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sábado, 27 de enero de 2018

Duque de Frías haciendo de sumiller


Imagínenselo: El duque de Frías inclinado sobre el rey ofreciéndole un vino de gran calidad para su deleite. ¿Curioso? Mucho. E improbable también. Entonces, ¿De qué estamos hablando? No estamos hablando del encargado de los vinos en los restaurantes y hoteles. Una segunda acepción de esta palabra –según el R.A.E.- es “Jefe o superior en algunas oficinas y ministerios de palacio”.

¡Ajá! Es el jefe de palacio que tenía a su cargo el cuidado de la real cámara. Se dice que es el equivalente al Camarero Mayor (quien desde la baja Edad Media, había sido unos de los cargos más codiciados de la Casa del Rey). Esto colocaba a quienes ejercían estos cargos como preferentes acreedores de su amistad y beneficiarios de sus dádivas. Es decir, que no es lo que conocemos hoy como camarero. Tampoco mayordomo significaba lo que significa hoy pero esa es otra historia.

El emperador Carlos V

Si nos remontamos hasta las partidas de Alfonso X vemos la relación de funciones que debía tener el Camarero de Palacio (o Camarlengo que es una palabra todavía conocida): “Otrosí es Oficial que tiene gran lugar para guardar el cuerpo del Rey: e ha este nome porque él ha de tener las cosas que el rey manda guardar en su paridad […] Porque deue guardar la Camara do el Rey albergare, e su lecho, e los paños de su cuerpo, e las arcas e los escritos del Rey”. Traducido: era un oficial a cuyo cargo estaban los aposentos privados del monarca y todo cuanto contenía. Los camareros de esta época, en teoría, dormían junto a su señor, les guardaban la puerta, vestían y desayunaban con él.

El trato añadirá facultades económicas como el recaudo y administración de los ingresos previstos para la Cámara Real. Pese a que en la tradición castellana el cargo principal de la Casa del Rey era el de mayordomo mayor, el camarero mayor se fue convirtiendo durante los siglos XIV y XV en un peligroso rival y competidor por el cariño real y la influencia.

La llegada de Carlos V y su ceremonial borgoñón trastoca el esquema. En la Casa del Emperador además del camarero mayor existía un segundo camarero y un sumiller de corps que ocupaba el tercer lugar entre los oficiales de la Real Cámara. Ya ha aparecido el cargo y parece ser extraño a Castilla incluso en el nombre. Para evitar conflictos entre camareros y ahorrar en “altos cargos” se potenció el sumiller.

Relación de los Condestables de Castilla.

Había otros cargos que permitían acceder al rey: jefatura de la Casa y la de la Caballeriza pero el cargo de sumiller de corps continuó siendo el más apetecido. El mayordomo mayor y el sumiller de corps debían repartirse los espacios del Palacio, reservando para el segundo los aposentos más privados que componían la Real Cámara. La precedencia de cada uno de estos oficios dependía del momento y del lugar en donde transcurriera la jornada del rey.

El distintivo del cargo de sumiller era la gran llave dorada, que abría y cerraba todas las puertas del aposento real, y que llevaba suspendida de una cinta de su chupa y con el mango asomando por unos de los bolsillos. Controlaba la entrada hasta el rey: filtraba las audiencias privadas e intervenía en el nombramiento de los gentileshombres de cámara, sus inmediatos subordinados.

El rey nombraba al sumiller de corps. Pedro I de Castilla había cedido el cargo de camarero mayor en 1437 en la casa de los duques de Frías, perpetuándose en ella con carácter meramente honorífico. González Dávila se hacía aún eco de esta tradición e indicaba que “los Duques de Osuna y Frías se nombran Camareros mayores a sí mismos, y no los Reyes, pretendiendo les compete el título por derecho muy antiguo”. Y, es que, el cargo estaba reservado en la práctica para los miembros de la grandeza.

Relación de Duques de Frías.

