los siglos IX
y X sólo un 25 % de los propietarios de viñas que aparecen en documentos son
nobles y grandes señores. El resto son pequeños campesinos, propietarios sin
ninguna connotación nobiliaria.
Los pobres y hambrientos campesinos,
atentando a nuestra lógica, dedicaban terreno al vino. Esto se explica si
tenemos en cuenta el sistema de cultivo que exige el viñedo: gran dedicación de
la mano de obra y poco instrumental técnico. Por tanto, está al alcance de los
pequeños campesinos que sólo cuentan con sus brazos para el trabajo de los
campos. Desocupados por las largas esperas que impone el cultivo del cereal
encontrarían en la vid una compensación económica y una ocupación.
Pero...tendremos en cuenta que las
menciones de pequeños propietarios poseedores de viñas, aparecen siempre con
motivo de su venta o donación a monasterios o a iglesias de la zona. Esta
tendencia constante a lo largo del siglo X, se debe, por una parte, al
creciente interés de los núcleos monásticos por asegurarse el suficiente
abastecimiento de vino, y, por otra, a que las condiciones de subsistencia de
estos pequeños viticultores se habrían hecho muy difíciles. Por lo que se ven
obligados, no sólo a entregar sus viñas, sino a entrar ellos mismos, en
dependencia de los grandes señores, ya fueran obispos, abades o laicos.
Respecto al precio de una viña, no
sabemos si era o no superior al de las tierras de sembradura. Es probable que
fuera superior, si tenemos en cuenta la inferioridad numérica de las parcelas
dedicadas a viñedo y la circunstancia de que la viña exige más trabajo que el
cereal. Las pocas veces que se indica el precio de una viña, se hace
equiparando su valor con el de otras especies: ganado, vestidos, ornamentos
litúrgicos (En 935 Gutier vende al obispo Diego de Valpuesta una viña en Leciñana
por "quartuor boles et canape et plumazo et sabana et braccas et
ad Conalinia"). Y sólo en tres ocasiones se indica su precio en
moneda, 12, 8 y 7 sólidos. Pero para apreciar su justo valor, carecemos de un
dato esencial como es conocer las dimensiones de estas viñas.
En definitiva, nos interesa destacar
aquí cómo el viñedo supone para Las Merindades un nuevo aspecto en el proceso
de diversificación del paisaje agrario, que, junto a los cereales, ocupa buena
parte del espacio productivo de secano. Así como el interés económico y social
que lleva consigo su explotación, al pasar de los pequeños campesinos a manos
de los grandes propietarios.
c) Huertas,
linares y herrenales:
Compartiendo el espacio aparecen una
serie de cultivos especializados que ocupan las tierras más regadas y mejor abonadas.
Son los cultivos de huerta, frutas, linares y herrenales. Todos ellos aparecen
mencionados casi siempre junto a ríos o corrientes de agua. Los huertos y
árboles frutales se encuentran ampliamente representados en el área. Estos cultivos
de regadío se limitaba a estrechas franjas en las márgenes de los ríos o a
pequeñas parcelas próximas a las casas.
Por su proximidad al pueblo suponemos que
eran explotados directamente por el campesino y su familia. La facilidad para
abonarlas permitía un cultivo intensivo y producía altos rendimientos en
hortalizas frescas, que constituían un importante complemento de la
alimentación campesina.
En los mismos huertos se cultivaban árboles
frutales pero dejados a su libre crecimiento. Entre ellos destacamos el
manzano, muy abundante en toda la región, pero sobre todo en el sector mis
septentrional, Valle de Mena, etc. Y el nogal y el cerezo, al menos éstos son
los que se mencionan específicamente, en los documentos.
Existían prados de aprovechamiento
individual ("ferragines" o herrenales) que se encontraban
también en las zonas más regadas. Su función era proporcionar hierba fresca y
heno para el ganado estabulado durante los meses de invierno. En estos prados
a menudo se plantaban árboles frutales, generalmente manzanos, de manera que la
hierba crecía en el espacio intermedio.
Por último, los linares, tierra
sembrada de lino, comparten con los ferragines y los huertos los sectores
de regadío, a veces incluidos en el mismo espacio que éstos. Por ser un cultivo
que exige abundante y continuo riego y mano de obra numerosa, se presenta como
un cultivo reservado en particular a los grandes señores. Es un cultivo que se
localiza preferentemente en la cuenca de Miranda a orillas del Ebro, del Bayas
o del Omecillo.
En resumen, hemos visto cómo a lo largo
de los siglos IX y X, la superficie que ocupa el bosque en nuestra región, aún
siendo muy extensa, se ha ido reduciendo a medida que se ampliaba el espacio
agrícola. Y es en éste donde encontramos los elementos esenciales en la
diversificación del paisaje: cereal, viñedo, huertos o herrenales aparecen
distribuidos por toda la zona, aún en aquellos sectores cuyas condiciones climáticas
y edafológicas no son las más apropiadas para su cultivo.
La necesidad de satisfacer todas las
exigencias de alimentación y vestido, de las comunidades humanas allí instaladas,
impone esta variedad de cultivos en cada explotación. Dentro de cada término
encontramos la siguiente sucesión de cultivos: en el centro, ocupando los
espacios más próximos a las casas y rodeando el núcleo de poblamiento, huertos,
linares y terrenales, en los sectores más regados. A continuación, los campos
de cereal, que debido al sistema del barbecho bienal presentan una yuxtaposición
de cultivos y eriales. Más alejadas del centro del término se encuentran las
viñas, que con frecuencia ascienden por las laderas de las colinas, sobre todo
en las solanas. Anárquicamente, ocupando los mejores predios.
Por último, como envolviendo el espacio
agrícola encontramos extensas superficies de bosque, cuyo aprovechamiento para
la ganadería, o para la obtención de leña.
Bibliografía:
LA ORDENACION DEL TERRITORIO EN LA MAS
VIEJA CASTILLA EN LOS SIGLOS IX A XI. Rosa María Martínez Ochoa.
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