Hoy cedo este espacio a Oscar Ruiz Pereda, un
estudioso de los bolos descendiente de Quintanilla del Rebollar en la Merindad
de Sotoscueva y de Ahedo de las Pueblas en la de Valdeporres. Licenciado en
Historia Antigua por la Universidad Complutense de Madrid, arqueólogo en
Atapuerca y Canterbury es, a su vez, un jugador de
bolos de gran afición que preside el Club Bolera Merindades, en Madrid y
que lucha porque las escuelas del norte de la provincia de Burgos tomen
conciencia de la importancia de no dejar perder este rico Patrimonio Cultural
Inmaterial. Ha accedido a participar en la sección de “Firmas Invitadas” de
esta bitácora rememorando e instruyéndonos sobre el arte, las artes de los
bolos en el Valle de Mena.
Les dejo con sus palabras:
El Valle de Mena está situado en la comarca de
las Merindades y en Villasana de Mena, su capital, y en sus numerosas sus
localidades menores se jugaba a los bolos hasta no hace muchos años.
En cada pueblo había una o varias boleras, no
sólo de adultos sino también infantiles, lo cual es un claro testimonio de que
el juego de bolos tenía una gran transcendencia lúdico-cultural para sus
habitantes. La situación actual es, sin embargo, descorazonadora y en el Valle
de Mena hemos pasado de jugar tanto al Pasabolo Tablón como a los Bolos Tres
Tablones, a no jugarse prácticamente a ninguna de las dos modalidades; sin
embargo, inculcar la afición a los niños por sus juegos tradicionales, desde la
educación primaria, es muy importante, no sólo desde el punto de vista
deportivo sino cultural. No en vano es una recomendación explícita de la UNESCO
y tanto la escuela como la corporación municipal pueden y deben llevar a cabo
esa esperada recuperación de una parte esencial de nuestro patrimonio.
Las noticias escritas sobre los bolos en las
Merindades son muy antiguas y se remontan al siglo XVI pero son referencias
muy escuetas sobre gastos por renovar el juego de bolos, multas, juicios, etc.
Hay, sin embargo, un libro escrito por Ángel Nuño García, “El Valle de Mena y sus pueblos” (1925) que nos da una descripción
muy interesante de cómo se jugaba en el valle a fines del siglo XIX. Este libro
nos constata lo que ya habíamos apreciado en los testimonios orales recogidos a
octogenarios en diversos pueblos del tercio norte de la provincia de Burgos: a
fines del siglo XIX, los bolos era un juego mixto de derribo (se cuentan los
que caen) y de pasabolos (se cuentan los que caen según la distancia a la que
lleguen) que con el tiempo daría lugar a dos modalidades deportivas denominadas
Pasabolo Tablón y Bolos Tres Tablones.
Nuño señala que hasta 1880 o1890, este juego se
componía de tres cureñas con tres bolos de madera cada una. Conviene aclarar
que muchos pueblos del norte de Burgos no tenían tres cureñas (tablones) sino
una sola; dependía de que el pueblo quisiera o pudiera mantenerlas porque, si
bien es cierto que con tres cureñas el abanico de jugadas posibles aumenta, con
una sola cureña basta para desarrollar lo esencial del juego.
“(...)
los jugadores soltaban la bola desde el tire (en otro sitio Nuño lo
llama mano), con intención de derribar el
mayor número de bolos, y luego venía el birle, que consistía en coger la misma
bola que el jugador había lanzado, y, desde el mismo sitio en que aquella había
quedado, volvía a tirarla sobre los bolos”. El nombre de tire o mano es el
sitio común fijo desde donde se lanza la bola en la tirada de subida, hoy
conocido comúnmente como cas (tanto para "subir" como para
"bajar"). La tirada de "bajada" o "birle" es la que
se sigue practicando en la modalidad deportiva actual de Bolos Tres Tablones;
no así en la del moderno Pasabolo Tablón que carece de "birle".
