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martes, 27 de enero de 2015

El industrioso paisaje de Las Merindades en los siglos IX y X (Bosque y Agricultura)

Siguiendo con lo  que comenzamos la semana pasada profundizaremos en la forma en que se cultivaba y se realizaba la selvicultura en Las Merindades y aledaños durante el siglo IX y X.

Explotación del bosque.
El bosque pasará de ser de uso comunal a ser propiedad de un grupo más reducido de determinados señores con especial interés por los recursos forestales frente a los pequeños campesinos deseosos de aumentar sus tierras de labor.

Este interés de los señores era doble: la alimentación del ganado y la madera. Aunque esto último se pone de manifiesto avanzado el siglo XI donde se darán una serie de disposiciones restrictivas que protegen el bosque destinándolo a proveer las necesidades de la construcción y de la calefacción, según detalla García de Cortázar.


La madera era el material más utilizado en los siglos IX y X para la fabricación de toda serie de instrumentos y para la construcción de viviendas; casas e iglesias eran de madera, como lo atestiguan los documentos.

Así pues, por las múltiples utilidades de la madera, y por la necesidad de aumentar las tierras de labor, los pequeños campesinos van talando, poco a poco, las extensiones de bosque. Hecho que llevará al enfrentamiento con los poderosos, que desean conservar la riqueza forestal por medio de adehesamientos y cotos. Y tendrá como consecuencia fundamental un retroceso del área boscosa.

La agricultura.
Esta sí deja huella en el territorio. La progresiva reducción del espacio arbolado en favor de la roturación es paralela a la de ocupación del territorio y expansión hacia el sur de la población norteña.

Así, junto al bosque, el terrazgo (pedazo de tierra sin sembrar) aparece distribuido entre diversos tipos de cultivos: cereal, viñedo, huertos, frutales, etc., que ocupan una extensión desigual en función de determinados factores naturales: suelos, humedad, insolación, y de las propias exigencias alimenticias de la población allí establecida.

Cinco son los tipos de cultivos que mencionan los documentos: cereales, viñedo, huertos, frutales y linares. También hemos de tener en cuenta las menciones de ferragines (arenales o prados cultivados para la alimentación del ganado estabulado). Las tierras dedicadas a cada uno de estos cultivos se encuentran por lo general agrupadas con el fin de aprovechar especiales condiciones del terreno y de hacer fáciles las pesadas tareas agrícolas.

Analicémoslos por grupos:

a) Los cereales:
Fundamentales en nuestra dieta, y en la de ellos, por lo que suponemos que la mayor parte del terreno de la joven Castilla Vetula era cerealista. Y así lo confirman los documentos porque el número de menciones de "terras, agros, campos y sernos" (Los sernos son tierras que consideramos dedicadas al cultivo del cereal) es notablemente superior al de las dedicadas a otras especialidades agrícolas.

Detallando esas menciones de los siglos IX y X vemos que: hay 129 tierras que consideramos dedicadas a cereales (agros, sernos, caninos y terras); 61 de viñas; 41 do árboles frutales (manzanares, pomiferris y otros); 37 de huertos; 8 de linares y 15 de ferragines. El mismo número de cada una de las especialidades ya es significativo por sí mismo de la importancia que tiene cada una en la distribución del terrazgo.


La documentación solo indica que se cultivaba trigo y cebada pero debió haber otros. Así, atendiendo al territorio diríamos que las variedades cultivadas serían trigo y centeno entre los cereales de invierno y, quizá, cebada y avena entre los de primavera. Todos ellos empleados para la elaboración del pan, alimento esencial de las comunidades. Y, como supondrán, el pan de trigo -el blanco- era cosa de ricos. Los demás alimentos, leguminosas, carne, queso eran mero acompañamiento del pan.