Amistad, confianza, privanza o valimiento habían sido durante la época de los Austrias requisitos indispensables para su elección y designación. Felipe V rompió la tradición porque carecía de lazos personales con la alta nobleza española y sus sumilleres figuraban en el grupo de los primeros seis gentileshombres de cámara designados por él mismo en 1701–elegidos entre los cuarenta que tenía Carlos II–, y se sucedieron unos a otros según estrictos criterios de antigüedad. Una solución de compromiso alejada de la antigua confianza. Habrá que esperar hasta finales del reinado, al marqués de San Juan de Piedras Albas, para que se reanude la costumbre de aunar en la persona del sumiller la confianza regia y el desempeño pleno del oficio.

Felipe V

Y entre estos seis “afortunados” tenemos a Agustín Fernández de Velasco y Bracamonte, conde de Peñaranda, marqués del Fresno y duque de Frías. Este caballero nació el uno de noviembre de 1669 en la villa de Madrid, donde también murió. Casó con Manuela Pimentel y Zúñiga –hija del duque de Benavente- con la que tuvo a Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel, que sería el XI duque de Frías; Ramón Fernández de Velasco y Pimentel, IV Marqués del Fresno y Martín Fernández de Velasco y Pimentel, IV duque de Arión y después XII duque de Frías y conde de Haro. Fue quien durante más años ejerció el cargo de sumiller de corps de Felipe V. Supongo que fue elegido, entre otras cosas, porque su padre, Pedro Fernández de Velasco, formó parte del partido pro-francés a la muerte de Carlos II.

Este caballero, Pedro Fernández de Velasco, fue consejero de Estado hasta su muerte en Madrid el 4 de enero de 1713. Había nacido en la Villa y Corte el 5 de julio de 1633. Su padre, el de Pedro, fue Luis "el mudo" de Velasco, I marqués del Fresno y su madre Catalina de Velasco y Roxas. Pedro estuvo casado con Antonia de Bracamonte, V condesa de Peñaranda. Los hijos de esta pareja fueron: Agustín Fernández de Velasco y Bracamonte, X Duque de Frías; Luis de Velasco y Bracamonte y María de la Soledad de Velasco y Bracamonte.

Relación de Sumilleres de Corps

Centrándonos nuevamente en Agustín les diremos que nació en 1669 y fue caballero y comendador de la orden de Alcántara y gentilhombre de cámara con ejercicio de Carlos II desde 1697. Fue confirmado también en su cargo por Felipe V en 1701. En 1703 se le concedió la grandeza de España por los méritos de su abuelo materno y de su tío, de quien heredó el condado de Peñaranda. Como tantos otros miembros de la alta nobleza, el duque de Frías dudó entre el francés y el austriaco pero acabó fiel a la causa de Felipe V.

Agustín desempeñó interinamente el gobierno de la Real Cámara en varias ocasiones y fue nombrado sumiller el 8 de enero de 1728, cargo que desempeñó hasta su muerte, ocurrida en Madrid el 24 de agosto de 1741. El duque de Frías fue el último de los sumilleres de corps que formaba parte del primer grupo de gentileshombres de cámara con ejercicio designados por Felipe V al comienzo de su reinado. Su sucesor, don Juan Pizarro de Aragón, marqués de San Juan de Piedras Albas, ya fue elegido por ser favorito del rey.

Digamos que, aunque el cargo era de libre designación el favor real recaía en los mismos linajes y familias. En el caso de la sumillería de corps, facilitaba la transmisión hereditaria del cargo el que los hijos de los jefes de Palacio solieran por costumbre ser honrados con la llave de gentileshombres de cámara del rey y, con frecuencia, destinados a los cuartos de los príncipes e infantes en donde podían promocionarse a sus jefaturas.

Carlos III

Felipe V alteró el status quo. A su llegada a Madrid, reformó la Cámara (al igual que el resto de la Casa del rey). Había motivación económica -¡cómo no!- pero también política: rodearse de franceses. Esta situación no podía hacer otra cosa que desembocar en choques, desequilibrios de poder y quiebras en la jurisdicción tradicional de los oficios. Así la concesión de audiencias fue acaparada por el nuevo secretario de la Cámara decayendo con ello la autoridad del sumiller.