La descripción que hace Nuño del
"birle" en el valle de Mena recuerda no obstante al Bolo Palma cántabro
puesto que en los Bolos Tres Tablones actuales la tirada de bajada no se hace
desde donde queda la bola, sino desde la misma distancia que la de subida, es
decir, desde diez metros hasta el primer bolo. En los testimonios que hemos
recogido no nos consta que hubiera otra zona de las Merindades con una tirada
de bajada semejante. Las conexiones con la Cantabria oriental parecen, en
consecuencia, evidentes pues a fines del siglo XIX se jugaba al bolo palma en
Ampuero.
“El que
tiraba en segundo lugar ponía las condiciones del juego; esto es, designaba los
tantos que valía cada bolo que se tiraba y lo que valía la jugada cuando la
bola daba en los bolos y los echaba a la madera, es decir, al extremo del
juego. Algunas veces se ponía a un lado del juego un bolito más pequeño que los
nueve de las cureñas, que se llamaba cuatro, con el fin de derribarle con uno o
más bolos... y si la bola no llegaba al extremo del juego, se llamaba morra,
como en la actualidad”. (Ángel Nuño)
Aquí vemos condensada tanto la esencia del pasabolo
como la de los bolos sobre tres cureñas, denominado Bolos Tres Tablones
actualmente, en la que el cuatro (mico) es fundamental. El hecho de que se
derribase el cuatro con los bolos nos indica, por una parte, lo aventurado que
era intentar dar el mico con la bola en un terreno de tierra irregular y por
otra, la necesidad de lanzar con fuerza para llegar a la viga final, porque si
no la jugada quedaría invalidada (morra). Esta era en esencia una práctica
común en todo el norte de Burgos y encontramos rastros de la misma en puntos
tan alejados del valle de Mena como Ahedo de las Pueblas, al extremo occidental
de Las Merindades, en donde los chavales jugaban al pasabolo y cuando crecían
jugaban a bolos con el cuatro (mico); o en Silanes, al sur de las Merindades en
los Montes Obarenes, en donde se jugaba indistintamente a bolos y a pasabolo,
en la misma cureña y con reglas semejantes. Esta manera de jugar acrisolaba
jugadores de tirar elegante, de los que echaban la bola atrás.
Hay una jugada que indica Nuño que desconocemos
actualmente y que muestra tal vez un préstamo del Bolo Palma o simplemente que
cayó en desuso en el Valle de Mena: Cuando la bola pasaba, después de tirar
bolos, por el hueco o espacio que había entre el cuatro y el costado del juego,
se llamaba emboque.
Ángel Nuño publica que “el juego típico y más extendido actualmente (1925) es el de los bolos
llamado pasa-bolo. El campo en que se juega suele ser un rectángulo cercado, de
seis metros de ancho, aproximadamente y de quince a veinte metros de largo; a
un extremo está la mano, o sea el tire, que es donde los jugadores afianzan los
pies para soltar la bola, y, al otro
extremo, hay una viga, tabla o tronco de árbol, que se llama madera. Las bolas
con que se juega pesan, aproximadamente, cuatro libras, aunque algunas son más
ligeras, y tienen un agarradero, consistente en cinco agujeros dispuestos de
modo que pueda meterse fácilmente los dedos de la mano.
Ahora
se juega, también, al pasa-bolo, al que hay gran afición, y se juega en un
campo como el descrito, con la diferencia de que no hay más que una cureña de
madera, bien enterrada y fija en el suelo, casi en el centro del juego, que
está provista de tres cases, de hierro equidistantes, sobre los cuales se
colocan los tres bolos, que vienen a tener 1,5 pulgadas de grueso por 16 de
alto. Los jugadores tiran la bola como los antiguos, desde el tire; pero no hay
birle, ni cuatro, ni emboque, y también pone las condiciones el que tira en
segundo lugar, al que llaman postre”.
Ángel Nuño nos explica cómo el pasabolo consigue
adquirir preponderancia sobre el juego con mico y tres cureñas. Comprobamos
como Nuño denomina “cas” también al sitio donde se plantan los bolos al igual
que hoy en día, y es asombroso el pequeño peso de las bolas: la libra
castellana equivale a cuatrocientos sesenta gramos. Sabíamos que antiguamente
en todas Las Merindades, las bolas eran mucho más pequeñas que las actuales,
con diámetros inferiores a veinticinco centímetros pero no que fueran tan
pequeñas como en el Valle de Mena.
