Para
muchos es solo una palabra vacía, sin significado, a lo sumo un apellido
oscuro, como muchos otros… para unos pocos es su nombre de familia, lo que les
resulta suficiente, o no. Sepan que es algo más: un pueblo de la vieja Merindad
de Castilla Vieja.
Pero
es uno de tantos lugares convertido en ofrenda a la naturaleza donde las únicas
pisadas que se sienten son fruto de caminantes o de amantes del pasado, de su
pasado.
¿Por
qué se abandona un pueblo? Las razones son varias que pueden actuar de forma
aislada o coordinada y, a veces, sin que actúen el pueblo muere:
- El agotamiento del sostén económico.
- Un desastre natural.
- La guerra con sus secuelas de exterminio.
- Traslado de la población por causas administrativas.
- Migración en busca de mejores sustentos. Lenta o rápida.
- Aislamiento de las vías principales de comunicación.
- Carencia de servicios que hacen la vida más cómoda.
¿Y
Tamayo? Indaguemos.
Tamayo,
que está en la vertiente sur de la sierra que separa los valles de Caderechas y
Valdivielso, situado al pie y falda de una pendiente que le defiende de los
vientos del Norte, a escasos dos kilómetros de Oña, en una prominencia sobre el
río Oca, languidece.
Por
Tamayo pasaba una strata via separada de la actual carretera que va más al sur.
Este camino fue puesto de relieve por Cadiñanos puntualizando que la vía era la
que enlazaba Castro Urdiales con el desfiladero de la Horadada y la Bureba. Algunos
apuntan a ese cambio de la carretera como una razón de su desaparición.
Cuando
nos acercamos a sus calles tomadas por las hierbas vemos sus casas caderechanas
-un entramado de piedra y adobe- vacías y escombradas que cubren su desnudez
con el verde de las plantas. Nada queda del pueblo famoso por sus recuas de
arrieros, nada, solo el silencio.
Los
primeros rastros del pueblo los encontramos en el año 967 cuando lo sitúan como
referencia para el lugar de Sorroyo. Y es que las risas, los juegos infantiles,
el llanto y el espanto ante los enemigos ya crecían cuando en el 7 de marzo de
993 los hermanos Ovieco, Odesenda y Fernando venden a Diego y su mujer Prolina
una heredad en Tamayo por 10 sueldos de plata. Conocemos la existencia de viñas
(¿de chacolí?), huertos y viviendas.
Una
leyenda atribuye a don Gómez, caballero del Rey Alfonso II “el casto”, la
construcción de su casa solar y dos torres llamadas las Torres de Tamayo. Creado
el monasterio benedictino, en el 1011, figura como posesión de Oña. Lo que sí
sabemos es que Don Sancho, Conde de Castilla, y su mujer Doña Urraca, conceden
a los vecinos de Tamayo y de Oña la plantación y el cultivo de la Nava el 28 de
febrero de 1011.
Si
se fijan el documento indica que son dos pueblos diferenciados. En 1148 se
detallan las posesiones de Oña y… ¡No aparece Tamayo! Pero desde 1152 dependerá
ya eclesiásticamente de Oña.
Hemos
hablado de la construcción de una casa fuerte de la que escasamente queda un
paño. Puede que de origen bajomedieval sabemos que en el siglo XV existía. Bien
pudiera haber sido la primera construcción del lugar –idea afianzada por la
leyenda de don Gómez- al tener una ubicación estratégica en un paso de acceso y
de defensa hacia o para los pueblos habitantes del norte.
Los
restos, situados en la parte alta del pueblo, no muestran escudo alguno.
Desgraciadamente fueron usados como cantera para otras casas. Desde su posición
se divisan los accesos, cercanías, terrenos, construcciones e incluso el pueblo
de Oña.
El
castillo se otorga a la familia de los Salazar a finales del siglo XII-XIII que
lo reconstruyen. Pistas de ello lo vemos en los cartularios de Oña donde se
hace referencia a Tamayo y a una serie de personajes como “caballeros”,
“infanzones”, o cuando se habla en un apeo del siglo XVI, de los “Señor Lope de
Salazar”, como “Señor de las Torres de Tamayo”.
El
“Catalogo de fortificaciones medievales de la Bureba” de Ricardo Cuesta
Juarrero nos cuenta que “se levanta sobre
un paralelogramo alargado hacia el noroeste con una esquina, la del sureste,
redondeada debido a la adaptación al montículo rocoso en el que se apoyó. Mide
45 metros de largo por unos 20 de ancho. Los muros no llegan al metro de
grosor. La puerta se abrió al oeste por ser el único lado accesible a la
fortaleza, Al pie de las torres mana una fuente en el interior de una cueva, en
la que se asegura que hizo penitencia durante muchos años San Iñigo”.
