Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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lunes, 10 de octubre de 2016

Ordoño II frente a Fernán González (943 a 951)

Habíamos dejado a Fernán González cabreado contra su rey. Y demostrándolo mediante la declaración de Castilla condado vasallo de León; construyendo una torre en Covarrubias; y haciendo una aceifa contra tierras moras sin permiso del rey. Juntando todos esos hechos, llegamos a la situación límite: la relación de Fernán y el rey está rota.


Claro que, dado el enemigo, Fernán necesita algún aliado y lo encuentra en el conde de Saldaña, Diego Muñoz, cuyas posibilidades de expansión también se han visto frenadas tras la apuesta de Ramiro II (898-951) por los Ansúrez. Diego Muñoz ostentaba un buen puesto cortesano desde los años de la guerra civil. Mientras que Fernán González y la familia Lara habían apostado por Ramiro, los Gómez (o sea, Diego) habían tomado el partido de Alfonso Froilaz. Que perdió.

No debió sufrir represalias por ello porque Diego Gómez poco después, en 934, cabalga junto a Ramiro II. Es uno de los grandes magnates del Reino de León. Y también se ve agraviado por el reparto de territorios tras la batalla de Simancas. La creación del condado de Monzón tapona sus vías de expansión hacia el sur.


En otras palabras, a Fernán González le resultó muy fácil que se sumase a la rebelión. ¿Cuándo empezó el golpe? Pensemos que en 940 hubo una incursión mora en tierras leonesas. No en Castilla o Álava. ¿Razones? Quizá atacar una zona posiblemente mejor defendida para jugar con el efecto sorpresa; o quizá Fernán tenía un acuerdo con los moros para chinchar al rey Ramiro -como sospecha Levi-Provencal- y reforzarse en Castilla.

En la tregua que León y Córdoba firman en 941 están Fernán y Diego Muñoz. Pero, tal vez, este par ya estaba conjurado. Es en 943 cuando los condes Fernán y Diego se lanzan a la aventura. No consta lo que hicieron exactamente pero en pocas semanas estaban derrotados.

La Crónica de Sampiro (Obispo de Astorga en el siglo IX) nos dice que fueron encarcelados en febrero de 944. Parece que Ramiro II los venía teniendo vigilados. Puede que agraciar a los Ansúrez fuese parte del plan contra Fernán González. Si no hay noticia de grandes convulsiones, es porque no las hubo. A Diego lo encierra en Gordón (norte de León) y a Fernán, mucho más peligroso, lo encarcela en la propia capital, en León. Este peligro no solo vendría del control que ejercía sobre una tierra alejada del centro del reino sino también del parentesco que les unía al ser cuñados. Fernán era viudo de una hermana de la actual esposa del rey.

Castillo de Saldaña s. XIX

Ramiro II nombra sucesores en esos condados: en Castilla pone a su hijo Sancho, “el Craso” por sus gorduras. Y para asesorarle tendrá a quien más podía molestar a Fernán, Assur Fernández, el conde de Monzón, el eterno rival del castellano hozando en su terreno.

Y podríamos decir que Ramiro II es un blando porque en León ese no parecía un castigo regio. Fernán González se salva de que le saquen los ojos. Y le maten tras ello. Pero hay más: pocos meses después el rey exonera a los rebeldes. Fernán González y Diego Muñoz serán perdonados, jurarán fidelidad al rey y ¡¡¡volverán a sus posesiones!!!

¿Y eso? Diego Muñoz, conde de Saldaña, pasó en prisión unos pocos meses y volvió a desempeñar las mismas funciones que antes ejercía. Y Fernán González estuvo apenas un año enjaulado. En la Pascua de 945 está ya en libertad y enseguida le vemos actuando nuevamente como conde de Castilla.

Monumento a Fernán González en Navalcarnero

Más aún: como muestra de fidelidad al rey, una hija de Fernán, Urraca Fernández, se casa con el heredero de Ramiro II, el infante Ordoño. Así, en poco más de un año, los rebeldes se convierten otra vez en los más fieles magnates del rey. ¿No es increíble?

¿Por qué lo hizo Ramiro? Dicen que por razones militares al fortalecerse el califato. Podría valer, sí. Pero chirría: a Diego Muñoz lo liberó antes de que pudiera hablarse de un retorno del peligro cordobés. Y Fernán estuvo en prisión más tiempo. Liberarlos escalonadamente ante un peligro inminente no suena bien. Y si no había tal, ¿por qué les puso en libertad? Además, si nos fijamos, Fernán González no era un señor feudal dueño de todo. Poseía sus tierras pero no la región oriental ni los ejércitos castellanos, que estaban bien dispuestos bajo el control del propio hijo del rey, Sancho, y del conde Assur Fernández.

Tuvo que haber otras motivaciones que no se han reflejado claramente en los libros. ¿Cuáles? Busquémoslas en el juego político del reino. Ante Ramiro II se presentaba un reino que descansaba sobre el equilibrio de las grandes familias. Los condes ahora eran auténticos poderes capaces de desplegarse sobre el territorio con total autonomía. Y en la parte oriental de ese reino tenemos un espacio donde tres grandes linajes -los Ansúrez, los Gómez y los Lara- acumulaban territorios que ya eran más grandes que el Reino de Navarra, por poner un ejemplo. Y esto es así porque han convertido el título administrativo de conde en hereditario.

