Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 29 de octubre de 2023

Las “Brujas” de Salazar y Frías.

 
Asumo que los temas que tratamos en esta bitácora durante las celebraciones de los días de Difuntos y de Todos los Santos -hoy asociados a una distorsionada idea del Halloween o Samain- suelen ser más abiertos en cuanto al área sobre el que pongo el ojo. Y, por ello, reconozco que el título es tramposo. Las dos localidades que creemos no son tales sino los apellidos de un inquisidor. ¡Hostia! ¡¿Un inquisidor de la sanguinaria, genocida y brutal Inquisición Española?! Pues sí. Y ya sé que alguno pedirá que me cancelen, como si esto fuese Twitter. Pues no.

Casa del pueblo de Salazar
 
Sabemos que la palabra "inquisidor" evoca intolerancia, tortura y crueldad y no modernidad, racionalismo o compasión. Y, por supuesto, está asociado a “La Inquisición” y a ríos de sangre. Pero en el mundo de hoy, lo que no se cuenta no existe, aunque sea la verdad. Y, desgraciadamente, en temas relacionados con esta institución de la Iglesia Católica hay mucha desinformación o, por decirlo llanamente, mentiras. Irónicamente, el Imperio Español tenía “diarrea procesal”, como diría Ángela Rodríguez Martínez, alias “Pam”, y una vocación de conservación de sus archivos. Así sabemos mucho de muchas personas y casos como el de las brujas de Zugarramurdi y el inquisidor Alonso de Salazar y Frías. No sabemos todo de este episodio brujeril, porque una parte de la documentación, la del lado francés, se quemó en Burdeos en 1710. En palabras de Emilia Roca Barea: “con ese arte que han demostrado a lo largo de los siglos los incendios franceses para achicharrar, con puntería milagrosa, aquello de lo que no conviene dejar rastro”.

Frías (Burgos)
 
Este brote de brujería navarra procedía de Francia donde hubo una terrible persecución bajo la dirección de Pierre de Lancre. A primeros de julio de 1609, hace su aparición en el Labort, territorio del País Vasco francés, en calidad de juez comisionado por el rey, el mentado Pierre. Entre el 1 de julio y el 1 de noviembre de ese año la justicia francesa quema 80 brujos. Lancre asegura que ha visto la marca del demonio en más de 3.000 niños. Por el contrario, al foco de brujería navarro, que en reinos al norte de los Pirineos se solventaba con olor a carne quemada, fue enviado Salazar y Frías por el inquisidor general Bernardo de Sandoval y Rojas para solucionar de histeria colectiva surgida, con grave riesgo para el orden público.
 
Alonso de Salazar y Frías gozaba de una merecida reputación de abogado brillante y honrado. En un año desactivó aquella espiral de delaciones y acusaciones. Recorrió el territorio aldea por aldea, ofreció perdón y comprensión, pero exigió respeto a las vidas y las haciendas ajenas. A Lancre le hubiera dado un patatús, convencido como estaba de que la cúspide de la perfección brujeril era el disimulo y de que por tanto el trabajo más difícil era detectar al brujo. Por ello, el francés se explayó en su tratado sobre brujería en la descripción pormenorizada de las formas, marcas y actividades preferidas por los brujos, sin desdeñar un minucioso análisis de los síntomas de la licantropía. Puro racionalismo francés (es una ironía). Alonso de Salazar y Frías solía hacer un estudio previo de las cuestiones que se le proponían. Valoraba las pruebas documentales considerando que sin ellas no se podía seguir adelante en ningún proceso.
 
No se recordaba a Alonso -cosa normal entre nuestros purgadores de la historia- hasta que en 1907 el historiador estadounidense Charles Lea habló de él en su “Historia de la Inquisición de España” al tratar el proceso de Zugarramurdi celebrado en Logroño entre 1610 y 1614. Luego lo estudiaría Julio Caro Baroja en 1933, Luis Coronas Tejada y el danés Gustav Henningsen en “The Papers of Alonso de Salazar Frías. A Spanish Witchcraft Polemic 1610-1614” y en “El Abogado de las Brujas (1983)”.