Doña
María Alonso, manceba del rey don Pedro, heredó el solar y fundó un mayorazgo
formado por la casa, la mitad de la iglesia –donde se enterraba a la familia-
ciertas otras posesiones y la torre de Tamayo. Del mayorazgo dependían también
unos torrejones en las afueras de Tamayo de los que no queda nada.
En
1427 la dama de esta torre María Alfonso Delgadillo, y su hijo García de
Salazar, se enfrentó al todopoderoso monasterio de Oña por una cuestión de
derechos. Los frailes acusaban a la señora de construir su torre en tierras del
monasterio. Ella argüía que Tamayo era Behetría suya y que, previamente, ya
existía una torre en el lugar. La Chancillería dio la razón a María, aunque le
prohibió seguir edificando. García de Salazar, de la Casa de los infanzones de
Tamayo, mantenía la prestancia de su linaje en la Corte de Juan II.
Claro
que a principios del siglo XVII parece la torre, y una venta que poseían,
estaban caídas. Constan algunas reparaciones en la torre.
Aparte
de los “castillos” tenemos los edificios eclesiásticos como imprescindible
referencias de los pueblos. Si la advocación principal es San Miguel ya pueden
suponer que la fiesta mayor era el 29 de septiembre. Y, dada la ermita,
celebraban el 5 de agosto por la Virgen de las Nieves. Esta fiesta veraniega
era especial. Partían en procesión llevando a San Miguel y continuaba con
bailes en la calle del Sol. Cuando anochecía continuaban bajo la luz de un pellejo
de vino ardiendo durante horas por la pez que les suele impregnar.
Esta
ermita amenazaba ruina en 1924 cuando retiraron las imágenes que albergaba. Su
Cristo Crucificado, San Juan, La Magdalena y la Virgen de las Nieves están hoy
en la iglesia oniense de San Juan. Por lo visto de nada sirvió el derribo de la
ermita de San Sebastián, en 1863, con la que se reconstruyó la primera. De la
tercera ermita en discordia, San Frutos, no hay rastro alguno.
La
iglesia está mejor. Pero cuentan que en los últimos años del pueblo, con la
escalera del campanario caída, las campanas eran tocadas gracias a la facilidad
para trepar el moral adherido a la espadaña. La portada es gótica con dos
archivoltas superpuestas y una cornisa de guardapolvo del siglo XIV. El resto
de la fachada hasta el campanario es renacentista, con arcos de medio punto del
siglo XVI. Las bolas del remate de la espadaña son del siglo XVII-XVIII.
El
1752 tendrá tres sacerdotes: un cura beneficiado, un capellán de la iglesia y
un capellán de Cantebrana. Las peleas con los frailes de Oña seguían y se
reflejan en el catastro de Ensenada, que resalta que está rodeado de
propiedades de Oña y que solo cultivaban viñas de ínfima calidad, guindas y
centeno.
Gracias
a Dios había colmenas, solo siete, propiedad de Matías Alonso, Pedro Alonso,
dos de Tomas Martínez, Francisco Linaje y dos de María Alonso de Prado. Y 86
cabezas de carnero, ovejas y crías; 59 caballerías para el negocio del
transporte; y cinco caballerías para uso de sus dueños.
Todo
esto lo mantenían en marcha los 23 vecinos y sus familias que habitaban 28
casas y que se rascaban el bolsillo para hacer frente al censo de 19.800 rv. de
principal y al 2% de impuestos a favor de Oña más otros pagos, incluidos los
pleitos con Oña. Ni siquiera poseían tabernas donde ahogar sus penas, ni hospitales,
cambistas, mercaderes, Médicos, Cirujanos, Boticarios o Escribanos. Los
servicios médicos eran cubiertos por los titulares de Oña. Eso sí, arrieros,
muchos: 13 y, dado que era un censo económico, se detallan nombres y número de
machos o caballerías. Y un tejedor de lienzos. Y seis jornaleros que trabajaban
tierras de Oña principalmente. Y sus pobres: 6 niños y una mujer que pide
limosna.
El
diccionario de Miñano nos remite a la entrada de las Caderechas donde nos indica
la producción general de la comarca: frutas, lino y chacolí.