Las tierras dedicadas a cereal aparecen indistintamente distribuidas por toda la región. Incluso el trigo era cultivado en aquellas zonas cuyas condiciones no eran muy favorables, como en los Valles de Mena y Ayala, demasiado húmedos, cuyos rendimientos serían muy bajos. En cambio, las zonas de los Valles de Tobalina, bajo Bayas, Omencillo y región de los Obarenes nos aparecen como las más propicias para el cultivo del trigo, tanto por los suelos, desarrollados sobre arcillas y margas del mioceno, como por el clima, frío en invierno y cálido y seco en el período de junio y julio.

Por otra parte. es en estas zonas donde con más frecuencia se emplean los términos "terra" y "agro" para designar a las tierras cerealistas. Esto nos lleva a pensar que posiblemente existiera una diferencia, según los distintos términos empleados, en el cereal que se cultivaba en cada una de estas tierras. Así "Terrosa" y "agros" serían los términos para designar los trigales. Por el contrario, "serna" sería más genérico pero es empleada, básicamente, en el Valle de Losa para designar las tierras de sembradura.


Pero, seguramente, en esos años predominaría la cebada y la avena, cereales menos exigentes que el trigo. En cuanto al centeno, que acompañaba a los cereales anteriores, ocuparía las tierras más frías y pobres, de suelos silíceos, y las partes mis altas de las laderas de las montañas.

Los documentos nos dicen, de vez en cuando, la capacidad de siembra de algunas fincas pero no deducimos la extensión ocupada par las mismas en el conjunto de la región. Las sernas, por ejemplo, varían desde los 23 medios de sembradura hasta alguna de tres. Los agros, por lo general, suelen ser más pequeños, entre dos y cuatro medios. De todas formas, el espacio dedicado al cereal era extensísimo. Esto se explica fácilmente si tenemos en cuenta el sistema de cultivo impuesto por las mismas condiciones naturales de la región y por las escasos rendimientos de las semillas: barbecho (16 1). Una vez recogida la cosecha se dejan las tierras en reposo durante una temporada antes de un nuevo cultivo. ¿Cuánto duraba este barbecho? Ni idea, pero lo más probable es que se practicara el sistema de año y vez. Así cada dos años se obtiene una cosecha. Este sistema, por lo pronto, exige duplicar la extensión de las parcelas para obtener los mismos resultados que si se cultivasen anualmente.

Y ¿por qué así? lo obligaba el clima y la tierra para cereal, secano y muy escasamente abonadas. Es el único modo de que el suelo recupere las sustancias nutritivas necesarias para el crecimiento de las plantas. No es probable que se practicara un tipo de rotación en tres hojas con cereales de primavera y leguminosas. Mientras los campos están en barbecho se deja pasar libremente al ganado, de manera que al tiempo que los animales se alimentan con los rastrojos, con sus deyecciones fertilizaban los campos.


Este precario sistema de abonado era insuficiente para que el suelo recobrara su fertilidad. Además, a medida que avanza el siglo X el número de cabezas de ganado va disminuyendo al tiempo que aumenta el espacio cultivado de manera que esta escasez de abono se hará cada vez mayor. También la mediocridad de los instrumentos de labranza obligaran a la práctica de un barbecho prolongado. Recordemos que en esta época se emplea el arado romano, de madera y con la punta endurecida al fuego, que ara ligeramente la tierra sin revolver los suelos en profundidad.


Por todo lo expuesto hasta ahora: escaso desarrollo técnico del instrumental agrícola, insuficiencia del abonado, falta de selección en las semillas, podemos deducir que los rendimientos eran extremadamente bajos. Por otra parte, las cosechas dependían estrictamente de las fluctuaciones climáticas, una primavera o un verano demasiado húmedos, una helada tardía podían malograr la cosecha. Esto hacía variar enormemente la productividad de la tierra de un año para otro. En estas condiciones el campesino se veía sometido a la amenaza casi constante del hambre y para asegurarse el abastecimiento del cereal, producto básico en su alimentación, se verá obligado a ampliar el espacio dedicado a este a costa del bosque y de los terrenos baldíos.

b) El viñedo
El viñedo es el cultivo que sigue en importancia al cereal. Los documentos arrojan un total de 61 menciones de viñas en estos siglos. La cantidad es lo suficientemente elevada como para pensar que el cultivo de la vid fue muy importante desde el principio de la reconquista. Ya sé que hoy es raro ver vides en nuestra zona pero los documentos atestiguan una amplia difusión de la viña en los siglos iniciales de Castilla.