También nos llama poderosamente la atención, que
tuvieran la pericia para hacer cinco agujeros, uno para cada dedo de la mano,
lo que nos habla de un nivel muy alto de especialización que hoy en día se ha
perdido. Actualmente en las modalidades de bolas con “agarradera” de la cornisa
cantábrica (Bolos Tres Tablones, Pasabolo Tablón, Bolo Pasiego, Bolo Llano,
Remonte Ayalés, etc.) solo se hacen dos agujeros, uno para el pulgar y otra
abertura más grande para el resto de los dedos. En cuanto a los bolos son parecidos,
un poco más pequeños que los actuales de Bolos Tres Tablones (una pulgada
castellana = 23,22 mm.), aproximadamente 3,5cm de gruesos por 37,2 cm de alto.
De estas afirmaciones es fácil deducir que hasta
la década de 1880-90 se jugaba con tres tablones o cureñas, y a partir de ese
momento empieza a toma autonomía propia el pasabolo al suprimir tanto la tirada
de bajada (birle) como las dos cureñas laterales y el mico (cuatro), con tanta
fortuna que en la segunda década del siglo XX, cuando escribe Nuño, ya
predominaba incluso sobre el juego primitivo aunque coexistía con él.
Exactamente lo mismo debió ocurrir tanto en la
Merindad de Montija como en Espinosa de los Monteros y así nos lo corroboran
las reducidas dimensiones de sus boleras de "pasabolo” más antiguas como
la de San Pelayo, Agüera - reconvertida en almacén - o la de Noceco; en esta última
al carecer de espacio y cerramiento cenital, los bolos se contaban según a la
altura a la que impactaban sobre una malla ingeniosamente colocada al final del
juego. Es una prueba más que nos indica que, al menos hasta el primer tercio
del siglo XX, se jugaba a los bolos en su concepción mixta primitiva: derribo
en una o tres cureñas con cuatro y pasabolo.
(Fuente: Bolos3tablones.com) |
Sea como fuera, el pasabolo - ya independiente -
se extendió como la pólvora por las Encartaciones de Vizcaya y por la Cantabria
oriental hacia Laredo y hacia Soba llegándose a jugar, al menos, en una de las
villas pasiegas: San Roque de Riomiera (Ralph Penny. El habla pasiega: ensayo de dialectología montañesa. 1969). Sin
embargo, las otras villas pasiegas en donde se mantenían vínculos con la
Merindad de Valdeporres, Merindad de Sotoscueva y Espinosa de los Monteros
(villa de la que dependieron hasta fines del siglo XVII) no perdieron el
primitivo juego de bolos con el cuatro (mico).
Los contactos de los pasiegos con jugadores de
Sotoscueva y Valdeporres se producían a través de las fiestas y en los montes
del Somo, en donde los pastores jugaban a los bolos. También tuvieron contacto
los pasiegos de San Pedro del Romeral con la antigua Merindad de Aguilar Campoo
que incluía un amplio territorio: norte de Palencia, sur de Cantabria y extremo
este de Las Merindades (Valle de Valdebezana, Alfoz de Bricia, etc.) por lo que tal vez por
ese motivo los pasiegos, hasta no hace tantos años, jugaban directamente sobre
tierra sin cureñas como el Bolo Llano de la montaña palentina. Ha sido
modernamente cuando el Bolo Pasiego ha dejado de jugar sobre tierra y ha
adaptado los tres tablones (cureñas); de hecho, el único pueblo que tenía
cureña era Resconorio (Luena), pueblo muy cercano a Ahedo de las Pueblas
(Merindad de Valdeporres) en donde antiguamente se jugaba con una sola cureña
como en tantos otros pueblos de Las Merindades.
Cabe plantearse dónde se produjo esta
“independencia” del pasabolo pero a ciencia cierta no se sabe. Lo que sí parece
fuera de todas dudas es que fue a fines del siglo XIX y que bien pudo ser en
cualquiera de los pueblos del norte de Burgos, del sur u oriente de Cantabria o
de las Encartaciones de Vizcaya. Es interesante escuchar el relato de Manuel
Secunza, artesano bolero de Ampuero, de cómo su abuelo “importó” el juego de
los tres tablones de Burgos, y desde allí se extendió a Laredo, etc.