 
No nos olvidemos del que será Inquisidor General Bernardo de Sandoval, erudito y mecenas, que fue protector de Cervantes, el cual le menciona en el Quijote. Sandoval encargó a Alonso trabajo tan problemático y lo apoyó en todo. Excepcionales debieron de ser también el resto de los inquisidores de la Suprema, órgano rector de la institución, que recibieron los memoriales y documentos escritos por Alonso y mantuvieron sus criterios inalterados en el tiempo. Estos principios legales adoptados ante la brujería hicieron que España fuese el país de Europa donde menos brujas condenaron. Según Henningsen, unas 50.000 personas murieron en la caza de brujas en Europa. La mitad en los territorios germánicos. Apenas una veintena en España.
 
Llevamos un rato leyendo sobre este hombre, recibiendo información de lo que hizo o creemos que hizo y parece el momento para conocerlo. Lo que nos atrae del personaje a los miembros de esta bitácora son sus apellidos que le asocian con familias y poblaciones de Las Merindades. No llegaremos al nivel de la Auñamendi que, directamente dice: “Miembro de la Inquisición, de gran importancia para el País Vasco y originario del mismo, nacido en Burgos en 1564”, palabras firmadas por Ainhoa Arozamena Ayala, pero sí nos sorprendemos del origen de sus apellidos y la presencia de los mismos en nuestra comarca. Sabemos que nació en Burgos, en 1564, en una familia hidalga con capilla y enterramiento en la parroquia de San Esteban de Burgos. Su padre, Bernardino de Salazar, su tío Antonio (familiar del Santo Oficio) y su abuelo paterno, Tomás Ortiz de frías Salazar, fueron letrados, con antecedentes familiares de mercaderes de lana en el Consulado de la ciudad. Tomás Ortiz había servido a Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco como regidor, gobernador y administrador de sus estados. (¿Vale esto como vínculo con Las Merindades? Buff, no nos volvamos locos, por favor). Dicho esto, con este ejemplo familiar dejamos constancia de que la mayoría de los inquisidores de los siglos XVI y XVII, procedía del mundo universitario.

Eugene Grasset, "Brujas".
 
Los niños con parientes en la clerecía, en la magistratura o bien protegidos por alguna dignidad, solían perfeccionar sus estudios de latinidad sin salir del ámbito familiar, aprendiendo a leer y escribir, y a estudiar algo de gramática y latín. A los catorce años, quienes valían para el estudio emprendían estudios superiores en la universidad. Después de perfeccionar los latines oían los “Derechos” por un tiempo de cuatro a cinco años, tras los cuales obtenían el grado de bachiller. Aquellos con vocación y con medios económicos continuaban sus estudios como colegiales hasta hacerse licenciados en leyes, y si tenían la oportunidad, en doctores. Alonso de Salazar comienza sus estudios universitarios en Salamanca con quince años de edad y se gradúa en 1584. Las relaciones familiares fueron las que le llevaron a Jaén en el séquito de clérigos del obispo Francisco Sarmiento de Mendoza
 
En 1588 se consagró sacerdote y ese mismo año el obispo Francisco Sarmiento de Mendoza lo nombró racionero del Cabildo de la Catedral de Jaén y se graduó de licenciado en Cánones en la económica, y rápida en otorgar títulos, Universidad de Sigüenza. Fue también visitador y vicario de las ciudades de Baeza y Úbeda para implantar en ellas la reforma tridentina. Sus estudios le abrirían una puerta para ascender en las altas esferas eclesiásticas, pero, también, harían de él un gran humanista y un hombre muy instruido para su época con una vasta formación en derecho, historia o teología. Muestra de ello fueron los 1.161 volúmenes de su biblioteca personal y la variada colección de obras pictóricas incluidas en su inventario post mortem. Trescientos sesenta y cinco de esos libros eran de humanidad, teología moral e historia.

Recreación de Alonso Salazar Frías.
 
De 1588 a 1595 maduró jurídicamente al lado del obispo Sarmiento, que había sido catedrático en la Universidad de Salamanca y oidor en la Chancillería de Valladolid. La confianza del obispo es tal que, al morir en 1595, deja nombrado a Alonso como albacea. Tras cumplir con el testamento, Salazar y Frías es enviado a la Corte como jurista del cabildo para defender los negocios del obispado. Allí conoce a Bernardo Sandoval y Rojas, a quien comienza a servir cuando le nombran obispo de Jaén, y más tarde cardenal y arzobispo de Toledo, el Primado de las Españas.
 