Sus mejores lugares serían las vertientes soleadas del Valle de Tobalina, Bajo Omecillo Bajo Bayas y en la Cuenca de Miranda en aquellas tierras más sueltas y arenosas. El sector más meridional, donde los veranos más cálidos y secos permiten la maduración de la uva y la mejor calidad del vino.


Pero en los siglos IX y X encontramos vides incluso por áreas poco favorables para vino de buena calidad, como son los Valles de Mena, de Ayala y Losa. Pero la mayor parte de las viñas mencionadas por los documentos, se localizan en torno a la cuenca de Miranda (Nave, Orón, Salcedo, Villabezana, etc.), sector oriental del Valle de Tobalina (Frías, Lomana, Ranedo, Villaescusa. Garofia) y en el Bajo Valle del Omencillo (de Alcedo a Valdegovía)

El hecho de que se mencionen viñas en localidades demasiado septentrionales, cuyas condiciones naturales son poco favorables para su cultivo, se explica por el deseo de obtener de cada explotación todos los productos necesarios para el consumo. El vino era exigido no sólo por los usos litúrgicos, sino también por ser una de las pocas bebidas existentes y un alimento; esto unido al deseo de los señores de prestigiar sus mesas con vinos de buena calidad, llevará a una extensión del cultivo por toda la región.

El alcance económico y social de la explotación del viñedo se pone de relieve si considerarnos que en los siglos IX y X sólo un 25 % de los propietarios de viñas que aparecen en documentos son nobles y grandes señores. El resto son pequeños campesinos, propietarios sin ninguna connotación nobiliaria.

Los pobres y hambrientos campesinos, atentando a nuestra lógica, dedicaban terreno al vino. Esto se explica si tenemos en cuenta el sistema de cultivo que exige el viñedo: gran dedicación de la mano de obra y poco instrumental técnico. Por tanto, está al alcance de los pequeños campesinos que sólo cuentan con sus brazos para el trabajo de los campos. Desocupados por las largas esperas que impone el cultivo del cereal encontrarían en la vid una compensación económica y una ocupación.


Pero...tendremos en cuenta que las menciones de pequeños propietarios poseedores de viñas, aparecen siempre con motivo de su venta o donación a monasterios o a iglesias de la zona. Esta tendencia constante a lo largo del siglo X, se debe, por una parte, al creciente interés de los núcleos monásticos por asegurarse el suficiente abastecimiento de vino, y, por otra, a que las condiciones de subsistencia de estos pequeños viticultores se habrían hecho muy difíciles. Por lo que se ven obligados, no sólo a entregar sus viñas, sino a entrar ellos mismos, en dependencia de los grandes señores, ya fueran obispos, abades o laicos.

Respecto al precio de una viña, no sabemos si era o no superior al de las tierras de sembradura. Es probable que fuera superior, si tenemos en cuenta la inferioridad numérica de las parcelas dedicadas a viñedo y la circunstancia de que la viña exige más trabajo que el cereal. Las pocas veces que se indica el precio de una viña, se hace equiparando su valor con el de otras especies: ganado, vestidos, ornamentos litúrgicos (En 935 Gutier vende al obispo Diego de Valpuesta una viña en Leciñana por "quartuor boles et canape et plumazo et sabana et braccas et ad Conalinia"). Y sólo en tres ocasiones se indica su precio en moneda, 12, 8 y 7 sólidos. Pero para apreciar su justo valor, carecemos de un dato esencial como es conocer las dimensiones de estas viñas.