Trespaderne. Bolera Enromar (1969) (Fuente: www.bolos3tablones.com) |
A la larga se impuso en el pasabolo la
especialidad a rayas - en donde como consecuencia de la carrera y el
acercamiento del tiro impera más la potencia - sobre el ancestral pasabolo a la
viga que se tiraba afianzando los pies para soltar la bola.
Modernamente, y ya como modalidad deportiva, el
Pasabolo Tablón se desarrolló con gran éxito en Cantabria y en Vizcaya - destino
fundamental de la emigración - mientras que en el norte de Burgos, debido
simplemente a la despoblación de los pueblos en los años 50 y 60 con la
consiguiente pérdida de brazos jóvenes, casi desapareció a pesar de ligeros
repuntes posteriores.
Si se ve el mapa de donde se practicaba el pasabolo
en el efímero “renacer” de los años 70 y 80 - los municipios de Las Merindades
aparecen silueteados en azul - no deja de chocarnos que se juegue en dos zonas.
Al norte: Cantabria oriental, Encartaciones vizcaínas, Espinosa de los
Monteros, Merindad de Montija y Valle de Mena, y al sur: Las Loras, La Bureba,
Alfoz de Bricia, Valle de Zamanzas, Valderredible, etc., separadas ambas zonas
por una amplia franja en la que se juega a los Bolos Tres Tablones: del Valle
de Valdebezana al Valle de Tobalina, y de las Merindades de Valdeporres y
Sotoscueva a los Valles de Losa y Valdegovía, este último ya perteneciente a la
provincia de Álava.
La explicación no parece compleja porque el paso
de “juego” a “deporte rural” hizo que muchos pueblos que aún mantenían la
dualidad primitiva, se vieran obligados a decantarse por una u otra modalidad
federada al verse sometidos a la “tiranía” de la subvención que les facilitaba
el arreglo de sus boleras siempre que se decantasen por una u otra modalidad
federada. Esta realidad está documentada en diversos pueblos de La Bureba, en
donde se perdió de esta manera, parte de la riqueza de que gozaba el juego de
bolos antes de los años 50.
Volviendo a Nuño, más adelante señala que “es un juego sano e higiénico, en el que hay
ocasiones que juegan ocho jugadores contra otros ocho y en algunas fiestas,
desde hace pocos años, va entrando la costumbre de celebrar concurso de bolos,
en el que se da un premio en metálico al mejor jugador. Lo que sí es común en
toda fiesta popular es que, de entre los espectadores, siempre salen jugadores
que desafíen a los gananciosos del último partido. Raro es el pueblo, por
pequeño que sea, que no tenga su juego de bolos, cuyo campo, en los días
festivos, es el sitio de reunión donde los hombres y mozos del pueblo pasan la
tarde. (…) Costumbre es esta que va perdiéndose, porque actualmente suelen
reunirse los vecinos de varios pueblos en un centro no lejano, en el que hay
establecimiento público, como sucede en Casetas, El Prado, Paradores,
Villasana, Nava, Mercadillo, etc. La ley de Lanestosa (Vizcaya) no permitía
traviesas de dinero en este juego y sólo consentía jugar el vino o merienda de
que participaban todos los jugadores, y pagaban, como es natural, los que
perdían. Hoy suele jugarse vino, limonada o cerveza, y de ello disfrutan,
frecuentemente, los espectadores”.
Nos llama la atención que llegasen a organizar
partidas de tantos jugadores pero parece una consecuencia lógica de la
abundancia de personas dispuestas a jugar; en cuanto a la prohibición de las
traviesas (apuesta que quien no juega hace a favor de un jugador) nos indica lo
conflictivas que podían llegar a ser, de lo que tenemos constancia en la prensa
con noticias luctuosas como consecuencia de disputas en el juego de bolos.