El obispo Sarmiento encargó a Alonso, junto con el racionero Gil Dávalos Zambrana, escribir un episcopologio que se inició con el primer obispo de la diócesis Jaén-Baeza en tiempos de Fernando III hasta el año 1595. Fue un trabajo que eliminó leyendas y tradiciones para dejar solo los nombres que consideraron ciertos.
 
En julio de 1600 le designaron procurador de la Iglesia de Jaén en la Congregación del Estado Eclesiástico de la Corona de Castilla (1602-1603); participó en las deliberaciones con tal éxito que, en 1602, por unanimidad, esta institución lo nombró procurador general ante la Corte; en 1607, una nueva Congregación lo mantiene en tal puesto, que le permite entrar en contacto con el duque de Lerma y consejeros de distintos Consejos.

"Vuelo de Brujas" (Francisco de Goya)
 
Cuando Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, accede al cargo de inquisidor general en 1608, nombró inquisidor para el Tribunal de Logroño a Alonso Salazar y Frías (23 de marzo de 1609), sin que este perdiese la canonjía de Jaén. Señalemos que este nombramiento solo fue posible tras la muerte del anterior Inquisidor General Juan Bautista Acevedo. Tenía tanto poder el inquisidor general que a pesar de contar Alonso con el apoyo del arzobispo de Toledo y de las cartas de recomendación de los papas Clemente VIII y Pablo V no se le concedió el cargo.
 
Alonso de Salazar y Frías era un hombre trabajador, retraído, hogareño, puntual en sus obligaciones y lector incansable. También lo tacharon de tozudo, de carácter áspero e individualista, reservado para sus asuntos, descreído y con pocos amigos.
 
Al llegar a Logroño, encontró iniciado el que se conoce como “proceso de las brujas” donde habían descubierto 31 brujos sentenciados a salir en un auto de fe que se celebraría los días 7 y 8 de noviembre de 1610, en los que 11 morirían en la hoguera. No se pudieron quejar porque el espectáculo registró un lleno total: hubo unos 30.000 espectadores. Salazar no estuvo conforme con la sentencia ni con el modo de llevar los otros inquisidores el proceso, y consiguió del inquisidor general, su patrono, ser comisionado para estudiar in situ el fenómeno de la brujería navarra. No había pasado mucho tiempo cuando Alonso Becerra Holguín y Juan Valle Alvarado (los otros dos inquisidores logroñeses) insinuaron que su colega debía de estar compinchado con el demonio. Aseguraban que solamente Satanás podía haber arreglado las cosas de modo que Salazar fuese enviado a Logroño y lo acusaron de defender a las brujas cegado por Satanás.

Obra de Francisco de Goya.
 
El 22 de mayo de 1611 Alonso de Salazar parte hacia Zugarramurdi para propagar el edicto de gracia entre sus habitantes y recoger cuanto testimonio fuera posible sobre la aparición de brujas. Durante ocho meses reúne pruebas basadas en testimonios de encausados y testigos del proceso, con el fin de deshacerse de simples conjeturas y sospechas sin fundamento y formarse un juicio sobre el problema. El resultado fue más de 11.000 folios de intenso trabajo y la creencia firme de que no habían existido brujas hasta que no se había empezado a hablar de ellas.
 
Como si fuese el terror de Salem (Massachusetts), Salazar se encontró con un pozo de hostilidad, de personas aterradas, venganzas, rencillas, odios, delaciones y falsos testimonios familiares, vecinales, acusaciones forzadas, sobornos, cárceles, ensoñaciones y alteraciones psicológicas individuales y colectivas. Pero no creyó que el demonio estaba corriendo entre las faldas de las vecinas y que hubiese que jugar con las teas. Aplicando el humanismo de la Escuela de Salamanca, para el que la persona es un ser racional y libre, procedió a estudiar el asunto de forma, diríamos, científica. En marzo de 1612 redactó un primer informe y luego un segundo, que remitió a la Suprema en octubre de 1613. Cosa que, reitero, no gustaba a sus compañeros Becerra y Valle. Incluso dejó constancia de su arrepentimiento por la sentencia que él también había firmado en 1610.
 