En definitiva, nos interesa destacar aquí cómo el viñedo supone para Las Merindades un nuevo aspecto en el proceso de diversificación del paisaje agrario, que, junto a los cereales, ocupa buena parte del espacio productivo de secano. Así como el interés económico y social que lleva consigo su explotación, al pasar de los pequeños campesinos a manos de los grandes propietarios.

c) Huertas, linares y herrenales:
Compartiendo el espacio aparecen una serie de cultivos especializados que ocupan las tierras más regadas y mejor abonadas. Son los cultivos de huerta, frutas, linares y herrenales. Todos ellos aparecen mencionados casi siempre junto a ríos o corrientes de agua. Los huertos y árboles frutales se encuentran ampliamente representados en el área. Estos cultivos de regadío se limitaba a estrechas franjas en las márgenes de los ríos o a pequeñas parcelas próximas a las casas.

Por su proximidad al pueblo suponemos que eran explotados directamente por el campesino y su familia. La facilidad para abonarlas permitía un cultivo intensivo y producía altos rendimientos en hortalizas frescas, que constituían un importante complemento de la alimentación campesina.


En los mismos huertos se cultivaban árboles frutales pero dejados a su libre crecimiento. Entre ellos destacamos el manzano, muy abundante en toda la región, pero sobre todo en el sector mis septentrional, Valle de Mena, etc. Y el nogal y el cerezo, al menos éstos son los que se mencionan específicamente, en los documentos.

Existían prados de aprovechamiento individual ("ferragines" o herrenales) que se encontraban también en las zonas más regadas. Su función era proporcionar hierba fresca y heno para el ganado estabulado durante los meses de invierno. En estos prados a menudo se plantaban árboles frutales, generalmente manzanos, de manera que la hierba crecía en el espacio intermedio.

Por último, los linares, tierra sembrada de lino, comparten con los ferragines y los huertos los sectores de regadío, a veces incluidos en el mismo espacio que éstos. Por ser un cultivo que exige abundante y continuo riego y mano de obra numerosa, se presenta como un cultivo reservado en particular a los grandes señores. Es un cultivo que se localiza preferentemente en la cuenca de Miranda a orillas del Ebro, del Bayas o del Omecillo.

En resumen, hemos visto cómo a lo largo de los siglos IX y X, la superficie que ocupa el bosque en nuestra región, aún siendo muy extensa, se ha ido reduciendo a medida que se ampliaba el espacio agrícola. Y es en éste donde encontramos los elementos esenciales en la diversificación del paisaje: cereal, viñedo, huertos o herrenales aparecen distribuidos por toda la zona, aún en aquellos sectores cuyas condiciones climáticas y edafológicas no son las más apropiadas para su cultivo.


La necesidad de satisfacer todas las exigencias de alimentación y vestido, de las comunidades humanas allí instaladas, impone esta variedad de cultivos en cada explotación. Dentro de cada término encontramos la siguiente sucesión de cultivos: en el centro, ocupando los espacios más próximos a las casas y rodeando el núcleo de poblamiento, huertos, linares y terrenales, en los sectores más regados. A continuación, los campos de cereal, que debido al sistema del barbecho bienal presentan una yuxtaposición de cultivos y eriales. Más alejadas del centro del término se encuentran las viñas, que con frecuencia ascienden por las laderas de las colinas, sobre todo en las solanas. Anárquicamente, ocupando los mejores predios.

Por último, como envolviendo el espacio agrícola encontramos extensas superficies de bosque, cuyo aprovechamiento para la ganadería, o para la obtención de leña.

Bibliografía:

LA ORDENACION DEL TERRITORIO EN LA MAS VIEJA CASTILLA EN LOS SIGLOS IX A XI. Rosa María Martínez Ochoa.



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