Otro libro interesante, publicado casi cincuenta
años después del de Nuño, para obtener datos sobre los bolos es el de José
Bustamante Bricio (1931-2013), “La tierra
y los valles de Mena. Biografía de un municipio”(1971) en donde dice que “(...) los bolos, en trance de desaparecer,
vuelven a practicarse en la especialidad de rayas. Tres bolos plantados sobre
la cureña han de ser lanzados lo más lejos posible para obtener una máxima
puntuación en la tirada, que es de veintiún tantos. La otra especialidad,
llamada pique, feneció con la caída de la última bolera cerrada; exigía un
grado de destreza superior, más que de fuerza, pues consistí en tirar juntos
los tres bolos contra la pared frontal”.
Trespaderne. Bolera Enromar (fuente: www.bolos3tablones.com) |
A fines de los 60 con la mejora de la economía y
cuando la gente empieza a poder volver a los pueblos en las vacaciones
veraniegas, se impone la especialidad “oficial”, la de rayas, relegando la otra
que había en el valle: pique. Muy interesante es esta referencia que nos hace
Bustamante a esta especialidad desaparecida y heredera de la manera más antigua
de jugar al pasabolo, en el siglo XIX, cuando los bolos se proyectaban sobre la
viga final; sin duda, para mandar los tres bolos juntos habría que tener un
gran pulso y precisión.
“Había
en Mena bastantes boleras cerradas llamadas carrejos. El que narra llegó a
conocer nada menos que tres en Villasana (la de Casa Rosa Roldán, la del Casino
Viejo y la del Sindicato Agrícola) y en el Valle, las de Las Casetas,
Paradores, El Berrón, etc., prueba evidente de que este deporte era el
pasatiempo favorito de la generación anterior a la mía. Boleras a campo raso, en
mejor o peor estado, las hay en casi todos los lugares donde se celebran
romerías y hasta en la misma cima de la Peña del Cuerno existió una, donde
barruntamos que habría festejo con ocasión de las Juntas del Partido que se
celebraban en Era Lope”.
Como podemos comprobar Bustamante se centra en
el pasabolo y nada alude a los tres tablones lo que es un claro indicativo se
su predominio; no obstante, tenemos constancia de jugadores provenientes del
valle de Mena que jugaban a los bolos sobre tres cureñas en Chile en los años
50 o incluso en Madrid en los años 80. No se había perdido aún pero el pasabolo
acaparaba, sin duda, las boleras del valle.
Bolera de Prádanos del Tozo (Fuente: Pedro Miguel Barriuso) |
Bustamante nos esboza una ligera pincelada llena
de acertadas apreciaciones:“(...) en todo
caso, se tratara de carrejos o boleras abiertas, existía uno o más bancos
rústicos; alacena abierta en una pared, para guarecer fresco el jarro de vino
que se ventilaba en la partida; un pocillo excavado en la tierra para mojar las
bolas y humedecer, sin encharcar la cureña, operación ésta que se realizaba con
una escoba de brezos y un recipiente donde hubiese barro arcilloso con el fin
de untar el pie del bolo y hacer un plante ajustado a la técnica.
Sobre
el banco las discusiones y apreciaciones de los entendidos: éste es de brazo
corto o de tiro largo.(...) Porque los bolos es deporte que exige temple,
destreza, fuerza y una técnica depurada que sólo los iniciados conocen y
reconocen, y en su sencillez radica fundamentalmente su emoción.(...) En los
últimos años se observa algún resurgir en los bolos, singularmente en
Villasuso, Santiago Torres Manterola y otros aficionados acuden a los concursos
de Quintana de los Prados, Ampuero, etc”.
Nos llama la atención en el empleo del término
carrejo (Del lat. curricŭlum,
carrera) que Bustamante lo relaciona con boleras cerradas y que en origen,
seguramente, haría
referencia a un corredor, un pasillo
entre una y otra casa, lugares habituales donde antiguamente se jugaba.
El pasabolo, que como indica Bustamante estaban “en trance desaparecer”, tuvo por los
motivos ya comentados un renacer a fines de los 60. En 1968 se celebró en
Villasuso de Mena el Campeonato de España Individual de segunda categoría y
años después, en 1975 y 1985, se celebró en Villasana de Mena el campeonato de
España juvenil de Pasabolo Tablón. A la larga, sin embargo, la decadencia ha
sido total.
Óscar Ruiz Pereda.
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