Llegando
al diccionario de Madoz (mediados XIX) tenemos escuela primaria y más casas (70)
que en el siglo anterior pero un número similar de vecinos. La población es de
25 vecinos y 90 habitantes, que viven del cultivo de cereales, legumbres, vino
y fruta y de la cría y caza de perdices y palomas. Junto a la parroquia de San
Miguel nos revela la presencia de una ermita bajo la advocación de la Virgen de
las Nieves que hoy está totalmente arruinada. Y fuera de la población otras
dos. Falla en cuanto a la antigüedad de la población: 430 años.
Madoz
recoge la noticia de un terremoto que en los días 19 y 20 de marzo de 1848 pudo
hacer desaparecer a Tamayo del mapa. Un arriero fue a avisar a la población del
movimiento de tierras, dos días…
“(…) que fueron de terror y
espanto para los vecindad de esta población, ocurrió un horroroso fenómeno que
pudo haberla hecho desaparecer de la faz de la tierra dejaremos aquí consignado
este acontecimiento de terrible recuerdo, para admiración de la posteridad. Un
arriero que salía de la población principió a sentir que la tierra se conmovía a
sus pies, y asustado retrocedió como pudo a ella, donde contó lo qué ocurría.
No tardaron las gentes en convencerse de la certeza de cuanto el arriero les
contaba. Las piedras se sacudían unas con otras; la tierra ostensiblemente se
avanzaba hacia el lugar; el viñedo y árboles frutales que allí había
desaparecieron, convirtiéndose aquel sitio ameno en peñasco árido y escabroso,
las lomas y colinas en llanos, los llanos en terrenos desiguales y elevados.
Ninguno conoce sus heredades, por haberse borrado las señales de sus
respectivos linderos. Uno busca su heredad del trigo en punto donde a su
parecer debía estar, y la encuentra sembrada de patatas, y así lo demás; de
suerte que nadie absolutamente conoce sus propias fincas. Lo más particular que
ofrece este fenómeno es su larga duración, sintiéndose por 2 días continuos,
aunque con más o menos violencia. El cielo se cubrió como de polvo por aquella
parte donde tuvo lugar esta catástrofe, que afortunadamente no llegó en el
pueblo de Tamayo más que a una casa que derribó; a pesar de su proximidad a
Oña, nada percibieron ni sufrieron estos habitantes hasta la relación de los de
Tamayo”.
¡Alucinante!
En
1894 el inventario de M. Velasco dice que hay 94 edificios habitables, 27
vecinos o 136 habitantes. Estos datos nos hacen pensar en que se toman por
edificios las diferentes casas/pisos de las que hay constancia.
Con
relación a los sacerdotes detallaremos que en 1894 era párroco don Cándido
Oñate; en 1897 y 1898 nos encontramos a Pablo Colina que, al año siguiente, es
sustituido por Apolinar García. Dura un año porque desde 1900 a 1903 canta misa
Rafael Santocildes. Desde 1904 a 1911 tenemos a Víctor Aispuro.
Y
desembarcamos en el siglo XX. Parece ser que se produjo una “epidemia” de
incendios que empujó a la emigración a sus moradores. ¿Tema de fraude de
seguros? Esta es una de las razones legendarias del fin de Tamayo y de la comentada
inacción de Tamayucos y vecinos de Oña. ¿Curioso? Menos que una
presunta excesiva consanguinidad de los vecinos.
Tenemos
alguna referencia más sobre las construcciones que figuran en el Registro
Fiscal del año 1905 donde se indica a un total de 68 edificaciones. Pero 126
vecinos de hecho y 127 de derecho. En 1908 se pasa a 87 habitantes de hecho y
92 de derecho.
En
1924 el negocio de los arrieros moría pero el ferrocarril Santander
Mediterráneo vino a ayudar a la economía de los veinte vecinos, y sus familias,
que aguantaban en la población. Trabajadores gallegos y portugueses se
avecindaron y se abrieron dos tabernas, había herrero y un fabricante de
romanas. De todas formas la economía de las viejos residentes continuó girando sobre la
cosecha de uvas tempranillo y graciano, con las que hacían chacolí, y los
árboles frutales que habían cubierto las tierras abandonadas por la vid.
Desgraciadamente
la filoxera destruyó las viñas y el recuerdo del chacolí burgalés llenándose hoy
el imaginario popular con la idea de que es un producto exclusivamente
vizcaíno.
La
guerra civil trastocó, como en muchos lugares, la población. Tras esa catástrofe
se avecindaron en Tamayo trabajadores de las serrerías y resineras de Oña; los
jesuitas dieron trabajo de lavanderas a mujeres de la localidad; y la
construcción del canal Cereceda-Trespaderne atrajo nuevas almas al lugar. Una
ilusión de repunte de la población hasta mediados de siglo. ¡Incluso se
habitaron las cuevas que habían servido de bodegas para el chacolí!