Una muestra de estas luchas la tenemos en octubre de 1733 con la administración de los gastos ordinarios de la Real Cámara de fondo. Realmente el lío proviene de la disputa entre españoles y franceses en la Cámara Real. Tras la muerte de La Roche le había sucedido en la secretaría de la Cámara Juan Bautista José Legendre. Con el puesto obtuvo la inquina de Juan de Estrada, su oficial mayor, y de Carlos Gómez-Centurión Jiménez, Diego Tufiño, el veedor y contador, quienes eludieron presentarle las cuentas dejadas al morir La Roche. En 1736 Legendre retiró a Estrada sus poderes para manejar los caudales de la Cámara al tener noticia de que había conseguido para Tufiño el cobro de cantidades importantes de sus haberes en Tesorería Mayor, mientras apenas entraban fondos en la tesorería de la Cámara y el resto de los empleados no cobraban. Tufiño era además secretario del sumiller de corps, Agustín (el duque de Frías), quien había amparado la operación. Ante esto Legendre consiguió del rey la intervención de las cuentas de la Cámara. La muerte del duque de Frías en 1741 cerró la crisis, volviendo el control de los caudales de la cámara a estar bajo la jurisdicción del nuevo sumiller, el marqués de San Juan de Piedras Albas. ¡Así se las gastaban en la selva de la Corte!

Fernando VI

Con Carlos IV ocurrió lo que se esperaba: monopolizaron el cargo quienes le habían servido siendo Príncipe de Asturias. El primer sumiller de corps elegido por el nuevo rey fue Diego Antonio Pacheco Téllez Girón y Fernández de Velasco, décimo tercer duque de Frías y octavo de Uceda. No solo eso también era: XIII duque de Escalona, V marqués de Menas Albas, X marqués de Frómista, VIII marqués de Belmonte, VIII marqués de Caracena, XIII marqués de Berlanga, VII marqués de Toral, VI marqués de Cilleruelo, X marqués de Jarandilla, XIII marqués de Vill, VII marqués del Fresno, XI marqués de Frechilla y Villarramiel, X marqués del Villar de Grajanejos, XV conde de Haro, XVII conde de Castilnovo, XVIII conde de Alba de Liste, X conde de Peñaranda, VIII conde de Pinto, XII Conde de Deleitosa… Bueno, pues eso: todo un Grande.

Diego Antonio nació el 8 de noviembre de 1754 y morirá en París el 11 de febrero de 1811. Era hijo de Andrés Manuel Alonso Pacheco Téllez-Girón y Toledo, VII duque de Uceda y María Portería Fernández de Velasco y Pacheco, IX condesa de Peñaranda de Bracamonte. Se casó con Francisca de Paula de Benavides de Córdoba con la que tuvo a Bernadino Fernández de Velasco y Benavides, XIV duque de Frías y IX duque de Uceda.

Carlos IV

Andrés Téllez Girón, VII duque de Uceda, era gentilhombre de cámara con ejercicio desde 1742 y había sido nombrado para la servidumbre personal de Fernando VI a comienzos de 1758. Por ello, estuvo también al cuidado del monarca en sus últimos meses de enfermedad en Villaviciosa. Andrés Téllez Girón fue recompensado por Carlos III siendo destinado a servir al cuarto del Príncipe a principios de 1760, y ascendido a sumiller de corps al erigirse la Casa del futuro Carlos IV en abril de 1765. Aunque se le concedió la futura de sumiller del rey en diciembre de 1788, no pudo llegar a tomar posesión del cargo al fallecer al poco de empezar 1789. Sería su hijo, gentilhombre del Príncipe también desde 1775, quien alcanzará el puesto.