“No he hallado… ni aun indicios de qué colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado… Se comprobó… haber sido todo irrisorio, fingido y falso… Y así todo es demencia que pone horror imaginarlo”.
 
Salazar concluyó que los fenómenos de brujería investigados eran historias inverosímiles y ridículas y “todo lo que la relación de Logroño da como cierto, cayó como embuste y patraña” ante el método experimental de Alonso de Salazar. En cuanto a la forma de ir y volver a los aquelarres de los brujos y brujas -mediante ungüentos y polvos que les permitían acudir volando-, Salazar anotó que “se verificó por sus mesmas declaraciones o por otras comprobaciones y algunas también por declaraciones de médicos y experiencias palpables, haver sido todas y cada una de ellas echas con embuste y ficción, por medios y modos irrisorios”. ¿Cómo poder documentar que una persona, en cualquier momento, vuele por el aire y recorra 700 km en una hora; que una mujer pueda salir por un agujero por el que no cabe una mosca; que otra persona pueda hacerse invisible a los ojos de los presentes o sumergirse en el río o en el mar y no mojarse; o que pueda a la vez estar durmiendo en la cama y asistiendo al aquelarre... o que una bruja sea capaz de metamorfosearse en tal o cual animal que se le antoje, ya sea cuervo o mosca? Estas cosas son tan contrarias a toda sana razón que, incluso, muchas de ellas sobrepasan los límites puestos al poder del demonio”.

(Francisco de Goya)
 
El inquisidor relató con detalle cada una de las “experiencias palpables”, como recoger veintidós ollas que contenían los “potajes, ungüentos o polvos” con los que se frotaban las brujas para volar y que utilizaban para sus maleficios, y pidió a varios médicos que comprobaran su eficacia sobre animales, a los que no les pasó nada. Los supuestos ungüentos preparados con entrañas de recién nacido, sangre de sapo y semen de ahorcado fueron certificados por galenos y boticarios como simples cocciones de hierbas. Él mismo probó, en su perro primero y luego en su persona, venenos que se decían matarían a 1.000 personas con un solo frasco, y dejó anotado que ni siquiera había sufrido dolor de tripas. También pudo comprobar que, en bastantes ocasiones, había sido el miedo y las amenazas de clérigos y comisarios lo que había obligado a las supuestas brujas a inventarse sobre la marcha los brebajes.
 
Había lugareños que se acercaban a Alonso para retractarse de la confesión previa. Argüían que confesaron bajo tortura a manos de sus vecinos. Muchos más acudían para ser reconciliados y perdonados, mientras otros se inculpaban para de inmediato pedir confesión y retractarse y así protegerse de futuras denuncias, en muchos casos hechas para arrebatarles sus tierras o por simple venganza. Creo que en esto último sí había un demonio detrás: el de la avaricia.
 
Así que Alonso de Salazar escribió -con mucha retranca- que “si las brujas existieran la ley debería reclutarlas para el Rey en lugar de perseguirlas” dadas las capacidades que tenían. Algo así como los experimentos de los EEUU y URSS con psíquicos y gente de esa ralea. Tampoco hubo jóvenes que acostadas con el demonio. Las matronas contratadas por el inquisidor examinaron a las mujeres y comprobaron que seguían siendo vírgenes.

 
Los inquisidores dejados en Logroño no quedaban bien en los informes de Alonso. La disputa pasará por la guerra psicológica o la difamación. Alonso de Salazar estuvo implicado en un proceso por moneda falsa… resumiendo la lucha entre salazarístas y los otros no paró hasta la marcha de Alonso de Salazar y Frías fuera de Logroño.
 
Gracias a los memoriales enviados durante cuatro años, con 1.802 declaraciones, el Consejo dio unas Nuevas Instrucciones en 1614 sobre el modo de entender el Santo Oficio el delito de brujería. Alonso consiguió así un éxito profesional que, en cierta forma, compensaba lo que dejaba en Logroño. A partir de entonces, gozó Salazar de prestigio entre los miembros del Consejo, que le encomendó varias visitas de inspección a tribunales entre 1617 y 1622.
 