Iglesia de escaño

No es un feudalismo pleno pero sí sus primeros estadios. Los reyes tendrán cada vez menos capacidad de maniobra. Tanto Diego como Fernán lo comprendían porque, para sellar su alianza, organizan el matrimonio de sus hijos: Gómez Díaz, hijo de Diego Muñoz, se casa con Muniadona Fernández, hija de Fernán González. Diego, además, se preocupa de que sus hijos emparenten con lo más granado de la nobleza de la época, no sólo en Castilla, sino también en León y en Galicia. Y Fernán casará a su hijo García con una hija de los condes de Ribagorza y a su hija Urraca con el heredero del rey Ramiro.

¿Y no temía el rey de León estas tendencias? sí. Por eso se preocupa de que Diego y Fernán, para estar libres, le juren fidelidad. ¡Los dos condes cumplirán! Pero no solo había problemas en Castilla, Galicia seguía poblada de nobles levantiscos. Ramiro debía evitar una rebelión de magnates gallegos, una rebelión de condes castellanos y una ofensiva musulmana a la vez, lo cual sí hubiera acabado con el reino. El perdón a Diego y a Fernán no fue signo de debilidad, sino de inteligencia política: Ramiro ha conjurado la rebelión; ha apresado a los rebeldes; y ha sido magnánimo con ellos al soltarlos. Los grandes linajes castellanos también han salido reforzados: sus cabezas visibles no han pagado el desafío con la vida, no han visto mermado su poder, han vuelto a sus posesiones y pronto empezarán a buscar relaciones diplomáticas con Córdoba por su propia cuenta.

Ramiro II era capaz de bregar con eso y con más. Pero el mantenimiento de un estado voluntariamente transformado en inviable no puede mantenerse por mucho tiempo si su argamasa es la circunstancial figura de un dirigente. (Bien podría servirnos de ejemplo para casos actuales).


¿Y Abderramán? Escocido por la derrota de Simancas (939) cambiará su estrategia: expediciones de saqueo y derribo que conocemos como aceifas, razias o algaradas. Al fin y al cabo, el califa no buscaba apoderarse de la mitad norte de la Península sino mantener las propias posiciones y frustrar la repoblación al sur del Duero. Recordemos: en 940 Ahmed ben Yala penetra en la llanura leonesa; en 944 Ahmed Muhammad ibn Alyar llega hasta Galicia; en 947 un cliente del califa llamado Kand sigue el mismo camino aunque es detenido en Zamora; en 948 otra en Galicia que arrasa Ortigueira… Curiosamente, todas se dirigen hacia el occidente leonés. Por eso hay autores que, dado que Castilla no es atacada, piensan que Abderramán pactó con Fernán González o –seamos patriotas castellanos- pretendía llegar a algún acuerdo.

Fijada la frontera con los reinos cristianos, Abderramán se aplicará a la acción política en el norte al ser mucho más rentable que la guerra. El califa era mestizo: nieto de la princesa navarra Oneca, que estuvo cautiva en Córdoba; la reina de Navarra, doña Toda, era hija de esta Oneca cuando al fin volvió libre a Pamplona; y doña Toda había preocupado casar a sus hijas (o sea, a las nietas de Oneca) con lo más florido de la nobleza cristiana, incluido el propio rey Ramiro de León, de manera que todos eran familia en mayor o menor grado.


Por ello, Abderramán III reclamaba cierta preeminencia sobre los demás reinos de la Península. ¿Cómo actúa sobre los jefes cristianos? Primero, imponiendo vasallaje en Navarra. Y después, intrigando.

Avancemos hasta cerca del año 949, con un Ramiro II en la cumbre pero con un cuerpo ya muy baqueteado, deteriorado, y huele su muerte. Ramiro rondaba los cincuenta. No sabemos qué le roía, de qué estaba enfermo. Empezó a sentirse mal después de un viaje a Oviedo y fue una dolencia larga y penosa.

¿Sucesor? Porque eso es importante en cualquier reino. De sus seis hijos, tres varones y tres mujeres, había dos en condiciones de heredar el reino: Ordoño y Sancho. Ordoño era hijo de Adosinda Gutiérrez y Sancho lo era Urraca Sánchez, la hija de doña Toda de Pamplona. Los leoneses veían con mejores ojos a Ordoño, pero doña Toda tenía puestas en Sancho sus preferencias. Cada uno de los infantes encarnará las ambiciones de dos partidos distintos.

Enfermo y preocupado por la sucesión Ramiro II golpeará a Abderramán III en Talavera bajo la sombra de la sierra de Gredos. Era un punto estratégico para el emirato, porque desde esta controlaba tanto Toledo como Mérida. En la primavera de 950, cuando se movilizaban los ejércitos, Ramiro reunió a sus huestes y se puso en marcha. Ganó como nos contó el cronista Sampiro. Fue la última victoria del rey.


Ese verano del 950 ejercerá la regencia su hijo primogénito Ordoño, que será el sucesor. En enero de 951 abdicó Ramiro II. Algunas semanas después moría. Se evitaba así una duplicidad en la corona o en las influencias. Mejor para Ordoño III. Un problema menos.


Bibliografía:

“Moros y Cristianos. La gran aventura de la España Medieval” por José Javier Esparza.
“Historia de España” ed. Salvat.1994
“Atlas de Historia de España” Fernando García de Cortázar.


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