Desde
ese momento, y hasta 1970, solo habrá emigración a medida que los negocios que
les habían traído fueron cerrando. La puntilla fue la marcha de los jesuitas en
1967.
La
cercanía a Oña implicó la ausencia de escuela. Sí dispuso de casa de concejo
junto a la iglesia y de casa rectoral, aunque en los últimos años no vivió allí
cura alguno asistiendo las misas un jesuita de Oña. Disfrutaron de un horno
comunal y de un juego de bolos junto a la fuente medieval. En esa etapa nunca
tuvieron electricidad ni agua corriente.
Nadie
recuerda quién marchó el último. La última boda fue la de Eugenio García Tomás
y Anastasia Arriaga García el 26 de noviembre de 1960. El último tamayuco fue Ángel
Ugarte Acebes el 29 de julio de 1962 y el último enterramiento fue el de
Teodoro (según Elías rubio Marcos) o Teodora (según Eduardo Tamayo Aguirre)
González González el 30 de abril de 1966.
Entonces,
¿Por qué marchó la gente de Tamayo? ¿Por la filoxera? ¿Por la desviación de la
carretera? ¿Por el sorprendente terremoto? ¿Por la falta de servicios? ¿Por su
cercanía a Oña? ¿La guerra? ¿La emigración? ¿La endogamia? ¿Todas? ¿Ninguna?
Da
igual ya. La cuestión es saber si se recuperará o la instalación de una, o dos
viviendas, significa algo o será aquellos de “una golondrina no hace verano”.
El ayuntamiento de Oña no tiene capacidad para recuperar todo el “barrio” de
Tamayo y su propio estado de ruina impide la reurbanización que sería más
sencilla en un descampado.
Ello
me lleva a pensar que continuará siendo lo que es hoy: una curiosidad turística
alternativa, una sorpresa para montañeros, que permite completar la oferta –ya muy
elaborada- de Oña.
Bibliografía:
Catastro
de Ensenada.
Diccionario
geográfico-estadístico de España y Portugal (1826-1829) - Miñano y Bedoya,
Sebastián de, 1779-1845
Diccionario
geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar
(1846-1850) - Madoz, Pascual, 1806-1870
“Los
pueblos del silencio” de Elías rubio Marcos.
Anuario
del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración.
Anuario-Riera.
Indicador
general de la industria y el comercio de Burgos (1894)
“Historia
del condado de Castilla” Fray Justo Pérez Urbel.
“Las
Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la
antigüedad hasta la Edad Media”
“Arquitectura
fortificada en la Provincia de Burgos, de Inocencio Cardiñanos Bardeci.
Muy buena información, también la gráfica, jeje. Saludos cordiales.
ResponderEliminarSaludos también. Y gracias por andar lo que yo no me muevo.
EliminarLa verdad es una pena la desaparición de tantos pueblos Castellanos, si me permite una aclaración y confesando mi ignorancia sobre el chacolí burgalés, si le diré que con tempranillo o graciano es imposible hacer chacolí,eso si se puede conseguir un tinto magnifico. Para el txakoli se usa uva hondarribi zuri (blanco) o beltza (tinto) ,el mar, o mas bien sus aires, son esenciales para este tipo de uva, por esa razón se cría en Ayala y no en otras partes de Alava. Le felicito por su magnifica pagina sobre las merindades, un saludo.
ResponderEliminarParece extraño hoy en día que asumimos que el chacolí es un producto netamente Vizcaíno pero en el siglo XIX, y probablemente anteriores, ya se producía vino del tipo del que estamos hablando por todo el norte de Castilla Vieja, La Bureba y Miranda.
EliminarEso no quiere decir que se ajustase a lo que marca la D.O. Txakoli o quizá sí, no lo sé.
La climatología es esencial en el desarrollo de cada tipo de uva, por ejemplo, yo puedo cultivar uva tempranillo en Bizkaia pero el vino que consiga nunca sera un Rioja, sin embargo se puede cultivar txakoli en Cantabria perfectamente o incluso en el valle de Mena, otra cosa son las denominaciones de origen que es mas un asunto económico. Una explicación posible a que se denominara chacolí al vino de pueblos castellanos es que se repobló esa zona con gente vasca, no se como lo vera usted, un saludo y le animo a seguir con su muy instructiva pagina.
EliminarNo he estudiado el tema y no le puedo responder nada al respecto. Cualquier explicación me puede resultar tan válida como cualquier otra.
EliminarEn próximas fechas espero tener completada una entrada sobre el tema. Un saludo.
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