En 1627, tras regresar al Tribunal de Logroño, la Suprema vuelve a requerir de sus servicios. No sabemos si para no abrir viejas heridas o para aprovechar su gran capacidad. Se le envió al tribunal inquisitorial de Toledo. Uno de primer orden. Tras visitar ese tribunal, abandona el cargo de inquisidor de distrito para convertirse en promotor y abogado fiscal del Consejo de la Inquisición, y en 1631 en miembro de la Suprema.
 
En lo personal, su vida giraría en torno a pleitos y enfrentamientos motivados, en líneas generales, por el impago de los alquileres de sus viviendas. En el verano de 1634 Alonso vivía como inquilino en una de las casas principales del mayorazgo de Pedro de la Barreda, alcalde de los caballeros hijosdalgo de la Corte. Salazar utilizó sus conocimientos en leyes para evadirse de pagar los alquileres de la casa durante seis meses por parecerle el precio de 500 ducados anuales un alquiler abusivo. ¡Todo un okupa contemporáneo! Solicitó una retasa del precio del alquiler, que se realizaría en septiembre de ese año, tras la que se confirmaría el precio del arrendamiento. El 19 de junio de 1635 finalmente se ordena a Alonso de Salazar pagar los atrasos del arrendamiento de la casa.
 
Ese mismo año, Alonso, torpedeará la vida del licenciado Agustín Gilimón de la Mota, miembro del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda, propietario de unas casas principales en la Calle Mayor de Madrid. Les cuento, a comienzos de 1635, al fallecer el marqués de Maenza, inquilino de una de las casas propiedad del licenciado y tras la que andaba Alonso de Salazar seguramente por estar frente al edificio de los Consejos, Gilimón decide meter a Salazar en ella. Siguiendo el protocolo de rigor, el alguacil Pedro de Olave procede a hacer la división de la casa, sin ningún tipo de equidad. Asigna el cuarto principal y de mayor valor del inmueble a Alonso, dejando a Agustín un cuarto bajo y otro por edificar, a pesar de ser él el legítimo propietario, aceptando el repartimiento por no dar pie a pleitos con Salazar.

"El Aquelarre" Fco. de Goya.
 
Dadas las circunstancias, Gilimón hace obras de ampliación en su estancia. Alonso de Salazar, a quien no competía ningún derecho por no ser el legítimo propietario de la casa y gracias a su favorable situación en la Administración y en la Corte, logra paralizar las obras de ampliación de Gilimón, iniciándose un pleito entre ambos. Pues, al final, Gilimón se enfangó en pleitos con el “colmillo retorcido” de Salazar. A Alonso la obra le estorba el uso y paseo por el patio, espacio común a todos los inquilinos del inmueble, amén de las molestias durante la reforma. Pero el verdadero motivo era que Salazar veía que le arrebataban la luz que le entraba todas las mañanas por la ventana.
 
Falleció a las ocho de la tarde del miércoles 9 de enero de 1636 en Madrid y dejaba como albaceas y testamentarios a Jerónimo de Villanueva, caballero de la Orden de Calatrava y protonotario de Aragón, y a Miguel Tafalla. Empezaron a elaborar el inventario, tasación y almoneda de sus bienes el 11 de enero del mismo año ante la gran cantidad de efectos personales que dejaba a su muerte el inquisidor. Su heredero fue su sobrino Francisco de Salazar Manrique de Ayala, vecino de Nogales, quien subastó los bienes heredados por la cantidad de acreedores de su tío. Y, supongo, dejaría descansar al licenciado Gilimón al cerrar los pleitos.
 
 
 
Bibliografía:
 
Real Academia de la Historia.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Mundo”.
Alumni CEF-UDIMA.
Revista “XLSemanal”.
Confilegal.
Periódico “La tribuna de Ciudad Real”.
“El Mayor proceso de la historia”. Gustav Henningsen, director de Danish Folklore Archivs, Copenhague.
Auñamendi Eusko Entziklopedia.
Periódico “Diario de Navarra”.
“Los documentos de Alonso de Salazar Frías. Una polémica sobre la brujería en España,1610-1614”. Gustav HENNINGSEN.
“¿Brujas satánicas o príncipes pecadores? Fundamentos “políticos” del escepticismo demonológico en la temprana Modernidad”. Constanza Cavallero.
“El sentido moral y entorno social en la construcción de la personalidad de un inquisidor: Alonso de Salazar y Frías”. Laura Lavado Suárez.
 

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