Diego, el hijo de Andrés, desarrolló una vida militar y diplomática muy activa al tiempo que ejercía la sumillería de corps. En 1794 hubo de partir al ejército de Navarra durante la Guerra de la Convención, entre agosto de 1798 y enero de 1801 fue embajador extraordinario en la corte portuguesa y en julio de 1802 fue nombrado consejero de Estado, presentando entonces su renuncia al cargo de sumiller. El XIII duque de Frías volvió a desempeñar cargos palatinos con José I, siendo nombrado su mayordomo mayor. Participó también en la redacción del estatuto, carta otorgada o constitución de Bayona. Moriría en febrero de 1811, siendo embajador de José I en la corte de su hermano Napoleón Bonaparte. Dicen que murió arruinado y cargado de deudas por sus gastos al servicio de José Bonaparte.


Toda una pena porque la vida del sumiller de corps, como hemos visto, era una buena y provechosa vida. De todas formas se sabía de donde cojeaba el sumiller y hubo, a lo largo de los siglos, reformas de la Real Cámara buscando embridarlo. La del el marqués de la Ensenada en 1749 que establecía un número fijo de criados para la Cámara –setenta y cuatro en total– y un único salario para cada empleo, prohibiendo cualquier otro pago bajo cualquier nombre que se le ocurriese al sumiller. Sería la Secretaría de Hacienda quien decidiese. No hay que ser un genio para darse cuenta que esto reventaba el nepotismo del sumiller. O lo intentaba redirigir hacia otros poderosos.

Además de la confianza regia, contar con unas buenas relaciones en los círculos de la Corte fue siempre una garantía de seguridad y de estabilidad para los ministros. El propio marqués de la Ensenada, a comienzos del reinado de Fernando VI, reconocía que sus antecesores en el cargo de Hacienda “los más han mirado como protectores suyos a los magnates de Palacio, los cuales tienen por máxima hacerse respetar y temer de los Ministros para lograr sus fines particulares, en lo cual es sumamente perjudicado el Real servicio”.

Palacio Real de Madrid

El puesto de sumiller de corps era de los mejores cargos a tener en la Corte aunque su salario era el más bajo de las tres jefaturas de la Casa del Rey. Pero, como ya estamos indicando, había otras ventajas. El sumiller tenía las regalías de repartir entre los criados los vestidos y ropa blanca que se desecharan del real guardarropa, así como los sobrantes diarios del plato del rey… ¡con los que servía su propia mesa!

En 1787 Carlos III reconoce que el cargo del sumiller estaba peor dotado que el resto de las jefaturas de palacio y que en la reforma de 1761 no se había tenido en cuenta la Real Cámara para su arreglo, duplicó su importe hasta los 80.000 reales. Sin embargo, el roce hacía el cariño –del rey- y se obtenían pingües favores. Es el caso del duque de Frías que pudo conservar sus sueldos en la Casa del Rey –tanto el de sumiller de corps como el de alcalde del Real Sitio de El Pardo–al tiempo que se ausentaba de la Corte para prestar otros servicios a la corona.

Como el resto de las jefaturas de Palacio, el oficio de sumiller proporcionó siempre una importante protección económica a sus titulares. Ninguno se vio privado de la posibilidad de promocionarse a otros oficios o un honroso retiro. Su capacidad de patronazgo menguó en comparación con el siglo XVII pero no dejaron de colocar a sus parentelas dentro y fuera del propio Palacio reforzando su autoridad personal dentro del entramado cortesano. Tampoco fue extraña la concesión de títulos para sus personas o sus allegados y menudearon las más altas condecoraciones del reino fueran éstas los ambicionados toisones, las insignias de la orden de San Genaro o la recién creada de caballeros de la Orden de Carlos III.


Bibliografía:

“Al cuidado del cuerpo del Rey: Los sumilleres de corps en el siglo XVIII” por Carlos GÓMEZ-CENTURIÓN JIMÉNEZ.
“Fundación Casa ducal de Medinacelli”.

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